Publicado por Daniel Eskibel en Aug
29, 2017
El paciente,
reclinado sobre el diván, habla libremente sobre todo lo que acude a su mente. Las ideas se
asocian y se entrelazan con recuerdos, proyectos, emociones, fantasías y un
continuo fluir de pensamientos. El psicoanalista escucha. Escribe algunas
notas. Observa. Sigue escuchando. En ocasiones dice algo que facilita el libre
fluir de las ideas del paciente. Y en ocasiones une los puntos dispersos del
relato, analiza, conecta, descubre para el paciente lo que él mismo desconocía
en su mundo interior.
La escena anterior
es apenas un momento dentro de un proceso psicoanalítico. Un momento que ayuda
a comprender que nuestra vida mental no solo es eso conocido que sabemos sobre
nosotros mismos sino que es mucho más, un vasto océano de contenidos mentales
que van con nosotros aunque no los vemos. No es eso, es ello. No eso que
conozco sino ello desconocido. Un mundo ajeno a nuestra consciencia y al que
apenas nos asomamos a través de los sueños, los síntomas, la creatividad, los
actos fallidos…
Es el mundo del
inconsciente.
Claro que el terrorista suicida no suele recostarse en el diván del psicoanalista.
Aunque muchos conceptos del psicoanálisis pueden ayudarnos a comprender qué pasa en su mente, cual es su perfil y cómo llega a transformarse en alguien que comete los actos incluidos en la definición operacional de terrorismo suicida.
Freud y el modelo tripartito del aparato psíquico
Hace ya más de 100
años que Sigmund
Freud construyó el modelo psicoanalítico de un “aparato psíquico” de base
tripartita: consciente, preconsciente e inconsciente. Sus
conceptos surgieron no en el laboratorio sino en la clínica, encarada por Freud
con un permanente espíritu crítico y de investigación.
Este modelo
explica que la conducta humana tiene muy fuertes determinaciones en lo
inconsciente, región psíquica que no solo es desconocida para cada uno sino que
además y fundamentalmente es ajena y distinta a lo consciente.
Porque el
inconsciente es una forma de organizar la vida psíquica y sus contenidos en
base a patrones muy peculiares. Allí no rige la lógica clásica sino otra lógica
que asocia imágenes, palabras y afectos con insólita y desconcertante libertad.
En el mundo inconsciente, que apenas podemos atisbar por ejemplo a través de los
sueños, no rigen las leyes habituales que ordenan el espacio y el tiempo. Es el
reino absoluto de los más desmedidos impulsos sexuales y agresivos que pugnan
por la satisfacción inmediata sin otro criterio que la búsqueda irracional del
placer.
La problemática inconsciente del terrorista suicida
El terrorista
suicida se da a sí mismo y a los demás explicaciones que fundamentan su
accionar. Claro que son formulaciones puramente conscientes. En ese plano,
dichas explicaciones políticas, sociales, históricas o religiosas son racionalizaciones que
encubren las raíces inconscientes del hecho.
La problemática
inconsciente está más allá de estas explicaciones.
En realidad el terrorista suicida dramatiza con sus actos una problemática inconsciente que no logra manejar en su mundo interno y que ni siquiera puede poner en palabras.
Lo que le ocurre
en la profundidad de su psiquis es tan lejano y extraño a su consciencia que
carece del lenguaje capaz de vehiculizarlo y ayudar a su elaboración. Ese
núcleo que no puede nombrar ni decir trabaja como un topo en su interior para
construir un camino que le permita emerger a la superficie. Y emerge en forma
de acto terrorista. Un acto que, aunque a veces pueda estar fría y
concientemente planificado, en su desarrollo despliega esa irracionalidad
inconsciente que le resulta inaccesible e innombrable.
Mi hipótesis es
que eso interior que el terrorista suicida externaliza con sus actos es un
inmenso terror que lo acompaña y lo constituye desde etapas muy tempranas de su
vida.
Terror.
Una parte de su
personalidad crece y se desarrolla en contacto con la realidad, aprende y se
integra de algún modo a la vida social (inclusive con la posibilidad de
alcanzar logros afectivos, intelectuales, interpersonales y/o económicos). Pero
otra parte queda anclada en vivencias terroríficas primitivas que seguramente
han sido experimentadas durante los primeros meses de vida.
Me refiero
particularmente a la etapa anterior al quinto o sexto mes de vida, para cuya
comprensión son muy válidos y complementarios los conceptos trabajados por los psicoanalistas
Lacan, Winnicott y Melanie Klein.
El núcleo de ese
terror inconsciente del terrorista suicida es la oscura vivencia del cuerpo
fragmentado, de la no integración de la personalidad y de la amenazante
potencia de los impulsos destructivos.
El niño de pocos
meses todavía no se vive a sí mismo como una unidad con identidad propia. Su
personalidad aún no está integrada y los contenidos psíquicos constituyen
fragmentos débilmente conectados unos con otros. Tampoco las distintas partes
de su cuerpo están en un funcionamiento coordinado, todo lo cual contribuye a
que su mundo sea formado por impulsos y objetos parciales donde ni siquiera hay
una línea clara que distinga lo interior de lo exterior.
En ese tiempo psicológico todavía no hay individuo, no hay unidad, por lo tanto no existe el afuera y el adentro.
En ese contexto
los impulsos destructivos, nacidos de la energía corporal que mueve brazos y
piernas y crecidos ante las frustraciones experimentadas, toman un enorme y
angustiante protagonismo.
De acuerdo a este
modelo, estas características estarían exacerbadas en ciertas personas debido a
un fallo ambiental durante esos primeros cinco o seis meses de vida. El fallo
estaría dado por una relativa incapacidad del ambiente para sostenerlo,
contenerlo, hacerlo sentir cuidado con amor y ayudarlo a construirse como
unidad.
Junto a ese núcleo
de terror comienzan a operar poderosas demandas-desafíos frente al entorno.
Es como si ese
niño pequeño, desbordado por sus terrores inconscientes y carente de un sostén
ambiental suficiente para calmarlo, buscara una respuesta de parte de ese
ambiente. Cuanto más grande el terror inconsciente, más grande la necesidad de
un ambiente protector y por lo tanto más grandes sus exigencias de recibir un
marco de seguridad, estabilidad y control.
Debe considerarse
que esa demanda-desafío es dirigida primero hacia la madre y luego hacia afuera
en círculos concéntricos: la familia, la escuela, la localidad donde vive y la
sociedad toda con su cultura y sus leyes. Y si el ambiente sigue fallando en
esos círculos concéntricos, pues a medida que el niño sigue creciendo se
agiganta su demanda, su desafío, su rebelión.
Esta problemática
inconsciente allana el camino para que en el adolescente y en el joven se
constituyan núcleos de ideas sobrevaloradas.
Se trata de ideas bien estructuradas y sistematizadas desde el punto de vista lógico, que no interfieren con los otros aspectos de la vida de la persona sino que se mantienen con cierta autonomía dentro de una serie temática específica (ya sea ideológica, religiosa,etc.). La perturbación es a nivel del contenido del pensamiento, no de su forma. Comienza con ideas sobrevaloradas y/o deliroides y puede llegar, aunque no necesariamente en todos los casos, al delirio propiamente dicho.
No me refiero al
desarrollo de una ideología ni a la profundización de conceptos ni a la
construcción de una cosmovisión que lo conecte con los demás. Me refiero a
ideas sobrevaloradas, generalmente rígidas, a las que se aferra como un
náufrago en alta mar. Son conceptos radicales e inflexibles que provienen de
otras personas pero que vienen a calmar su agitado mundo interior.
Estas ideas van
construyendo un mundo ficticio que es como un puente fallido entre las
realidades interna y externa, y que le permite escapar de los aspectos más
intolerables de ambas. En ese mundo él es protagonista activo de grandes
acontecimientos sociales que involucran diversos eventos cargados de contenidos
persecutorios.
Ese mundo de ideas
sobrevaloradas es irreductible a toda lógica y a toda experiencia, y muchas veces
es protegido y ocultado frente a los demás. Pero posee un poder tal que puede
estructurar por completo la vida de la persona.
Lo anterior
implica una profunda escisión de su personalidad.
Por un lado vive una vida interior secreta que es ajena y muchas veces opuesta a la realidad externa. Y por otro lado también vive un falso self construído en base al sometimiento formal al mundo externo y sus demandas.
Esta escisión es
resultado del desarrollo emocional primitivo. El ambiente, que en sus primeros
meses de vida debió adaptarse activamente a sus necesidades, tuvo un fallo y no
cumplió cabalmente dicha tarea.
La defensa frente a tal situación consiste en escindirse y desarrollar dos núcleos bien diferenciados de su personalidad, fracasando de este modo todo camino integrador y toda elaboración conducente al equilibrio.
Terrorismo en acción
Así llegamos al
final dramático:
- Una persona joven con una problemática inconsciente que anuda sus emociones más primitivas y terroríficas con la vivencia de desprotección de parte de su ambiente.
- Fragilidad del yo que no puede comprender y ni siquiera verbalizar la angustia.
- Un conjunto de ideas rígidas a las cuales se aferra.
- El acto final por el que mata y muere.
El psicoanálisis
del terrorista suicida muestra que su perfil no es el del soldado que lucha, en
el acierto o en el error, por una causa. Es un fenómeno diferente. Y como tal
hay que analizarlo.
Las anteriores son
hipótesis, por supuesto. Y no abarcan la totalidad del problema ni mucho menos.
Porque falta, por ejemplo, el componente social. El tercer y último artículo de
esta trilogía será, justamente, la psicología social del terrorista suicida.
PD: Por su
temática y sus características técnicas, este artículo no es para un público
masivo. De todas maneras, si crees que tus contactos lo pueden leer con
interés, siéntete libre de compartirlo en tu blog, por mail o en redes
sociales. En tal caso te pido indiques claramente el autor (Daniel Eskibel) y
coloques un link hacia Maquiavelo &
Freud.
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