27/02/2018
| Immanuel Wallerstein
La arena más fluida en el sistema-mundo moderno,
que está en crisis estructural, es posiblemente la arena geopolítica. Ningún
país llega, ni de cerca, a dominar esta arena. El último poder hegemónico,
Estados Unidos, ha actuado durante mucho tiempo como un gigante indefenso.
Puede destruir pero no controlar la situación. Aún proclama reglas esperando
que el resto [de países] las cumplan, pero puede ser y es ignorado.
Ahora hay una amplia lista de países que actúan
según su conveniencia, a pesar de las presiones de otros países para que actúen
en tal o cual sentido. Un vistazo a la situación del mundo confirmará sin
dificultad la incapacidad de Estados Unidos para salirse con la suya.
Los dos países, además de Estados Unidos, que
disponen de un fuerte poderío militar son Rusia y China. En su momento, se
tuvieron que mover con cuidado para evitar la reprimenda de Estados Unidos. La
retórica de la guerra fría describió dos campos geopolíticos en competencia. La
realidad era diferente. En realidad, la retórica enmascaraba la eficacia
relativa de la hegemonía estadounidense.
Ahora es prácticamente al revés. Estados Unidos
tiene que moverse con prudencia en relación a Rusia y China, con el fin de
evitar perder toda capacidad de obtener su cooperación en las prioridades
geopolíticas de Estados Unidos.
Mírese a continuación a los llamados aliados más
fuertes de Estados Unidos. Podemos discutir sobre cuál es el aliado más
cercano, o sobre quién lo ha sido durante mucho tiempo. Se puede elegir
entre Gran Bretaña e Israel o incluso, dirían algunos, Arabia Saudita. También
se puede hacer una lista de antiguos socios fiables de Estados Unidos: Japón y
Corea del Sur, Canadá, Brasil y Alemania. Calificarlos como los segundos.
Fijémonos ahora en el comportamiento de todos estos
países en los últimos veinte años. Digo veinte porque la nueva realidad
es anterior al régimen de Donald Trump, aunque indudablemente él ha empeorado
la capacidad de Estados Unidos para salirse con la suya.
Tomemos la situación en la península de Corea.
Estados Unidos quiere que Corea del Norte renuncie a las armas nucleares. Este
es un objetivo que Estados Unidos repite regularmente. Es cierto que lo hizo
cuando Bush y Obama fueron presidentes. Y continúa siendo cierto con Trump. La
diferencia es el modo de tratar de lograr este objetivo. Antes, las actuaciones
de Estados Unidos añadían cierto nivel diplomacia a las sanciones. Esto
reflejaba la comprensión de que demasiadas amenazas públicas por parte de
Estados Unidos eran contraproducentes. Trump cree lo contrario. Él ve las
amenazas públicas como el arma básica de su arsenal.
Sin embargo, Trump tiene días diferentes. El primer
día amenaza a Corea del Norte con la devastación. Pero en el día siguiente se
dirige con prioridad a Japón y Corea del Sur. Trump les acusa de otorgan un
apoyo financiero insuficiente para cubrir los gastos derivados de la presencia
militar permanente de EE UU en la zona. Entonces, en el vaivén de una posición
a la otra, ni Japón ni Corea del Sur tienen la sensación de estár protegidos de
forma segura.
Japón y Corea del Sur han hecho frente a sus
temores e incertidumbres de forma dispar. El actual régimen japonés busca
afianzar las garantías de Estados Unidos ofreciendo un apoyo público total a
las (cambiantes) tácticas estadounidenses. De ese modo espera complacer lo
suficiente a Estados Unidos para que Japón reciba las garantías que desea. El
actual régimen de Corea del Sur desarrolla una táctica bien diferente.
Persigue, de forma abierta, relaciones diplomáticas más estrechas con Corea del
Norte, muy en contra de los deseos de Estados Unidos. De ese modo espera
complacer suficientemente al régimen de Corea del Norte como para que érste
responda aceptando no intensificar el conflicto.
No está claro que alguno de estos enfoques tácticos
vaya a servir para enderezar la posición de EE UU. Lo que es seguro es que
Estados Unidos no está al mando. Tanto Japón como Corea del Sur buscan a
hurtadillas disponer de armas nucleares para fortalecer su posición, ya que
desconocen lo que pueda depararles Estados Unidos en el futuro. La fluidez de
la posición de Estados Unidos debilita aún más el poder de Estados Unidos
debido a las reacciones que genera.
Tomemos sino la situación aún más complicada en el
llamado mundo islámico, desde Magreb a Indonesia, y en particular en Siria.
Cada potencia principal en la región (o que se ocupa de la región) tiene un enemigo
(o enemigos) principal diferente. En este momento, para Arabia Saudita e Israel
es Irán. Para Irán es Estados Unidos. Para Egipto es la Hermandad Musulmana.
Para Turquía, los kurdos. Para el régimen iraquí, los sunitas. Para Italia, Al
Qaeda, lo que hace que sea imposible controlar el flujo de migrantes. Y aún
podíamos seguir.
¿Y para Estados Unidos? ¿Quién sabe? Esto es lo que
da miedo a todos los demás. Estados Unidos parece tener en este momento dos
prioridades bastante diferentes. Un día, es la aquiescencia de Corea del Norte
con los imperativos de EE UU. Al día siguiente, es poner fin a la participación
de Estados Unidos en la región de Asia oriental o, al menos, reducir su
desembolso financiero. Nadie sabe a que atenerse.
Podríamos dibujar una situación similar en otras
regiones o subregiones del mundo. La lección a retener al hacerlo es que al
declive de Estados Unidos no le sigue [la emergencia de] otra hegemonía. Lo que
ha ocurrido es que, la fluidez de la que hablamos se ha plegado al zigzag
caótico general.
Por supuesto, en ello reside el gran peligro. De
pronto, en todo el mundo la gente piensa, y sobre todo las fuerzas armadas, en
accidentes nucleares, en errores, o en una locura. A corto plazo el debate
geopolítico más importante es cómo lidiar con este peligro.
Commentary Number 467, February 15, 2018
Traducción: viento sur
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