14/07/2017
Si no me ocupo de los intereses
de los desamparados, quizás algún otro lo haga, tal vez alguien sin dinero o
propiedad… y eso será muy dañino!
Citizen Kane, filme producido en
1941.
La Revolución de octubre buscaba reforzar la
justicia social en el seno del « primer país del socialismo », pero –y esto no
es menos importante-, igualmente en el resto del mundo. La revolución se
proyectaba como mundial e incluso si estuvo limitada a la Unión Soviética
(URSS), sus efectos tenían sin embargo envergadura mundial. El desmantelamiento
de la URSS en diciembre de 1991 tuvo asimismo consecuencias de orden global,
tanto en términos de las relaciones internacionales como en el campo de la
justicia social.
La Revolución de octubre y sus consecuencias
internas
Las enormes brechas entre los ricos y los pobres
caracterizaba la situación en Rusia de hacía siglos. Antes de la abolición de
la esclavitud por Alejandro II en 1861 los siervos constituían la gran mayoría
de la población rusa del imperio. La servidumbre era un sistema paternalista
que mantenía una cierta responsabilidad tanto de los propietarios con relación
a los siervos como de los siervos entre sí. A pesar de la abolición de ese
sistema los valores colectivistas, igualitaristas y comunitarios continuaron
bien implantados en las mentalidades. Esos son los valores que llegarán a dominar
la sociedad que nació de la Revolución de octubre.
Esta revolución derriba el orden social. Las clases
dirigentes y ricas en el seno del antiguo régimen perderán sus propiedades y
sus posiciones. Los obreros y los campesinos adquirirán un lugar importante en
la ideología y el orden social soviéticos aun cuando sus condiciones de vida
seguirán siendo modestas, incluso difíciles. Pero la brecha en términos de
ingresos serán reducidas drásticamente al tiempo que el dinero pierde gran
parte de su papel de regulador social.
Es más vale la educación que devendrá un importante
medio de ascendencia social. Una campaña masiva de alfabetización así como las
facultades de obreros adjuntas a los institutos de enseñanza superior lograrán
expandir las ideas de la Ilustración en las capas de los más humildes de
la población. La propaganda de las ciencias deviene omnipresente y el joven
Estado soviético pone en marcha una extendida red de institutos de
investigación.
Otro aspecto importante de las transformaciones
sociales es el estatuto de la mujer. Las mujeres adquieren los derechos
políticos y económicos, la igualdad de sexos deviene un principio ideológico y
un ideal. Se busca “liberar la mujer de la cocina” y son elaborados ambiciosos
planes de “fábricas-cocinas” colectivas. Las mujeres integran masivamente las
profesiones y, con el tiempo, llegarían a ser mayoritarias en algunas de ellas,
por ejemplo en la medicina. La creación por el Estado de un extendido sistema
de guarderías para bebés y de jardines de infantes permitió este tipo de
transformaciones sociales.
Una vasta campaña de modernización engloba la
totalidad del país. La propaganda soviética llega a los lugares más alejados,
incluyendo el Asia central donde el orden patriarcal es sistemáticamente atacado.
Se quema públicamente el chador, se promueve que las mujeres estudien y
desafíen el autoritarismo masculino. Esta campaña de modernización no pasa sin
violencia: varias mujeres son asesinadas por sus maridos, padres y hermanos que
se sienten desilusionados y desorientados.
El costo humano de la experiencia soviética no fue
despreciable. Millones mueren en los frentes de la Guerra civil (1918-1921) que
dispara la Revolución de octubre, y otros más en las tierras devastadas por la
colectivización forzada de comienzos de los años 1930, y la represión política
forma parte del modo de operación del Estado estalinista (1928-1953) que
organiza una vasta red de campos de concentración (el Gulag). Muy seguido la
modernización de la economía es lograda por medios claramente “pre-modernos”,
en particular el trabajo forzado de los prisioneros. Pero a diferencia de la
sociedad nazi que busca recrear la pureza original de “la raza alemana”, lo que
es constante a lo largo de la historia soviética es que el objetivo es crear
una sociedad más justa y orientada hacia el futuro.
Justicia social y socialismo
Las ideas de justicia social no emergen solamente
del socialismo. La Biblia hebraica contiene obligaciones claras hacia los
pobres y busca contrarrestar la concentración de la riqueza mediante medidas
compensatorias regulares. Pero es con el advenimiento del socialismo en el
siglo 19 que la justicia social pasa a ser un objetivo político. La primera
mundialización (1870-1914) fue una época de formación de muy grandes empresas y
de hipertrofia financiera (The Gilded Age, La Edad Dorada en Estados
Unidos). En Europa y en las Américas la riqueza se concentra en pocas manos y
decenas de millones de personas son empujadas a la miseria en el curso de la
Larga Depresión que cubre de 1873 a 1896, suscitando protestas sociales,
intensificando las luchas de clases y la difusión de ideales de justicia
social.
Comienzan a ser creados partidos socialistas
como reacción a la explotación capitalista naturalmente desenfrenada, y
su peso incide sobre los dirigentes más intransigentes. En la década de 1870,
el Canciller alemán Otto von Bismarck, que no lograba eliminar las ideas y
organizaciones socialistas mediante la represión, decide de combatirlas
mediante la cooptación reformista de la clase obrera. Es así que el “Canciller
de Hierro” introduce las medidas de protección social: seguro medico (1883),
accidentes de trabajo (1884), de vejez e invalidez (1889). Bismarck mejora las
condiciones de vida del proletariado obrero y esas medidas constituyen el punto
de partida de la intervención del Estado en la economía para la defensa del
capital industrial y del trabajo asalariado.
En 1891, el papa León XIII publica la encíclica
Rerum Novarum que establece la “doctrina social de la Iglesia”, o el “bien
común” fundado sobre la defensa del trabajo asalariado en el marco del
régimen capitalista industrial.
Como consecuencia de la Revolución de octubre la
tarea de eliminar la influencia socialista deviene aún más urgente. El proyecto
socialista avanzado por los bolcheviques atrae la admiración y el deseo de los
proletarios del mundo entero. El derrocamiento de la clase dirigente muestra
que los capitalistas no son invencibles y que los obreros son capaces de asumir
la dirección de un país importante. El movimiento socialista se refuerza,
aunque siga escindido entre los socialdemócratas y los comunistas. Las medidas
sociales que la URSS adopta hacen de ese país, como lo dice la propaganda
soviética, un faro para todos aquellos que buscan la justicia social.
La popularidad de la Unión Soviética es decuplicada
por su victoria contra el nazismo. Después de 1945, sopla sobre el mundo un
viento progresista que no puede ser frenado por los intereses conservadores. La
URSS, despreciada u odiada antes de la guerra, se ha convertido en un
rival sistémico, coronada con el estatus de “superpotencia”.
Pero aun antes, cuando las tropas soviéticas
entraron en los países europeos, los círculos dirigentes de Estados Unidos se
preocupaban ya de la “contaminación comunista”. En su discurso anual ante el
pueblo estadounidense, en enero de 1944, el Presidente Roosevelt propone
garantizar el derecho a la educación y a la habitación, del acceso a los
servicios médicos y de un empleo decente. En el contexto estadounidense el
carácter revolucionario de esas propuestas es tan evidente que adquieren el
titulo de Segunda Carta de los Derechos. Roosevelt busca ante todo salvar el
sistema capitalista frente a la amenazante popularidad de la izquierda
socialista.
Los “treinta gloriosos” reflejan igualmente esta
preocupación. Hacia finales de la Segunda Guerra mundial, las
políticas que, en los países capitalistas avanzados, permitirán de
establecer y consolidar la era del Estado del Bienestar, adquieren un carácter
transnacional. Esas medidas sociales –convenciones colectivas sobre los
salarios y las condiciones de trabajo, la seguridad del empleo, sistemas de
pensión, etcétera –constituyen una acción defensiva contra la alternativa
representada por la URSS y los países de Europa del Este. La unión europea
deviene así la “Europa social”.
A pesar de los gastos que ocasionan la carrera
armamentista, la URSS sigue con la capacidad de asegurar a su población un
mejoramiento del nivel de vida, manteniendo siempre un grado de justicia
social. Su sistema político, económico y social es erigido como modelo
concurrente al Occidental. Después del desmantelamiento de la Unión Soviética,
varios líderes, entre ellos Margaret Thatcher, conocida por su máxima “No hay
otra alternativa” (TINA, en inglés), reconocieron que el Occidente temía menos
la potencia militar soviética que la vitalidad de su potencial social,
intelectual y artístico.
La desmodernización en marcha
Al llegar al siglo 21 el desmantelamiento de la
Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) puso en relieve un fenómeno
importante: una desmodernización masiva de las sociedades en el seno de las
antiguas repúblicas soviéticas, es decir la degradación de condiciones
materiales y culturales en una sociedad moderna y el retorno a formas de vida
ancianas y primitivas, es acompañada del surgimiento de varios tipos de
irracionalidad y de la “regresión del pensamiento y de la organización social”.
En la ex URSS, la desmodernización fue, según
Stephen Cohen, sovietólogo de renombre, “la peor devastación jamás sufrida por
un país moderno en tiempos de paz”. Sin lugar a dudas el retroceso más
significativo del período pos-soviético fue observado en la confianza de la
justicia distributiva operada por el Estado. Esta confianza es tradicionalmente
considerada como esencial para la modernización. El número de pobres en la URSS
y en los Estados sucesores se multiplica por diez entre 1989 y 1999, pasando de
14 a 147 millones, y tendencias similares son observadas en la mayoría de los
países sumidos a la lógica de la globalización.
Según Cohen, “la desintegración económica y social
de la nación fue tan aguda que provocó una desmodernización única y sin precedentes
en el siglo 20”. La deterioración rápida es observada según diversos índices de
desarrollo humano: la educación, la salud pública, la investigación, la
cultura, terrenos en los cuales la URSS se ubicaba entre los países
desarrollados. Por otra parte, la desmodernización no es un “asunto ruso” ni
limitado a los confines de la antigua superpotencia socialista. Más vale sería
un efecto del retorno del capitalismo a su estado natural desenfrenado.
El conjunto de esas medidas conduce a dar marcha
atrás en la trayectoria de modernización. Hace medio siglo, los países
occidentales movilizaron la productividad y la tecnología de la revolución
industrial para elevar el nivel de vida. Esos países recurrieron a la
redistribución de los frutos del crecimiento y a la fiscalidad progresiva para
llevar a cabo una más justa repartición de las riquezas e ir hacia sociedades
más igualitarias. Hoy día, la política económica permite concentrar la riqueza
en la cúspide de la pirámide social y, a pesar de la retorica del “efecto de
goteo” (trickledown effect), hace bajar la parte de los ingresos de los
trabajadores. La Rusia pos-soviética, en la cual el viraje neoliberal fue
particularmente vertiginoso, atrae actualmente algunas grandes fortunas – el
caso más mediatizado es el de Gérard Depardieu- por la tasa única de
impuesto sobre los ingresos, en la ocurrencia el 13% para todos por igual.
El desmembramiento de la URSS abrió la vía a la
mundialización del modelo neoliberal. A comienzos de los años 1980, los países
occidentales, afectados por una inflación elevada, hacen subir brutalmente las
tasas de interés, sumergiendo el mundo en una profunda recesión que pone fin
definitivamente a los “Treinta Gloriosos” y a la sociedad de consumo que
había sustentado. Es en ese contexto que fue lanzado el asalto contra las
conquistas sociales, el cual sigue vigente actualmente.
La desaparición de la URSS y, en consecuencia, de
una vía alternativa de desarrollo social y económico, habría tenido un efecto
“desmodernizante” sobre las sociedades de otros países. No existiendo ya la
temida “amenaza roja”, tampoco son necesarios los programas sociales sobre los
cuales se basó el Estado del Bienestar. Es así que estamos sufriendo retrocesos
fundamentales, y no solamente en los países afectados por las políticas
de austeridad fiscal. En consecuencia, en la ausencia de contra-modelos
viables, incluyendo el del socialismo, las reacciones a esas políticas han
adquirido un carácter de indignación ampliamente apolítica. Los esfuerzos por rehabilitar
el liberalismo capitalista, muy seguido asociados al Manifiesto Powell (Powell
Memo) constituyen una panoplia de medidas ideológicas, incluyendo la formación
de intelectuales, la puesta en marcha de “centros de reflexión” neoliberal y
desde hace décadas un trabajo asiduo sobre los medios de prensa.
Los logros sociales de la Revolución de octubre en
la ex URSS fueron barridos muy rápidamente, al cabo de unos pocos años. De esta
manera el espacio pos-soviético fue convertido tanto en el presagio como en la
vanguardia de la contrarrevolución neoliberal que trastorna a los países
occidentales.
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