A
l´encontre
Los
trabajadores no traspasaron alegremente la última etapa de la toma del poder en
octubre de 1917. En realidad, la mayor parte de ellos, aunque deseaban
desesperadamente el poder de los soviets, dudaron y temporizaron ante la acción
(vystuplenie). La insurrección fue el acto de una minoría decisiva de
trabajadores, los que eran miembros o próximos del partido bolchevique (solo en
la capital, el partido contaba en sus filas con 30 000 trabajadores). Cuando
forzaron la decisión, la aplastante mayoría de los otros trabajadores dieron su
apoyo. Pero en ese momento, los trabajadores estaban preocupados por su
aislamiento político. En los días que siguieron a la insurrección se expresó un
apoyo amplio de los trabajadores, también en las filas del partido bolchevique,
a favor de la formación de un “gobierno socialista homogéneo”, es decir una
coaliciónde todos los partidos socialistas, tanto de izquierda como de derecha.
Sin embargo, las negociaciones tendentes a formar
un tal gobierno, emprendidas bajo los auspicios del Comité Ejecutivo Panruso
del sindicato de los ferroviarios [Vikzhel], entonces dirigido por los
mencheviques internacionalistas (mencheviques de izquierda), fracasaron por la
negativa de los mencheviques moderados y los SR, así como de los que se
encontraban a su derecha, a formar parte de un gobierno, a participar en un
gobierno responsable única, o principalmente, ante los soviets. Un tal gobierno
estaría compuesto en mayoría por bolcheviques, en la medida en que eran
mayoritarios en el reciente Congreso de los Soviets. Tras esta negativa estaba
la convicción de los socialistas moderados de que, sin el apoyo de la
burguesía, la revolución estaría abocada al fracaso. Ligado a este aspecto
estaba el temor de que el gobierno, dirigido por los bolcheviques, cuya base era
obrera, emprendiese “experimentaciones socialistas”.
Cuando fracasaron las negociaciones, precisamente
sobre la cuestión de la responsabilidad ante los soviets, los SR de izquierda
decidieron participar en el gobierno de los soviets en coalición con los bolcheviques.
Su periódico subrayaba que “incluso si hubiéramos llegado a la formación de un
‘gobierno homogéneo’, ello habría sido, en realidad, una coalición con la parte
más radical de la burguesía” 1/. Pero los mencheviques-internacionalistas, el
ala izquierda del partido menchevique que tomó pronto la dirección del partido,
rechazó seguir a los SR de izquierda. En un artículo de título “2x2=5”, el
economista menchevique-internacionalista V.L. Bazarov expresó su irritación
ante lo que él consideraba una confusión de los trabajadores: llamaban a la
formación de una coalición de todos los socialistas, pero querían una coalición
que fuese responsable ante los soviets.
“[…]Se adoptan resoluciones que exigen
inmediatamente la constitución de un gobierno democrático sobre la base de un
acuerdo de todos los partidos socialistas y [al mismo tiempo] un reconocimiento
del actual TsIK [CEC de los soviets de los diputados de trabajadores y
soldados, elegido en el reciente Congreso de los soviets, ampliamente bolchevique]
como si fuera el órgano ante el que debe ser responsable el gobierno […]. Pero,
actualmente, un gobierno puramente soviético no puede ser más que bolchevique.
Cada día que pasa se hace más claro el hecho de que los bolcheviques no pueden
gobernar: los decretos se suceden en cadena y no pueden ser puestos en práctica
[…] Así, incluso aunque sea cierto lo que declaran los bolcheviques, es decir
que las masas no están tras los partidos socialistas, compuestos exclusivamente
de intelectuales, […] entonces incluso, serán necesarias amplias concesiones.
El proletariado no puede dirigir sin la intelectualidad […] El TsIK debe ser
únicamente una de las instituciones ante las que el gobierno es responsable
2/”.
Los mencheviques-internacionalistas compartían la
opinión de los bolcheviques según la cual la burguesía era fundamentalmente
contrarrevolucionaria. Sin embargo, compartían también la convicción del ala
derecha de su propio partido de que una Rusia económicamente atrasada, muy
ampliamente campesina, no disponía de las condiciones sociales y políticas
favorables al socialismo. En consecuencia, mientras que los mencheviques más a
la derecha, en paralelo con los SR, continuaban a llamar a una coalición con
los representantes de la burguesía, los mencheviques-internacionalistas
subrayaban la necesidad de, al menos, conservar el apoyo de las capas medias de
la sociedad, la pequeña burguesía y especialmente la intelectualidad. El
problema, sin embargo, residía en el hecho de que esta última había optado, de
forma aplastante, por el partido de la burguesía. Resultó que los mencheviques
de izquierda quedaron condenados a permanecer como espectadores pasivos de la
revolución en curso.
En lo que concierne a los propios trabajadores y
trabajadoras, cuando les pareció claro que la verdadera cuestión era la de un
poder de los soviets o una coalición renovada, bajo una u otra forma, con la
burguesía, dieron su apoyo al gobierno de los soviets antes incluso de que los
SR de izquierda decidieron unirse al mismo. En la reunión del 29 de octubre,
simultáneamente a las negociaciones para formar un gobierno de coalición de
todos los partidos socialistas, una asamblea general de trabajadores de los
astilleros navales Admiral’teiski lanzó un llamamiento a todos los trabajadores,
pidiendo:
“Independientemente de vuestro color partidario,
ejerced una presión sobre vuestros centros políticos a fin de alcanzar un
acuerdo inmediato de todos los partidos, desde los bolcheviques hasta los
socialistas-populares así como a la formación de un gobierno socialista
responsable ante el soviet de los diputados trabajadores, soldados y campesinos
sobre la base de la siguiente plataforma: proposición inmediata de paz.
Transferencia inmediata de la tierra a los comités campesinos. Control obrero de
la producción. Convocatoria de la Asamblea Constituyente en la fecha fijada
3/.”
Este era un ejemplo de lo que Bazarov consideraba
como revelador de la confusión política de los trabajadores: querían un
gobierno de coalición de todos los partidos socialistas, pero querían
igualmente que ese gobierno fuese responsable ante los soviets. Una semana más
tarde, sin embargo, después de la ruptura de las negociaciones y mientras los
bolcheviques permanecían solos en el gobierno, esos mismos trabajadores decidieron
“manifestarse a favor de un poder los soviets pleno e íntegro, indivisible, y
contra la coalición con los conciliadores defensistas. Hemos sacrificado mucho
por la revolución y estamos dispuestos, si ello fuera necesario, a nuevos
sacrificios, pero no abandonaremos el poder a aquellos a los que se les ha
arrebatado en una sangrante batalla 4/”.
Cuando los SR de izquierda decidieron entrar al
gobierno, habiendo llegado a la conclusión que “incluso si hubiéramos alcanzado
la formación de un ‘gobierno homogéneo’, ello habría sido, en realidad, una
coalición con la burguesía” 5/, los trabajadores suspiraron colectivamente: se
había alcanzado la unidad, al menos “la de abajo”, entre los nyzy [la plebe],
siendo principalmente los SR de izquierda un partido campesino. Una asamblea de
trabajadores de la fábrica Putilov declaró en esta ocasión:
“Nosotros, trabajadores, saludamos como un solo
hombre la unificación deseada desde hace mucho tiempo y dirigimos nuestros
calurosos saludos a nuestros camaradas que trabajan en la plataforma del
segundo Congreso Panruso de las masas trabajadoras del campesinado pobre, de
los trabajadores y de los soldados 6/”.
La Revolución de Octubre, que había consagrado la
polarización profunda que existía ya en la sociedad rusa, vio al núcleo de la
intelectualidad al lado de las clases poseedoras 7/, mientras que lo que
quedaba de la intelectualidad de izquierda permanecía suspendida en alguna
parte entre las dos. Los trabajadores respondieron con amargura a esta
perceptible traición. Como escribía Levin, SR de izquierda:
“En el momento en que se rompen por el pueblo las
cadenas burguesas del Estado, la intelectualidad se aleja del pueblo. Los que
han tenido la suerte de recibir una educación científica abandonan al pueblo,
que les ha llevado sobre sus espaldas agotadas y laceradas. Y, como si ello no
bastase, al irse, se burla de su impotencia, de su analfabetismo, de su
incapacidad de llevar a cabo grandes transformaciones sin dolor, de conseguir
grandes realizaciones. Esta burla es particularmente amarga para el pueblo. En
su interior, crece instintivamente el odio hacia las personas instruidas, hacia
la intelectualidad.” 8
El periódico menchevique-internacionalista Novaïa
zhizn’ publicó el siguiente informe, sobre Moscú, en diciembre de 1917:
“Si las trazas externas de la insurrección son poco
numerosas, la división en el seno de la población es, de hecho, profunda.
Cuando se enterró a los soldados bolcheviques y a la guardia roja [a
continuación de la victoria de la insurrección, tras varios días de ásperos
combates], según me han dicho, no se pudo encontrar un solo intelligent o
estudiante de universidad o de instituto en el seno de esa grandiosa procesión.
Y cuando se realizaron los funerales de los junkers [cadetes de la escuela de
oficiales que combatieron para defender al gobierno provisional], entre la
multitud no se encontró ningún trabajador, soldado o plebeyo. La composición de
la manifestación en honor de la Asamblea Constituyente fue similar: los cinco
soldados tras la bandera de la organización militar de los SR no hacían más que
subrayar la ausencia de la guarnición.
El abismo que separaba a los dos campos toma
amplitud mediante la huelga general de los empleados municipales: los
enseñantes de las escuelas municipales, el personal superior de los hospitales,
los empleados superiores de los tranvías, etc. Esa huelga hace extremadamente
ardua la tarea del gobierno municipal bolcheviques; peor todavía, exacerba el
odio de la población nizy hacia toda la intelectualidad y la burguesía. He
asistido a la siguiente escena: un tranviario empujando a un estudiante de
instituto fuera de su tranvía: ¡‘os enseñan bien, pero parece que no quieren
enseñar a nuestros hijos!”.
La huelga de las escuelas y los hospitales fue
vista por los nizy de la ciudad como una lucha de la burguesía y de la
intelectualidad contra las masas populares 9/.
A la hora de comprender la posición de la
intelectualidad, lo primero que debemos preguntarnos es si la percepción de
traición por parte de los trabajadores tenía alguna justificación. Después de
todo, visto desde otro ángulo, eran los trabajadores quienes se separaron de la
intelectualidad, optando por una ruptura con las clases pudientes y abandonando
la alianza nacional de todas las clases que había sido forjada en febrero.
Las razones que justificaban la radicalización
posterior de los trabajadores se pueden resumir de la siguiente manera: sobre
la base de su experiencia, llegaron a la conclusión de que las clases pudientes
se oponían a los objetivos de las clases populares de la revolución de Febrero:
la conclusión rápida de una paz democrática, la reforma agraria, la jornada de
trabajo de ocho horas, la convocatoria de una asamblea con el fin de establecer
una república democrática. Las clases pudientes, no sólo bloquearon la
realización de estos objetivos (que en esencia eran democráticos, y de ninguna
manera socialistas), sino que además intentaron aplastar militarmente a las
clases populares. Esto queda ampliamente demostrado por el apoyo, apenas velado,
que el partido Kadete (partido constitucional-demócrata) dio al levantamiento
del general Kornilov, a finales de agosto, así como por la oposición implacable
de los industriales a toda medida del Estado, para así impedir el
derrumbamiento económico que se aproximaba a pasos gigantes.
Para los trabajadores, la insurrección de octubre y
el establecimiento del poder de los soviets significaba la exclusión de las
clases pudientes de toda influencia sobre la política de Estado. Octubre fue
ante todo un acto de defensa de la revolución de Febrero, de sus conquistas
reales y de sus promesas, frente a la hostilidad activa de las clases
pudientes. Mientras en octubre ciertos trabajadores veían efectivamente el
potencial de una transformación socialista, de ninguna forma, durante ese
período, eso constituía su objetivo principal.
De esta forma, el sentimiento de traición que
experimentaron los trabajadores respecto de la intelectualidad se hace
comprensible; tal como lo redactaba el diario menchevique-internacionalista
(que era hostil a la revolución de Octubre): “de ahora en adelante, los
trabajadores pueden demandar a los médicos y enseñantes en huelga: “nunca
hicisteis huelga contra el régimen bajo el zar o bajo Goutchkov 10/. ¿Porqué
hacéis huelga, ahora que el poder está en las manos de personas que todos
reconocemos como nuestros dirigentes?” 11/.Incluso dirigentes de izquierda,
como Iouli O. Martov, cuya entrega a la causa obrera no puede ser puesta en
duda, tenía más el sentimiento de lavarse las manos que el de hacer “lo que
parecía ser nuestro deber – mantenerse al lado de la clase obrera, incluso
cuando sea falso… Esto es trágico. Porque después de todo, el conjunto del
proletariado va detrás de Lenin y espera que el derrocamiento producirá la
emancipación social; y ello siendo consciente de que el proletariado ha
desafiado a todas las fuerzas antiproletarias” 12/. ¿Por qué la intelectualidad
huyó, tal y como lo perciben los trabajadores?. Refiriéndose a los populistas,
el historiador Oliver Radkey ofrece la siguiente explicación: “En los momentos
más bajos de la revolución, una gran cantidad se convirtieron en funcionarios o
participaron en la acción social de las zemstvosy de los municipios como
funcionarios de las sociedades cooperativas, en donde la rutina cotidiana y las
perspectivas resultantes de estas actividades eran mortales para el espíritu
revolucionario. Otras personas entraron en diferentes profesiones. Todos se
hicieron más viejos 13/.”
No obstante, parece improbable que una
transformación social tan profunda como la integración económica de la
intelectualidad en el orden existente hubiera podido realizarse en el espacio
de un decenio. Además, cabe preguntarse, sobre la forma en que los
intelectuales socialistas se ganaban la vida antes del fracaso de la revolución
de 1905, en la medida en que no todos podían haber sido activistas
profesionales o los mejores estudiantes. Si la generación de 1905 envejecía,
¿qué es lo que sucedía a los estudiantes de 1917, cuya mayoría también era
hostil a la revolución de Octubre? El menchevique A. N. Potresov, situado en la
extrema derecha de su partido, observaba en mayo de 1918 que “en febrero
[1917],asistimos a la alegría común de los estudiantes y de los
pequeños-burgueses. En octubre, estudiantes y burgueses habían llegado a ser
sinónimos” 14/.
Una explicación más razonable de la huida de la
intelectualidad puede encontrarse en la polarización de clase de la sociedad
rusa, que emergió en todo su amplitud durante la revolución de 1905, cuando la
burguesía, asustada por el activismo de los trabajadores en defensa de sus
reivindicaciones sociales, en particular la jornada de ocho horas, y atraída
por las concesiones políticas muy limitadas que ofrecía una autocracia
debilitada, se volvió contra el movimiento de trabajadores y campesinos.
Destaca en ello, el lockout masivo organizado en Petrogrado por los
industriales y el Estado en el otoño de 1905, cuando los trabajadores
reivindicaban las ocho horas 15/. Cuando el movimiento obrero se restableció de
la derrota de esta revolución, en 1912-1914, colocó inmediatamente en sus
huelgas tantas reivindicaciones políticas dirigidas contra la autocracia como
reivindicaciones económicas dirigidas a los industriales. Por su parte, estos
colaboraron estrechamente con la policía zarista para dificultar las acciones
políticas y económicas de los trabajadores así como para reprimir a los
activistas 16/.
Es en el curso del período anterior a la guerra
cuando los bolcheviques se convirtieron en la fuerza política hegemónica en el
seno del proletariado. Lo que distinguía la fracción bolchevique de la
social-democracia de los mencheviques era su apreciación de que la burguesía,
incluida su ala de izquierda, liberal, era fundamentalmente opuesta a la
revolución democrática. Los mencheviques, por su parte, consideraban que
resultaba crucial que la burguesía dirigiera esta revolución. Sobre los
campesinos, que Lenin sugería que se aliasen a los trabajadores, los
mencheviques opinaban que no estaban capacitados para asegurar una dirección
política nacional. Si este papel no lo asumía la burguesía, necesariamente
caería en manos de los trabajadores. Pero los trabajadores, a la cabeza de un
gobierno revolucionario adoptarían, inevitablemente, medidas que socavarían los
derechos de propiedad burgueses. Se lanzarían a realizar experiencias
socialistas que, en las condiciones de atraso que caracterizaba a Rusia, se
revelarían desastrosas, conduciendo inevitablemente a la derrota de la
revolución. Por consiguiente, antes de la guerra, los mencheviques hacían vanos
llamamientos para que moderasen su presión huelguista: no querían asustar a los
liberales que se distanciaban cada vez más del podrido régimen autocrático,
pero que por otro lado podrían coger miedo a la revolución.
De forma que lo que hemos observado es que la
intelectualidad de izquierdas abrazó la posición de los mencheviques y de los
SR y no la de los bolcheviques y de los trabajadores. Afirmaban que en un país
rural atrasado una revolución encabezada por los trabajadores fracasaría de
forma inevitable. El episodio siguiente, relatado en las memorias de un
metalúrgico de Petrogrado, ilustra la división que existía entre los
trabajadores y los intelectuales de izquierdas.
I. M. Gordienko, metalúrgico y militante
bolchevique, en compañía de dos camaradas, que como él eran originarios de
Nijni Novgorod, ciudad de origen de Máximo Gorki, decidieron visitar a este
último, su zemlyak (compatriota): “se preguntaban, ¿puede que A.M. Gorki se
haya alejado completamente de nosotros?”. En 1918, Gorki era el editor del
diario menchevique-internacionalista Novaïazhizn’, violentamente crítico
respecto del nuevo régimen soviético, al que atacaba en particular por su
incompetencia. Resultado, según el diario, de la marginación de la intelectualidad.
En particular, lo que enfurecía a los trabajadores era el hecho de que los
editores del diario criticasen al gobierno, mientras se mantenían a distancia a
la vez que rehuían implicarse más en la mejora de las cosas. Por ejemplo, con
ocasión de la conferencia de los comités de fábrica de Petrogrado, en febrero
de 1918, uno de los delegados se expresó con amargura sobre “la intelectualidad
saboteadora de Novaïazhizn’ de Gorky, que se ocupaba de criticar al gobierno
bolchevique mientras que no hacía nada para aligerar el fardo de ese gobierno”
17/.
En el domicilio de Gorki, la conversación giró
rápidamente hacia cuestiones políticas:
“Alekseï Maksimovitch, [Pechov, señaló Gorki]
ensimismado en sus pensamientos, dijo: “resulta difícil para vosotros, muy difícil”.
– Pero tú, Alekseï Maksimovitch, no haces las cosas
más simples, le señalé.
– No sólo no nos ayuda, sino que mina nuestros
esfuerzos, añadió IvanTchougourine.
– Eh, amigos, sois formidables. Lo siento por
vosotros. Debéis comprender que sois un grano de arena en este mar; no, en este
océano de fuerzas elementales campesinas pequeño-burguesas. ¿Cuántos
bolcheviques hay tan convencidos como vosotros? Un puñado. En realidad, sois
como una gota de aceite en este océano, una mota de polvo que la más ligera
brisa puede destruir.
– Te equivocas, Alekseï Maksimovitch. Ven a visitar
nuestro barrio de Vyborg y lo comprobarás. Allí donde había 600 bolcheviques,
ahora hay miles.
– Miles, pero maleducados, viviendo en la miseria,
y en otras ciudades ni siquiera eso.
– Lo mismo, Alekseï Maksimovitch, se produjo en
otras ciudades y pueblos. Por todos los lugares la lucha de clases se
intensifica.
– Es por esto que os amo, por vuestra sólida fe.
Pero es también por eso mismo que os temo. Usted desaparecerá y después todo
retrocederá cientos de años. La perspectiva es estremecedora”.
Algunas semanas más tarde, los tres volvieron y se
encontraron con N. Soukhanov y D. A. Desnitski en el apartamento de Gorki.
Ambos eran intelectuales mencheviques de izquierda y editores de Novaïazhizn’.
“Una vez más, Alekseï Maksimovitch evocó el océano
pequeño-burgués. Estaba afligido a causa de que, nosotros, viejos militantes
bolcheviques, además de haber vivido en la clandestinidad, fuéramos tan pocos y
que el partido fuera tan joven e inexperimentado […] Soukhanovy Lopata [otro
nombre de Desnitski] afirmaron que únicamente un loco podía hablar de
revolución proletaria en un país tan atrasado como Rusia. Nosotros protestamos
con energía y respondimos que tras de la apariencia de una democracia pan-rusa
18/, lo que realmente defendían era la dictadura de la burguesía […].
“Durante este intercambio, Alekseï Maksimovitch, se
dirigió hacia la ventana que daba a la calle. Inmediatamente, volvió hacia mí,
me cogió de la manga y me llevó a la ventana. “Mira”, me dijo con cólera y
resentimiento en la voz. Lo que vi era efectivamente escandaloso. Cerca de un
pequeño jardín, sobre un césped bien cortado, estaba un grupo de soldados
sentados que comían arenques y arrojaban los restos en el jardín con flores”.
“Y en la Casa del Pueblo sucede lo mismo 19/, se
enceran los suelos y se colocan escupideras en las esquinas y al lado de las
columnas, pero observad lo que hacen”, se lamentaba Maria Fiodorovna [esposa de
Gorki], que era la encargada de la Casa del Pueblo.
“Y es con gentes como esta que los bolcheviques
piensan realizar una revolución socialista”, añadió Lopata, con un cierto
sarcasmo en la voz. “Previamente debéis enseñar, educar al pueblo, y a
continuación hacer una revolución”.
“¿Y quién va a formarles y educarles? ¿la
burguesía?”, preguntó uno de entre nosotros.
“¿Y cómo lo vais a hacer?”, preguntó Alekseï
Maksimovitch, sonriendo.
“Nosotros queremos hacerlo de otra manera”,
respondí. “Ante todo, derrocar a la burguesía, y después educar al pueblo.
Construiremos escuelas, clubs, Casas del Pueblo […].”
“Pero eso es irrealizable”, señaló Lopata.
“No será realizable para vosotros; pero sí para
nosotros”, le respondí.
“Y bien, ¿es posible que sean estos diablos quienes
lo realicen?” dijo Alekseï Maksimovitch.
“Nosotros lo conseguiremos en su totalidad”,
replicó uno de los nuestros, “y ello será peor para vosotros.”
“¡Eeh! ¡Así que con amenazas! ¿Qué es eso de que
será peor para nosotros?” preguntó entre risas Alexeï Maksimovitch.
“De la siguiente manera: haremos lo que tengamos
que hacer, con o sin vosotros, bajo la dirección de Ilitch [Lenin], y entonces
ellos os preguntarán: ¿Dónde estabais y qué hacíais cuando atravesábamos un
momento tan difícil? 20/”.
Lenin había realizado una descripción enormemente
similar de “una conversación con un rico ingeniero poco antes de las jornadas
de julio[1917]".
“Ese ingeniero, en un determinado momento, había
sido revolucionario. Fue miembro del partido social-demócrata e incluso del
partido bolchevique. Hoy, no es sino el terror y el odio hacia los obreros
libres e indomables. Él, que es una persona cultivada, y que ha estado en el
extranjero, dice que si por lo menos fueran obreros como los obreros alemanes…;
yo entiendo que en general la revolución social es inevitable; pero aquí, con
el descenso en el nivel de los obreros, que ha causado la guerra 21/… no se
trata de una revolución, es un abismo”.
“Estaría dispuesto a reconocer la revolución
social, en el caso de que la historia se condujera con tanta calma y con tanta
tranquilidad, regularidad y exactitud como las que caracterizan a un tren
alemán entrando en una estación. Con gran dignidad, el interventor del tren
abre las puerta de los vagones y anuncia: “¡Término: Revolución social.! ¡
Alleaussteigen (todas las personas descienden del tren)!” ¿Entonces porqué no
se pasaría de la situación del ingeniero bajo el reino de las TitTitytch 22/ a
la situación del ingeniero bajo el reino de las organizaciones obreras?.
“Este hombre ha visto huelgas. Sabe qué tempestades
de pasiones desencadena siempre una huelga, hasta la más común, incluso en los
períodos de mayor calma. Por supuesto que comprende bien que esta tempestad
debe ser millones de veces más fuerte en el momento en que la lucha de clases
haya sublevado a todos los trabajadores de un inmenso país, cuando la guerra y
la explotación hayan conducido al umbral de la desesperación a millones de
personas, a los que los propietarios hacían sufrir desde hace siglos, y a
quienes los capitalistas y los funcionarios del zar explotaban y maltrataban
desde hacía decenas de años. Todo esto lo comprende “en teoría”, y no lo
reconoce mas que en la punta de los labios; simplemente está asustado por la
“situación excepcionalmente compleja” 23/.
N. Soukhanovo ofrecía una explicación similar a la
posición de los mencheviques de izquierdas: “Estábamos opuestos a la coalición
y a la burguesía, al lado de los bolcheviques. No nos habíamos fusionado con
ellos debido a ciertos aspectos de la creatividad positiva de los bolcheviques
[comentario irónico de Soukhanov], o porque sus métodos de propaganda nos
revelaban la cara odiosa que pudiera venir del bolchevismo. Se trataba de una
fuerza elemental [stikhiya] pequeño-burguesa, desatada y anarquista que no pudo
ser eliminada del bolchevismo hasta que dejaron de seguirle las masas 24/.
El temor de la stikhiya, especialmente del
campesinado, constituía un aspecto importante de los mencheviques. Contribuye a
explicar el rechazo de la Revolución de Octubre por este partido así como su
insistencia para establecer una coalición con los liberales y, en caso de
fracaso, con el “resto de la democracia”, y en particular de la
intelectualidad.
Ahora bien, si la preocupación de la
intelectualidad de izquierdas sobre el carácter insuficiente del desarrollo de
la cultura política y de la consciencia de las masas populares tenía una base,
sin duda, cabe preguntarse cómo podía justificarse su decisión de mantenerse a
distancia de la lucha, en tanto en cuanto la revolución continuaba avanzando.
En las condiciones de una profunda polarización entre clases, la alternativa al
gobierno de los soviets que defendía la intelectualidad, -incluida la
intelectualidad de izquierdas- nunca fue clara, y menos para los trabajadores.
En realidad, no existía alternativa, si se excluye la derrota de la revolución.
De esta manera se expresaba un trabajador bolchevique en una conferencia de
delegados de los trabajadores de la Armada roja, en mayo de 1918: “Se nos acusa
de haber sembrado la guerra civil. Se trata de un grave error, cuando no una
mentira […] Nosotros no inventamos los intereses de clase. Se trata de una
cuestión que existe en la vida, un hecho, que todos debemos reconocer” 25/.
Esta es la razón por la cual, los trabajadores y campesinos, a pesar de las
enormes privaciones y de los excesos de la guerra civil, continuaron
sosteniendo el régimen de los soviets: por supuesto, unos de forma más activa
que otros.
La preocupación de Gorki, a propósito de las masas
incultas, políticamente no instruidas, era eminentemente sincera. Pero la
revolución iba avanzando con o sin la intelectualidad. Frente a esto, sería más
razonable tomar parte activa en ello para así facilitar el camino e intentar
reducir los excesos. Ciertamente, algunos intelectuales optaron por ello. Un
cierto Brik, -figura cultural en Petrogrado- escribía lo siguiente, a
principios de diciembre de 1917, en Novaïazhizn’:
“Para mi gran sorpresa, me encontré en la lista
electoral bolchevique para las elecciones de la Duma municipal. Yo no soy
bolchevique y me opongo a su política cultural. Pero no puedo permitir que las
cosas continúen así. Esto sería un desastre si se dejase a los trabajadores que
definieran la política. Por consiguiente voy a actuar, pero sin disciplina
[exterior]. Aquellos que rehúyan actuar y esperen que la contra-revolución
restaure la cultura están ciegos 26/.”
En diciembre de 1917, se formó un nuevo Sindicato
internacionalista de enseñantes, después de que algunos de estos decidieran
romper con el Sindicato pan-ruso de enseñantes por cuestionar la huelga [contra
el gobierno bolchevique]. La nueva organización declaró que resultaba
“inadmisible que las escuelas fueran utilizadas como arma política” y
efectuaron un llamamiento a los enseñantes para cooperar con el régimen con el
fin de crear una nueva escuela socialista 27/.
V. B. Stankevitch, miembro del Partido
socialista-popular (populista de derechas) y comisario militar en la época del
gobierno provisional, tomó una posición similar en una carta dirigida a sus
“amigos políticos”, redactada en febrero de 1918:
“De ahora en adelante, debemos comprender que las
fuerzas elementales del pueblo se sitúan al lado del nuevo gobierno. Se nos
abren dos vías: continuar la lucha implacable por el poder o adoptar una acción
pacífica, constructiva, de oposición leal […]”.
“¿Pueden pretender los antiguos partidos [del
gobierno provisional] que poseen la suficiente experiencia, asumir la gestión
del país, tarea que es cada vez más difícil? En substancia, no existe ningún
programa que pudiéramos oponer al de los bolcheviques. Y una lucha sin programa
no resulta más valiosa que las aventuras de los generales mexicanos. E incluso,
en el caso de que fuera posible elaborar un programa, debemos ante todo comprender
que nos faltan las fuerzas para llevarlo a cabo. Porque, para derrocar al
bolchevismo, no en la forma sino en los hechos, sería necesaria la unión de
todas las fuerzas: desde los socialistas revolucionarios a la extrema derecha.
E incluso, en ese caso, los bolcheviques serán los más fuertes […]”.
“Queda otra vía: la de un frente popular unificado,
un trabajo nacional unificado, una creación común […].¿Qué sucederá mañana?
¿Continuar la tentativa aventurera, en substancia sin objetivo y sin significado,
de arrancar el poder? ¡O trabajar con el pueblo para acometer una obra
realizable tendente a contribuir a la resolución de las dificultades a las
cuales debe hacer frente Rusia, unido en una lucha pacífica por principios
políticos fundamentales, para establecer los fundamentos verdaderamente
democráticos al gobierno del país! 28/”.
La cuestión central es que la posición adoptada por
la mayoría de la intelectualidad no parece estar de acuerdo con las razones que
ella avanzaba al respecto. Lo cual nos lleva a preguntarnos si no existen otras
razones. Parece que, en el fondo, la mayoría de la intelectualidad socialista
reveló no ser sino “la fracción más radical de la burguesía”, como lo señalaba
el diario SR de izquierda. Dado que la tarea de la revolución consistía en
derrocar la autocracia semi-feudal y establecer una democracia liberal, ellos
podían apoyar e incluso potenciar el movimiento popular. Pero, desde el momento
en que se evidenció –y fue lo mismo en el caso de la revolución de 1905- que en
las condiciones rusas la revolución se transformaría en una lucha contra la
misma burguesía así como contra el orden social burgués la intelectualidad de
izquierdas sintió que el suelo temblaba bajo sus pies.
Tuvieron la impresión que su posición en la sociedad
estaba amenazada. A pesar de todo, gozaban de ciertos privilegios, al menos en
términos de estatuto y de prestigio, e incluso a veces, de más ingresos y mayor
autonomía profesional. Estos privilegios, junto al miedo y a una auténtica
desconfianza hacia las masas “desmandadas” e “incultas”, les llevaban a
defender, si no el orden político, sí el orden social imperante (capitalista).
Con el tiempo, cabe caer en la tentación de afirmar
que la intelectualidad de izquierdas tenía razón. Después de todo, durante los
últimos años de su vida, uno de los principales temas de Lenin fue la urgente
necesidad de incrementar el nivel cultural de la gente. Este aspecto, y en
particular el de la cultura política del campesinado, que constituía la mayoría
de la población, fue un factor clave en el ascenso al poder de la burocracia,
bajo la dirección de Stalin. Resulta fundamental preguntarse si la posición
hostil que la intelectualidad adoptó contra la revolución de Octubre, no
contribuyó al mismo.
* David Mandel es Catedrático de Ciencias Políticas
en la Universidad de Quebec en Montreal. Esta contribución de David Mandel es
una versión revisada y aumentada en 2017 para una publicación brasileña de la
publicada en 1981 en el número 14 de la revista Critique, pp. 68-87, animada
por Hillel Ticktin. El artículo inicial ha sido revisado y aumentado para su
publicación en una revista brasileña, en 2017 (RUS. Revista de Literatura e
Cultura. En este tercer capítulo agrupamos los capítulos III y IV editados por
A l’encontre). Esta versión es la que ha servido para la traducción realizada
por Sébastien Abbet].
Notas
1/ Znamia truda, 8 de noviembre de 1917.
2/ Novaïa zhizn’, 4 de noviembre de 1917.
3/ Tsentral’nyi gosudarstvennyi arkhiv
Sankt-Peterburga, opis’ 9, fond 2, delo 11, list 45.
4/ Ibid.
5/ Znamia truda, 8 de noviembre de 1917.
6/ Ibid.
7/ La definición que dio Pitirim Sorokin, en
noviembre de 1917, de las “fuerzas creativas” de la sociedad – que opone a la
“seudo-democracia“– es llamativa: “ahora, deben llegar a la escena, de un lado,
la intelectualidad, la portadora de la inteligencia y de la conciencia y, del
otro, la auténtica [¡!] democracia, el movimiento de las cooperativas, las
dumas y zemstvos [gobiernos locales instaurados por el zar Alejandro II, nvs]
de Rusia y la aldea consciente [¡!]. Su tiempo ha llegado”(Volia naroda, 6 de
noviembre de 1917). La ausencia de los soldados y de los trabajadores es
manifiesta. Lo mismo que, por supuesto, de las aldeas “inconscientes”, los
campesinos que apoyaban a los SR de izquierda y los bolcheviques. Todas las
organizaciones citadas estaban todavía dominadas por los socialistas moderados
y los cadetes y no disponían de apoyo político masivo.
8/ Znamia truda, 17 de diciembre de 1917.
9/ Novaïa zhizn’, 12 de diciembre de 1917.
10/ N. I. Goutchkov, importante industrial ruso y
presidente de la cuarta Duma de Estado.
11/ Novaïazhizn’, 6 de diciembre 1917. Esto no era
del todo exacto. En 1905, la intelectualidad, organizada en el seno de la Unión
de uniones, participó en el movimiento huelguístico del otoño. Por primera y
última vez. No dió un apoyo activo a los inmensos movimientos huelguistas del
período 1912-1914 ni a los de 1915-16.
12/ L.H. Haimson, The Mensheviks, (Chicago: 1975),
pp. 102-103. Los mencheviques, en tanto que partido, reorientaron su posición
después de la revolución alemana de noviembre de 1918 y adoptaron una posición
de oposición leal al gobierno de los soviets.
13/ Radkey. op. cit., p. 469-470.
14/ Znamiabor’by, 21 de mayo de1918.
15/ Ia. A. Shuster, Peterburgski rabochie v
1905-1907 pp., (Leningrado: 1976), p. 166-168.
16/ “The Workers’ Movement after Lena,” en L. H.
Haimson, Russia’s Revolutionary Experience, N.Y., Columbia University Press,
2005, pp. 109-229.
17/ Novaïazhizn’, 27 enero 1918.
18/ La posición menchevique-internacionalista
consistía en que la base política del gobierno debía ser ampliada para incluir
a toda la “democracia”. Este término siempre fue vago y hacía referencia a las
capas medias de la sociedad, en particular a los intelectuales.
19/ Edificio en el interior del cual tenían lugar
reuniones populares y eventos culturales.
20/ I. Gordienko, Izboevovoproshlovo, (Moscú:
1957), p. 98-101.
21/ Hace referencia a la llegada de campesinos a
las fábricas de armamento, en expansión.
22/ Tit Titytch era el personaje de un rico
comerciante despótico en una obra de Alexandre Ostrovski (1823-1886).
23/ V.I. Lenin, Polnoe sobranie sochinenii, 5th
ed., (Moscú, 1962), vol. 34, 321-322. [¿Se mantendrán los bolcheviques en el
poder ?]
24/ Sukhanov, op. cit., vol. 6, p. 192.
25/ Pervaya konferentsiya rabochikh I
krasngvardveiskikh deputatov 1-go gorodksovo raiona, Petrogrado, 1918, p. 248.
26/ Novaïazhizn’, 5 diciembre de 1917.
27/ Ibid., 6, 9 y 13 diciembre de 1917. La novela
de Veresaev a que hace referencia la nota 37 muestra ejemplos de esta posición
así como de la segunda, adoptada por la mayoría de la intelectualidad de
izquierdas.
28/ I.V.
Orlov, “Dvaputiperednimi,” Istoricheskiiarkhiv, 1997, n° 4, pp. 77-80.
Fuente original: https://alencontre.org/
Fuente original: https://alencontre.org/
No hay comentarios:
Publicar un comentario