Cuando nos
preguntamos por el ser intelectual es imposible no hablar de Antonio Gramsci. A
inicios del siglo XX, este socialista italiano estudió las formas de dominación
en las sociedades modernas, y a esa forma de dominación la llamó “hegemonía”.
La hegemonía es el
modo en como las clases dominantes someten a las clases dominadas o
proletarias. Las clases dominantes o burguesas ejercen su control desde la economía
y la política, pero también, según este pensador italiano, ejercen su control a
través de la cultura. La forma en cómo se instala la hegemonía se da
principalmente mediante el sistema educativo, las instituciones religiosas y
los medios de comunicación.
Para Gramsci el
intelectual es aquella persona que tiene un trabajo intelectual o sea de
producción de ideas o pensamientos. Uno puede ser un pequeño, mediano o gran
intelectual, pero tiene que trabajar. Por consiguiente, hay que hacer una
diferenciación elemental entre lo que es un intelectual y lo que no es. Ser
intelectual es el que escribe, el que redacta, el que edita y el que publica;
generalmente son: el docente, el periodista y el escritor. Es aquella persona
que acumula consensos en una sociedad. Por otro lado, no vale como intelectual,
aquel bohemio que se la pasa de fiesta, de vacaciones, de ocio, esperando la
inspiración de alguna musa, embriagándose o entregándose a otros vicios;
canjeando momentos de lucidez o claridad por estimulantes de esa índole.
Desde la
concepción de Gramsci hay dos tipos de intelectuales. El primero es el
intelectual tradicional o intelectual conservador, es aquel que defiende los
valores, tradiciones y la visión del mundo de la clase dominante, suelen
mostrarse como burócratas o funcionarios estatales; el segundo es el
intelectual orgánico o intelectual transformador, es aquel comprometido con un
movimiento o causa, defiende a los trabajadores (proletarios) pudiendo entender
y expresar sus necesidades, y ayuda a los mismos a organizarse directa e
indirectamente.
La figura de
Gramsci como intelectual orgánico en el viejo continente es muy similar, en
grandeza, a la del “Amauta” José Carlos Mariátegui. Nuestro Amauta está
sumamente desperdiciado en la mayoría de los espacios de aprendizaje en las
escuelas y universidades de nuestra patria. Sus obras tienen un profundo
sentido histórico, porque comprende la naturaleza viva y las características de
la realidad internacional, continental y nacional. Por consiguiente, repasar
las obras del Amauta es fundamental para emprender una formación intelectual
seria.
Por otro lado,
para el intelectual, la batalla contra la hegemonía o globalización o
específicamente globalización capitalista no puede quedar pendiente o
postergada. Esta tiene que encararse en todos los medios y usando todas
herramientas posibles. A través del discurso, los libros, la televisión, los
poemas, las novelas, los chistes, el teatro, el dibujo, la organización, etc.,
se necesita todos los medios posibles de expresión del arte y del espíritu
humano para transformar los esquemas más profundamente arraigados, dando pautas
de un orden ético y lógico para que las personas puedan reorganizar su vida y
su mundo.
A modo de
conclusión, los intelectuales no son homogéneos, hay matices o graduaciones
entre ellos, y esto se debe a que cada intelectual abraza una determinada
corriente ideológica, política o filosófica. Hubo intelectuales que
contribuyeron a las transformaciones de la sociedad, sin embargo, hubo otros
que justificaron la opresión y barbarie de la clase dominante. En la
actualidad, el intelectual obedece a un compromiso con su espacio y tiempo,
difunde lo que produce, y lleva lo que mejor se sabe hacer: ideas.
*Fuente: diario
Caplina 18/04/18
Autor: Derick Flores González
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