09/02/2018
“Así como los gobiernos de los
Estados Unidos necesitan las empresas petroleras para garantizar el combustible
necesario para su capacidad de guerra global, las compañías petroleras
necesitan de sus gobiernos y su poder militar para asegurar el control de
yacimientos de petróleo en todo el mundo y las rutas de transporte”
James Paul, Informe del Global
Policy Forum.
Para el capitalismo de Estados Unidos es
imprescindible el petróleo. El oro negro es su savia vital. Todo su derrochador
e insostenible american way of live se basa en el consumo inmisericorde
de petróleo. Por lo pronto es el país del mundo que más hidrocarburos traga
diariamente: 20 millones de barriles diarios. Quien le sigue, la República
Popular China, llega apenas a la mitad de esa cifra: unos 10 millones de
barriles diarios. Entre su inconmensurable parque industrial, la monumental
cantidad de vehículos particulares y medios masivos de transporte que movilizan
a su población y el gigantesco aparato militar de que dispone (más su reserva
estratégica, calculada en 700 millones de barriles), su sed de este elemento es
insaciable.
El negocio del petróleo es, de hecho, uno de los
más grandes del orbe: el segundo tras la industria militar (35 mil dólares por
segundo gastados en armas). Las compañías petroleras estadounidenses, todas
privadas, están entre las más enormes del planeta: mega-monstruos de acción
global como la Exxon-Mobil (cuarta compañía a nivel mundial), la
Chevron-Texaco, la Conoco-Phillips, la Amoco, la Bush Energy, la Oxy, y otras
algo menores (Koch Industries, Apache Corporation, PBF Energy, Alon USA), todas
tienen facturaciones multimillonarias, y en buena medida son las que fijan la
política exterior de Washington.
Podría decirse que la historia de Estados Unidos es
la historia del petróleo, del que está en su subsuelo (60% de su consumo
diario) y del que está en el subsuelo de otros países, pero que la clase
dirigente de esa nación parece seguir considerando propio, con la pequeña
diferencia –o “detalle molesto”– que no cae dentro de sus fronteras. ¿Por qué
la geopolítica de la Casa Blanca pone tanto énfasis en Medio Oriente y el Golfo
Pérsico, o más recientemente –desde la Revolución Bolivariana en adelante– en
Venezuela? Porque ahí están las reservas de oro negro más grandes del mundo. Y
porque, aunque no están en su propio subsuelo, las considera propias.
Dos son las causas por las que la política imperial
de Washington se construye con olor a petróleo (y a armas: su complejo
militar-industrial es el primer negocio de su economía). Por un lado, porque
necesita seguir manteniendo la provisión de oro negro como oxígeno
indispensable para su sistema económico capitalista (su parque industrial, todo
el enorme campo de la petroquímica, el mundo del automotor, los transportes en
general –aéreos, terrestres, marítimos–, su aparato militar, la carrera
espacial… todo depende, directa o indirectamente, del petróleo). Asegurando el
acceso a petróleo (40% de su consumo viene del exterior) mantiene su estándar
de vida y, fundamentalmente, no permite que caigan las megaempresas petroleras
que manejan ese fabuloso negocio.
Dato significativo: el actual Secretario de Estado,
Rex Tillerson, fue anteriormente Director Ejecutivo de la mega-petrolera
Exxon-Mobil, así como la ex Secretaria, Condoleezza Rice, fue antes una
encumbrada directiva de la petrolera Chevron. ¿Qué significa eso? Que la alta
política de la Casa Blanca no distingue mayormente entre funcionario público
tomador de decisiones y personal jerárquico de sus corporaciones globales; en
realidad, son prácticamente lo mismo. ¿Quién dirige a quién?
Pero por otro lado –y esto hoy día es de capital
importancia–, el negocio del petróleo, al menos hasta la fecha, se ha manejado
en dólares. Esa moneda, impuesta por el imperialismo estadounidense, es la que
rige las petro-transacciones internacionales. Cuando algunos países (Irán,
Irak, Corea del Norte) manifestaron su alejamiento de la zona dólar para pasar
a otras monedas (euro, rublo, yuan, yen, cesta combinada de divisas) en su
comercio internacional, fueron declarados miembros del “eje del mal”,
supuestamente por apoyar al siempre impreciso y nunca bien definido
“terrorismo”. Está claro: Washington tiembla (¡y tiembla mucho!) cuando ve que
su moneda puede perder valor.. O, dicho en otros términos, cuando ve que su
reinado puede empezar a caer..
Para la geoestrategia de la Casa Blanca perder la
hegemonía del dólar para las transacciones petroleras marca el principio del
fin de su supremacía. Es por eso que quiere asegurarse a toda costa las
reservas petroleras mundiales (al menos la mayor cantidad) para no verse sujeta
a un comercio donde no es Washington el que pone las condiciones.
¿Para qué salió el 1° de febrero el Secretario de
Estado Rex Tillerson a una gira de una semana por países “amigos” de la región
latinoamericana (México, Argentina, Perú, Colombia y Jamaica, todos con
gobiernos de ultra derecha, neoliberales y completamente alineados con las
políticas del amo del Norte)? Supuestamente para “promover un hemisferio
seguro, próspero, con seguridad energética y democrático”. ¿Qué significa
eso?
Preparar las condiciones para garantizar “su”
seguridad energética, la de su país, la del american way of life que
debe seguir teniendo la población estadounidense para no dañar la economía de
sus grandes corporaciones. Es decir: recuperar las enormes reservas
petrolíferas de Venezuela (las más grandes del mundo) para tener asegurada una
provisión de oro negro a largo plazo (más de 200 años), pudiendo así seguir
fijando los precios en dólar.
De las cinco petroleras más grandes del orbe
actualmente (la estatal Saudi Aramco, de Arabia Saudita, la estatal National
Iranian Oil Company –NIOC–, de Irán, la estatal China National Petroleum
Corporation –CNPC–, de la República Popular China, la privada Exxon-Mobil, de
Estados Unidos, y la estatal Petróleos de Venezuela –PDVSA–, de Venezuela), ya
son varias las que se están escapando del primado del dólar: los iraníes, los
chinos y los venezolanos están pasando a fijar sus transacciones en otras
divisas. Obviamente, la clase dirigente estadounidense tiembla.
Por lo pronto China, segundo consumidor mundial de
petróleo y gran potencia económico-industrial-financiera, comenzó a establecer
los contratos a futuro de oro negro en petro-yuanes, debidamente respaldados en
oro, y ya no en dólares. Eso se vincula con el lanzamiento que hará Rusia el
próximo 5 de marzo del cripto-rublo (constituyendo ese país la mayor reserva
petrolera fuera de la OPEP, también con ingentes reservas en oro), más la
entrada en vigencia el 20 de febrero de la cripto-moneda Petro, en Venezuela,
desvinculándose todos de la zona-dólar, al igual que también lo hace Irán.
La “seguridad energética” perseguida por Estados
Unidos, machaconamente remarcada por el Secretario de Estado Rex Tillerson en
su gira, no es otra cosa sino el intento (desesperado intento) de retomar las
reservas energéticas de Venezuela (petróleo y gas, y eventualmente otros
minerales estratégicos, pero en lo fundamental: el petróleo), que desde la
Revolución Bolivariana han pasado a ser administradas por el propio Estado, con
un proyecto nacional y popular con talante socialista.
De ese modo, ver perder PDVSA es inadmisible para
la lógica imperial (que es la lógica de su clase dominante, y para el caso, de
las grandes corporaciones petroleras). En otros términos, la gira del
Secretario Tillerson busca crear un grupo regional alineado absolutamente con
Washington –el Arcomepe: Argentina, Colombia, México, Perú– con el que pedir (y
llevar a cabo) la intervención “humanitaria” en Venezuela. Todo lo cual hace
más que evidente que en Venezuela no hay “narcodictadura asesina”, como
pretende el envenenado discurso dominante promovido desde la Casa Blanca y sus
usinas mediáticas: ¡hay mucho petróleo! ¡Hay una compañía petrolera estatal que
ahora, desde la llegada de Chávez a la presidencia y la edificación de la
Revolución Bolivariana, distribuye la renta que ese negocio da, de una manera
más equitativa, popular, beneficiando a los sectores históricamente marginados!
PDVSA, con el actual proceso político en curso, dejó de ser una filial
estadounidense para pasar a ser una verdadera empresa venezolana con honda
proyección social.
La idea del gobierno estadounidense es que el
petro-secretario “ministro de colonias”, de gira por “ese pueblito que está
al sur del Río Bravo llamado Latinoamérica”, pueda crear las condiciones
para poder hacer de la Exxon-Mobil, hoy día la cuarta compañía petrolera del
globo, la primera, recuperando la venezolana PDVSA.
El continuo acecho que ha tenido la Revolución
Bolivariana durante toda su existencia se explica por eso: por tener las
reservas de hidrocarburos más grandes del mundo. El lanzamiento de estas
cripto-monedas por parte de otras potencias mundiales como China y Rusia y su
abandono del dólar, encendieron peligrosamente las alarmas en Estados Unidos.
Lo que pueda venir ahora para Venezuela no es muy simpático precisamente: si
todo lo que se intentó hasta el momento para detener la Revolución Bolivariana
–ayer con Hugo Chávez a la cabeza, hoy con Nicolás Maduro– no funcionó, en el
momento actual, con el golpe que pueden significar estas medidas anti-dólar, el
peligro para la hegemonía estadounidense se redobla. Y los animales heridos, lo
sabemos, son los más peligrosos, porque lanzan los manotazos más letales, por
una pura cuestión de sobrevivencia.
El imperio norteamericano no ha caído ni está
pronto a agonizar, pero da muestras de honda preocupación. Y en esas
condiciones, puede hacer cualquier cosa para mantener su hegemonía. La idea de
una guerra nuclear limitada da vuelta por muchas cabezas de ideólogos de
Estados Unidos. Podrá ser un absurdo disparate en términos humanitarios, pero
la desesperación puede llevar a cualquier insensatez, a cualquier imprudencia.
Lo que puedan pergeñar para la República Bolivariana de Venezuela es incierto,
aunque todo indica que, producto de la actual gira de Tillerson, es muy
probable que se organicen países que “intervengan” para rescatar a la población
de la “crisis humanitaria”.
Si habrá luego “acciones para salvar a la
población de la sanguinaria dictadura madurista” no está claro aún, pero
todo indica que eso es posible (quizá intervención de la OEA, o de la ONU, con
fuerzas multilaterales lideradas por Estados Unidos). De ahí que debe
condenarse con la más categórica energía todo intento injerencista. Venezuela
es un país independiente, libre y soberano, y su petróleo y recursos naturales
son de los venezolanos, de nadie más.
https://www.alainet.org/es/articulo/190963
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