Alainet
06-06-2018
En
Europa, en la segunda mitad del siglo XIX la confianza en el progreso era
bastante general. Era la idea moderna por excelencia. La visión ascendente de
la historia era optimista frente a quienes veían la historia como una
repetición cíclica. La fe en la razón abundaba en la convicción de que el futuro
sería necesariamente mejor. Quedaba superada una concepción según la cual el
presente es repetición del pasado y todo regresa al punto de origen, el mundo
se degrada y se renueva, se degrada y se renueva. No cabe duda que esta nueva
visión jubilosa de la historia es hija de la cultura judeo-cristiana pues
culmina en el reino feliz.
La cuestión es si tras el tiempo transcurrido, las
respuestas dadas a dos guerras mundiales, al genocidio nazi, al gulag, y a los
actuales conflictos sangrantes que nos asolan, nos permiten mantener como
verdadera la creencia laica en el progreso. El conocimiento permite prever el
futuro se decía, pero si así fuera seríamos aún más responsables del fracaso de
la razón. Hegel decía que la razón, la conciencia y la cultura van creciendo y
perfeccionándose, pero yo no veo que la historia se mueva hacia la racionalidad
y la libertad. Tal vez yo no tenga razón y me falta idealismo.
Sí, creo que en la segunda mitad del siglo XIX
había motivos para abrazar la modernidad. Entonces había una competencia entre
sistemas de creencias en la búsqueda de una fuerza motriz de la historia.
Conocer esa fuerza era tener la llave del conocimiento del futuro. Era saber lo
que mueve a la historia. Se pugnaba pues en identificar un principio rector que
ayuda a construir certezas. Lo que quiero decir es que había gran competencia
entre corrientes de pensamiento.
El socialismo encontró su fuerza en el curso de la
historia y en el optimismo, al que el himno de Eugène Pottier le puso letra, La
Internacional . Claro que hay que decir que los socialistas del siglo XIX y
principios del siguiente no imaginaron hasta qué punto el siglo XX se
convertiría en un gran matadero. No obstante, esa fe del socialismo de la época
en un final victorioso, es lo que hizo posible su extensión por el mundo. A
pesar de las penalidades y de luchas desiguales la historia se decantaría del
lado de la clase obrera, de los pobres de la Tierra. El problema de este tipo
de promesas es ¿qué pasa si los pronósticos no se cumplen? Es exactamente lo
que ha ocurrido. Al hacerlo ha ido entrando en crisis su relato, su
cosmovisión. Aquel socialismo que dibujaba una sociedad final, incluso al
detalle, se ha ido debilitando.
Por eso, frente al liberalismo, alguno de cuyos
sectores predica el final de la historia, el socialismo ha ido perdiendo
terreno y decayendo su influencia, y en adelante todo es más incierto y
dependerá de su renovación, de su propio ajuste de cuentas y, sobre todo, de
sus luchas. Ahora el socialismo sabe que la historia es una construcción
humana, como bien dice el boliviano García Linera, no un movimiento autónomo
con final feliz, no una rueda de luces desplegándose luminosa hacia el futuro.
Pero, ¿qué deber ser el socialismo hoy? Para
empezar debe liberarse de una mochila que le viene del siglo XIX y le ha
proporcionado durante la mayor parte del siglo pasado un mundo subjetivo
seguro, pero ineficaz para el tiempo que vivimos. En adelante deberá negociar
con la incertidumbre. Sin embargo, el baño de realidad no debe conducirle a la
vía muerta de la desmovilización, del descreimiento, del relativismo como
sistema, de la rendición ante el capitalismo. Debe liberarse por consiguiente
de los complejos que le han llevado a desentenderse de construir un modelo de
vida y de economía alternativo, conformándose con ser un gestor con rostro
humano del capitalismo y su corolario el neoliberalismo. En cualquier caso el
socialismo no debe renunciar a la utopía en términos éticos, pues constituye
una idea-fuerza que reúne a la razón y a las emociones, en torno al horizonte
de un mundo mejor.
El socialismo no debe ser un ideal encorsetado y
administrado por los partidos políticos que actuarían como guardianes de un
libreto. Sólo tendrá vida presente y futura si cala en la gente y la gente lo hace
suyo como posibilidad inédita, como nueva forma de vida que aborda todas las
dimensiones de la vida humana y de la naturaleza. Pero para que esto ocurra es
fundamental librar la batalla de las ideas, en unas sociedades donde los medios
de comunicación y los mensajes diarios conforman la hegemonía de valores y
proyectos opuestos al socialismo y conducentes a un pensamiento único. Esta
batalla da espacio a los partidos políticos para defender ideas y propuestas
que se presenten tan alternativas como posibles. Pero para que esto ocurra los
partidos que dicen estar por el socialismo han de asumir que sus estrategias
han de pasar por la superación del capitalismo no por gestionarlo.
Paso por alto los temas que debieran centrar el
socialismo de hoy, desde la redistribución de la riqueza a la economía mixta y
al Estado regulador; desde la igualdad de género a la economía del cuidado;
desde las libertades individuales y colectivas a la división de poderes; desde
los derechos de la naturaleza al buen desarrollo de los territorios; desde el
multilateralismo al desarme nuclear… Son muchos los asuntos que debe proponerse
el socialismo hoy. Me limito en esta ocasión a centrarme en la democracia que
se espera del socialismo.
La democracia sigue en tensión con el Estado y en
guerra con los grandes poderes dueños del dinero. Sus peores enemigos son los
internos. Y es un hecho que su peso en la sociedad va descendiendo como
consecuencia del mal hacer de partidos políticos e instituciones. El socialismo
ha de proponerse su regeneración, lo que implica el rescate de la política, de
su actividad e instituciones, del secuestro a que está sometida por parte de
los grandes poderes globales y estatales que son la suma del Estado formal que
se ve y del Estado profundo que permanece detrás de las cortinas del gran
escenario. Desgraciadamente no manda la democracia, mandan poderes no votados.
El socialismo debe rebelarse contra esta realidad,
denunciándola y proponiendo alternativas activas que devuelvan a los
parlamentos toda su capacidad de deliberación y creación de óptimas
legislaciones; que terminen con la judialización de la política que en
ocasiones conduce a un sutil gobierno de los jueces; que devuelvan a la
sociedad, al demos , toda su capacidad de decisión en asuntos de interés
general, desde políticas sociales al derecho a decidir en los territorios con
sello de nacionalidad, indígena o no.
Contradictoriamente, la democracia de hoy ha
terminado por fabricar esferas de poder opacas, como consecuencia de su
apropiación por fuerzas políticas e instituciones, también por la burocracia,
que se erigen en administradores por excelencia de la democracia misma. Hay un
cuerpo político por encima de la gente con escaso interés real por distribuir
el poder en la sociedad. Su interés está concentrado en capturar electoralmente
a la ciudadanía En sentido contrario, el socialismo de hoy debe procurar la
institucionalización de mecanismos de mediación entre sociedad y política, lo
que pasa por crear amplios espacios de participación ciudadana. Facilitar esta
participación en la formación de voluntades de gobierno, en lo local, en lo
regional y en lo estatal. Justamente, la participación ciudadana es lo que hace
que cada vez más la vida política refleje los intereses, proyectos y opciones
de la ciudadanía, y no de los grupos instalados en su interior, como ahora
sucede.
Uno de los grandes retos del socialismo es el de la
relación entre leyes y democracia. Esta última, es fuente de leyes que deben
ser respetadas a fin de que la sociedad funcione de acuerdo con unas reglas de
juego adoptadas. Pero el Estado de Derecho debe rendir cuentas al Estado
Democrático, cuando las leyes vigentes no están preparadas para resolver
conflictos. Es entonces cuando la democracia debe disponer los cambios legales que
se necesiten para una vida en sociedad. El socialismo no debe caer en la trampa
del liberalismo de atrincherar la realidad en una camisa de fuerza tejida por
leyes inmutables. Para la derecha la prioridad es lograr la obediencia de la
ciudadanía, pero para el socialismo debe ser lo contrario: debe impulsar una
ciudadanía crítica.
El socialismo debe ser hoy una fuerza social y
política por democratizar la democracia. Una democracia de ventanas abiertas,
que permita una buena ventilación en la sociedad, frente a la democracia
delegativa, frente a la democracia minimalista o restrictiva, frente a la
democracia únicamente procedimental (para elegir gobiernos). Las preguntas del
socialismo son qué comunidad queremos, qué sociedad queremos, qué mundo
habitable queremos . Se trata de las grandes interrogantes que deberían
mover a la pasión de pensar y actuar. Sin duda, el momento en que vivimos pide
una actitud de remover las aguas, el reverso de la comodidad y del remanso
intelectual. Exige aceptar que el futuro es inseguro, no comprobable, y que
debemos concebir la vida como una batalla permanente superando todo pensamiento
complaciente.
Texto publicado originalmente en Alainet.org
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