04/08/2017
| Michael Lowy
Recesión de dos libros 1/ de
marxistas norteamericanos sobre los desafíos del Antropoceno.
Las publicaciones de ecología crítica encuentran en
los Estados Unidos un público creciente, como testimonia el éxito del último
libro de Naomi Klein (This Changes Everything). En el interior de este
campo se desarrolla también, cada vez más, una reflexión ecosocialista, de
inspiración marxista, a la que pertenecen los dos autores tratados aquí.
Uno de los promotores activos de esta corriente es
la Monthly Review y su casa editorial. Es ella la que publica el
importante y muy actual libro sobre el Antropoceno de Ian Angus, ecosocialista
canadiense y editor de la revista en línea Climate and Capitalism, un
libro saludado con entusiasmo por científicos como Jan Zalasiewicz o Will
Stefren, que son de los principales promotores de los trabajos sobre el
Antropoceno, por investigadores marxistas como Mike Davis y Bellamy Foster, o
por ecologistas de izquierdas como Derek Wall, de los Verdes ingleses.
A partir de los trabajos del químico Paul Crutzen
-Premio Nobel por sus descubrimientos sobre la destrucción de la capa de
ozono-, del geofísico Will Steffen y otros, la conclusión de que hemos entrado
en una nueva era geológica, distinta del Holoceno, comienza a ser ampliamente
admitida. El término “Antropoceno” es el más utilizado para designar esta nueva
época, que se caracteriza por profundos cambios en el sistema tierra,
resultantes de la actividad humana. La mayor parte de los especialistas están
de acuerdo en datar el comienzo del Antropoceno a mediados del siglo XX, cuando
se desencadenó una “Gran Aceleración” de cambios destructivos: los 3/4 de las
emisiones de CO2 han tenido lugar a partir de 1950. El término “Antropos” no
significa que todos los humanos son igualmente responsables de este cambio
dramático e inquietante: los trabajos de los investigadores muestran claramente
la responsabilidad aplastante de los países más ricos, los países de la OCDE.
Se conocen también las consecuencias de estas
transformaciones, en particular el cambio climático: elevación de la
temperatura, multiplicación de los acontecimientos climáticos extremos, subida
de las aguas del océano, ahogando las grandes ciudades costeras de la
civilización humana, etc. Estos cambios no son graduales y lineales, pero
pueden ser abruptos y desastrosos. Esta parte del dossier me parece poco
desarrollada: Ian Angus menciona estos peligros pero no discute, de una forma
más concreta y detallada, sobre las amenazas que pesan sobre la supervivencia
de la vida en el planeta…
¿Qué hacen los poderes constituidos, los gobiernos
del planeta, en particular los de los países ricos principales responsables de
la crisis? Angus cita el feroz comentario de James Hansen, el climatólogo de la
NASA norteamericana sobre la COP21 de París (2015): a fraud, fake...just
bullshit (difícil de traducir…). En efecto, aunque todos los países
presentes en la Conferencia de las Partes sobre el Cambio Climático mantuvieran
sus promesas -muy poco probable, puesto que no hay prevista ninguna sanción por
los acuerdos de París- no podremos evitar una subida de la temperatura del
planeta que supere los 2º C: el límite oficialmente admitido que no habrá que
superar en ningún caso, si se quiere evitar un proceso irreversible e
incontrolable de calentamiento global. De hecho, el verdadero límite sería más
bien 1,5ºC, como han admitido los propios participantes de la COP21. Conclusión
de Naomi Klein: estamos aún a tiempo de evitar un calentamiento catastrófico
pero no en el marco de las reglas actuales del capitalismo.
Ian Angus comparte este diagnóstico -con matices
sobre “actuales”- y dedica la segunda parte de su libro a la raíz del problema:
el capitalismo fósil. Si las grandes empresas y los gobiernos continúan echando
carbón a las calderas del tren (run-away train) del crecimiento, no es por
culpa de la “naturaleza humana”, sino porque es un imperativo esencial del
propio sistema capitalista. El capitalismo no puede existir sin crecimiento,
expansión, acumulación de ganancias, y por tanto destrucción ecológica. Ahora
bien, este crecimiento está fundado, desde hace casi dos siglos, en las
energías fósiles, que concentran hoy más inversiones que cualquier otra rama de
la producción -sin hablar de las generosas subvenciones concedidas por los
gobiernos. Solo las reservas de petróleo representan más de 50 billones de dólares:
no se puede contar con la buena voluntad de Exxon y cía para renunciar a este
maná. Sin hablar de las demás ramas de la producción -automóviles, aviones,
plásticos, química, autopistas, etc, etc- estrechamente ligadas al capitalismo
fósil. El 1% que controla tanta riqueza como el 99% restante de la humanidad
concentra en sus manos tanto el poder económico como el político; esta es la
razón del fracaso estrepitoso de las “conferencias internacionales” sobre el
cambio climático, que acaban siempre, según el término de James Hansen, en “bullshit”.
¿Cuál es pues la alternativa? Angus observa que no
se puede volver al Holoceno. El Antropoceno ha comenzado ya, esto no puede
invertirse. El cambio climático ya en curso va a durar durante miles de años.
La urgencia está en ralentizar la carrera suicida promovida por el sistema,
mediante un amplio movimiento que asocie a todas las personas que están
dispuestas a sumarse al combate contra el cambio global y el capitalismo fósil
-esperando poder, en el futuro, reemplazar el capitalismo por una sociedad
solidaria, el ecosocialismo. La Conferencia de los Pueblos contra el Cambio
Climático y en Defensa de la Madre Tierra de Cochabamba, Bolivia, en 2010, que
reunió a decenas de miles de indígenas, campesinos, sindicalistas, trabajadores
es un ejemplo concreto de este movimiento.
¿Qué ocurre entre los partidarios del socialismo?
Ian Angus constata que la URSS era una pesadilla ecológica, en particular desde
que Stalin liquidó a los ecologistas soviéticos (esta sección habría merecido
también un desarrollo más amplio). Algunos socialistas critican lo que llaman
el “catastrofismo” de los ecologistas, y otros piensan que la ecología es una
distracción respecto a la “verdadera” lucha de clases. Los ecosocialistas no
son un bloque homogéneo, pero comparten la convicción de que una revolución
socialista efectiva no puede ser más que ecológica y viceversa. Saben también
que tenemos que ganar tiempo: la lucha para ralentizar el desastre, obteniendo
victorias parciales contra la destrucción capitalista, y la lucha por un futuro
ecosocialista, forman parte de un mismo proceso integrado.
¿Qué oportunidades hay para un combate así? No hay
ninguna garantía, constata sobriamente Angus. El marxismo no es un
determinismo. Marx y Engels escribían en el Manifiesto Comunista que la lucha
de clases puede conducir a una transformación revolucionaria de la sociedad o a
“la ruina común de las clases en lucha”. En el Antropoceno, esta “ruina común”
-el fin de la civilización humana- es una real posibilidad. La revolución
ecosocialista no es en absoluto inevitable. Tendremos que ser capaces de echar
un puente sobre la brecha existente entre la rabia espontánea de millones de
personas y el comienzo de una transformación ecosocialista. Conclusión del autor
de este libro estimulante y admirablemente documentado: si luchamos, podemos
perder; si no luchamos, perderemos con seguridad…
Richard Smith no discute el Antropoceno, salvo en
una frase, que resume su propósito: Hemos entrado en “el Antropoceno”, es decir
que “la Naturaleza no manda ya sobre la Tierra. Somos nosotros quienes
mandamos. Es hora de comenzar a tomar decisiones conscientes y colectivas”.
Su libro es mucho más que una crítica del
“capitalismo verde” como su título indica. Es una recopilación de ensayos, en
un orden un poco improvisado y con no pocas repeticiones, pero el conjunto es
de una admirable coherencia y rigor. Se podría comenzar por el diagnóstico: en
mayo de 2013 el observatorio de Mouna Loa en Haway constató que la
concentración de CO2 en la atmósfera supera los 400ppm. No había alcanzado tal
nivel desde el Pleistoceno, hace tres millones de años, cuando la temperatura
era 3º o 4º más alta que hoy. Los lugares que hoy llamamos Nueva York, Londres,
Shanghai, estaban bajo el mar… Los climatólogos no dejan de multiplicar las
advertencias: si no se paran a corto plazo las emisiones de gas con efecto
invernadero, vamos hacia un calentamiento global incontrolable e irreversible,
que tendrá por resultado el hundimiento de nuestra civilización y quizás
nuestra extinción como especie.
Ahora bien, ¿qué ocurre? Business as usual,
las emisiones no solo no han disminuido estos últimos años, sino que no dejan
de aumentar, rompiendo récords cada año. Se continúa extrayendo energías
fósiles, y se va incluso a buscarlas muy lejos, en las profundidades del
océano, o en las arenas bituminosas. En definitiva, el espíritu dominante puede
ser resumido por la fórmula “después de mí, el diluvio”.
¿De quién es la culpa? Igual que Ian Angus, Richard
Smith designa claramente al responsable del desastre: el sistema capitalista y
su necesidad imperativa, irreprimible, insaciable, de “crecimiento”. El
crecimiento no es una manía, un capricho, una ideología: es la expresión
racional de las exigencias de la reproducción capitalista. “Crecer o morir” es
la ley de la supervivencia en la jungla del mercado competitivo capitalista.
Sin sobreconsumo, no hay crecimiento, y sin crecimiento viene la crisis, la
ruina, el paro masivo. Incluso un economista tan “disidente” como Paul Krugman
acaba por resignarse al consumismo: es, escribe, “una carrera de ratas, pero
esas ratas que corren en su jaula, en su ratódromo, es lo que hace que giren
las ruedas del comercio”.
Es sencillamente la lógica del sistema. De ahí el
fracaso de las Conferencias internacionales, del “capitalismo verde”, de las
Bolsas de derechos de emisión, de las tasas ecológicas, etc, etc. Como
expresaba cínicamente el economista neoliberal ortodoxo Milton Friedman, “las
corporaciones están en los negocios para hacer dinero, no para salvar al
mundo”. Conclusión de Richard Smith: si queremos salvar al mundo, hay que
arrancar a las corporaciones el poder sobre la economía. “O bien salvamos al
capitalismo, o bien nos salvamos nosotros mismos. No se puede salvar a los dos”.
El capitalismo es una locomotora incontrolada, que arrasa continentes enteros
de selvas, que devora océanos de fauna y de flora, que desregula el clima, y
que avanza rápidamente hacia un abismo: la catástrofe ecológica. De ahí la
crítica de Smith a las ilusiones de los economistas o ecologistas partidarios
del “capitalismo verde” (numerosos en los Estados Unidos, ¡pero también en
Francia!) - ese “dios que ha fracasado” -o de un “decrecimiento” que respete
las reglas del mercado y la propiedad privada (Herman Daly).
¿Qué hacer? No hay solución “técnica” o en el marco
del mercado. Hay que reducir drásticamente, en un plazo bastante corto, la
utilización de energías fósiles, no solo para la producción de electricidad,
sino en los transportes, la calefacción, la industria, la agricultura
productivista, etc, etc. Y como Exxon, British Petroleum, General Motors, etc,
no tienen ninguna gana de cometer un suicidio económico -y ninguno de los
gobiernos capitalistas tiene la intención de forzarles a ello- es preciso que
la propia sociedad tome en sus manos los medios de producción y distribución, y
reorganice todo el sistema productivo -garantizando un empleo digno a todos los
trabajadores cuyas empresas estarían condenadas a la desaparición o a la
reducción drástica.
No basta con reemplazar las energías fósiles por
renovables. Hay que reducir sustancialmente la producción y el consumo
(“decrecimiento”). Según Richard Smith, los 3/4 de los bienes producidos hoy
son inútiles, o dañinos, o están gravados por la obsolescencia programada. Si
se deja de producir para acumular beneficios, y (se pasa a producir) para
satisfacer necesidades, se podrán fabricar productos útiles, duraderos,
reparables, adaptables, que puedan ser utilizados por decenas de años -como mi
viejo VW1962, que sigue funcionando, añade… Se dará prioridad a las necesidades
sociales y ecológicas que hoy son desatendidas o saboteadas: la salud, la
educación, el hábitat (pero con normas ecológicas), la alimentación sana y
orgánica. Se podrá trabajar muchas menos horas y se tendrán vacaciones más
prolongadas.
Pero esto implica romper radicalmente con el
sistema capitalista, arrebatar a los propietarios privados el control de la
economía, y planificar ésta de forma democrática: el ecosocialismo.
Comisiones del plan podrán ser elegidas a nivel local, regional, nacional,
continental, etc y, tarde o temprano, internacional. Y las grandes decisiones
serían tomadas por la población misma: ¿coche o transportes colectivos?
¿Nuclear o salida de lo nuclear? Y así con todo. Se trata de sustituir a la
“mano invisible” del mercado -que no puede más que perpetuar el business as
usual - por la mano invisible de las decisiones democráticas de la
sociedad. Una tal planificación democrática se sitúa en las antípodas de la
triste caricatura burocrática que fue la “planificación central” -perfectamente
autoritaria, cuando no totalitaria- de la extinta URSS. Se trata del proyecto
de una civilización diferente, una civilización ecosocialista.
La demostración de Richard Smith es perfectamente
coherente. El único reproche que le haría es la ausencia de mediaciones.
¿Cómo pasar de la dinámica suicida de la civilización capitalista a una
sociedad ecosocialista? Es una cuestión demasiado poco abordada en su libro…
El punto de partida aquí no puede ser más que las
movilizaciones actuales, lo que Naomi Klein designa como Blockadia: las
luchas de los indígenas y de los ecologistas canadienses contra las arenas
bituminosas, las luchas en los Estados Unidos contra los oleoductos (el
oleoducto XXL ha sido bloqueado), las que hay en Francia contra el gas de
esquisto (provisionalmente victoriosas), las de las comunidades indígenas de
América Latina contra las multinacionales petroleras o mineras, etc. Esas
luchas -locales, regionales o nacionales- son esenciales, desde varios puntos
de vista: a) permiten ralentizar la carrera actual hacia el abismo; b) revelan
el valor de la lucha colectiva; c) favorecen las tomas de conciencia
antisistémicas (anticapitalistas).
Felizmente, en el último párrafo de su libro,
Richard Smith se interesa por esta dimensión concreta del combate por el
ecosocialismo saludando el auge, “en todo el mundo, de luchas contra la
destrucción de la naturaleza, contra los pantanos, contra la polución, contra el
sobredesarrollo, contra las fábricas químicas y las centrales térmicas, contra
la extracción depredadora de recursos, contra la imposición de los OGMs, contra
la privatización de las tierras comunales, del agua y de los servicios
públicos, contra el paro capitalista y la precariedad (…). Hoy tenemos una ola
creciente de “despertar” de masas global -casi un levantamiento global masivo.
Esta insurrección global está aún en sus comienzos, no está segura de su
futuro, pero sus instintos democráticos radicales son, creo, el último y el
mejor espíritu de la humanidad”.
Revue Ecorêv, n° 44, 2017
Traducción: Faustino Eguberri para viento sur
Ian Angus, Facing the Anthropocene. Fossil Capitalism
and the Crisis of the Earth System, New York, Monthly Review Press, 2016, 277
pages., Foreword by John Bellamy Foster; Richard smith, Green Capitalism. The
God that Failed, World Economics Association Book Series, vol. 5, 2016, 172
pages.
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