20/12/2018
Los chalecos amarillos dejan una gran
lección, una suerte de Clase Magistral: ¿Quieres hacerte oír? Tienes que salir
a la calle. O bien no salir. Los primeros en escuchar el mensaje fueron los
policías encargados de reprimirles.
Descontentos de sus salarios, de las
horas suplementarias impagas, de la multiplicación de tareas ingratas… los
sindicatos de la policía amenazaron primero con ponerse un chaleco amarillo, y
luego con quedarse acuartelados. Así lo hicieron martes y miércoles. Encerrados
en sus comisarías no salían a la calle sino en casos de extrema urgencia.
La policía fronteriza solidarizó con
una huelga de celo. Verificó cuidadosamente cada pasaporte, tomándose un cuarto
de hora allí donde normalmente basta con uno o dos minutos. El miércoles el
desorden en los aeropuertos de Orly y Roissy era mayúsculo: los pasajeros
esperaban tres o cuatro horas para embarcar.
Christophe Castaner, ministro del
Interior, quiso calmar sus tropas con un bono de 300 euros para cada policía.
No debe sorprender que los sindicatos estimasen que eso es una miseria. El
Estado les debe 22 millones de horas suplementarias no pagadas, o sea 2 mil
euros por nuca. El gobierno propuso “conversar”, antes de ceder en todo: habrá
un significativo aumento de los salarios de los policías y recibirán el pago de
sus horas suplementarias. ¿Gracias a quién?
Con el anzuelo de un “debate nacional”
de tres meses, Macron busca temporizar. Un debate destinado a buscar consensos
para satisfacer las demandas de los chalecos amarillos. Ayer quedaban 360
rotondas ocupadas. El gobierno emplea la artillería pesada enviando buldóceres
a quitar de en medio los abrigos de fortuna que amparan a los manifestantes
desde hace más de un mes.
La puesta en obra de las medidas
anunciadas por Macron se revela compleja y azarosa. El martes por la mañana el
gobierno anunció la anulación del “bono energía”, y ante la batahola generada
entre sus propios diputados tuvo que anular la anulación dos horas más tarde.
La reivindicación del Referendo de
Iniciativa Ciudadana (RIC) fue acogido primero favorablemente por el primer
ministro, y luego con escalofríos por el presidente. Los “expertos” de turno
salieron a explicar que si se aprueba, el pueblo pudiese exigir insensateces.
Como suprimir el derecho al aborto o restablecer la pena de muerte. ¿Por qué no
el retorno de la monarquía, o la instauración del Tercer Imperio?
El pueblo es insensato. Solo los
“expertos” pueden opinar y decidir lo que es bueno para el pueblo. ¿Cómo
podrían los zafios, los villanos y los miserables saber lo que les conviene?
Para eso están los que saben. De ahí que hay fundadas sospechas en cuanto a la
seriedad del “debate nacional”. La desconfianza reina y su reinado no es de
origen divino.
Macron declara que el “debate nacional”
no tiene como objetivo destejer lo ya tejido. En otras palabras intenta salvar
los muebles, consolidar un gobierno que no sabe dónde va. Que ve con pavor que
hasta la policía perdió la paciencia. Para no hablar del ejército, los
pescadores, los agricultores, los asalariados, los jubilados, los pequeños
comerciantes, los artesanos, los estudiantes, el personal hospitalario, los
profesores, los funcionarios y tutti quanti.
De modo que la tradicional “tregua de
los confiteros”, Navidad obliga, será solo eso: una tregua. La lección de los
chalecos amarillos, reafirmada por el rápido cursillo de los policías,
despertará vocaciones.
Si quieres que te escuchen, sale a la
calle. O bien, cuando te llamen, haz oídos sordos y no te muevas.
Dicen que Marie-Antoinette se dio
cuenta que la monarquía se tambaleaba cuando llamó a su servidumbre… ¡y no vino
nadie!
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