El trabajo anexado a continuación corresponde al tercer capítulo de una
serie de artículos que he venido publicando y que forma parte
de un ensayo titulado: “La policía y la sociedad civil. Análisis y
perspectivas desde Occidente”.
El capítulo anterior trataba de los inicios del proceso de
institucionalización de la policía francesa que se estaba llevando a cabo
paralelamente a la constitución del Estado-nación y, dentro de ello, se
describía la fundación de la Casa de Ayuntamiento, que se encargaba
de todos los asuntos municipales ligados a la buena marcha de la ciudad, y de
su rival, la Lugartenencia General de la Policía, la cual era
responsable de la división y del control policial.
En el capítulo presentado hoy analizo, desde la lógica de rentabilidad
impulsada por el Estado, toda la estrategia que regía el sistema de
reglamentación de la vida local y la apropiación del territorio municipal por
parte de la Lugartenencia de la Policía. Esta última, en el marco del
reforzamiento de la estructura policial, acaparó siempre
más funciones atribuidas, en un inicio, a la Casa de Ayuntamiento. Dentro
de este análisis, se hace hincapié en la percepción que Hegel tenía de la
policía.
Saludos cordiales
Nicole Schuster
LA POLICÍA:
REGULACIÓN DE LA ORGANIZACIÓN PÚBLICA
Y MANTENIMIENTO DEL ORDEN
PARTE III
POR NICOLE SCHUSTER
La nueva racionalización del Estado francés
regida por la necesidad de hacer imperar la seguridad pública impulsó, sobre
todo a partir de finales del siglo XVII y en el siglo XVIII, la elaboración de
políticas relativas a la policía, vista ésta como un dispositivo que siempre
más se moldeaba en función de criterios ligados a la rentabilidad. Dentro de
esa lógica, se priorizó la relación costo-beneficio en materia de lucha contra
la delincuencia y, a tal efecto, se evaluó la probabilidad y el costo de la
criminalidad, así como el índice de reincidencia inherente a ciertos tipos de
delitos. A este análisis se contraponía el precio que engendrarían la
aplicación de medidas represivas por parte de la policía y la consecuente
encarcelación de los delincuentes, y se elaboraban los mecanismos policiales
que se situaban dentro de los límites de los presupuestos destinados a
optimizar esta operación de control y represión(1). La política de
persecución de las personas errabundas es ilustrativa de esos programas en la
medida en que pone al descubierto las variaciones en la manera como fue
aprehendido –desde que apareció en el siglo XIV– el fenómeno del vagabundeo. Al
inicio, este último fue efectivamente asimilado a la mendicidad para luego ser
diferenciado de ello y tratado como una plaga que se corregía según las
necesidades de mano de obra en el país, o sea, mediante el encarcelamiento de o
la asignación a los vagos de tareas que servían a la comunidad. La pobreza
experimentaba las mismas tribulaciones en materia de regulaciones estatales(2).
Dentro de la nueva forma de “gestionar el cuerpo
social” y paralelamente al decrecimiento del campo de actuación de la Casa de
Ayuntamiento(3) en beneficio de la Lugartenencia de la Policía
que estudiamos anteriormente, se reforzaron el papel regulador atribuido a la
policía(4) y la organización de las comunidades bajo la
autoridad pública(5). Las varias funciones que incumbían a la
policía hacían de ella no solo una institución compuesta por miembros en
uniforme que mantenían el orden en las calles, sino más bien una política,
“un conjunto de mecanismos que regían el buen
funcionamiento del orden, del crecimiento de las riquezas y de las condiciones
de mantenimiento de la salud en general”(6).
Esos mecanismos, que se fundamentaban en
un nuevo constructo discursivo, fueron potenciados por la reforma de la
división policial y del control del espacio confiado a los funcionarios de la
Lugartenencia de la Policía. El discurso inherente a esta institución
emergente, que se independizaba del discurso académico-jurídico, enfocaba la
noción de territorio dentro de la relación que se forjaba entre este último y
el oficial(7). O sea, se buscaba insertar la acción administrativa
de los comisarios en el barrio que se les asignaba, haciendo de la ancianidad
de los oficiales en el puesto un factor positivo, dado que esta era considerada
como un mayor anclaje dentro de la población. En 1770, el comisario Lemaire
subrayaba la ventaja que representaba para el barrio la especialidad de los
comisarios veteranos en cuanto a la regulación del comercio de las semillas y
de los granos, a la gestión de los productos de carnicería, al buen
funcionamiento del régimen carcelario y a la administración de la Bolsa y del
cambio monetario(8). A esas especialidades se añadían, entre otras,
la capacidad de: frenar la extensión del vagabundeo; controlar la venta de la
pólvora, del salitre, la tenencia de armas, los incendios, el desbordamiento de
los ríos; y asegurar la libre circulación de los medios de subsistencia(9).
Dentro de este marco funcional, el oficial a cargo de un barrio estaba, por lo
tanto, en la posición de llevar luego al conocimiento del teniente de la
Policía las demandas del pueblo de la jurisdicción donde operaba. Esas medidas
contribuyeron en un notable mejoramiento en la organización de los comisarios
asignados en sus barrios.
Se percibía el énfasis puesto, por un lado, en la movilidad de los
oficiales para facilitar la conectividad de su acción con el terreno, y, por
otro, en el esfuerzo destinado a consolidar sus competencias. Esos aspectos
constituían factores claves en materia de traspaso de la experiencia adquirida
por un comisario a lo largo de su trayectoria profesional a su subordinado(10).
Además, la voluntad de reforzar la movilidad y el grado creciente de la
profesionalización de los oficiales bajo la égida de la Lugartenencia general
de la Policía correspondía no solo a la iniciativa tomada por los que se
alternaban en el puesto, sino también a una verdadera tentativa de sistematizar
la optimización de la actividad policial dentro de un espacio vigilado dado,
con sus características propias (nivel de delincuencia, frecuencia o ausencia
de la movilidad migratoria, la cual influye en la ampliación o estagnación
geográfica del barrio, etc.)(11).
En la segunda mitad del siglo XVIII, la policía soñaba con instaurar en
la ciudad de París un sistema de partición territorial similar al esquema
adoptado por los militares a fin de poder tener un mejor control sobre la zona
y la población vigiladas(12). Jeremy Bentham se situaba en la misma
línea cuando se inspiró en la estructura de las casernas y elaboró su
sofisticado proyecto panóptico carcelario que concibió basándose en la ruptura
de la relación “ver y ser visto”(13). La aplicación del modelo
militar era innovadora, habida cuenta de que la delimitación territorial
asumida por la policía había sido calcada durante mucho tiempo del sistema de
división de las jurisdicciones judiciales. Pero no pudo implantarse de manera
uniforme y desde la perspectiva de una distribución geométrica equilibrada de
los barrios, ya que el tamaño de estos últimos fluctuaba en función de la
densidad poblacional(14), la cual, en ese siglo sujeto a los cambios
drásticos impuestos por la Revolución industrial, escapaba a toda norma
tendiente a homogeneizar lo heterogéneo. Es para paliar esta imposibilidad de delimitar
lo no-delimitable que surgió la iniciativa, entre otras, de recurrir a la
práctica de subdividir las divisiones jurisdiccionales originales reproducidas
por la policía a fin de hacer coincidir mejor los perímetros diseñados con las
realidades urbanas, por cuanto el recorte de los barrios facilitaba el influjo
de la acción policial sobre la población(15). Por otro lado, la
implantación territorial de la policía podía igualmente suscitar un sentimiento
de disociación entre las autoridades policiales y los habitantes de los
barrios. Estos últimos habían edificado un sistema de auto vigilancia y
defensa, como la protección contra la delincuencia, la regulación de las
relaciones entre la gente, que ciertos personajes notables de la ciudad
provenientes de la burguesía, de la iglesia, e igualmente la milicia burguesa
encargada de la defensa de la ciudad se empeñaban en hacer respetar. Es decir,
la policía de París, que estaba en proceso de construcción, podía encontrar una
cierta oposición en la estructura que se sustentaba en lazos de vecindad
tejidos a lo largo de siglos de sedentarismo, los cuales podían representar un
obstáculo a la inserción creciente de la policía en su vida. Ello refleja la
situación de equilibrio inestable que se daba entre ambas partes, pues el grado
de disociación y/o de asociación entre los oficiales de la policía y la
comunidad local podía variar en función tanto de la implantación progresiva de
estaciones de policía en los barrios con ejecutores asignados en ellas de forma
fija como de la presencia de patrullas en las calles. Es por ello que el
problema de la movilidad fue objeto de debates constantes en el seno de las
autoridades. Se analizaba si un aumento de las patrullas en la calle orientadas
a prevenir el peligro era más provechoso que fijar a los funcionarios en
estaciones de la policía para que recibiesen las demandas de los vecinos que
acudirían a ellos y actuasen partiendo de este lugar de asignación(16).
A pesar de esos interrogantes sobre la distribución territorial que nacían de
una práctica diaria que mucho tenía de la experimentación, la idea de modelar
el territorio urbano seccionándolo para manejar mejor el espacio y la población
asentada en él tuvo un cierto impacto, pues se implementó en otras ciudades de
Europa como en Madrid (con la subdivisión de los grandes “cuarteles” en barrios
menores), Nápoles, etc.(17). Sin embargo, esas estrategias y su
eficiencia real requieren ser contrastadas puesto que, en esa época, al lado de
una población enraizada en su espacio local y sus costumbres, se presenciaba,
como lo mencionamos, un movimiento migratorio bastante dinámico(18) que
influía en la dimensión y forma de los barrios tradicionales al hacer que los
recién llegados se aglomeraran en ellos.
La amplia misión de “crear el orden
público” no era competencia exclusiva de la policía francesa. Era igualmente
común en otros países europeos, como Alemania, donde se consideraba que:
“la policía
es el cuerpo de leyes y reglamentos relativos al interior de un Estado, es decir,
al buen empleo de las fuerzas del Estado”,
por lo que participaba en la estabilidad del equilibrio que debía reinar
entre los países europeos(19). Esta nueva lógica de gestión policial
y de seguridad contribuía al “esplendor del Estado”(20) y,
sobre todo, a la imagen de ejemplaridad que se quería proyectar de la capital
gala, tal como consta en el escrito de un personaje ligado a los círculos
policiales, donde se puede leer que se debe lograr formar una:
“Policía muy
digna de Su Majestad, muy cristiana y ejemplar para todos los Estados, Imperios
y Repúblicas del Universo”(21).
Pese a esas buenas resoluciones, el siglo
de las Luces estaba lidiando con un dilema de orden ético, puesto que no se
conseguía internalizar la articulación que existía entre la policía –en tanto
reguladora del orden socioeconómico– y el cuerpo policial titular de la
facultad de recurrir a la coerción no negociable para reprimir a la población(22).
Nos encontramos aquí frente a las dos tendencias que existían en ese tiempo y
que se expresaban, a finales del siglo XVIII, a través de la oposición de las
visiones presentadas por los filósofos alemanes Hegel y Fichte. El ideal
propugnado por Hegel era el de un organismo policial que debía trascender el
plan jurídico orientado únicamente hacia la detención de aquellos que infringen
la ley y la propiedad. Con ello, Hegel se demarcaba totalmente de la visión
fichtiana del Estado policial en el que todos tienen la obligación de aceptar
ser intervenidos por la policía y deben, por lo tanto, llevar permanentemente
una documentación que demuestre su identidad(23). Si bien Hegel
consideraba a la policía como un guardián de la ley, señalaba que era necesario
pensarla como una entidad dotada de funciones más amplias al hacer de ella un
cuerpo cuya misión fuera vigilar y asegurar:
“la
iluminación de las calles, la construcción de puentes, la fijación diaria de
los precios de mercancías básicas, el cuidado de la salud pública” (24),
así como la ejecución de otras obras públicas. Es decir, en la
perspectiva hegeliana, su rol era proveer servicios de utilidad pública. De
este modo, la policía constituía, mediante la sociedad civil, el nexo entre lo
universal y lo individual, para que, dentro del marco de este último, el ser
lograra realizar objetivos personales. Según Hegel, el desarrollo de la
sociedad tiene que efectuarse en un contexto de cambios entre productores y
consumidores, que deben ser políticamente arbitrados para proteger y promover
el bienestar público(25). Por consiguiente, es menester establecer
un equilibro entre ambas partes a través de una regulación del poder económico
–que a veces tiende a querer sobrepasar los límites que se le impone y a
frustrar el interés individual–, una tarea que incumbe al Estado que debe intervenir,
siempre y cuando se noten desbalances(26). La visión hegeliana,
aunque represente un ideal, se basa en la realidad y tiene semejanzas con la
descripción que Foucault hace de la policía. Pero no se puede obviar que
también se diferencia de ella en la medida en que Hegel contempla igualmente la
realización individual mientras el modelo de regulación en el contexto del
mercantilismo, tal como lo presenta Foucault, solo apunta a la buena marcha de
los asuntos públicos y de la economía para que el Estado-nación logre
consolidarse. O sea, este último no considera al individuo como un ente
merecedor de un proceso de realización personal, sino como parte de un conjunto
global llamado población y, en consecuencia, como estadística a la que también
recurre la policía, la cual, a su vez, dentro de su rol de mediador entre el
cuerpo ciudadano y el Estado, pierde su imparcialidad al servir directamente a
la causa del Estado.
En todo caso, las concepciones de
Hegel y Foucault ponen de manifiesto que la policía era un agente activo en la
conformación del nuevo sistema sociopolítico que se establecía y, en ese
sentido, no se circunscribía a asumir un rol puramente funcional de “simple
instrumento por intermedio del cual se impiden los desórdenes”(27).
Como lo mencionamos anteriormente, velaba para que cada individuo fuera parte
del cuerpo productivo y contribuyera a que el Estado-nación emergente
prosperara económicamente, por lo que la población se convirtió en blanco de
las políticas del gobierno y en actor decisivo en la implementación de las
estrategias de crecimiento del Estado(28). El proceso de edificación
del Estado-Nación y del organismo de la policía inherente a ella dio lugar a un
régimen dualista de gobernabilidad y policía con sus dos orientaciones
complementarias. La primera orientación, llamada “biopoder”, tiene el objetivo
de controlar y reglamentar a la población(29) para que se
mantenga la tranquilidad pública, siendo el biopoder la proyección del Estado y
de la policía, por cuanto ambos asumen el rol de “equilibrador y defensor del
orden social”(30). La otra orientación se expresa a través de la
línea de medidas que apuntan a instaurar la disciplina.
Notas de pie:
1. Ver Michel Foucault, Sécurité, territoire, population,
op. cit., pp. 7-13.
2. Ver Histoire de la sécurité publique et des politiques
pénales enhttp://www.scribd.com
3. Sobre las funciones de la “Casa de ayuntamiento” y la Lugartenencia,
ver mis trabajos anteriores difundidos en:
4. Ver Stuart Elden, Plague, Panopticon en Police, Surveillance
& Society 1(3), p. 248.
5. Ver Michel Foucault, Sécurité, territoire, population,
op. cit., p. 320.
6. Ibíd.
7. Ver Catherine Denys, Logiques territoriales, Revue
d’histoire moderne et contemporaine 1/ 2003 (no50-1), p. 13-26.
8. Vincent Milliot, Saisir l'espace urbain: mobilité des
commissaires et contrôle des quartiers de police à Paris au XVIIIe siècle,
op. cit.
9. Ver Jean-Baptiste-Charles Le Maire, La police de Paris en 1770:
mémoire inédit composé par ordre de G. de Sartine sur la demande de
Marie-Thérèse, Société – Histoire de Paris, Paris, France, 1879, pp. 1-3.
10. Vincent Milliot, Saisir l'espace urbain: mobilité des
commissaires et contrôle des quartiers de police à Paris au XVIIIe siècle,
op. cit.
11. Ibíd.
12. Ver Catherine Denys, Logiques territoriales, op. cit.,
p. 13-26.
13. Ver Michel Foucault, Surveiller et punir. Naissance de la
prison, op. cit., p. 235.
14. Ver Catherine Denys, Logiques territoriales, op.
cit.
15. Ibíd.
16. Ibíd.
17. Ibíd.
18. Ver Vincent Milliot, Saisir l'espace urbain: mobilité des
commissaires et contrôle des quartiers de police à Paris au XVIIIe siècle,
op. cit.
19. Michel Foucault, Sécurité, territoire, population, op.
cit., p.321 y p. 322.
20. Ibíd., p. 321 y p. 336.
21. Ver Bibliothèque Nationale de France, Mss Fr.18599, fol.95 rº,
citado en Nicolas Vidoni, Les officiers de police à Paris (Milieu
XVIIème-XVIIIème siècle, op. cit.
22. Ver Marco Cicchini, La police sous le feu croisé de
l’histoire et de la sociologie. Notes sur un chantier des sciences humaines.
Carnets de bord Nº14. 2007 en:
23. Ver Timothy Luther, Hegel’s Critique of Modernity.
Reconciling Individual Freedom and the Community, Lexington Books,
Plymouth, UK, 2009, p.179.
24. Ibíd., p. 180.
25. Ibíd.
26. Ibíd.
27. Ver C. Journès, Police et Politique, op. cit.
28. Ver Michel Foucault, Sécurité, territoire, population,
op. cit., p. 20.
29. Stuart Elden, Plague, Panopticon en Police, Surveillance
& Society 1(3): 240-253
30. Ver C. Journès, Police et politique, op. cit., pp.
26-49.
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