sábado, 21 de julio de 2018

¿HA EMPEZADO A ROMPERSE EL ORDEN ECONÓMICO NEOLIBERAL?


Foto de portada: Deng Xiaoping asiste a un rodeo en Texas en 1979

EconomíaMundo 16 julio, 2018 Mark Aguirre

El conflicto anunciado entre Estados Unidos y China empieza a tomar forma. Se trata de las dos economías mundiales más poderosas. Pero no es solo el choque de dos gigantes. Es que hasta ahora habían podido entenderse y acoplarse de tal manera que nunca antes en la historia humana la economía mundial había estado tan interrelacionada y globalizada. Pero no es época de buenas noticias. El sálvese quien pueda ha sido anunciado.

Ha sido Washington, en manos de la derecha radical, quien ha tocado la corneta. La base social del Presidente Trump, la antigua clase media, los trabajadores blancos empobrecidos, empujan hacia un cambio. Trump ha impuesto ya aranceles por un valor de 34 mil millones de dólares a productos chinos para confortarlos. Es una cantidad pequeña para una economía como la de Estados Unidos, que exporta bienes por un valor de 1.55 billones de dólares. Pero no se trata solo de una sanción económica a un supuesto mal comportamiento. Estados Unidos acusa a China de competencia desleal. Es algo más profundo. La derecha nacionalista, pasmada ante el declive de Estados Unidos, quiere detener el ascenso de China, que todo el mundo sabe que se sustenta en su pujanza económica.


Li Shufu (el nuevo Henry Ford), presidente de Geely, con Hakan Samuelsson, consejero delegado de Volvo.

La derecha radical siempre ha querido aislar a China. La ven como una amenaza al poderío de los Estados Unidos, un rival por la hegemonía. En 1997 Richard Bernstein y Ross H. Munro publicaron un libro, The Coming Conflict with China, para impedir la política de convertir a China en un socio. Fracasaron entonces. Ahora la derecha radical en el poder ha vuelto a la carga. Las sanciones son un aviso. Están diciendo a Beijing, la política de América Primero ha cambiado el juego. Somos nosotros quienes ponemos las reglas. Es algo que el orgullo nacionalista chino, robustecido por tres décadas continuas de éxito y un fuerte liderazgo, no puede aceptar, y dudo de que Estados Unidos esté en condiciones de imponerse sin una grave crisis de resultados inciertos.

China ha contraatacado con la misma cantidad contra productos importados estadounidenses, dando inicio a un conflicto que nadie sabe cuándo y cómo terminará. Trump ya ha amenazado con imponer nuevas tarifas, esta vez por un valor de 200 mil millones de dólares, un valor superior al de todas las importaciones chinas de Estados Unidos. Trump ha dicho que tiene preparada artillería tarifaria hasta los 450 mil millones de bienes chinos. Washinton cree que las sanciones dificultarán los avances tecnológicos de China. que tiene un plan para cerrar la brecha tecnológica con occidente (aviones comerciales, robótica, 5G, teléfonos móviles, microchips para computadoras….) en la próxima década.

El conflicto es una sacudida –veremos su intensidad– al orden económico mundial de la globalización. Un modelo ya en crisis con el Brexit, las nuevas tarifas comerciales a productos europeos en Estados Unidos y de estos en Europa, y las sanciones a Rusia, Irán y Venezuela, casualmente tres potentes productores petroleros.

China aceptó el orden neoliberal cuando Estados Unidos le ofreció convertirse en la fábrica mundial. Deng Xiaoping, entonces a cargo de China, vio una oportunidad para modernizarla y los capitalistas de Estados Unidos una manera de aumentar sus beneficios reduciendo dramáticamente salarios y otros costes, sobre todo externalidades ecológicas. El anuncio simbólico lo hizo Deng en 1979 en Estados Unidos cuando se retrató como un cowboy en un rodeo y visitó una de las factorías de la Ford en Georgia. Parecía una operación en que solo habría ganadores, no solo las empresas estadounidenses se beneficiarían, también los consumidores, que aumentarían su capacidad de gasto al poder comprar los mismos bienes de antes pero ahora Made in China más baratos; mientras, en China las empresas se modernizarían, “aprenderían a nadar en el capitalismo” y millones de campesinos saldrían de la pobreza al convertirse en obreros asalariados.

Las negociaciones fueron largas y no solo comerciales. Estados Unidos trató de vincular el acuerdo económico a los derechos humanos y China al reconocimiento de que Taiwán era una parte de China. Se trató de difíciles negociaciones políticas que no culminaron hasta 1994, cuando China liberó a algunos disidentes, aceptó el dólar como medio de pago internacional y se comprometió a invertir sus superávits comerciales con Estados Unidos comprando deuda pública. Era un candado que protegía al dólar internacionalmente. Estados Unidos, por su parte, dejó de vender armas sofisticadas a Taiwán y elevó a China al estatus de Nación Económica Más Favorecida antes de que China ingresara en la Organización Mundial del Comercio abriendo las aduanas a sus productos. A la vez, EEUU bajaba el tono agresivo sobre los disidentes, Sinkiang y el Tibet. Era un acuerdo estratégico que ha definido el sistema internacional globalizado desde entonces hasta ahora.

El orden económico internacional neoliberal se ha caracterizado por la desindustrialización de Estados Unidos y Europa y la industrialización del Este y sur de Asia; mientras, en Estados Unidos, con la financiarización de la economía, Wall Street sustituía a General Motors como el sheriff a cargo. África y América Latina eran tierra virgen para que China se procurara la energía y materias primas que necesitaban sus fábricas. El modelo funcionó más o menos bien hasta la crisis del 2008, cuando se hicieron evidentes los estragos sociales que había causado en las condiciones de vida de la clase obrera, un sujeto central en el orden capitalista. Ahora todas las regiones económicas tienen que redefinir su modelo económico abriendo posibilidades para un cambio de rumbo antineoliberal.

En Estados Unidos, empresas textiles del sur habían empezado a trasladarse a China tan pronto como el acuerdo fue firmado. Luego lo harían otros sectores cada vez más sofisticados del cinturón industrial del Medio Oeste. La clase obrera blanca, la famosa clase media del american way of lifeempezó a perder empleos e ingresos mientras banqueros y capitalistas se beneficiaban al apropiarse de la enorme riqueza que se estaba generando. La oligarquía del 1%, la clase social con mayor riqueza acumulada en la historia humana, se frotaba las manos. Los obreros desempleados, furiosos con lo que veían, acabaron votando contra el establishment eligiendo a Trump como Presidente.

En China las fábricas estatales maoístas fueron desmanteladas, abriendo el camino a la inversión capitalista. Los obreros lo aceptaron porque el estado distribuyó (no equitativamente, los más beneficiados fueron los jerarcas del partido comunista y sus familiares) la riqueza pública acumulada bajo el maoísmo. Estos obreros se quedaron con la vivienda en propiedad y accedieron a privilegios que los inmigrantes urbanos, campesinos con sus comunas desmanteladas llegados a la ciudad a trabajar en la construcción, no tenían. La desigualdad social empezaba de nuevo. La fiebre industrializadora convirtió el suelo agrícola en la periferia de las ciudades costeras en polígonos industriales abriéndolos al capital privado extranjero, orientando su producción a la exportación. Los desastres ecológicos se dispararon. Los viejos campesinos empobrecidos, convertidos en obreros, salieron relativamente de la pobreza. El consumo masivo de una clase media urbana que nacía legitimaba el poder del partido comunista. El orgullo nacionalista se reforzaba. Lo que para Estados Unidos eran años de decadencia, para China era un tiempo de pujanza desconocido en su historia moderna.

El mandato social de Trump es revertir el deterioro nacional creado por este modelo. Sigue teniendo el apoyo del 90% del voto popular republicano. Ven la culpa de su decadencia en otros, en China, en México, en Alemania… no en ellos mismos. Trump cree que invocando América Primero todo volverá a ser como antes. La excepcionalidad, un derecho de carácter divino, volverá otra vez. Lo prometió en su campaña y necesita el apoyo de su base social para las elecciones de noviembre. En realidad Trump está dando golpes ciegos como si el orden mundial fuera una piñata y los Estados Unidos pudieran recoger el premio cuando se rompa y caigan los supuestos dulces. Es una fantasía. China empoderada no va aceptar el poder de Estados Unidos en un mundo que colapsa. En esta guerra no va a haber ganadores, porque no puede haberlos bajo las premisas actuales. En caso de que las factorías regresen a Estados Unidos no serán los desempleados blancos quienes trabajen en ellas, serán sustituidos por robots y computadoras. El capitalismo se mueve por beneficios, no por consideraciones sociales. En China, sin mercados, las fábricas cerrarán creando inestabilidad social y política. La profundidad del impacto dependerá de la capacidad de China para profundizar un modelo económico orientado a la demanda interna. Es difícil pensar que Europa puede absorber lo que China va a dejar de vender a Estados Unidos. Tiene suficiente con la fábrica alemana.
De cualquier forma, es difícil predecir qué va a ocurrir. China puede verse tentada a dar la espalda al dólar como moneda de cambio internacional –la columna vertebral del orden económico actual– acelerando el proceso de decadencia de Estados Unidos. Si no lo hace ya es porque sería disparar contra su propio pie. El candado que puso Estados Unidos para proteger su moneda como moneda de pago internacional actúa como un freno poderoso. Sus reservas, las mayores del mundo, inmensas, están en dólares. Lo que es cierto es que estamos adentrándonos en un territorio desconocido, por eso la parálisis escandalosa de nuestros líderes europeos. Es difícil predecir el futuro, pero seguro que vamos a conocer pronto importantes batallas decisivas que abren espacios para los que creen que otro mundo es posible, incluido un orden mundial democrático sin Imperios.




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