29/11/2017
Es conocido el poema de Ramón de Campoamor –“Las
dos linternas”- escrito en 1846. En él, el vate se lamenta de la inconsistencia
de la verdad, y culmina su queja dolorida enrostrando al mundo su falta de
coherencia. Es clásico el verso: “Es que en el mundo traidor / nada es
verdad, ni mentira / Todo es según el color / del cristal con que se mira…”.
Algo así podría aseverarse luego de posar la mirada
sobre el escenario político peruano, donde la verdad y la mentira -o lo bueno y
lo malo- no dependen de hechos puntuales ni de circunstancias definidas, sino
apenas de una cierta correlación de fuerzas, la existente hoy en el Congreso de
la República.
Podría parecer risible, pero así es. Si a dos
personas se les acusa del mismo delito y en el caso de ambas se configuran
temas idénticos que ameritan una indagación más prolija, el pedido para se
proceda en consonancia, no dependerá sino del número de votos de los que pueda
disponer cada quien en el Parlamento. Si lo que se pide, es “levantar el
secreto bancario” a Susana Villarán se registrarán 8 votos a favor y 2 en
contra. Si se pide lo mismo para Keiko Fujimori, la votación arrojará lo
inverso: 8 votos en contra y 2 a favor.
Por eso asoman propuestas que podrían ser aprobadas
en un abrir y cerrar de ojos como por arte de magia. Por ejemplo, una
congresista de “Fuerza Popular” ha planteado que se declare “Héroe de la
Pacificación Nacional” a Alberto Fujimori, no obstante que está sentenciado a
25 años de cárcel por delitos mayores; desaparición de personas, matanza
colectiva de gentes, tortura institucionalizada, robo, y otros delitos del
mismo -y aun peor- signo. Con la correlación de fuerzas que existe en el
Congreso, proyecto así, podría ser aprobado por 71 votos a favor, de un total
de 130 parlamentarios.
Y la idea podría convertirse en ley: disponer que
los textos escolares inserten la foto de Alberto Fujimori señalándolo como “el
autor de la pacificación nacional”
De este modo, Alberto Fujimori podría exhibir dos
títulos, quizá en blanco y negro: Uno, proclamando sus culpas; y el otro, su
heroicidad.
Pero ese, es un tema. El otro, se ha planteado en
torno al “cargamontón” que se le ha hecho a Susana Villarán a propósito de las
declaraciones de Barata, el hombre de Odebrecht. A ella se le enrostra al
“haber recibido” dineros de la empresa brasileña para enfrentar el proceso
incoado en su contra -la revocatoria- y financiar parte de su campaña de su
frustrada reelección edil el 2016.
Ella proclama su inocencia. Pero las denuncias
están planteadas. Y eso, amerita una investigación, No un castigo antelado.
Pueden adoptarse “medidas cautelares” -si se quiere- pero ellas no suscitan
condenas. Sólo un enfermizo odio político puede regodearse hoy, agitando
carteles denigrantes contra la ex alcaldesa cuando ella concurre a las
diligencias judiciales programadas. Es el mismo odio que mantiene tras las
rejas a Ollanta Humala y a Nadine Heredia sin que se haya formulado contra
ellos, procedimiento judicial alguno.
En uno y otro caso, es la misma Mafia la que actúa.
Ella quiere encarcelar para castigar, para escarmentar, para destruir a sus
adversarios. Y para eso, no escatima adjetivos, ni en violencia. Colocará uno a
uno, en fila, a todos sus adversarios, y disparará contra ellos balas de
estiércol refinado. Quiere ahogarlos en heces para que nunca más puedan hablar.
Sepultarlos, simplemente.
¿Qué alimenta ese odio, desenfrenado y de locura?
En todos los casos, es el mismo. Los odian porque osaron alzarse contra ellos y
los derrotaron. Podrían perdonarlos, o ser indulgentes incluso, dado que no
“fueron más allá”. No se atrevieron, en efecto, a cuestionar la Constitución
del 93, ni el “Modelo” Neo Liberal que les alimenta el alma. Pero no. Eso, no
será suficiente. Se atrevieron a enfrentarse Y eso, basta.
En el actuar contra uno y otro, se busca denigrar a
amplios espectros de la vida nacional. “Son de izquierda” se dice- Y entonces,
la Izquierda, es culpable.
Algún ingenioso ha replicado la idea: si mañana se
descubre que el ministro Bruce es corrupto, y es gay; se podrá decir que los
gay, son corruptos. Y las cosas nunca marchan por ese camino.
Tampoco por la idea de etiquetar de “izquierda” a
los acusados. Porque, además, tampoco lo son. La “Izquierda” de Villarán es la
misma que en los años 70 del siglo pasado asomó con Carlos Basombrío, Fernando
Rospigliosi, Víctor Andrés Ponce, Eduardo Figari, Carlos Tapia, Dante Vera y
otros; y que tuvo como finalidad combatir a la izquierda entonces existente -el
PC y su desprendimiento llamado Patria Roja- a la que consideraban
“burocrática” y "poco revolucionaria".
Ellos –provenientes en lo fundamental de la
Universidad Católica- trabajaron a partir de ONGs financiadas casi todas ellas
por USAID, se colocaron “por encima” de la disputa en el escenario
internacional, y proclamaron un guerrillerismo verbal que los mostró “radicales
a ultranza. Se proclamaron, en su momento, algo así como una “Nueva Izquierda”
ajena a “referentes externos” y a “dogmatismos”. Por su procedencia
aristocrática, el Apra los bautizó como "Izquierda Caviar", término
que con el que se regodea hoy el fujimorismo. Esta "izquierda" que
condena a Chávez y Maduro, y a la Revolución Cubana; es la que está envuelta en
estos extraños vericuetos que sirven ahora al paladar de la reacción.
Sus integrantes formaron parte de un segmento más
bien progresista que los llevó a distintos rumbos. Los más conscientes, se
orientaron por un camino legítimo –fue el caso de Javier Diez Canseco y Manuel
Dammert- y otros –como Rospigliosi y Ponce, se convirtieron en una suerte de
portavoces del Imperio. Susana Villarán no abandonó nunca su distancia de Cuba
ni su rechazo al “chavismo”. No obstante, recibió el apoyo de todos cuando
debió defender su trinchera progresista en el Municipio de Lima.
En lo personal, honrada y solidaria, fue víctima
siempre de sus prejuicios políticos, sus discutibles conexiones, y su entorno
poco calificado. Esos tres factores, le generaron errores y prácticas de las
que hoy, debe dar cuenta. Ahora, todos -o casi todos- la pasan la factura. De
por medio existe una correlación de fuerzas y una clara venganza política.
Gustavo Espinoza M.
Integrante del Colectivo de Dirección de Nuestra
Bandera
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