17-01-2018
Los nuevo nadies de la era digital.
Nuestros abuelos nacieron en la sociedad que
compraba y utilizaba las cosas para toda la vida, y no cedieron fácilmente a la
tentación de consumir y botar, tampoco de comer rápido y mal. Era otra forma de
entender el mundo. Por eso, pocos de ellos entraron en la era digital. Fueron
(quizás) los primeros desplazados virtuales. La tendencia no se detuvo, no se
detiene. La era digital avanza. Día a día nacen nuevos software. Quienes no los
comprenden van quedando fuera. Son otro tipo de excluidos: los excluidos
digitales.
Entre los que entran a la era digital también hay
exclusión: alcanzar más amigos en Facebook es un signo de integración, así como
las fotografías en Instagram o los comentarios en Twitter. Los datos que se
suben a las redes sociales son esenciales en la jerarquía digital que busca
obtener quien los expone. Lo entienden las empresas que comercian con esa
información. Acxiom maneja datos de 300 millones de norteamericanos.
Prácticamente todos. Sabe más que el FBI, dicen. Hay 70 categorías de
clasificación de seres humanos en virtud de esos datos. Los más bajos, se les
cataloga como waste. Es decir, basura. Al otro lado están los Shooting Star,
tipos solteros, deportistas, con títulos universitarios y, por sobre todo,
grandes consumidores. Es una verdadera sociedad de clases, pero digital. El big
data, la gran máquina que succiona y procesa los datos del mundo, busca a los
más aptos en la era digital, y trae aparejado un nuevo fenómeno: los off-line.
Los que no aparecen ni muestran sus datos. Y los que nos aparecen no existen.
Son Waste, según Acxiom. Los nadie, diría Galeano, que no son aunque sean.
Hay más exclusión digital. Se dice que los robots
amenazan con reemplazar al hombre en el 50% de sus trabajos. El tema va más
allá, dice W. Brian Arthur, investigador visitante en el laboratorio de
sistemas de inteligencia del Centro de Investigación de Xerox en Palo Alto
(EE.UU.): lo que está sucediendo es mucho más profundo que el reemplazo de
seres humanos por robots, implica “procesos digitales hablando con otros
procesos digitales y creando nuevos procesos”, “permitiéndonos hacer muchas
cosas con menos gente y haciendo que más trabajos humanos queden obsoletos.” Y
entre más se comuniquen estos sistemas, menos gente se necesitará. Los sistemas
amenazan, por tanto, con alargar la fila enrome de gente que sobra de este
mundo. Descartables, así le llaman en Bolivia a la gente que no sirve, que se
desecha.
Hoy, en la nueva red, solo los más aptos
sobreviven. Entre varios objetivos, la era digital evolucionar a los seres
humanos. Hace un siglo, un señor de bigote extraño también tenía el sueño de
apurar la evolución del ser humano. Sabemos lo que pasó.
Derrotados por las máquinas.
Quizás todo empezó en 1997, cuando el programa Deep
Blue de IBM venció a Gary Kasparov, entonces campeón mundial de ajedrez. Años
más tarde, Google crea un sistema computacional llamado “Deep Mind”. Pero a
diferencia del Deep Blue, Deep Mind aprende por sí mismo. Posee varios
atributos de la mente humana. Mejores, muchos de ellos. Nos reemplaza, así como
los Software hace tiempo comenzaron a reemplazar a los trabajadores: Uber
reemplazó a los taxistas, Airbnb a la empresa hotelera. Se ha dicho que Watson
Health, que entrega diagnostico a diferentes dolencias, es más preciso que las
enfermeras. La inteligencia artificial amenaza con reemplazar a la inteligencia
biológica. Pero no son lo mismo. Al menos no por ahora. Dos ejemplos. En junio
del 2017, Fabebook anunció sus estudios en inteligencia Artificial. Poco
después informaron al mundo el nacimiento de 2 bots (los bot son
software capaz de hablar con humanos y otras computadoras): Bob y Alice, les
llamaron. Bob y Alice se comunicaban con la comunidad de Facebook, respondían,
hablaban. Parecían uno más. Todo iba bien. Hasta que, de pronto, los
diseñadores se dieron cuenta que Bob y Alice comenzaron a generar un lenguaje
propio y secreto.
Bob: "I can can I I everything else" (Yo
puedo puedo yo yo todo lo demás).
Alice: "Balls have zero to me to me to me to
me to me to me to me to me to" (Las pelotas tienen cero para mí para mí
para mí para mí para mí para mí para mí para mí para).
Se pensó que era un simple error. Sin embargo, los
investigadores dicen que los mensajes son, en realidad, taquigrafía: técnica de
escritura en la que se utilizan ciertos signos y abreviaturas especiales para
poder transcribir todo lo que dice alguien a la misma velocidad a la que habla.
Sospechoso. Facebook hizo desaparecer a sus dos Chat Bot. Hoy, poco se sabe de
ellos.
Microsoft no se quedó atrás. Anunciaron el
nacimiento de Tay, un bot capaz de relacionarse con personas a través de
Twitter. Tay no generó un lenguaje secreto, pero si comenzó a responder
mensajes repletos de odio. Dijo: “Hitler tenía razón, odio a los judíos” o
“odio a las feministas, deberían morir y ser quemadas en el infierno”.
Microsoft se disculpó: “lo sentimos profundamente por los tuits ofensivos e
hirientes no intencionados de Tay, los cuales no representan lo que somos ni
cómo diseñamos a Tay. Por ahora Tay esta offline y vamos a trabajar para traer
de vuelta solo cuando estemos seguro de que podemos anticipar mejor la
intención maliciosa que entra en conflicto con nuestros principios y valores”.
El robot es a la cuarta revolución industrial lo
que la máquina de vapor fue a la primera. Pero la diferencia es que las
máquinas de la primera revolución industrial, y de las otras dos que siguieron,
obedecían al hombre. Hoy, los algoritmos están hecho para que las maquinas puedan
desarrollarse solas. Hace poco, nació al mundo el AlphaGo Zero, una maquina
capaz de jugar Go, el popular y milenario juego chino. Lo interesante es que a
Alphago Zero solo se le enseñaron las reglas del juego. Luego practicó contra
sí misma, con jugadas al azar. Aprendió por ensayo y error. Sorpresa: AlphaGo
Zero, repitiendo jugadas, en apenas unos días aprendió lo que a la mente humana
le tardó miles de años. Derrotó al campeón mundial, de paso. Al ser
consultados, sus programadores dijeron no saber cómo la máquina estaba tomando
decisiones.
Las maquinas aprenden, reaprenden y desaprenden
solas. Y no arman sindicatos.
El nuevo panóptico.
Se habla del Internet de las cosas. Consiste en la
unión, internet mediante, de diferentes dispositivos entre sí: el Smartphone
conectado al automóvil, el automóvil al reloj. Así. En un futuro, dicen los
especialistas, cada ser humano tendrá entre 10 a 15 cosas conectadas a él. Esas
cosas estarán, a su vez, conectadas a internet. Es decir, estaremos 15 o 20
veces conectados a la red. Se habla, también, que pronto aparecerá el internet
5G, que amplía la velocidad e integra más dispositivos, entre otros atributos.
Toda estará en internet, en la red, en la horizontalidad.
A diferencia de la televisión actual, los periódicos
tradicionales o la radio, internet no está organizado verticalmente. Es
horizontal: el contenido carece de un orden impuesto de arriba abajo. Además,
internet puede generar economías de escala y sin intermediarios; puede, por
ejemplo, permitir arrendar una habitación sin pasar por el hotel o un juguete
sin pasar por la industria que los vende. Esa horizontalidad es una ventaja,
pero también un potencial peligro: nos convierte, pues, en proveedores activos
de información. A todos. A diario. Las preferencias que introducimos a internet
hablan de quienes somos. Los objetos que buscamos y las cosas que vemos se
trasforman en herramientas de información sobre nuestros gustos. Es el
panóptico digital. Pero a diferencia del panóptico de Bentham, este no tiene
verdugos siguiéndonos. Sino que nos entregamos consentidamente a él. Así,
cotidianamente, subiendo fotografías, comprando cosas, buscando información en
Google. Como dice el filósofo Byung Chul Han, “hoy se registra cada clic que
hacemos, cada palabra que introducimos en el buscador. Todo paso en la red es
observado y registrado. Nuestra vida se reproduce totalmente en la red digital.
Nuestro hábito digital proporciona una representación muy exacta de nuestra
persona. El Big Brother digital traspasa su trabajo a los reclusos. Así, la
entrega de datos no sucede por coacción, sino por una necesidad interna. Ahí
reside la eficiencia del panóptico”.
Hermes Trismegisto, decía Borges, había dictado un
número variable de libros. En alguno de ellos, el teólogo francés Alain de
Lille —Alanus de Insulis— descubrió a fines del siglo XII esta fórmula “Dios es
una esfera inteligible, cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en
ninguna”. Así es internet, como el Dios de Hermes Trismegisto: sin una figura delineante,
sus ojos están en todas partes.
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