02/05/2018
| Albert Recio Andreu
El último informe del FMI vuelve a alertar sobre el
crecimiento de la deuda. Se trata de una de las cuestiones recurrentes en el
período neoliberal, a menudo utilizada como un elemento de crítica contra las
políticas públicas y como justificación de los sucesivos planes de ajuste
impulsados por el Consenso de Washington y la teoría del ajuste expansivo que
ha dominado la política de la UE a partir de 2010.
El nivel de endeudamiento global, el 225% del PIB
mundial, es superior al de la crisis. El FMI insiste en la solución tradicional,
reducir los déficits públicos aprovechando los bajos tipos de interés. El
problema es que una parte mayoritaria de la deuda es privada. Gran parte del
crecimiento de la deuda a partir de la crisis se debió a que el sector público
socializó parte de la deuda privada, especialmente la bancaria, y, a pesar de
ello, la deuda privada sigue siendo superior en todas partes, también en
España. A finales de 2017 el endeudamiento total del Estado español se situaba
en el 235,4% del PIB, siendo del 98,1% el público y el 137,3% el privado.
Para las ideas económicas convencionales (y para
buena parte del sentido “moral” colectivo) el endeudamiento es algo malo, una
muestra de que uno gasta más de lo que ingresa, y por tanto es siempre el
deudor el que debe pagar por su mala cabeza. Pero la situación es diferente si
se analiza desde otra perspectiva.
Los economistas poskeynesianos (siguiendo en gran
medida ideas sugeridas por Marx y Rosa Luxemburg) han mostrado —en especial
Minsky y Keen— que el endeudamiento privado es consustancial a una economía
capitalista en crecimiento donde las empresas realizan inversiones cuando aún
no existe demanda (y donde los consumidores adelantan la compra de bienes de
consumo duraderos, como la vivienda o los automóviles). En estas economías el
sector financiero juega un papel autónomo respecto al capitalismo productivo y
con sus decisiones facilita este sostenido proceso de endeudamiento. Es
evidente que este hecho añade un nuevo elemento de inestabilidad al sistema por
cuanto las decisiones del sector financiero pueden promover procesos
especulativos y dar lugar a “esquemas de Ponzi” que a la postre acaban por
generar crisis financieras y recesiones. La evolución económica neoliberal, con
su enorme proceso de transformación del sistema financiero, ampliando los
mecanismos que permiten la creación de dinero y alentando nuevos ámbitos de
ganancia especulativa, ha generado nuevas modalidades de acción que, por una
parte, facilitan la persistencia del modelo pero, por otra, son una nueva
fuente de tensiones futuras. De hecho, la respuesta dada a la última crisis no
sólo en términos de salvamento público del sistema financiero sino también de
una política monetaria totalmente laxa por parte de los grandes bancos
centrales (Banco Central Europeo, Reserva Federal) ha facilitado la
supervivencia de muchos bancos a cambio de mantener el endeudamiento global. Es
bastante probable que el auge de las empresas de inversión que están pasando a
controlar una gran parte de las empresas productivas tenga que ver tanto con su
fácil acceso al crédito como al mantenimiento del endeudamiento global.
En el caso de los estados la situación es algo
diferente. Su endeudamiento puede ser la combinación de tres elementos
diversos: un bajo nivel de ingresos tributarios, un gasto desmesurado o la
asunción de deudas de terceros. En la crisis reciente el crecimiento ha sido
producto en primer lugar de la caída de los ingresos (en España el colapso de
la burbuja financiera-inmobiliaria provocó una caída drástica de los impuestos
que estaban asociados a la compraventa de viviendas) y, en segundo lugar, de la
asunción de deuda bancaria. Una vez que estos dos factores se hicieron
visibles, la Unión Europea adoptó una política de ajuste, en teoría diseñada
para reducir el déficit y el endeudamiento, que en la práctica lo incrementó
(en España el nivel de endeudamiento público casi se duplicó desde la adopción
de las políticas de ajuste en 2010) debido a que los recortes en el gasto
público generaron una nueva recesión y una consiguiente caída de los ingresos
públicos; una situación que tiene difícil solución mientras sigamos instalados
en la persistente política de rebajar impuestos con fines ideológicos,
culturales o para satisfacer los intereses de los sectores sociales de mayores
ingresos. El endeudamiento público acaba siendo al mismo tiempo muchas cosas a
la vez: el resultado de políticas económicas mal diseñadas o insensatas; un
mecanismo para favorecer una redistribución de la renta hacia los ricos y un
recorte sostenido de servicios y provisiones públicas; una cortina de humo que
oculta las tendencias innatas del capitalismo en pro del endeudamiento global;
una legitimación del capital financiero como guardián del buen orden económico.
El endeudamiento es sin duda un factor potencial de
desestabilización, sobre todo cuando se produce un cambio brusco de política
monetaria y los créditos a bajo interés se encarecen de golpe (como ocurrió en
la década de los ochenta y en menor medida en 2007 en Europa). O como puede
ocurrir ahora tras un período de dinero casi gratis para el sector financiero.
Y ya sabemos por experiencia qué ocurre cuando el capitalismo se desestabiliza.
Ciertamente la deuda amenaza con convulsiones profundas. Por desgracia no es la
única, aunque sí la que más preocupa a la visión económica convencional (para
la que los problemas ambientales, las desigualdades extremas, el paro y la
marginación de importantes capas sociales son meros elementos retóricos a los
que aludir cuando ello es inevitable). Es una muestra más de un sistema social
que genera desastres sin fin pero que se mantiene porque sigue garantizando un
modelo de vida que le resulta atractivo a un volumen suficiente de gente,
porque ha conseguido generar una hegemonía social incluso sobre buena parte de
sus víctimas, porque salvo en períodos muy cortos no ha contado con
experiencias alternativas suficientemente consistentes. Y, así, seguimos
pendientes de que la nueva crisis de la deuda acabe provocando un nuevo
cataclismo social a corto plazo, y seguros de que, de no cambiarse el modelo,
el cataclismo ecológico o el generado por la expansión de la desigualdad nos
conducirá a un período de barbarie a escala planetaria.
30/4/2018
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