29-12-2017
“Israel
debe ser como un perro rabioso, muy peligroso para ser molestado.” General
Moshé Dayán
¿Qué pasaría si el presidente de un determinado
país, pongamos como ejemplo Guatemala, o las Islas Marshall, unilateralmente
decidiera trasladar la embajada de su país en Estados Unidos, es decir de
Washington a otra ciudad distinta de la capital: digamos a Atlanta, o Las
Vegas? Además de tomarlo por chiflado, ello provocaría un revuelo tal (o un
escarnio tal) que la medida ni remotamente podría concretarse. ¿Por qué no
sucede lo mismo con lo que acaba de hacer el presidente estadounidense Donald
Trump con la decisión de trasladar la sede diplomática de su país en Israel,
desde la capital Tel Aviv a la ciudad de Jerusalén?
Porque esa potencia se mueve como dueña del mundo.
Obviamente no lo es, pero su pretensión va por ese lado. Lo que hace,
saltándose todo tipo de norma jurídica internacional, es una demostración de su
prepotencia, de su soberbia imperial. En alguna ocasión, hace unos pocos años,
John Bolton, funcionario de alto nivel de Washington, dijo sin tapujos: “Cuando
Estados Unidos marca el rumbo, la ONU debe seguirlo. Cuando sea adecuado a
nuestros intereses hacer algo, lo haremos. Cuando no sea adecuado a nuestros
intereses, no lo haremos”. Lo proclamado por el presidente Trump va en ese
sentido.
El anuncio del traslado de la embajada en Israel
complica más aún la ya complicada, compleja, incendiaria situación de Medio
Oriente. En modo alguno esto contribuye al proceso de paz entre israelíes y
palestinos sino que, por el contrario, lo aleja, lo boicotea. ¿Por qué,
entonces, toma esta medida Donald Trump? Hacer un análisis pormenorizado de la
misma impone tratar de sintetizar innúmeros y variados elementos, sabiendo que
muchos de ellos son fragmentarios, o se mueven en el más absoluto secretismo,
de ahí la dificultad de su comprensión. De todos modos es necesario intentar
entender por dónde va el proceso, para ir más allá de la crónica roja –e
ideológicamente peligrosísima– de continuas muertes entre “judíos y terroristas
árabes” por “motivos religiosos”. Esa televisiva forma de presentar los
acontecimientos entorpece el análisis, obviando los elementos reales en juego:
lucha de clases e intereses capitalistas. Lo que menos está en juego aquí son
elementos de fe religiosa, aunque así se pretenda presentarlo.
Donald Trump efectivizó lo que ningún presidente
estadounidense se había atrevido a concretar desde 1995, año en que una medida
legislativa del Congreso de Estados Unidos ya fijaba el traslado de la embajada
de Tel Aviv a Jerusalén. Todos los mandatarios habían evitado efectivizar la
medida, sorteándola con prórrogas semestrales. ¿Por qué lo hace ahora Trump?
Hay varias explicaciones, seguramente
interactuantes entre sí. Lo que sí, de ningún modo es una extravagancia de un
presidente loco, excéntrico, una pura bravuconada descontextualizada. En todo
caso, todas las políticas imperiales de Washington son una bravuconada, siendo
que el estilo del actual mandatario es menos “políticamente correcto” que
otros. Pero la medida actual de ningún modo puede tomarse como la expresión de
una ocurrencia caprichosa. Hay lógicas férreas tras todo esto, hay procesos que
dan cuenta de la decisión.
Por un lado, se ha intentado ver esto como una
medida determinada por la situación doméstica: existe la posibilidad que el
ahora ex asesor de Seguridad Nacional, el general Michael Flynn, testifique
contra el presidente en el caso de la denunciada injerencia rusa en las pasadas
elecciones. La situación se podría complicar así para Trump, por eso, la
presente medida sería un distractor buscando el apoyo del Congreso,
supuestamente influenciado (¿dominado?) por el llamado lobby judío. Con ello
elevaría el perfil de su yerno, el judío Jared Kushner (casado con su hija
Ivanka, quien se convirtiera a la fe judía), investigado ahora por la justicia
en relación al caso de Rusia, apelando de esa manera a la influencia israelí
para salir del atolladero.
En esa línea hay quien interpreta la medida como
una cuestión explicable por razones enteramente de política interna: ahora que
su popularidad está en franco descenso, Trump intentaría recuperar el apoyo de
millones de votantes de derecha, conservadores, reaccionarios, en especial de
evangélicos fundamentalistas, que fueron determinantes para ganar la
presidencia. Y también enviando un guiño al lobby judío, tan importante en la
financiación de las campañas presidenciales, cumpliéndole así la promesa
oportunamente formulada de traslado de la capital hacia Jerusalén.
Con todo esto se podría pensar (buena parte de
analistas así lo cree) que Trump responde a las presiones de ese llamado lobby
judío, la poderosa AIPAC (American Israel Public Affairs Committee) en
principio –el Comité de Asuntos Públicos Israel-Estados Unidos–, quien en su
página electrónica expresa: “Los Estados Unidos e Israel forman una alianza
única para enfrentarse a las cada vez mayores amenazas estratégicas de Oriente
Medio. Este esfuerzo colaborador ofrece beneficios importantes tanto para los
Estados Unidos como para Israel”. Ello presenta, una vez más, una
cierta teoría conspirativa. De ese modo, ese supuesto lobby judío sería el
responsable de la política exterior estadounidense. Cada medida que toma
cualquier presidente sentado en la Casa Blanca responde a los mandatos de ese lobby,
que pareciera moverse en las sombras pero con un poder inaudito.
La política imperial de Washington la fijan los
intereses de sus grandes megacapitales, que no tienen otra lógica que la
interminable acumulación capitalista, sin importar credos religiosos (pudiendo
ser judíos o no). En un brillante análisis “Sobre el
«lobby judío”, del Grupo ReVista, publicado el 9 de agosto de
2012, puede entenderse más a fondo el mito en juego que hay allí: En cuanto al
aporte de los distintos grupos de lobby “La industria de la minería,
particularmente la del carbón, ocupa el segundo lugar con casi 100 millones de
dólares entre 2007 y 2010. Le sigue la Industria de la Defensa, de la que el
informe no aclara montos. La industria del agro, alimentación y tabaco gastan
“más de 150 millones al año, financiando campañas” y haciendo lobby. Por
supuesto, las petroleras no van a la zaga: “150 millones en 2010”. El lobby
financiero le sigue, pero no se aportan cifras. Las grandes industrias
farmacéuticas gastaron más de 25 millones de dólares en 2009; seguidas de
cerca, sí, aunque no lo puedan creer, por la Asociación Americana de Personas
Retiradas, que gastaron 22 millones de dólares en lobby. La Asociación Nacional
del Rifle, según este informe, gastó 7.2 millones de dólares en las elecciones
de 2010. Y, ahora sí, el omnipresente y omnipotente lobby pro-israelí, el
AIPAC, que gastó… 4 millones de dólares en 2010. Veamos, algo va mal: si un
lobby logra tantísimo con 4 millones de dólares, o son de una astucia e
inteligencia inenarrables, o bien la torpeza del resto es gigantesca (lo cual,
por otra parte, es inverosímil: cómo, entonces, han llegado a obtener tantísimo
dinero).”
Más acertadamente, creemos, se podría entender la
medida de Trump como la expresión de una política exterior sostenida por
Washington en el tiempo, que ahora, sin ambages, se permite dar un manotazo
sobre la mesa sin guardar las formas de corrección política. Sin ningún lugar a
dudas el reconocimiento de Jerusalén Este como capital de Israel traerá más
conflictos en la región, de por sí ya muy convulsionada. Esto hace saber al
mundo que Estados Unidos ya no considera la ocupación israelí en Jerusalén
Oriental como un acto ilegal, avalando así los asentamientos judíos construidos
después de la Guerra de 1967, los cuales vulneran el derecho internacional
según el Convenio de Ginebra. Por supuesto que esto traerá la reacción de los
palestinos (que ya comenzó, y no sería improbable que se forme una Tercera
Intifada), o de buena parte del mundo musulmán incluso, lo que se verá
reflejado en más represión por parte del Estado de Israel. La posibilidad de
creación de un estado palestino queda así relegada sin fecha, lo que
militarmente significa más guerra para toda el área (¿más negocio para el
complejo militar-industrial?)
En otros términos: la medida de Trump, rechazada
por la amplia mayoría de países, no es sino la escenificación “sin anestesia”
(un tanto brutalmente, como es el estilo de este magnate arrogante, “macho”
probado) de una inveterada política estadounidense respecto a Israel, más allá
de las presiones de un pretendido todopoderoso lobby judío. ¿Por qué
Washington, en solitario, sigue apoyando al Estado israelí, más allá de todas
las condenas que pueda haber hecho la comunidad internacional, más allá del
derecho internacional, más allá de las medidas enjuiciatorias emanadas de la
ONU? ¿Por qué Israel es el país que más ayuda recibe como cooperación
internacional de parte del país americano: 3.000 millones de dólares anuales?
¿Por qué su poderío nuclear ni se menciona, cuando a Washington lo enfurece el
desarrollo atómico de Irán o de Corea del Norte? ¿Por qué tolera la continua
violación flagrante de derechos humanos contra el pueblo palestino, una de las
más monstruosas aberraciones humanas, comparable a las atrocidades que décadas
atrás cometieron los nazis contra los judíos en los oprobiosos campos de
concentración europeos, tan abiertamente condenados por Washington? Porque la clase
dominante de Estados Unidos hace lo que quiere, considerándose dueña del mundo:
“Cuando sea adecuado a nuestros intereses hacer algo, lo haremos. Cuando no
sea adecuado a nuestros intereses, no lo haremos”. Y el Estado de Israel
sirve a esos intereses imperiales de los grandes megacapitales norteamericanos.
“¿Por qué
Estados Unidos apoya a Israel?”, se preguntaba Stephen Zunes en un muy
lúcido análisis: “Las frecuentes guerras libradas por Israel han servido de
campo de pruebas para el armamento norteamericano, a menudo contra el armamento
soviético. Israel ha servido como conducto para suministrar armamento
norteamericano a regímenes y movimientos demasiado impopulares en Estados
Unidos como para concederles ayuda militar directa, como el régimen del
apartheid en Sudáfrica, la República Islámica de Irán, la Junta Militar de
Guatemala, o los contra en Nicaragua. Asesores militares israelíes han ayudado
a la Contra, a la Junta de El Salvador, y a las fuerzas de ocupación presentes
en Namibia y el Sáhara Occidental. Los servicios de inteligencia de Israel han
ayudado a los servicios de inteligencia de Estados Unidos en la recogida de
información y en operaciones secretas. Israel cuenta con misiles capaces de
llegar hasta la antigua Unión Soviética, tiene un arsenal nuclear de cientos de
armas, y ha cooperado con la industria militar de Estados Unidos en la
investigación y el desarrollo de nuevos aparatos de vuelo y sistemas de defensa
antimisiles. (…) La correlación está clara: cuanto más fuerte y
más dispuesta a cooperar con los intereses de Estados Unidos se muestra Israel,
mayor es el apoyo que se le brinda.”
En otros términos, el Estado de Israel es una
avanzada de la política exterior estadounidense en Medio Oriente. Está ahí,
armado hasta los dientes (se sabe que dispone de hasta 400 armas atómicas, no
declaradas oficialmente, existiendo lo que se conoce como Opción Sansón –estrategia
de disuasión de retaliación masiva con armas nucleares en contra de las
naciones cuyos ataques militares amenazan su existencia–) para cuidar los
intereses estadounidenses, intereses que ¡no son religiosos precisamente!
Está ahí, y seguirá estando –la medida de Trump
envía el mensaje claramente– para:
1. disciplinar a todo aquel que
intente tomar alguna medida popular con tinte socialista, o que ponga en
entredicho los intereses estadounidenses, extendiendo así la lógica de la
Guerra Fría (Israel comenzó a ser una “delegación militar” de Estados Unidos en
la década de los 60 del siglo pasado, cuando el “socialismo árabe” pro
soviético comenzaba a expandirse por la región);
2. cuidar las reservas petroleras de
las que se aprovecha la economía norteamericana (el Consejo de Cooperación del
Golfo –compuesto por Kuwait, Qatar, Omán, Arabia Saudita, Bahrein y los
Emiratos Árabes Unidos, el mayor proveedor de petróleo del mundo, constituido
por regímenes conservadores disciplinadamente alineados con Washington, un muy
importante comprador de equipo militar del complejo militar-industrial
americano–, es un aliado de Israel, lo que evidencia que no todo el mundo árabe
o musulmán está enfrentado con ese país);
3. contener el avance de las
geoestrategias de Rusia, China o de Irán;
Sin cuidar las formas –parece que a este presidente
eso no le preocupa mucho– Trump ha hecho saber al mundo que el complejo
militar-industrial (que podrá ser judío o no, eso no importa, es casi
anecdótico) sigue marcando el ritmo de la política imperial de Washington. Lo
cual evidencia, por otro lado, que el capitalismo, en tanto sistema global, no
puede ofrecer solución a los problemas de la Humanidad, puesto que su única
salida, su única posibilidad de supervivencia, es la guerra. Por lo que, una
vez más, son válidas las palabras de Rosa Luxemburgo: “socialismo o barbarie”.
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