06/10/2017
Opinión
“Por la noche di una pequeña
charla sobre el significado del 26 de Julio; rebelión contra las oligarquías y
contra los dogmas revolucionarios.”
“El socialismo económico sin
moral comunista no me interesa. Luchamos contra la miseria, pero al mismo
tiempo luchamos contra la alienación.”
Las dos citas del epígrafe que preceden este
trabajo resumen admirablemente el pensamiento del Che. La primera está
contenida en su célebre Diario redactado durante la campaña
guerrillera en Bolivia. La segunda en una entrevista que le hiciera Jean Daniel
en Argelia. Ambas delimitan los contornos de su proyecto político integral,
irreductible a las estériles fórmulas del marxismo soviético imperante en
aquellos tiempos y a la redefinición en clave economicista de la gigantesca
empresa de construir un hombre y una mujer nuevos. Es necesario recordar estos
planteamientos en vísperas del quincuagésimo aniversario del asesinato del Che
en Bolivia. Las circunstancias del crimen son archiconocidas y no tiene sentido
reiterar aquí lo que es por todos sabido. Nomás basta con recordar que caído en
combate, el día anterior, las heridas del Che no ponían en riesgo su vida. Pero
la orden emanada de la CIA fue terminante: “mátenlo y desaparézcanlo.” Que no
haya un santuario donde descansen sus restos y se convierta en un lugar de
peregrinación para sus seguidores de todo el mundo. “Que siga la suerte de
Patrice Lumumba”, habrán pensado sus asesinos. El asesinato del comunista
congoleño fue aún más vil y canallesco que el del Che. A éste lo mataron de un
balazo, uno sólo, disparado a quemarropa. Al africano lo acribillaron a
balazos, lo enterraron en un lugar secreto y, poco después, dos oficiales de la
policía belga, expertos en esta clase de crímenes, exhumaron el cadáver, lo
cortaron en trozos y lo sumergieron en ácido sulfúrico para disolver sus restos
y eliminar cualquier posibilidad de encontrarlos. La obsesión del imperio y sus
aliados, en el caso de Lumumba los británicos y los belgas, era no sólo matar
sino hacer olvidar. La misma obcecación perturbaba el sueño de los estadounidenses
cuando capturaron al guerrillero heroico. El plan funcionó con el congoleño,
pero fracasó por completo con el Che. Aún desaparecido su presencia se tornó
cada día más gravitante y el guerrillero heroico se convirtió en un ícono
revolucionario mundial, una bandera de todas las luchas en cualquier lugar del
planeta. Allí donde un explotado o un oprimido se levanta contra una injusticia
la imagen del Che -inmortalizada en aquella fenomenal fotografía captada por
Alberto Díaz (Korda)- se convierte de inmediato en el símbolo universal de la
lucha, en bandera de combate contra toda forma de opresión. Treinta años
después de su asesinato los restos del Che aparecieron en una fosa común en
Valle Grande de donde fueron enviados de regreso a Cuba y hoy descansan para
siempre en Santa Clara, la ciudad en donde libró y ganó la decisiva batalla que
abriría de par en par las puertas para el triunfo de la Revolución Cubana.
Decíamos que los trazos principales de su biografía
son de sobra conocidos.1
Baste con decir que si bien el Che provenía de una familia y un ambiente social
progresista, claramente identificado con los republicanos durante la Guerra
Civil española y por ello netamente antifascista, su proceso de formación
ideológica tuvo un vuelco decisivo con la constatación in situ de la
lacerante situación de las clases populares durante sus dos viajes por América
Latina en los cuales Bolivia fue una necesaria estación de su odisea
continental. Dueño de una curiosidad inagotable y de una inmensa capacidad de
trabajo, sus numerosas lecturas fueron dando forma a una cosmovisión
revolucionaria que la asumiría íntegramente (y la profundizaría) el resto de su
vida.2
El Che: teórico de la práctica, práctico de la
teoría
Cabe preguntarse, en tiempos dominados por el
eclecticismo posmoderno y la desilusión con la política y la democracia
burguesas, ¿qué es lo que queda del mensaje del Che para las actuales
generaciones? Muchas cosas, por supuesto. Por algo sigue siendo fuente de
inspiración para los luchadores sociales de todo el mundo. Queda su
inquebrantable coherencia, la inescindible unidad entre teoría, pensamiento y
práctica que rigió toda su vida; su absoluta convicción de que este mundo es
inviable y que sólo una revolución a escala planetaria podrá salvarlo de la
némesis que lo lleva a su autodestrucción. Suficiente para comprobar la
excepcional actualidad del Che y la vigencia de sus enseñanzas, de sus
escritos, sus discursos, su ejemplo.
En esta ocasión quisiera adentrarme un poco más en
su legado teórico forjado, como decíamos más arriba, por su práctica política
que arranca con sus dos viajes por Latinoamérica donde establece su primer
contacto orgánico con el marxismo a través de un médico sanitarista peruano, el
doctor Hugo Pesce Pescetto, especialista en el tratamiento de la lepra. Pesce
había sido, junto a José Carlos Mariátegui, co-fundador del Partido Socialista
Peruano y a la sazón era uno de los máximos dirigentes del Partido Comunista
del Perú. El Che lo conoce en su primer viaje cuando arriba a Lima, en Mayo de
1952, y es a partir de ese diálogo que se profundiza su conocimiento del marxismo.
Esto lo reconoce el Che quien, años después, al enviarle de obsequio un
ejemplar de “La Guerra de Guerrillas.” escribe en su dedicatoria lo siguiente:
«Al Doctor Hugo Pesce, que
provocara, sin saberlo quizás, un gran cambio en mi actitud frente a la vida y
la sociedad, con el entusiasmo aventurero de siempre pero encaminado a fines
más armoniosos con la necesidades de América.»
Y firma, “Faternalmente, Che Guevara.”
Su vínculo con Hilda Gadea, peruana radicada por
entonces (año 1953) en Guatemala profundiza su familiarización con los clásicos
del marxismo. Los dramáticos acontecimientos que tienen lugar en 1954 en ese
país: la invasión organizada por la CIA al mando del coronel Castillo Armas y
el derrocamiento de Jacobo Arbenz habrían de completar con las duras lecciones
de la praxis el proceso formativo del joven médico argentino. La continuación
de su viaje hacia Ciudad de México, luego del afortunado encuentro en Guatemala
con el “moncadista” cubano Antonio “Ñico” López (que sería quien rebautizaría a
Guevara con el “Che” que lo haría célebre) lo pone en contacto primero con Raúl
Castro Ruz y luego con su hermano, Fidel. Tal como lo cuenta el mismo Guevara,
bastó una noche de conversación con el Comandante para que se convirtiera el
médico de los expedicionarios del Granma y sin atisbarlo, iniciara el camino
que lo transformaría en el más famoso guerrillero del mundo. En sus propias
palabras, según una confesión que le hiciera a Jorge Masetti y que la
reprodujera en una carta que enviara a sus padres desde México: “Charlé con
Fidel toda una noche. Y al amanecer ya era el médico de la futura expedición”.
La admiración que se prodigaban recíprocamente era extraordinaria, y se hizo
patente en esa larga conversación de diez horas a mediados de Julio de 1955 en
Ciudad de México. El Che percibió rápidamente que Castro era “un hombre
extraordinario. … Tenía una fe excepcional en que una vez que saliera hacia
Cuba, iba a llegar. Que una vez llegado iba a pelear. Y que peleando, iba a
ganar. Compartí su optimismo. Había que hacer, que luchar, que concretar. Que
dejar de llorar, y pelear”.
En las páginas que siguen echaremos un vistazo a
una de las facetas menos conocidas -o, tal vez, la más olvidada- de este
personaje extraordinario. Su condición de recreador del pensamiento marxista en
clave latinoamericana. Desconocimiento u olvido explicable por la celebridad
adquirida como “el guerrillero heroico”, por la productividad de su praxis
histórica que, lógicamente, eclipsa todas las demás. Valiente hasta el punto de
llegar a la temeridad, como lo reconocería Fidel, y a la vez noble y generoso
como pocos con sus vencidos, el Che guerrillero ejerce tal fascinación que
desplaza hacia las sombras al fecundo teórico marxista. Este extraño
combatiente, este hombre de acción, luchaba con las armas en la mano mientras
cargaba en su mochila las poesías de León Felipe y Pablo Neruda. En sus
campamentos en la selva boliviana había más de un centenar de libros, muchos de
los cuales eran verdaderas joyas del pensamiento social universal. No fue
entonces casualidad su capacidad para recibir críticamente algunas de las
categorías del marxismo soviético y para someter a implacable crítica la
grotesca deformación que éste había sufrido a manos de la Academia de Ciencias
de la URSS y sus insoportables manuales de “marxismo-leninismo”.3
Hay un sugestivo paralelo entre Gramsci y el Che: ambos repudiaron las
codificaciones “escolásticas” del marxismo, sean éstas de la Segunda o la
Tercera Internacional. Gramsci, burlándose de la interpretación canónica de El
Capital instaurada por la Segunda Internacional. Lo hace en su breve
escrito a propósito del estallido de la Revolución Rusa, “La revolución contra
El Capital”. El Che, haciendo lo propio con los manuales soviéticos que también
decretaban la imposibilidad de la revolución en los países atrasados.
Tanto uno como el otro libraron una batalla sin
cuartel contra el “economicismo” décadas antes de que algunos intelectuales,
arrepentidos de sus pecados juveniles, renacieran como infecundos posmarxistas
y “descubrieran” el determinismo economicista que, según ellos, condenaba
irremisiblemente la teoría marxista al cementerio de las ideas. Carentes del
talento y la audacia intelectual que les sobraban a Gramsci y el Che, se
rindieron ante las caricaturas del marxismo y en lugar de repensarlo
creativamente arriaron sus banderas, borraron su propia historia y su identidad
y optaron por adherir a la ideología del nuevo bloque dominante o, en el mejor
de los casos, por un estéril eclecticismo.
Heredero de una noble tradición, de la cual José
Carlos Mariátegui fue el gran precursor, el Che concebía al marxismo en
sintonía con la Tesis Onceava de Marx: en vez de interpretar el mundo, de lo
que se trata es de cambiarlo. Como Lenin, creía que “el marxismo no era un
dogma sino una guía para la acción”. Por eso, si la teoría se daba de bruces
con la realidad aquélla debía ser meticulosamente revisada. Si el eurocentrismo
del marxismo originario no le hacía lugar a la revolución socialista en la
periferia había que liberarlo de esos condicionamientos y, sin tirar al niño
junto con el agua sucia de la bañera, recrear la teoría para dar cuenta del inédito
desafío práctico que no había sido previsto por los padres fundadores. Y si los
“manuales” soviéticos postulaban una visión etapista y mecanicista según la
cual no podía haber revolución socialista sin que antes hubiera una revolución
democrático-burguesa liderada por la burguesía nacional, lo que había que hacer
era arrojar esos textos por la borda y repensar todo de nuevo. En esta
operación el Che demostró, al igual que los grandes clásicos del pensamiento
marxista, que la teoría no es un edificio acabado sino una obra en construcción
y, por lo tanto, en permanente revisión y reconstrucción. Demostró también que
el abandono de ciertas proposiciones (y sus correlatos político-prácticos) y su
reemplazo por otras puede hacerse sin necesariamente menoscabar el argumento
central del marxismo; la teoría de la plusvalía como la viga maestra que revela
el carácter insanablemente injusto, explotador y predatorio del capitalismo. Y
que el proyecto socialista trasciende el marco económico o el productivismo:
que de lo que se trata es de crear un hombre y una mujer nuevos, una nueva
cultura, una democracia participativa integral, una nueva economía, un
internacionalismo concreto y eficaz, basado en la solidaridad efectiva y el
altruismo. Todo esto requiere de un sustento material; pero si en este todavía
sobreviven los elementos constitutivos del capitalismo el proyecto socialista
habrá muerto antes de nacer.
El legado teórico del Che es inmenso y la tarea de
recuperarlo está lejos de haber sido realizada. Sus pesimistas apreciaciones
sobre la escena internacional de su tiempo, dominada por la doctrina de la
“coexistencia pacífica” proclamada por la URSS, fueron proféticas. La “guerra
de las galaxias” de Reagan y la ofensiva final de George Bush (padre)
terminaron destruyendo a la Unión Soviética y evidenciando el yerro de aquella
doctrina; su visión de que no se puede construir el socialismo “con la ayuda de
las armas melladas que nos legara el capitalismo” es irrebatible a la luz de la
experiencia. Su premonición de que la URSS ya había iniciado el retorno hacia
el capitalismo, formulada a mediados de los sesentas, revela el incisivo
carácter de su mirada. Además, sus análisis sobre la naturaleza incorregible y
brutal del imperialismo fueron corroborados sin solución de continuidad. Así lo
prueban las atrocidades perpetradas en Hiroshima y Nagasaki pasando por los
horrores perpetrados durante once años en la Guerra de Vietnam, los “bombardeos
humanitarios” de Bill Clinton en los Balcanes, el criminal bloqueo primero y la
destrucción después de Irak, el posterio saqueo y destrucción de Libia -con
linchamiento de Muammar el Gadafi incluido- el brutal ataque a Siria, la
“invención” del ISIS y, entre nosotros, su no menos criminal ofensiva lanzada
contra la Revolución Cubana desde sus inicios y, posteriormente, contra cuanto
gobierno haya tenido la pretensión de luchar por la autodeterminación nacional
y la justicia social. La brutal escalada violenta lanzada contra la Revolución
Bolivariana en Venezuela es apenas el último eslabón de una siniestra cadena de
crímenes. Por esto, y por muchas otras razones, a cincuenta años de su
asesinato el Che es nuestro contemporáneo y sigue siendo permanente fuente de
inspiración.
Crítica de la Economía Política del capitalismo y
del socialismo
El Che fue un implacable crítico del capitalismo
como sistema, y de los diversos proyectos que en Nuestra América trataron de
presentarlo con un rostro amable y progresista. En ese sentido sobresalen las
reflexiones volcadas en el brillante discurso que pronunciara el 8 de Agosto de
1961 en la Conferencia del Consejo Interamericano Económico y Social de la OEA
celebrada en Punta del Este.4 La
reunión había sido impulsada por la Administración Kennedy con dos objetivos:
organizar el “cordón sanitario” para aislar a Cuba y lanzar con bombos y
platillos la Alianza para el Progreso (ALPRO), como alternativa a los ya
inocultables éxitos de la Revolución Cubana. En el tramposo marco de esa
conferencia el Che no sólo refutó las calumnias lanzadas por el representante
de Washington, Douglas Dillon y sus lenguaraces latinoamericanos, sino que
también hizo gala de su notable ironía para dejar en ridículo a quienes
proponían como panacea universal para América Latina a la ALPRO, la “mal
nacida”, como la fulminara en su obra el inolvidable Gregorio Selser.5
Anticipándose a una crítica que posteriormente adquiriría generalizada
aceptación el Che dirigió sus dardos en contra de los proyectos de desarrollo
pergeñados por la tecnocracia internacional del Banco Interamericano de
Desarrollo, el Banco Mundial o el FMI, obra de “técnicos muy sesudos” -decía,
mientras su rostro se iluminaba con una sarcástica sonrisa- para los cuales
mejorar las condiciones sanitarias de la región no solo era un fin en sí mismo
sino un requisito previo de cualquier programa de desarrollo. Guevara observó
que, en línea con esa premisa, de 120 millones de dólares en préstamos
desembolsados por el BID la tercera parte correspondía a acueductos y
alcantarillados.
Y añadía que “Me da la impresión de que se está
pensando en hacer de la letrina una cosa fundamental. Eso mejora las condiciones
sociales del pobre indio, del pobre negro, del pobre individuo que yace en una
condición subhumana; ‘vamos a hacerle letrinas y entonces, después que le
hagamos letrinas, y después que su educación le haya permitido mantenerla
limpia, entonces podrá gozar de los beneficios de la producción.’ Porque es de
hacer notar, señores delegados, que el tema de la industrialización no figura
en el análisis de los señores técnicos (entre los cuales figuraba con
prominencia Felipe Pazos, economista cubano que había buscado “refugio” en
Estados Unidos ni bien triunfara la revolución). Para los señores técnicos,
planificar es planificar la letrina. Lo demás, ¡quién sabe cuándo se hará!” Y
remataba su ironía diciendo que “lamentaré profundamente, en nombre de la delegación
cubana, haber perdido los servicios de un técnico tan eficiente como el que
dirigió este primer grupo, el doctor Felipe Pazos. Con su inteligencia y su
capacidad de trabajo, y nuestra actividad revolucionaria, en dos años Cuba
sería el paraíso de la letrina, aun cuando no tuviéramos ni una de las 250
fábricas que estamos empezando a construir, aun cuando no hubiéramos hecho
Reforma Agraria.”6
Al exponer las falacias de la ALPRO, mismas que con
diferentes imágenes hoy sostienen los ideólogos del neoliberalismo y del libre
cambio, el Che atacó también la pretensión de los economistas que presentan sus
planteamientos políticos como si fueran meras opciones técnicas. La economía y
la política, decía, “siempre van juntas. Por eso no puede haber técnicos que
hablen de técnicas, cuando está de por medio el destino de los pueblos.” Al
insistir en la inherente politicidad de la vida económica el Che subrayaba una
verdad que la ideología dominante ha ocultado desde siempre, haciendo que las
opciones de política económica que deciden quién gana y quién pierde, quién se
empobrece y quién se enriquece, aparezcan como meros resultados de inexorables
ecuaciones matemáticas, “objetivas”, incontaminadas por el barro de la
política. Si hoy en la Argentina o Brasil, como en Estados Unidos o Europa,
crecientes sectores de la población son arrojados al desempleo o por debajo de
la línea de la pobreza mientras que la rentabilidad de las grandes empresas y
los salarios de sus máximos ejecutivos se miden en millones de dólares esto no
puede ser adjudicado a ningún factor político sino que es el gélido corolario
de un juicio estrictamente técnico. Si el ajuste neoliberal empobrece a los
pobres y enriquece a los ricos no es porque se haya tomado una decisión
política en contra de los primeros sino porque así lo dicta un argumento
técnico, optimizador de los equilibrios macroeconómicos requeridos para el
crecimiento de la economía. Sólo un espíritu estrecho podría pensar que una tal
decisión refleja las prioridades de una clase dominante interesada en promover
ese resultado y para la cual es preferible salvar a los bancos antes que salvar
a los pobres. Guevara destruyó implacablemente estos argumentos, predecesores
de los actuales que hoy resurgen con fuerza en la Argentina de Mauricio Macri y
en el Brasil de Michel Temer en donde las ideas que el Che combatió con
enjundia en Punta del Este reviven bajo nuevos ropajes pero con las mismas
intenciones.
Pero más allá de su crítica a estos proyectos
ensayados en Nuestra América el Che sometió al escalpelo de su incisiva
inteligencia la burda codificación de la teoría económica de Marx realizada por
la Academia de Ciencias de la Unión Soviética y que se plasmó en un “Manual”
que, como observara el economista cubano Osvaldo Martínez, se convirtió en los
años sesenta en una especie de “Biblia económica” que en la práctica, sustituía
a El Capital . Ese “ladrillo soviético” planteaba lo que según
sus autores era nada menos que la economía política de la transición al
socialismo y perfilaba, en grandes rasgos, los contornos del socialismo
desarrollado.7 Huelga
decir que dicho texto no era otra cosa que la exaltación del proceso único e
irrepetible seguido por la experiencia de la Unión Soviética durante el
estalinismo, elevado a la categoría de “modelo” de ineludible implementación
por todos los países que iniciaran el escabroso sendero de la revolución
socialista. El Che se impuso la tarea de examinar los problemas, falencias y
desviaciones de la experiencia soviética –que pasaban inadvertidos para la
mayoría de los observadores y militantes- con el “mayor rigor científico
posible” y con “la máxima honestidad”. Agregaríamos que, también, con la máxima
discreción. Sus críticas a la Unión Soviética, sobre todo a su modelo económico
y a la teoría de la “coexistencia pacífica”, eran bien conocidas y compartidas in
pectore por Fidel y buena parte de la dirigencia del Partido. Pero Fidel,
en cuanto Jefe de Estado, no podía decir lo que, una vez desvinculado de sus
cargos formales en Cuba –en el Partido, en las fuerzas armadas revolucionarias,
en el aparato estatal- el Che podía ya decir sin impedimentos. La Cuba
bloqueada y agredida, sometida a atentados permanentes y a una ofensiva
diplomática, política y mediática brutal tenía demasiados enemigos y no podía
darse el lujo de criticar abiertamente a los pocos amigos con los que contaba
en este mundo. La URSS lo era, más por razones de conveniencia geopolítica para
Moscú que por una genuina identificación con la Revolución Cubana, y hubiera
sido un gesto de enorme irresponsabilidad que Fidel, como Jefe de Estado, diera
a conocer públicamente su concordancia con las críticas del Che.8
Es preciso reconocer la coherencia de la actitud
del Che y la responsabilidad con que manejó sus críticas porque para ese
entonces la URSS era la aliada estratégica –casi diríamos que única- de Cuba y
lo último que quería era deteriorar con sus críticas las relaciones de
cooperación económica que existía entre ambos países.9
Además, tampoco quería llevar agua al molino del imperialismo con sus críticas
al modelo soviético, a diferencia de tantos “izquierdistas de cafetín”, como
dice Álvaro García Linera, que en su afán de criticar los procesos
emancipatorios en curso en América Latina no dudan un instante en asumir como
propias las críticas del imperialismo a aquellas experiencias. Un ejemplo: la
absoluta irresponsabilidad con que “infantoizquierdistas” como los trotskistas,
autonomistas y anarquistas cantan a coro que “Maduro es una dictadura”, para
beneplácito de “la embajada” y la prensa canalla de Argentina y toda América
Latina.
Con certera mirada el Che dice algo que es válido,
según mi parecer, al día de hoy, a saber: que “la investigación marxista en el
campo de la economía está marchando por peligrosos derroteros. Al dogmatismo
intransigente de la época de Stalin ha sucedido un pragmatismo inconsistente.”10
En línea con esta capacidad de análisis el Che pronostica, precozmente, “que
los cambios producidos a raíz de la Nueva Política Económica (NEP) han calado
tan hondo en la vida de la URSS que han marcado con su signo toda esta etapa …
(por lo cual) se está regresando al capitalismo”. Tal como ocurriera en otros
ámbitos de la vida social y política de la URSS lo que al principió surgió como
una imperiosa necesidad, la NEP, poco después se convirtió en virtud y en
modelo a emular. Como observa con razón Osvaldo Martínez, de la reflexión
guevariana “se desprende la falsedad del mito manualesco sobre la
irreversibilidad del socialismo una vez establecido, y la suprema lección de
que es en la conciencia y no en el estímulo material de los humanos donde el
socialismo puede hacerse irreversible, si esa conciencia se educa y se alimenta
con valores de solidaridad.” Tal como él lo estableciera en numerosas
ocasiones, la divulgación de esta cosmovisión socialista choca contra cinco
siglos en los cuales el capitalismo socializó a la población en sus propios
valores individualistas, egoístas, consumistas, y cambiar esa conciencia no es
tarea sencilla. “El capitalismo recurre a la fuerza” -dice el Che- pero además
educa a la gente en el sistema” ¡y lo viene haciendo desde hace quinientos
años!
Producto del economicismo que inficionaba al modelo
soviético esa tarea refundacional en materia educativa y cultural, esa “batalla
de ideas”, no se pudo hacer en la URSS y, más cercana a nuestra experiencia,
tampoco se llevó a cabo en las experiencias emancipatorias o “progresistas” de
América Latina a partir de finales del siglo pasado. Frei Betto lo sintetizó
magistralmente cuando dijo que por más que aquellas hubieran obtenido
significativos logros en la reducción de la pobreza y en otras materias
–derechos humanos, democratización de los medios de comunicación, igualdad de
género, etcétera- se fracasó en la tarea de crear una nueva cultura y construir
ciudadanos. Lo que se construyó fueron consumistas, y ese es uno de los talones
de Aquiles de todos estos procesos, sin excepción. Consumistas que, en el plano
político, se fueron inclinando progresivamente hacia la derecha en las
recientes elecciones. Porque, la historia lo enseña una y otra vez, la otra
cara de la ideología del consumismo es el conservadurismo político.
El imperialismo y las contradicciones del sistema
internacional
Medio siglo después, los análisis del Che lo pintan
como un personaje dotado de una clarividencia fuera de lo común. Imposible
enumerar en estas pocas líneas tanta sabiduría condensada. En su “Mensaje a los
pueblos del mundo a través de la Tricontinental” el Che realiza un par de
significativos aportes para la comprensión del mundo actual.11
Entre otras brillantes iluminaciones esa que sostiene que en Nuestra América la
sumisión de las clases dominantes a los dictados del imperialismo nos impide
hablar de “burguesías nacionales”. En Latinoamérica, esas clases carecen por
completo de capacidad (o voluntad) de oponerse a los designios de Estados
Unidos y están resignadas a funcionar como “su furgón de cola” de los
imperialistas. Por eso propone hablar más bien de “burguesías autóctonas”
porque eso de “nacionales” les queda grande y no se ajusta a su insignificante
capacidad de librar una lucha por la autodeterminación nacional.
Según su análisis “América constituye un conjunto
más o menos homogéneo y en la casi totalidad de su territorio los capitales
monopolistas norteamericanos mantienen una primacía absoluta. Los gobiernos
títeres o, en el mejor de los casos, débiles y medrosos, no pueden imponerse a
las órdenes del amo yanqui.” Es obvio que medio siglo más tarde esta
caracterización debería matizarse porque otros capitales –europeos, chinos,
japoneses, coreanos, canadienses, etcétera- han penetrado en algunos casos muy
profundamente en las economías de la región. Pero pocas dudas caben de que la
voz cantante la llevan los norteamericanos, y esto por una simple razón: porque
cuentan detrás suyo con el respaldo del único “gendarme mundial” del
capitalismo. Tal como lo demuestran Leo Panitch y Sam Gindin en numerosos
trabajos, en el complejo entramado del condominio imperialista global hay un “primus
inter pares” y este es precisamente Estados Unidos.12
Su formidable capacidad militar (aproximadamente la mitad del total del gasto
bélico mundial), sus mil y tantas bases militares establecidas en todos los
rincones del planeta, sus múltiples instituciones “interamericanas” de carácter
militar, político, económico o cultural que amarran con fuerza a los países de
la región le otorgan un peso decisivo, sobre todo en Latinoamérica que, a ojos de
Fidel y el Che, constituye la reserva estratégica del imperio.
Y es por eso que en esta parte del mundo el Che no
ve demasiadas alternativas. En sus propias palabras: “No hay más cambios que
hacer; o revolución socialista o caricatura de revolución.” El paso del tiempo
permite apreciar con más elementos esta disyuntiva radical del guerrillero
heroico. Por cierto que no hubo ninguna revolución socialista después de la
cubana. Pero sería injusto caracterizar a los acontecimientos en curso en
Venezuela, Bolivia y Ecuador como meras “caricaturas de revolución”. Son
procesos que bregan contra un conjunto de fuerzas retardatarias de enorme
poder, desde las oligarquías locales, las burguesías “autóctonas”, la canalla
mediática que envenena el alma de nuestros pueblos y, por supuesto, detrás de
todo ello, “la embajada” que trabaja incansablemente para desbarrancar esos
procesos. El voluntarismo se estrella contra la dura realidad de una formidable
constelación de fuerzas conservadoras que libran batalla en todos los frentes.
A diferencia del caso cubano, donde el triunfo militar y político de la
Revolución produjo el desplome del estado burgués, en los procesos en curso en
Venezuela, Bolivia y Ecuador las fuerzas dirigentes tropiezan contra aquella
muralla defensora del orden, inexistente cuando Fidel, el Che, Raúl y Camilo
entraron a La Habana. Cuando lo hicieron el Ejército estaba derrotado y sus
jefes habían huido al exterior, lo mismo que buena parte de los miembros del
Poder Judicial, los grandes empresarios, la prensa reaccionaria, la clase
política tradicional y, en general, la clase dominante en su conjunto. A medida
que el Movimiento 26 de Julio avanzaba sobre La Habana los bastiones del viejo
orden se derrumbaban, dispersaban y buscaban refugio en Miami; en el caso de
los procesos que arrancan con el triunfo de Chávez en 1998 los enemigos de la
revolución se atrincheraron y dispusieron a dar batalla, cosa que siguen
haciendo hasta el día de hoy. Por eso sería injusto caracterizar a estos
procesos como “caricaturas de revolución”, pues tuvieron que vérselas con una
resistencia interna que en Cuba no existió, aunque luego vendría “desde afuera”
una vez que el imperialismo reagrupara los fragmentos dispersos del viejo
bloque neocolonial e intentara recapturar Cuba apelando al terrorismo, la
guerra, las sanciones económicas y el bloqueo. Por otra parte, la revolución
jamás estuvo en la agenda de las fuerzas dirigentes de procesos como los que se
vivieron en Argentina, Brasil, Chile y Uruguay. En estos casos el objetivo era
la inverosímil construcción de “un capitalismo serio”, supuestamente amigable
con la equidad social que, como era de esperar, jamás llegó a consumarse.
Como decíamos más arriba, en este y otros escritos
el Che fue muy crítico de la política de “coexistencia pacífica” propuesta por
la Unión Soviética, a la que condenó duramente. En el trasfondo de esta actitud
se encontraba la heroica lucha del pueblo de Vietnam que, según Guevara, se
debatía en una “trágica soledad” en su lucha contra la mayor superpotencia de
la historia. Hay una frase que sintetiza magistralmente su pensamiento: “La
solidaridad del mundo progresista para con el pueblo de Vietnam semeja a la
amarga ironía que significaba para los gladiadores del circo romano el estímulo
de la plebe. No se trata de desear éxitos al agredido, sino de correr su misma
suerte; acompañarlo a la muerte o la victoria.” Y los efectos perniciosos de la
“coexistencia pacífica” se hacen sentir cuando la agresión del imperialismo no
encuentra una solidaridad efectiva en otros países presuntamente socialistas
que, “en el momento de definición vacilaron en hacer de Vietnam parte
inviolable del territorio socialista.” Culpabilidad que principalmente les cabe
a la Unión Soviética y China que mientras “mantienen una guerra de denuestos”
permiten que el imperialismo yankee haga sus estragos en Vietnam. Concluye
premonitoriamente Guevara que “el imperialismo se empantana” en Vietnam, pero
que una derrota definitiva requiere de la solidaridad activa de los pueblos,
comenzando por las naciones que se autoproclaman socialistas y sobre todo la
URSS que gracias a la política de la “coexistencia pacífica” pergeñada para
evitar una conflagración mundial y una guerra termonuclear con Estados Unidos
deja al Vietnam indefenso.13
Y los pueblos explotados del mundo, continúa el Che, deben aprender la lección
que se escenifica en Vietnam y “atacar dura e ininterrumpidamente en cada punto
de confrontación” al enemigo imperialista. Esa, dice Guevara, “debe ser la
táctica general de los pueblos” resumida en la frase “crear dos, tres... muchos
Vietnam, es la consigna.”
La Carta finaliza con una reflexión final sobre
nuestra región, en donde según su autor Washington tiene tropas “dispuestas a
intervenir en cualquier lugar de América Latina” en donde sus intereses se vean
amenazados. Y agrega, con palabras que conservan una vibrante actualidad, que
esa política “cuenta con una impunidad casi absoluta; la OEA es una máscara
cómoda, por desprestigiada que esté; la ONU es de una indiferencia rayana en lo
ridículo o en lo trágico.”14
Y traza una sugestiva comparación entre América Latina y Asia cuando dice que
si en ésta Estados Unidos tiene poco que perder y mucho que ganar en Nuestra
América la situación es exactamente la inversa. Aquí Washington tiene mucho que
perder y poco que ganar, habida cuenta de su exitoso proceso de recolonización
lanzado con fuerza desde fines de la Segunda Guerra Mundial.
Conclusión
Estas observaciones sobre los legados teóricos del
Comandante Guevara pretenden estimular el estudio sobre su obra, honrar la
integralidad de sus contribuciones a la construcción de una sociedad socialista
teniendo en cuenta no sólo su heroico ejemplo como guerrillero sino también sus
aportes al desarrollo del pensamiento marxista. En su carta dirigida a don
Carlos Quijano, director de la revista uruguaya Marcha, el Che anotaba con
razón que “la mercancía es la célula económica de la sociedad capitalista;
mientras exista, sus efectos se harán sentir en la organización de la
producción y, por ende, en la conciencia.”15
La superación del capitalismo, una impostergable necesidad histórica, no podrá
consumarse tan sólo como producto de sus contradicciones objetivas. Estas son
un prerrequisito indispensable, pero para que fructifiquen en la construcción
de una nueva sociedad se requiere “la acción consciente” de las masas. De ahí
que la pretensión de “realizar el socialismo con la ayuda de las armas
melladas” del capitalismo termina en un callejón sin salida. “Para construir el
comunismo” –concluye con razón el Che- “simultáneamente con la base material
hay que hacer al hombre nuevo”. Sin ello, sin esta gigantesca batalla cultural,
la inalterada perpetuación de la mercancía y la consecuente mercantilización de
la vida social harán que la empresa de construir una sociedad poscapitalista se
vea acosada por innumerables obstáculos y termine en un callejón sin salida. La
China y el Vietnam de hoy pueden ser los bancos de prueba en donde se verifique
la certeza, o el error, de los diagnósticos y los pronósticos del Che. 16
Elegimos, para terminar, una sentencia más válida
hoy que cuando fuera originalmente expresada: “una nueva etapa comienza en las
relaciones de los pueblos de América. Nada más que esa nueva etapa comienza
bajo el signo de Cuba, Territorio Libre de América.” Y ante los cantos de
sirena que hoy como ayer pregonan la armonía de intereses entre Washington y
las naciones sometidas a su imperio nos advertía que “(E)l imperialismo
necesita asegurar su retaguardia.” 17Una
retaguardia, recordemos, pletórica en recursos naturales (petróleo, gas, agua,
energía, biodiversidad, minerales estratégicos, alimentos, selvas y bosques)
que según informes de los estrategas norteamericanos constituyen insumos
esenciales para el mantenimiento no sólo del “modo de vida americano” sino
también de la seguridad nacional estadounidense.18
Y, el Che ya lo advertía en Punta del Este, la preservación de esa retaguardia
era (y es) un objetivo no negociable del imperio. Los hechos confirmaron
plenamente sus pronósticos, y hoy estamos asistiendo a esta avasalladora
contraofensiva (la “restauración conservadora” denunciada por el ex presidente
Rafael Correa) tendiente a regresar a nuestros países a la condición existente
en vísperas de la Revolución Cubana. “Golpes blandos” en Honduras, Paraguay y
Brasil; acoso interminable contra los gobiernos de izquierda (Venezuela y El
Salvador, principalmente, aunque este caso sea el menos conocido); articulación
continental de la prensa (gráfica, TV, radio) para satanizar a dirigentes y
procesos contestatarios; organización y financiamiento de la oposición en
países “hostiles” a Washington, incluyendo tentativas de “invención” de líderes
opositores; programas interamericanos de “buenas prácticas” para formatear el
cerebro de jueces, fiscales, periodistas, legisladores, académicos y líderes
políticos y sociales, actores fundamentales del “golpe blando” que reemplaza al
anacrónico golpe militar de antaño; el ominoso rosario de bases militares con
las cuales Estados Unidos ha cercado nuestra región (ochenta oficialmente
reconocidas hasta ahora, más otras tres en ciernes negociadas en absoluto
secreto por el gobierno de Mauricio Macri con la Casa Blanca), y la
reactivación de la IVª Flota para patrullar nuestros mares y ríos interiores,
confirman que, una vez más, el Che tenía razón. No olvidemos su consejo y
actuemos en consecuencia. Y no olvidemos ni por un instante cuando decía que
“al imperialismo no se le puede creer ni un tantito así, ¡nada!” Eso fue cierto
en su tiempo y es aún más cierto en el nuestro.
- Atilio A. Boron es Profesor Titular Consulto,
Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires. Coordinador del
Ciclo de Complementación Curricular en Historia Latinoamericana, Universidad
Nacional de Avellaneda. Investigador Superior del Conicet y Director del
Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales, PLED.
1 Hay una enorme cantidad de obras sobre la vida del
Che. A mi juicio la más completa y veraz es la de Paco Ignacio Taibo II, Ernesto
Guevara. También conocido como el Che (Buenos Aires: Planeta 2016).
Meritorio también es el estudio de Jon Lee Anderson, Che Guevara. Una
vida revolucionaria (Madrid: Anagrama, 2006). Desde otro ángulo, el
libro de Carlos “Calica” Ferrer, amigo de la infancia y compañero del segundo
viaje del Che por América Latina aporta datos de muchísimo interés. Ver su De
Ernesto al Che (Buenos Aires: Editorial Marea, edición revisada y
actualizada: 2017). Una visión más teórica sobre el Che y sus enseñanzas se
encuentran en el incisivo texto de Néstor Kohan, Ernesto Che Guevara: El
sujeto y el poder (Buenos Aires, Editorial Nuestra América-La Rosa
Blindada, 2003. Segunda edición corregida y aumentada que incluye un nuevo
prólogo de Michael Löwy. Buenos Aires, Editorial Nuestra América, 2005); Che
Guevara, un marxismo para el siglo XXI
(Caracas, Oficina de publicación del consejo de la
presidencia, 2009); y En la selva (Los estudios desconocidos del Che Guevara.
A propósito de sus «Cuadernos de lectura de Bolivia») (Caracas
(Venezuela), Misión Conciencia, 2011). Por supuesto, la extensa obra del
recientemente fallecido Fernando Martínez Heredia no podría estar ausente en
esta breve enumeración. Ver El Che y el socialismo (México:
Editorial Nuestro Tiempo, 1989); Che, el argentino (Ediciones De
Mano en Mano, 1997); El corrimiento hacia el rojo (La Habana:
Letras Cubanas, 2001); y Las ideas y la batalla del Che (Ruth
Casa Editorial 2010), aparte de los numerosos artículos y entrevistas dedicadas
al tema.
2 Dicho esto sin olvidar que el joven Guevara se
había dado a la tarea de redactar un pequeño diccionario filosófico del que,
lamentablemente, hasta ahora no ha podido hacerse ninguna publicación.
3 Manuales que el Che apostrofaba llamándolos
“ladrillos soviéticos.” Ver su Apuntes críticos de la Economía Política
(La Habana, Cuba: Ocean Press, 2006)
4 “Cuba no admite que se separe la economía de la
política”, disponible en https://www.marxists.org/espanol/guevara/escritos/op/articulos/puntadeleste/discurso.htm
En las páginas que siguen nos referiremos repetidamente a este texto.
7 Cf. Osvaldo Martínez, “Presentación del libro Apuntes
Críticos de Economía Política de Ernesto Che Guevara” (La Habana, Casa
de las Américas: 14 de Junio de 2006)
8 Por conversaciones sostenidas muchos años después
con el Comandante no nos cabe la menor duda que el Che decía lo que Fidel
pensaba. Este lo expresó, si bien oblicuamente, cuando la Crisis de los Misiles
(Octubre de 1962) y, de manera transparente, mucho después, cuando se derrumbó
la URSS ante la total indiferencia de la población soviética, lo que, a su
juicio, fue el indicio definitivo de la derrota intelectual, moral y política,
no sólo económica, que había sufrido la Revolución Rusa desde hacía mucho
tiempo.
9 Por eso estos “apuntes” recién vieron la luz
pública en el 2006, si bien las críticas del Che a la economía soviética eran
conocidas por la dirigencia de la Revolución Cubana.
10 En sus Apuntes Críticos de Economía Política
el Che incluye varios escritos ocasionales anteriores. Entre ellos el prólogo
que, con el título de "La necesidad de este libro", escribiera para
el libro de Orlando Borrego Che, El Camino del fuego (Buenos
Aires: Editorial Hombre Nuevo, 2001). El pasaje al cual refiere esta nota está
planteado en aquel prólogo y reproducido textualmente en sus Apuntes.
Ver, http://www.rebelion.org/hemeroteca/cultura/che041101.htm
12 Leo Panitch y Sam Gindin, “American Empire or
Empire of Global Capitalism”, en Studies in Political Economy,
Nº3, 2014
13 No obstante, hay que decir que informaciones
posteriores que salieron a la luz pública después que el Che escribiera este
mensaje demuestran que la URSS no sólo se solidarizó retóricamente con Vietnam
sino que también le brindó un importante apoyo militar y logístico.
14 Medio siglo después los hechos ratificaron
rotundamente sus pronósticos: EEUU “militarizó” su política exterior, y eso
impactó fuertemente en América Latina y la OEA transitó cada vez más
aceleradamente hacia la ignominia, como lo prueba la repugnante conducta de
Luis Almagro, su actual Secretario General, convertido en un descarado lobista
a sueldo de la Casa Blanca.
15 Ver “El Socialismo y el Hombre en Cuba”, Carta
dirigida a Carlos Quijano, Director de Marcha. Publicada en
Montevideo, 12 de marzo de 1965, pg. 4.
16 Muchos años después, en 1995, el recientemente
fallecido Itsván Mészáros publicaría una obra monumental: Más allá del
Capital. Hacia una teoría de la transición (edición en castellano:
Caracas, Ministerio del Poder Popular para la Cultura, 2009) en donde desarrollaría
una tesis fundamental de claras reminiscencias guevarianas. El problema, decía
Mészáros, más que el capitalismo es el “metabolismo del capital”, que si bien
es el que prevalece sin contrapesos en el capitalismo puede también sobrevivir,
medrar -y, si no se lo neutraliza- controlar la lógica de funcionamiento de
formaciones socioeconómicas híbridas, como las de China y Vietnam en donde el
metabolismo del capital sigue vigente -si bien no en todos los sectores de la
economía- y bajo condiciones en principio menos favorables que en las
sociedades integralmente capitalistas. Pero su potencial de expansión es capaz
de producir una verdadera metástasis de las “células económicas” del
capitalismo, para usar la expresión del Che, e inficionar cualquier sistema
económico, aún el que persiga la construcción de una sociedad pos-capitalista.
17 La sirena entona ha ido ensayando distintas
melodías pero siempre con la misma finalidad. Llámese la “política del buen
vecino” de Franklin D. Roosevelt, la “Alianza para el Progreso” de John F.
Kennedy; las “doctrinas de la seguridad nacional” con las dictaduras de los
años setenta; el “Consenso de Washington” de los noventas o la fallida Alianza
para el Libre Comercio de las Américas (ALCA). Ahora, con Donald Trump el
imperio está a la búsqueda de una nueva melodía pero aún no la ha encontrado.
La debacle económica que el neoliberalismo ha causado también al interior de la
economía norteamericana explica esta indefinición.
18 Hemos estudiado esta situación, en el contexto de
la decadencia imperial, en nuestro América Latina en la Geopolítica del
Imperialismo (Caracas: Ministerio del Poder Popular para la Cultura,
2013), libro reproducido en otros países de América Latina
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