José
Carlos Mariátegui publico muchos ensayos
sobre la revolución rusa y sus líderes. En el Centenario de la gesta
bolchevique cobra suma importancia aquellos que destacan el rol de Lenin en la
revolución rusa. Reproducimos uno en especial, poco conocido. Pese a que vio la
luz hace 94 años. Parece como si José Carlos Mariátegui estuviera describiendo
la actual crisis del capitalismo y del parlamento burgués.
A
la letra dice: “esta resistencia al parlamento no es originalmente bolchevique.
Desde hace varios años se constata la crisis de la democracia y la crisis del
parlamento. Y se sugiere la creación de un tipo de parlamento profesional o
sindical basado en la representación de
los intereses más que en la representación de los electores.”
Invitamos
a nuestros lectores a engancharse en la lectura de este importante ensayo del
maestro Mariátegui.
Tacna,
25 de Octubre 2017
Edgar
Bolaños Marín
LENIN
José Carlos Mariátegui
Publicado en Variedades,
septiembre 1923
Reproducido
en el Libro Defensa del Marxismo, La
emoción de nuestro tiempo y otros temas, por Ediciones Nacionales y
Extranjeras (ENE), en 1934 con un prólogo de Waldo Frank. Una rara joya bibliográfica
que no indica lugar de impresión.
La figura de Lenin está
nimbada de leyenda, de mito y de fábula. Se mueve sobre un escenario lejano
que, como todos los escenarios rusos, es un poco fantástico y un poco
aladinesco. Posee las sugestiones y atributos misteriosos de los hombres y las
cosas eslavas. Los otros personajes contemporáneos viven en roce cotidiano, en
contacto inmediato con el público occidental. Lloyd George, Poincaré,
Mussolini, nos son familiares. Su cara nos sonríe consuetudinariamente desde
las carátulas de las revistas. Estamos abundantemente informados de su
pensamiento, su horario, su menú, su palabra, su intimidad. Y se nos muestran
siempre dentro de un marco europeo: un hotel, una villa, un automóvil, un pulman,
un boulevard. Lenin, en cambio, está lejos del mundo occidental, en una ciudad
mitad asiática y mitad europea. Su figura tiene como retablo el Kremlin, y como
telón de fondo el Oriente. Nicolás Lenin no es siquiera un nombre, sino un
seudónimo. El leader bolchevique se llama Vladimir Illich Ulianov, como podría
llamarse un protagonista de Gorki, de Andrejew o de Korolenki. Hasta físicamente
es un hombre un poco exótico: un tipo mongólico de siberiano o de tártaro. Y
como la música de Balakirew o de Rimsky Korsakow, Lenin nos parece más oriental
que occidental, más asiático que europeo. (Rusia irradia simultáneamente en el
mundo su bolchevismo, su arte, su teatro y su literatura. Sincrónicamente se
derraman, se difunden y se aclimatan en las ciudades europeas los dramas de
Checow, las estatuas de Archipenko y las teorías de la Tercera Internacional.
Agentes viajeros del alma rusa, Stravinsky seduce a París, Chaliapine conquista
Berlín, Tchicherine agita a Lausanne).
Lenin ejerce una
fascinación rara en los pueblos más lontanos y abstrusos. Moscú atrae
peregrinos de Persia, de la China, de la India. Moscú es actualmente una feria
de abigarrados trajes indígenas y de lenguas esotéricas. La celebridad de
Oswald Spengler, de Charles Maurras o del general Primo de Rivera no es sino
una celebridad occidental. La celebridad de Lenin, en tanto, es una celebridad
unánimemente mundial. El nombre de Lenin ha penetrado en tierra afgana, siria,
árabe. Y ha adquirido timbres mitológicos.
Quienes han asistido a
asambleas, mítines, comicios, en los cuales ha hablado Lenin, cuentan la
religiosidad, el fervor, la pasión que suscita el leader ruso. Cuando Lenin se
alza para hablar, se suceden ovaciones febriles, espasmódicas, frenéticas. Las
gentes vitorean, gritan, sollozan.
Pero Lenin no es un tipo
místico, un tipo sacerdotal, ni un tipo hierático. Es un hombre terso,
sencillo, cristalino, actual, moderno. W. T. Goode, en el “Manchester
Guardian'”, lo ha retratado así: “Lenin es un hombre de estatura media, de
cincuenta años en apariencia, bien proporcionado. A la primera mirada, los
lineamientos recuerdan un poco al tipo chino; y los cabellos y la barba en punta
tienen un tinte rojizo oscuro. La cabeza bien poblada de cabellos y la frente
espaciosa y bien modelada. Los ojos y la expresión son netamente simpáticos.
Habla con claridad y con voz bien modulada: en todo nuestro coloquio no ha
tenido nunca un momento de agitación. La única neta impresión que me ha dejado
es la de una inteligencia clara y fría. La de un hombre plenamente dueño de sí
mismo y de su argumentación, que se expresa con una lucidez extraordinariamente
sugestiva.” Arthur Ransome, también en el “Manchester Guardian”, ha dado estos
datos físicos y psicológicos del caudillo bolchevique: “Lenin me pareció un
hombre feliz. Volviendo del Kremlin a mi alojamiento, me preguntaba yo qué
hombre de su calibre tiene un temperamento alegre como el suyo. No encontré
ninguno. Aquel hombre calvo, arrugado, que voltea su silla de aquí allá, riendo
ora de una cosa, ora de otra, pronto en
todo momento a dar un consejo serio a quien lo interrumpa para pedírselo
—consejo bien razonado que resulta más imperioso que cualquier orden— respira
alegría; cada arruga suya ha sido trazada por la risa, no por la preocupación.”
Este retrato de un periodista
británico, circunspecto y anastigmático como un objetivo Zeiss, nos ofrece un
Lenin sana y contagiosamente jocundo y plácido, muy disímil del Lenin hosco,
feroz y ceñudo de tantas fotografías. Lenin es, pues, un individuo normal,
equilibrado, expansivo. Es, además, un hombre bien abastecido de experiencia y
saturado de modernidad. Su cultura es occidental; su inteligencia es europea.
Lenin ha residido en Inglaterra, en Francia, en Italia, en Alemania, en Suiza.
Su orientación no es empírica ni utopista, sino materialista y científica.
Lenin cree, que la ciencia resolverá los problemas técnicos de la organización
socialista. Proyecta la electrificación de Rusia. Bertrand Russell, que
califica de ideológico este plan, juzga a Lenin un hombre genial.
La vida de Lenin ha sido
la de un agitador. Lenin nació socialista. Nació revolucionario. Proveniente
de una familia burguesa, Lenin se entregó, sin embargo, desde su juventud, al
socialismo y a la revolución. Lenin es un antiguo leader, no sólo del
socialismo ruso, sino del socialismo internacional. La Segunda Internacional,
en el congreso de Stuttgart de 1907, votó esta moción suya y de Rosa
Luxemburgo: “En el caso de que estalle una guerra europea, los socialistas
están obligados a trabajar por su rápido fin y a utilizar la crisis económica y
política que la guerra provoque para sacudir al pueblo y acelerar la caída del
régimen capitalista.” Esta declaración contenía el germen de la revolución
rusa y de la Tercera Internacional. Fiel a ella, Lenin explotó las
consecuencias de la guerra para conducir a Rusia, a la revolución. Timoneada
por Lenin, la revolución rusa arribará en noviembre a su sexto aniversario. La
táctica diestra y cauta de Lenin ha evitado los arrecifes, las minas y los
temporales de la travesía. Lenin es un revolucionario sin desconfianza, sin
vacilaciones, sin grimas. Pero no es un político rígido ni inmóvil. Es, antes
bien, un político ágil, flexible, dinámico, que revisa, corrige y rectifica
sagaz y continuamente su obra. Que la adapta y la condiciona a la marcha de la
historia. La necesidad de defender la revolución lo ha obligado a algunas
transacciones, a algunos compromisos. Sobre él pesa la responsabilidad de un
generalísimo de millones de soldados que, mediante retiradas, fintas y
maniobras oportunas, debe preservar a su ejército de una acción imprudente. La
historia rusa de estos seis años es un testimonio de su capacidad de estratega
y de conductor de muchedumbres y de pueblos. Lenin no es un ideólogo, sino un
realizador. El ideólogo, el creador de una doctrina carece, generalmente de
sagacidad, de perspicacia y de elasticidad para realizarla. Toda doctrina
tiene, por eso, sus teóricos y sus políticos. Lenin es un político; no es un
teórico. Su obra de pensador es una obra polémica. Lenin ha escrito muchos libros
y, con frecuencia, interrumpe fugazmente su actividad de presidente del soviet
de comisarios del pueblo, para reaparecer en su tribuna de periodista en
“Pravda” o “Izvestia.” Pero el libro, el discurso, el artículo no son para él
sino instrumentos de propaganda, de ofensiva, de lucha. Su temperamento polémico
es característica y típicamente ruso. Lenin es agresivo, áspero, rudo, tundente,
desprovisto de cortesía y de eufemismo. Su dialéctica es una dialéctica de
combate, sin elegancia, sin retórica, sin ornamento. No es la dialéctica
universitaria de un catedrático, sino la dialéctica desnuda de un político
revolucionario. Lenin ha sostenido un duelo resonante con los teóricos de la
Segunda Internacional: Kautsky, Bauer, Turatti. La argumentación de éstos ha
sido más erudita, más literaria, más elocuente. Pero la disertación de Lenin ha
sido más original, más guerrera, más penetrante.
Lenin es el caudillo de la
Tercera Internacional. El socialismo, como se sabe, está dividido en dos
grupos: Tercera Internacional y Segunda Internacional. Internacional
bolchevique y revolucionaria e internacional menchevique y reformista. La doctrina
de una y otra rama es el marxismo. Su divergencia, su disentimiento, no son,
pues, de orden programático, sino de orden táctico. Algunos atribuyen al
bolchevismo una idea mesiánica, milagrista, taumatúrgica de la revolución.
Creen que el bolchevismo aspira una transformación instantánea, violenta,
súbita del orden social. Pero bolchevismo y menchevismo son gradualistas. Sólo
que el bolchevismo es gradualista revolucionariamente y el menchevismo es
gradualista reformísticamente. El bolchevismo sostiene que no es posible utilizar
la máquina actual del Estado para reformar la sociedad, sino que es
indispensable sustituirla con una máquina adecuada; que el Estado proletario, distinto del Estado burgués en
sus funciones, tiene que ser también distinto en su arquitectura. El tipo de
Estado proletario creado por los bolcheviques es el Estado sovietal. La
República de los soviets es la federación de todos los soviets locales. El
soviet local es la asociación de obreros, empleados y campesinos de una comuna.
En el régimen de los soviets no hay dualidad de poderes. Los soviets son, al
mismo tiempo, un cuerpo administrativo y legislativo. Y son el órgano de la
dictadura del proletariado. Lenin, dice, defendiendo este régimen, que el
soviet es el órgano de la democracia proletaria, tal como el parlamento es el
órgano de la democracia burguesa. Así como la sociedad contemporánea y la sociedad
medioeval han tenido sus formas peculiares, sus instrumentos típicos, sus
instituciones características, la sociedad proletaria tiene que crear también
las suyas.
Y esta resistencia al parlamento no es originalmente bolchevique.
Desde hace varios años se constata la crisis de la democracia y la crisis del
parlamento. Y se sugiere la creación de un tipo de parlamento profesional o
sindical basado en la representación de los intereses más que en la
representación de los electores. Joseph
Caillaux sostiene que es necesario “mantener asambleas parlamentarias, pero no
dejándoles sino derechos políticos, confiar a nuevos organismos la dirección
completa del Estado económico y hacer, en una palabra, la síntesis de la
democracia occidental y del sovietismo ruso.” La aparición del Estado bolchevique
coincide, pues, con una intensa predicación antiparlamentaria y una creciente
tendencia a dar al Estado una estructura más económica que política. El
parlamento, en fin, es atacado, de una parte, por la revolución, y de otra
parte, por la reacción. El fascismo es esencialmente antidemocrático y
antiparlamentario. Mussolini conquistó el poder extraparlamentariamente. Primo
de Rivera acaba de seguir la misma vía. Los organismos de la democracia, son
declarados inaparentes para la revolución y para la reacción.
Lenin y Mussolini, el
caudillo de la revolución y el caudillo de la reacción, oponen una dictadura de
clase a otra dictadura de clase. El choque, el conflicto entre ambas
dictaduras inquieta a muchos pensadores contemporáneos. Se presiente que este
choque, que este conflicto de clases reducirá a escombros a la civilización y
sumirá el mundo occidental en una oscura Edad Media. El Occidente se distrae
de su drama con sus boxeadores, y se anestesia con sus alcaloides y su música
negra. Y, en tanto, como escribía Luis Araquistain a don Ramón del Valle Inclán
en julio de 1920, “por Oriente otra vez: el evangelio asoma, como hace veinte
siglos el cristianismo.”
JCM
No hay comentarios:
Publicar un comentario