24/10/2017
| Eric Blanc
Durante casi un siglo, el ascenso del estalinismo
en Rusia ha ocultado el proyecto emancipatorio de la revolución de 1917.
Los críticos liberales y conservadores insisten en
que este giro de los acontecimientos —el surgimiento de una tiranía política y
social tras la revolución y la guerra civil— demuestra que cualquier intento de
superar el capitalismo solo conduce a una dictadura brutal. Según el
historiador Bruno Naarden, por ejemplo, los "desastrosos acontecimientos
tras 1917 mostrarían lo que ocurriría si cualquier Estado y sociedad se
condujeran sin la élite burguesa".
En vista del predominio de estas ideas, es una
tarea esencial para los revolucionarios marxistas ofrecer una explicación seria
de por qué se perdió la revolución rusa.
El potencial emancipador del poder obrero puede
apreciarse desde los primeros meses del gobierno soviético formado en octubre
de 1917, así como del Gobierno rojo formado poco después en Finlandia.
Millones de obreros, trabajadores rurales y
campesinos tomaron el poder en sus centros de trabajo, comunidades y del
Estado. Con el derrocamiento de las viejas autoridades, la participación masiva
en todas las facetas de la vida social se extendió a unos niveles sin
precedentes. Frente al sabotaje o la deserción de funcionarios públicos y
directivos capitalistas, el pueblo trabajador y los marxistas organizados
tuvieron que intervenir y hacerse cargo para cubrir el consiguiente vacío. La
autogestión de abajo a arriba se convirtió en la norma.
Tras Octubre, los bolcheviques y socialistas
radicales impulsaron la extensión de la revolución al resto de Rusia y al
extranjero. La Revolución de Octubre era, según ellos, la punta de lanza de la
revolución socialista mundial: sin la extensión internacional de la revolución,
decían, la revolución rusa estaba perdida.
Aunque los bolcheviques y sus aliados tuvieron un
gran éxito en la instauración del poder soviético a lo largo de la Rusia
central, sus éxitos en la periferia y más allá del Imperio ruso fueron mucho
más desiguales. En el verano de 1918, los gobierno soviéticos de Ucrania,
Letonia, Estonia y Bakú —junto con el Gobierno rojo finlandés— habían sido derrocados
por los esfuerzos combinados del Gobierno alemán, las burguesías locales y los
socialistas moderados.
Esta incapacidad de romper el cordón sanitario del
imperialismo en la periferia de Rusia facilitó que se desarrollara una guerra
civil prolongada y devastadora que tuvo lugar principalmente en las fronteras
del antiguo Imperio zarista.
En poco tiempo, el impulso de la revolución hacia
la democratización de la vida social y política fue revertido en el contexto de
la guerra civil, la intervención de numerosos poderes extranjeros —incluyendo
Estados Unidos— y el colapso económico. Debe tenerse en cuenta, también, que
los bolcheviques heredaron un país que estaba ya al borde de la desintegración.
Observando el cerco imperialista de Rusia, el
agravamiento del desastre económico y el sabotaje activo de los capitalistas y
la intelligentsia, en noviembre de 1917 los bolcheviques de Bakú
concluían que "ningún otro gobierno, en ningún lugar, ha tenido que
trabajar en unas condiciones tan complejas y difíciles".
A lo largo de 1918, también colapsó la industria.
Las conexiones entre la ciudad y el campo quedaron hechas añicos, el hambre, la
enfermedad y la desmoralización se extendieron como una plaga. Las condiciones
en el antiguo Imperio zarista se convirtieron en algo catastrófico, casi
imposible de describir, haciendo que incluso las crisis del periodo anterior
parecieran menores por comparación. La democracia obrera apenas podría
sobrevivir, menos aún florecer, en un contexto semejante.
Como ejemplo de una descripción contemporánea
honesta, consideremos la siguiente carta escrita en julio de 1918 por Yakov
Sheikman, un líder bolchevique de 27 años de Kazán, una ciudad industrial a
orillas del Volga con una fuerte influencia musulmana. Temiendo que pronto
moriría en la batalla, Sheikman escribe lo siguiente a su hijo pequeño,
explicando la trayectoria de la lucha por la que se juega la vida:
"Así que, querido Emi, estamos rodeados. Quizá
tenga que morir. El peligro nos acecha en todo momento. Por eso he decidido escribirte...
Te puedes imaginar lo difícil que ha sido todo [tras Octubre], puesto que,
simultáneamente, hemos tenido que construir, derribar y defendernos de nuestros
enemigos a los que no les faltaba un odio terrible contra nosotros. Todo el
país estaba inmerso en las llamas de la guerra civil...
"La burguesía y sus subordinados nos tienden
emboscadas. El sabotaje adopta formas increíbles y alcanza proporciones
colosales. La intelligentsia, que había apoyado a la burguesía sin
protestar, no quería servir a la clase obrera. Por si esto no fuera suficiente,
se unió en una alianza con la burguesía contra la clase obrera...
"La contrarrevolución golpeó dolorosamente a
la Rusia soviética. Pero el poder soviético rechazó los golpes que le caían de
todas partes y pronto estuvo a la ofensiva. Donde nuestros enemigos
prevalecían, no había piedad para nosotros. Pero tampoco nosotros mostramos
piedad".
En un contexto así, el proceso de democratización
político y social quedó rápidamente subordinado —desde abajo y desde arriba— a
los esfuerzos militares para derrotar a la contrarrevolución y a la lucha
desesperada por alimentar a las ciudades y al joven Ejército Rojo.
Todo se orientó hacia la supervivencia política
—resistir todo lo posible hasta que el surgimiento del poder obrero en
Occidente abriera nuevos horizontes políticos—. A lo largo del antiguo Imperio
zarista, la autogestión se hundió en el autoritarismo y la burocratización.
Observando esta dinámica, Sheikman lamentaba que "hay mucha miseria en los
oficiales soviéticos (no todos son así, por supuesto, pero sí muchos)".
Una comparativa en todo el Imperio arroja luz sobre
el peso de las desesperadas circunstancias sociales sobre la política.
Los que defienden la idea que el giro dictatorial
de la Revolución rusa fue debida al supuesto autoritarismo innato de las
políticas de Lenin y los bolcheviques tendrían que explicar por qué sus rivales
políticos —incluyendo liberales rusos y no rusos, nacionalistas, socialistas
moderados y anarquistas— recurrieron igualmente a métodos antidemocráticos
cuando afrontaron las condiciones de la guerra civil y amenazas políticas
similares a su gobierno.
En su reciente estudio sobre el socialismo
libertario en Rusia, el historiador ruso Vladímir Sapon concluye que la derrota
de la democracia soviética estuvo determinada ante todo por el catastrófico
contexto objetivo de finales de 1918:
"Esta idea la confirma el hecho de que en las
áreas donde los anarquistas y neopopulistas de izquierda consolidaron su
hegemonía política en el período del primer gobierno soviético, estaban no
menos inclinados hacia la dictadura de partido que los bolcheviques a nivel de
toda Rusia".
La experiencia del breve Gobierno rojo finlandés
fue similar. Los líderes socialistas de Finlandia siguieron vinculados
incuestionablemente al tradicional apoyo del marxismo ortodoxo al
parlamentarismo, el sufragio universal y la libertad política.
Como ocurrió durante las primeras semanas del poder
soviético en Rusia central, el Gobierno rojo finlandés evitó al principio los
métodos dictatoriales y tuvo una actitud magnánima hacia sus rivales políticos.
Seria difícil encontrar una constitución más democrática que la adoptada por
los marxistas finlandeses tras asumir el poder en enero de 1918.
Pero aunque los socialistas finlandeses siguieron
defendiendo su teoría y objetivos democráticos, la dinámica de una guerra civil
brutal —y una contrarrevolución despiadada— les obligó a recurrir a prácticas
autoritarias.
El primer paso en esta dirección fue el de
clausurar y prohibir la prensa no socialista a principios de febrero. Poco
después, se prohibieron también los periódicos obreros moderados que no habían
apoyado la insurrección de enero y el nuevo Gobierno rojo.
A diferencia de la Rusia soviética, el Gobierno
rojo finlandés fue un Estado de partido único desde el principio hasta el
final, puesto que el resto de partidos finlandeses se negaron a reconocer su
legitimidad. Aunque el número de víctimas palidecen comparadas con las de los
blancos, se desató un violento Terror Rojo contra la burguesía y los
contrarrevolucionarios, acabando con 1 500 vidas.
En el espacio de tiempo de unos pocos meses, el
nuevo gobierno se empezaba a parecer cada vez más a una dictadura militar. El 10
de abril, en un desesperado último intento de contrarrestar las recientes
derrotas militares, el Gobierno rojo se reorganizó bajo un mando militar
hípercentralizado en el que se le dio al líder socialista Kullervo Manner una
autoridad dictatorial personal. La prensa socialista finlandesa afirmaba:
"La guerra es la guerra y tiene sus propias leyes y necesidades que no
coinciden con las necesidades de la humanidad".
A pesar de la evolución cada vez más autoritaria de
los regímenes dirigidos por radicales por todo el antiguo Imperio zarista,
tiene poco sentido igualar a los bandos contendientes en la guerra civil. Los
métodos dictatoriales podían estar, y estaban, dirigidos a preservar o derrocar
órdenes sociales antagónicos.
Sin embargo, al señalar la influencia decisiva del
contexto objetivo en el ascenso de un militarismo autoritario en todos los
bandos de los sangrientos conflictos de este período, no quiere decir que se
niegue que los bolcheviques y los socialistas finlandeses tomaron decisiones
cuestionables después de 1917.
Una no menor fue la tendencia de los bolcheviques a
racionalizar teóricamente muchos de las medidas dictatoriales ad hoc
obligadas en el contexto de la guerra civil. Aunque este método de codificación
ideológica puede haber sido útil para ganar las batallas de aquel momento, le
hizo sin duda mucho más difícil políticamente a los líderes y cuadros del
partidos desafiar de forma eficaz a la burocracia tras el fin de la guerra
civil en 1921.
Sería erróneo exagerar las posibilidades de democratización
en 1921, puesto que para entonces la burocratización del partido y del Estado
estaban ya profundamente avanzadas. Además la alienación creciente del régimen
político y de los bolcheviques respecto de amplios sectores de la población
—que incluiría también a gran parte de la clase obrera— durante la guerra civil
dejaba para entonces muy poco espacio a una democracia soviética en una Rusia
aislada.
¿Era posible otro camino? Como en los años previos,
la suerte de la revolución rusa dependía de forma crucial dela revolución
internacional.
Como habían predicho los bolcheviques desde el
estallido de la I Guerra Mundial en 1914, una ola revolucionaria recorrió
realmente Europa y el mundo en respuesta a la Revolución Rusa.
El Estado Mayor alemán lamentaba que "la
influencia de la propaganda bolchevique entre las masas es enorme". Al
otro lado del globo, el revolucionario mexicano, Ricardo Flores Magón, exclamó
en marzo de 1918 que la ruptura anticapitalista en Rusia "tiene que
provocar, quiéranlo o no lo quieran los engreídos con el sistema actual de
explotación y de crimen, la gran revolución mundial que ya está llamando a las
puertas de todos los pueblos".
En muchos países, el capitalismo se tambaleaba y
estuvo al borde del abismo hasta 1923. Aunque hoy se asume normalmente que la
orientación de los bolcheviques hacia la revolución mundial era utópica, el
estallido de posguerra amenazó realmente con derrocar el orden
internacional burgués.
Por ejemplo, la reciente monografía de Brian Porter
sobre Polonia, a diferencia de la mayoría de trabajos académicos, cuenta con
exactitud la profundidad del desafío anticapitalista:
"Las viejas normas políticas, sociales y
económicas quedaron descreditadas y destruidas. Hoy llamamos a lo ocurrido en
1917 “la Revolución Rusa”, pero en aquel momento parecía haber una posibilidad
real de que pudiera ser la revolución, el momento de destrucción
creativa que derrocaría los viejas centros de poder e introduciría un orden
mundial totalmente nuevo».
La radicalización política, las huelgas y motines
barrieron país tras país en Europa y en el mundo colonial. Las revoluciones de
obreros y soldados derrocaron los viejos regímenes en Alemania y Austria en
noviembre de 1918. Poco después, los marxistas radicales asumieron brevemente el
poder en Persia, Bavaria y Hungría. Los obreros revolucionarios y socialistas
estuvieron peligrosamente cerca de derrocar el gobierno capitalista en Polonia
(1918-19), Austria (1919), Italia (1919-20), Alemania (1918-23) y en otros
países.
El hecho de que el capitalismo sobreviviera al
final a esta ofensiva revolucionaria no era inevitable. La clase obrera no
carecía de voluntad de transformar radicalmente la sociedad.
Pero estas aspiraciones quedaron bloqueadas, por
encima de todo, por las direcciones de los socialistas moderados: cuando los
obreros entraron en acción, las burocracias socialdemócratas y sindicales
trataron de restaurar el orden a cualquier precio. No carecía de fundamento las
declaraciones del líder bolchevique Grigori Zinóviev en 1920: "Mirad al
resto del mundo. ¿Quién está salvando a la burguesía? ¡Los llamados
socialdemócratas!"
Aunque los primeros comunistas cometieron
ciertamente errores importantes que lastraron su capacidad de vencer a las
fuerzas del reformismo oficial, la culpa de la derrota de la ola revolucionaria
de 1918-1923 debe dirigirse, primero y ante todo, hacia aquellos líderes del
movimiento obrero que apuntalaron y respaldaron de forma activa a sus Estados
capitalistas tras la guerra.
Por citar al ala izquierda del Partido Socialista
de Polonia: "se llaman socialistas y en realidad toda su actividad está
dirigida contra el socialismo". A finales de 1923, los líderes socialistas
defensores del colaboracionismo de clase habían desactivado efectivamente la
conflagración revolucionaria europea en Alemania y por toda Europa.
Los indiscutibles esfuerzos de los moderados para
frenar el impulso de la clase obrera hacia una ruptura anticapitalista aislaron
al sitiado gobierno obrero y campesino en Rusia.
Este resultado, sin embargo, no estaba
predeterminado. País tras país, los radicales estuvieron cerca de superar a los
moderados y liderar a los trabajadores al poder. Teniendo en cuenta el muy
frágil control del poder que tenía la burguesía, muchas decisiones, acciones y
desarrollos políticos, posibles pero no realizadas, podrían haber sido
suficientes para haber llevado la historia mundial por un camino muy distinto
tras 1917.
Aprendiendo las lecciones de esta historia
inspiradora y trágica, los revolucionarios socialistas podrán prepararse mejor
para las importante luchas del futuro.
12/10/2017
Traducción: viento sur
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