10-07-2018
En la lógica de las superpotencias,
el poder económico y el poder militar están estrechamente ligados. No hay
superpotencia militar sin un gasto económico astronómico ni hay poderío
económico sin una hegemonía militar.
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La
lógica histórica indica que los países, sobre todo las grandes potencias
económicas, no realizan cambios de políticas dramáticas al menos que exista una
crisis en curso de la que se quiere salir desesperadamente o se haya realizado
una previsión de un escenario indeseado a largo plazo.
Aunque
en Estados Unidos deberíamos aprontarnos para una recesión en un par de años,
no se puede decir que una recesión es una crisis. Por el contrario, tanto el
presidente Trump como todos los economistas del gobierno y de los think
tanks más reconocidos (expertos en equivocarse, pero esa es otra
discusión), sólo insisten en augurar la continuidad del crecimiento económico,
más o menos al ritmo que lo había hecho durante los años de Obama e, incluso,
algo más. Es cierto que Estados Unidos tiene un notable déficit comercial con
China, es cierto que podemos imaginar que Trump no es tan cínico y de verdad
quiere beneficiar a esos granjeros, mineros y proletarios del Medio oeste, pero
cualquiera puede entender que, en relaciones internacionales, no hay acción sin
reacción, y que tanto la reacción arancelaria y comercial de Europa como la de
China golpeará, precisamente, a ese grupo de votantes de Trump. Estados Unidos
todavía es más fuerte que China, pero el presidente chino, Xi Jinping, por
razones políticas y culturales, tiene mucho menos que temer de una crisis
económica que cualquier presidente del mundo occidental.
No
es la economía, al menos no a corto y mediano plazo, la razón que motiva estos
cambios en política económica. Es algo que está más allá del horizonte. En
geopolítica siempre (y, tal vez, únicamente) se debe leer entrelíneas cada
declaración de intención.
En
la lógica de las superpotencias, el poder económico y el poder militar están
estrechamente ligados. No hay superpotencia militar sin un gasto económico
astronómico ni hay poderío económico sin una hegemonía militar.
Pero,
en cualquier caso, los recursos, por astronómicos que sean, son siempre
limitados. Es interesante que el presidente Trump haya propuesto la creación de
una costosa División Espacial, para diferenciarla de la Fuerza Aérea, en el
entendido de que las futuras guerras se liberarán en el espacio, y a los pocos
días haya propuesto la fusión del Ministerio de Educación con el Ministerio de
Trabajo. Más claro es imposible. Lo cual no quiere decir que estas sutiles
revelaciones del proyecto principal sean las mejores respuestas a una
evaluación de la realidad futura donde (probablemente estén pensando en el
2035) China se ha convertido en la primera potencia económica del mundo y,
consecuentemente, caminará hacia convertirse en la primera potencia militar.
Sin
embargo, la propuesta de una “guerra espacial” todavía es parte de la fantasía
de la Guerra de las Galaxias. Por muchas décadas más, sino siglos, la clave del
control mundial estará en los viejos mares, en esos territorios de nadie que
conectan a la mayoría de los países del mundo. El Imperio japonés no fue
derrotado en Hiroshima y Nagasaki (por entonces Japón ya estaba derrotado y
negociando su rendición; las bombas atómicas sobre tantos inocentes fue un
movimiento para evitar una invasión soviética a la isla). Japón fue derrotado
en Pearl Harbor, cuatro años antes. Al menos allí comenzó su derrota como
imperio.
En
el océano Pacífico surgió la hegemonía militar estadounidense y en el mismo
océano, o en alguno de sus mares, comenzará otra, un siglo después.
En
pocas palabras, la repetida “guerra comercial” entre China y Estados Unidos no
es comercial sino militar. En un momento de supuesta fortaleza económica en
Estados Unidos, es un recurso geopolítico, no una necesidad del mercado. El
objetivo es distraer recursos económicos de la potencia en ascenso y su
presencia marítima. Es decir, retrasar el mayor tiempo posible una realidad que
un grupo de analistas militares, en algún lugar luminoso pero discreto del
mundo, asume como inevitable.
Sólo
queda por esperar nuevos capítulos de la misma telenovela. Todo, o casi todo,
depende de sus creativos escritores.
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