18-05-2018
El 4 de
noviembre de 1780 José Gábriel Condorcanqui, Túpac Amaru II, entonces Cacique
de Pampamarca. Tungasuca y Surimana, dio inicio a la primera gesta libertadora
de América.
La captura, y posterior ejecución, del Corregidor
Antonio de Arriaga, fue la señal para la insurgencia de sus huestes que
lograron mantener en jaque el dominio español en el suelo peruano durante
varios meses.
Finalmente, el líder indio fue vencido y salvajemente
ejecutado, al igual que su esposa y todos sus familiares, en la Plaza Principal
de la ciudad del Cusco, como castigo y escarnio para de la población. Este
infausto acontecimiento, ocurrió hace 237 años, un 18 de mayo de 1781.
Cuenta la historia que el caudillo fue atado a
cuatro caballos que tiraron en distintas direcciones para arrancar cada uno de
sus miembros. La fortaleza física del insurgente resistió a la barbarie, pero
finalmente éste fue igualmente ejecutado.
La gloria de Túpac Amaru ha crecido en el Perú y el
mundo con el tiempo. Lo han recordado los pueblos. Lo han estudiado los
estrategas de la guerra, los historiadores, los analistas de la política. Y lo
han admirado y cantado los poetas. Alejandro Romualdo lo ha recordado con
eximia brillantez:
Querrán volarlo y no podrán volarlo. / Querrán
romperlo y no podrán romperlo. / Querrán matarlo y no podrán matarlo /
Querrán descuartizarlo, triturarlo, mancharlo,
pisotearlo, desalmarlo /
Querrán volarlo y no podrán volarlo. / Querrán
romperlo y no podrán romperlo. / Querrán matarlo y no podrán matarlo…”.
Es bueno recordar que el movimiento de 4 de
noviembre de 1780 en la aldea de Tinta en del departamento del Cusco, no fue la
primera acción campesina contra el yugo español. La resistencia, vino de antes.
Y se expresó desde un inicio en el enfrentamiento de Calcuchímac, el guerrero
inca aliado de Atahualpa y quemado vivo en la hoguera por los españoles; en la
protesta alzada de Manco II; pero también en la larga batalla de Túpac Amaru I,
a fines del siglo XVI. Y además, en el accionar guerrero de Juan Santos
Atahualpa, que remeció la sierra central peruana, entre 1742 y 1756.
Cuenta la leyenda que este caudillo indio logró
tener bajo su dominio todo el valle del río Perené y combatió en los territorios
de la selva central y la serranía peruana. Nunca fue ni capturado, ni abatido.
Simplemente desapareció con el tiempo dejando en la mente de muchos la idea que
volvería, para ser millones.
De algún modo puede asegurarse que José Gabriel
Condorcanqui -quien tomó el nombre legendario de Túpac Amaru en su memoria-
recogió esta herencia de lucha y la convirtió en un poderoso acicate
movilizador que entusiasmo a decenas de miles de pobladores del sur andino.
En su mejor momento, el cacique indio pudo haber
conducido a su pueblo a la victoria. Los historiadores registran que si,
siguiendo el consejo de su valiente esposa Micaela Bastidas, hubiese dirigido
sus huestes hacia la Ciudad del Cusco, la hubiese tomado con facilidad y
afirmado allí un vigoroso proceso social que asomaba imbatible.
Hoy se dice que si la Independencia de América se
hubiese afirmado a partir de triunfo de la insurgencia tupacamarista, distinto
habría sido el escenario peruano, y diferente también la suerte de todo el
continente.
Por el pronto, es claro que la Independencia del
Perú se hubiera proclamado en el Cusco, y no en Lima; en 1780 y no en 1821; que
hubiese sido el resultado de la victoria de un ejército autóctono, y no
consecuencia de las corrientes liberadoras procedentes del sur del continente.
Otro, habría sido el destino del país.
La capital habría sido la misma del Imperio, y el
Poder efectivo hubiese sido ejercido no por una casta criolla, oportunista y
logrera, sino por una fuerza india de singular valor. Y la huella del
movimiento emancipador peruano se hubiese extendido en América para
complementarse luego con el accionar valeroso de San Martín y Bolívar.
En general, en el Perú se rinde tributo a Túpac
Amaru. Pero como bien lo aseguró Lenin hablando de Carlos Marx; los esfuerzos
de la clase dominante se orientan siempre a convertirlo en una suerte de ícono
inofensivo, un pequeño busto, o un afiche, que recuerda su paso por la vida.
Pero esos homenajes, en lo fundamental, le sustraen la esencia de esa lucha; y
se convierten apenas en rituales orientados a dejar libre la conciencia de
quienes los promueven.
El homenaje a Túpac Amaru comenzó a tener un
sentido distinto en la medida que se fue afirmando en la conciencia de los
pueblos. Y eso ocurrió cuando la lucha social tomó fuerza tanto como idea
nacional, cuanto sentimiento latinoamericanista, alentado por las corrientes
progresistas de nuestro continente.
En los años del proceso peruano liderado por Juan
Velasco Alvarado, la figura de Túpac Amaru creció en el escenario, hasta
situarse en el centro de la conciencia de multitudes. Sirvió como fuente de
inspiración para la reforma agraria, pero también para la organización
campesina. Además, inspiró una práctica de lucha ligada directamente a la
defensa irrestricta de las poblaciones secularmente marginadas en nuestro país.
Bien puede decirse que la obra principal de ese
gobierno –su política emancipadora- estuvo incentivada por la imagen de Túpac
Amaru, que creció en el tiempo y perfiló escenarios de lucha y objetivos de
victoria. Hoy puede afirmarse que en todo el continente, se siente con calor el
mensaje de este caudillo peruano. Los procesos liberadores que se desarrollan
en distintos países, toman su bandera, y la despliegan con fuerza y valor.
La Independencia y la Soberanía de los Estados,
unidas a una genuina Democracia, asoman como valores esenciales de nuestro
tiempo. Y las personalidades que antaño hicieron valer la historia –como Túpac
Amaru, o Túpac Katari- brillan con luz propia y se expresan en el rechazado de
los pueblos a los planes hegemónicos del Imperio.
Si ayer fue España, hoy es Estados Unidos de
Norteamérica, quien simboliza el Poder que resulta indispensable abatir para
dar paso a un nuevo curso de la historia. En ese esfuerzo, anida la voluntad de
todos los que hoy impulsan transformaciones profundas ligadas al destino de
todos nosotros.
El futuro de América Latina tendrá que ver siempre
con el ejemplo de este valeroso combatiente. Túpac Amaru volverá en el
escenario continental y sus grandes ideales coronarán el esfuerzo de las nuevas
generaciones. Y es que, cuando la clase dominante crea todo consumado “gritando
¡libertad! sobre la tierra / ha de volver / Y no podrán matarlo.. !”.
Gustavo Espinoza M. Colectivo de dirección de Nuestra Bandera.
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