18/08/2017
Quizá la huelga de los maestros sea el más
importante conflicto social ocurrido en el Perú en las últimas décadas. Hoy se
admite, en efecto, que 240 mil docentes acatan la medida en 19 regiones del
país, en tanto que 60 mil más depusieron su acción luego de dos meses de huelga
en otras. Los números hace luz en torno a un tema que concita la atención
ciudadana y que ayuda a todos a pensar en un asunto de la mayor trascendencia: la
educación peruana.
Que el sistema educativo nacional está en crisis,
parece hoy una verdad de Perogrullo. Lo que ocurre es que la mayor parte de
peruanos no tenía conciencia de esto. Recién lo descubre a partir de una lucha
que asoma en las pantallas de la TV con violencia creciente.
En verdad, la educación peruana siempre estuvo en
crisis. Para Mariátegui hace casi cien años “la educación nacional, no
tiene un espíritu nacional. Tiene más bien un espíritu colonial y colonizador”.
En consonancia con él, el Docente casi nunca fue considerado como tal. De “alfabetizador
de indios”, como lo consideraban los Señores de Horca y Cuchillo hasta bien
avanzado el siglo XX; pasó a ser -con raras excepciones- un Apóstol capaz de
sufrir los mayores estropicios.
Fue, así, una suerte de “encargado” de enseñar las
primeras letras en las zonas más inhóspitas del país compartiendo pequeñas
islas de poder en las aldeas más lejanas, con el cura del pueblo y el comisario
de turno. Para Celestino Manchego Muñoz -el legítimo sustentador de estos
conceptos- el Maestro no necesitaba pensar, sino tan solo instruir guiado por una
cartilla elemental que debía proporcionarle un “Ministerio de Instrucción”.
Esa realidad comenzó a cambiar en el Perú en los
años 50 del siglo pasado, cuando Walter Peñaloza Ramella impulsó un
nuevo esquema educativo desde lo que sería primero el Instituto Pedagógico
Nacional reabierto en 1951 y convertido en Escuela Normal Superior Enrique
Guzmán y Valle cinco años más tarde. Esa experiencia –lamentablemente- fue
efímera. Durante los años de “La Convivencia” -es oscuro pacto entre los
Banqueros y el APRA- la oligarquía volvió al ataque y dio al traste con la
experiencia maravillosa –y nunca repetida- de La Cantuta. Pero ella,
germinó en pocos años y tuvo la virtud de instaurar en el escenario social la
imagen de un nuevo referente: el Maestro, ese digno profesional que supo
luchar -desde entonces hasta hoy- no solo por una profesión respetable, sino
también por un país decoroso.
Es posible que los docentes que hoy salen a las
calles enarbolando sus banderas, no perciban en toda su dimensión, la fuerza de
ese mensaje; que es, finalmente, el que le da contenido a su accionar. La
Dignidad Magisterial, que hoy se reclama con vigor, tuvo su semilla en una
historia quebrada en los años 60, y recuperada muy precariamente aún, en
nuestro tiempo.
Si alguna debilidad se le puede enrrostrar -con
legítima razón- a las direcciones sindicales del Magisterio en las últimas
décadas, es el hecho que circunscribieran sus demandas a asuntos de corte
salarial. Y dejaran a la clase dominante la tarea de imponer un “modelo educativo”
elitista, discriminador y carente de contenido. Ahora, ese “modelo”, alimentado
aviesamente por el Neo Liberalismo, devino en insensible y privatizador. Hoy,
la educación dejó de ser un Derecho Ciudadano, y se convirtió en un “servicio
lucrativo” y altamente rentable. Quizá si uno de los “negocios” más
boyantes en nuestro tiempo, sea tener un Colegio, o una Universidad Privada.
Es bueno advertir que el Magisterio aún tiene poca
conciencia de lo que esto significa, en términos de clase: implica entregar a
los detentadores del Poder el control de la mente de millones de peruanos, para
asegurar que vivan perpetuamente a su sombra.
Porque no hay claridad en torno al tema, no hay
tampoco plataformas de lucha que reflejen una voluntad verdaderamente
transformadora. Y los gobiernos pueden darse el lujo de decir que los Maestros “no
tienen una plataforma” y “Cambian sus propuestas porque lo único
que les interesa es la plata”. Nada de esto es cierto, pero no se
expresa con la precisión necesaria.
La campaña de la “Prensa Grande” contribuye a
desinformar, y a desorientar incluso a los que luchan. Pero eso no quita valor
a su contienda. Obliga a la Vanguardia Magisterial a desarrollar un trabajo más
serio y sostenido, de educación y de conciencia.
Nadie puede negar que las demandas del Magisterio,
son legítimas; que han sido respondidas por el gobierno con una retahíla de
torpezas e incoherencias que concitan simplemente repudio ciudadano. En el
extremo, el régimen puso en evidencia no sólo su absoluta mediocridad, sino
también su entraña autoritaria. El salvajismo policial usado contra los
Maestros en este conflicto, no tiene nada que ver con el más elemental respeto
a las libertades democráticas.
El Magisterio hasta hoy, ha llevado su lucha con
ejemplar firmeza. Y eso le ha granjeado un masivo apoyo ciudadano. Pero su
dirección -aun heterogénea- debe darse cuenta que la capacidad de lucha de las
masas, siempre tiene un límite. Eso de combatir “hasta las últimas
consecuencias” es una frase bonita, pero no es real. Muchas veces, cuando
asoman las primeras consecuencias, el movimiento se quiebra. Y es mil veces
mejor culminar un conflicto de manera organizada y victoriosa, que en derrota,
o en desbande.
De las tratativas de los próximos días debe salir
un acuerdo que permita a los Maestros salir con la frente en alto. Es en ese
sentido que hay que afirmar la solidaridad, y asegurar el mayor respaldo que
sea posible. Las organizaciones de trabajadores y las Centrales Sindicales,
tienen la palabra.
El gobierno quiere romper la huelga a palos. No hay
que permitirlo. (fin)
- Gustavo Espinoza, del Colectivo de Dirección de
Nuestra Bandera. http://nuestrabandera.lamula.pe
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