Francia.
La ofensiva neoliberal de Macron desestabilizada
22/12/2018 |
Patrick Le Moal
En
Francia vivimos una situación inédita: un impetuoso movimiento social,
inventivo e incontrolable. In extremis, con esta movilización
de los chalecos amarillos estamos festejando el 50º
aniversario de las luchas de Mayo 68. Ahora bien, las características de su
movilización muestran hasta qué punto las condiciones de la lucha de clases se
han modificado a lo largo de estos 50 últimos años. Se trata de una conmoción,
hemos entrado en el siglo XXI.
Este
movimiento, que no lo impulsó ningún partido ni sindicato sino que emergió a
partir de las redes sociales, con su dimensión nacional y su determinación ha
desestabilizado la apisonadora neoliberal de la start up Macron.
Comenzó
con la firma de una petición que se extendió como la pólvora a nivel nacional y
obtuvo un apoyo masivo de la gente. Nada que ver con un trabajo paciente e
incluso informal de las organizaciones sociales, para movilizar. Y una vez
iniciado, no ha parado y se ha radicalizado con mucha rapidez.
La movilización y la respuesta del gobierno
La
primera convocatoria fue para el 17 de noviembre, día que se establecieron 2500
bloqueos de rotondas en cientos de localidades, en las que participaron al
menos 300.000 chalecos amarillos.
El
fin de semana siguiente, 24 de noviembre, participaron entre 100.000 y 200.000
personas llevando a cabo 1600 bloqueos. En París unas 8000 personas se
movilizaron en Los Campos Elíseos.
El
29 de noviembre un comunicado recoge una cuarentena de reivindicaciones
apoyadas, más o menos, por el conjunto del movimiento.
El
1 de diciembre, la violenta represión gubernamental contra los manifestantes
provoca grandes enfrentamientos en una decena de capitales, en especial en
Paris. El poder pensó que la violencia debilitaría y aislaría al movimiento,
pero nada de eso; el movimiento ganó en legitimidad: su violencia aparecía como
la respuesta a la intransigencia del poder. Las manifestaciones de ese día
marcan una inflexión en la evolución de la situación; una profundización y una
extensión del movimiento de Chalecos amarillos, que ha dado lugar a
una crisis política de envergadura fruto de la división de los de
arriba, de su incapacidad para hacerse cargo de la situación e imponer su
política.
El
5 de diciembre, el gobierno anuló de un plumazo el incremento del impuesto
sobre los carburantes, que fue el desencadenante de la iniciativa. Pero esta
reacción del poder llegó muy tarde. Y lo que una semanas antes hubiera
significado un retroceso enorme por parte del gobierno, ya no lo era. Las
movilizaciones continuaron.
El
8 de diciembre, Macron movilizó 85.000 policías con todo un arsenal militar
(hasta los carros blindados) y realizó más de 2000 arrestos preventivos.
Pero no pudo impedir las manifestaciones en las calles de París y en la mayoría
de las capitales de provincia. El ministro del interior cifró en 125.000 las
personas que participaron en las manifestaciones, aunque otras cifras las
elevaran a 500.000. Una vez más se produjeron enfrentamientos.
Ante
esta situación, Macron hizo el amago de ceder en una alocución televisada el 10
de diciembre, pero no modificó un ápice su política de Robin de los
bosques al revés. Las medidas que anunció (con un coste aproximado de
10.000 millones) las hizo al mismo tiempo que transformaba los 20.000 millones
del CICE [subvenciones a las empresas que ha venido funcionando desde 2013 y
vencían en 2019 financiadas a través de impuestos] en 20.000 millones de
exoneración definitiva de cotizaciones para las empresas. Es decir, una nueva
sangría sobre la gente más pobre en beneficio de la más rica. Las medidas
anunciadas fueron las siguientes:
- Anunciar
100 € extras por mes para los sueldos inferiores al salario mínimo,
"sin que coste alguno para el empresariado". Toda una
triquiñuela: el 1 de enero, el SMI 1/ habría sido revalorizado en 20€ como exige la
Ley. A ello se añaden 20 euros de reducción de cargas salariales y la
ayuda del 50% de la prima de actividad a la que Macron se había
comprometido durante la campaña electoral (20€ durante 5 años que ahora los
paga de una tacada).
- Exhortar
a las empresas que pueda hacerlo a otorgar a la plantilla una prima de fin
de año.
- (R)
establecer la desfiscalización de las horas extras [que en su día había
establecido Sarkozy]
- Anular
el incremento del impuesto de solidaridad (CSG), aplicado a partir de
enero de 2018, a las pensiones inferiores a 2000€.
Ninguna
medida en torno a la supresión del impuesto para la solidaridad sobre las
grandes fortunas, ISF, suprimido por el gobierno de Macron; ninguna para paliar
la injusticia social y ningún anuncio tampoco sobre la transición ecológica.
En
su alocución se refirió a una gran consulta ecológica y social, a
modificaciones institucionales (posibilidad de contabilizar el voto en blanco),
a la fiscalidad, a la vida cotidiana en relación al cambio climático –necesidad
de modificar hábitos-, así como a la estructura del Estado, la identidad de la
Nación y la inmigración, etc., tratando de responder a las exigencias
democráticas.
Estas
medidas, retrocesos parciales, llegaron tras el fortalecimiento y la
politización del movimiento cuya dinámica está lejos de haber llegado a su fin.
Frente
a ellas, la oposición socialista y France Insoumise continúan haciendo presión
sobre el gobierno en torno a justicia fiscal, mientras que la derecha clásica,
la de los distintos partidos de derechas pero también una parte de la que se ha
movilizado, desea poner fin al movimiento. Así, Marine Le Pen exige nuevas
reducciones de impuestos, una política anti-globalización y anti-inmigración,
pero se cuida de exigir incrementos salariales; su alternativa es ¡la revolución
por las urnas!
Y
el movimiento continúa tras el movimiento del gobierno. El 15 de diciembre, el
"Acto V" del movimiento fue la mitad de fuerte que la semana
precedente. Lo que se explica por varias razones: la represión vivida el 1 y el
8 de diciembre, los llamamientos a tomar un respiro y pensarse las cosas tras
los anuncios de Macron, el efecto de unión nacional contra
el atentado en
Estrasburgo…
A
pesar de ello, el movimiento se mantiene firme. Hay tanto cabreo contra el
gobierno que, pase lo que pase, a los ojos de la gente más radical del
movimiento, él es el responsable y esto justifica la voluntad de continuar en
brecha.
Por
último, los importantes incrementos salariales concedidos a la policía 2/ días
después, aparecen como una verdadera provocación y muestran la fragilidad del
gobierno frente a esta movilización: queriendo apagar el gruñido de la policía
de un lado para asegurar su fidelidad, corre el riesgo de que el resto de
sectores asalariados se planteen ¿y a nosotros, por qué no? [como ha ocurrido
en el conjunto de la función pública].
Un giro en la situación francesa
Es
la primera vez desde 2006 (victoria contra el Contrato de Primer Empleo), tras
las derrotas acumuladas en las largas luchas como la de 2010 contra la reforma
de pensiones, en 2016 contra la reforma de la Ley de Trabajo y, más
recientemente, contra la reconversión privatizadora de la SNCF, que la
movilización social ha logrado hacer retroceder al gobierno.
Y
este movimiento ha hecho su camino sin que las organizaciones políticas y
sindicales hayan jugado ningún papel en la evolución de la relación de fuerzas.
Incluso si en determinados sitios –a nivel local- se ha dado la confluencia
entre el movimiento de chalecos amarillos y los movimientos
sociales, estos no han jugado un papel determinante en su evolución: ha sido el
propio movimiento en su enfrentamiento con el poder el que ha modificado la
relación de fuerzas.
"Nuestra
sumisión política se alimenta fundamentalmente de la convicción sobre la
inutilidad de la revuelta: ¿para qué?... Y luego llega el momento,
imprevisible, incalculable, del impuesto [sobre carburantes]
que desborda el vaso, de esa medida inaceptable. Estos momentos de
sobresalto son profundamente históricos para ser previsibles. Son momentos en
los que desaparece el miedo, en los que se inventan nuevas solidaridades, en el
que se expresan las alegrías políticas a las que les habíamos perdido el gusto
y se descubre que es posible desobedecer juntos. Constituye una promesa fácil
que puede convertirse en su contraria. Pero no vamos a dar lecciones a quien
con su cuerpo, con su tiempo, con sus gritos, proclama que es posible otra
política" (F. Gros, filósofo, "On voudrait une colère, mais polie,
bien élevée" –Liberation, 6/12/2018).
Radiografía del movimiento
El
movimiento de Chalecos amarillos es la reacción de una parte
de las clases populares a cuatro decenios de ofensiva neoliberal que han
intensificado y hecho más profundas las desigualdades sociales.
Macron
se benefició del descrédito de los partidos políticos tradicionales para lograr
su elección. El proyecto macronista de políticas ultraliberales llevadas a cabo
en el marco de un régimen político autoritario, actualmente se encuentra con un
obstáculo importante: la reacción de quienes desde abajo se vuelven contra él.
Macron
ha impuesto una política de ruptura que intensifica la política neoliberal de
los gobiernos precedentes a toda prisa: era necesaro imponer al mismo tiempo
todas las reformas liberales ultrasensibles 3/ que
se venían postergando desde hace mucho tiempo, utilizando las instituciones
del golpe de Estado permanente; como dice Laurent Mauduit 4/:
"a la bulimia liberal [Macron] responde con la anorexia democrática".
Este
representante de los círculos oligárquicos, rodeado de un personal político de
ese mundo, a su imagen y semejanza, no pierde el tiempo con el diálogo social y
utiliza con ostentación los exorbitantes poderes de las instituciones
monárquicas de la V República. Para este oligarca, la democracia es una pérdida
de tiempo, la concertación que solo se puede pensar in extremis y
las negociaciones, nunca.
Todo
ello lo hace asumiendo y escenificando el desprecio hacia la gente modesta,
hacia esos obreros de Gad que son "poco menos que analfabetos"; hacia
las obreras y obreros que no comprenden que "la mejor forma de pagarse un
traje es trabajando"; hacia esa gente "que no son nadie"; hacia
la gente que está en paro por perezosa, porque no quiere "atravesar la calle
para obtener un empleo"; y que habla de la locura de las ayudas sociales…,
al mismo tiempo que multiplica los beneficios fiscales para los más ricos y las
grandes empresas. Por no hablar de ese responsable del partido presidencial 5/ que
explica doctamente que ellos tienen problemas porque son "demasiado
inteligentes, demasiado sutiles… pero que no saben explicarse".
Macron
ha pasado su tiempo en explicar que había que halagar a los "jefes de la
cordada" y que la prioridad fundamental era conceder una reducción de
impuestos a los patrimonios más altos, comenzando por la supresión del ISF
(impuesto de solidaridad sobre la fortuna) 6/.
Inevitablemente instalando un sentimiento de humillación entre quienes no
forman parte de esos "jefes de la cordada".
Además,
Macron lo hace recurriendo a la violencia policial. De entrada, generalizando
las medidas propias del estado de excepción. Reprimiendo cualquier tipo de
manifestación política y social. Las personas migrantes, quienes ocupaban Nôtre
Dame des Landes y las y los estudiantes han sido sus principales víctimas.
Ahora son los chalecos amarillos quienes la sufren.
Por
último, se da un fenómeno de acumulación del cabreo social. Estos últimos
meses, tras el cabreo de las y los ferroviarios, llegó otra muy difusa pero muy
fuerte, la de la gente jubilada debido al incremento de la CSG sobre unas
pensiones que no suben en función del IPC. Después, el anuncio del incremento
del impuesto sobre carburantes encendió la mecha.
El
movimiento de los chalecos amarillos constituye un punto de
inflexión; de golpe, cuando el país parecía anestesiado y amorfo, se pone en
cuestión toda la política antisocial del gobierno.
Sea
cual sea el resultado de la crisis, E. Macron no podrá concluir su mandato de
cinco años como empezó, con el loco espectáculo de las reformas: hacia delante,
el gobierno no estará en condiciones de implantar las reformas sobre las
pensiones y el paro que tiene en cartera. Y mucho para imponer el orden
existente.
Por
fin, la cólera contra las desigualdades y el sufrimiento cotidiano se expresa a
través de la movilización en un movimiento que escapa a los esquemas analíticos
del movimiento obrero tradicional, para el que todo lo que está ocurriendo es
desconcertante.
Entramos
en un periodo en el que las formas de la lucha de clases ya no pasan por el
formato de las organizaciones estructuradas que enmascaran la diversidad de la
realidad; los movimientos sociales son complejos, heterogéneos, llenos de
contradicciones, que exigen el análisis de sus actores y actrices, de sus
modalidades de acción y de sus reivindicaciones para comprender su dinámica y para
que los militantes de la auto-emancipación puedan trabajar para reforzarlos y
hacer más eficaz la movilización contra el poder capitalista.
La
gente que integra los chalecos amarillos es gente precaria,
pequeños artesanos y artesanas, comerciantes, gente autónoma, jubilada, parados
y paradas, asistentas domiciliarias, obreros y obreras y gente empleada. Según
una encuesta parcial de Le Monde, la media de edad es de 45 años 7/ .
Casi la mitad son mujeres. No se trata de los sectores más desfavorecidos, sino
de sectores modestos que, en su mayoría poseen un vehículo, con origen en los
barrios populares de las metrópolis y del medio rural y periférico.
En
su gran parte, estos sectores han intentado sacar la vida adelante trabajando,
incluso si se han convertido en artesanos o pequeños empresarios; han intentado
comprar una casa y para lograrlo se han alejado de las ciudades, sumándose a
las y los habitantes de las pequeñas ciudades olvidadas por la metropolización 8/.
La segregación espacial les ha llevado cada vez más lejos, a barrios y ciudades
más o menos alejadas de las grandes aglomeraciones, a pequeñas ciudades lejos
de las metrópolis, a enclaves privados de cualquier servicio público y de todo
lo necesario para vivir correctamente. Gente que trabaja en condiciones más o
menos difíciles, que no llega a final de mes, que no llega a vivir de forma
digna. Gente que vive un proceso degradación y que además ve que se les mofan a
la cara.
Gente
que tomó la palabra rebelándose contra estas terribles desigualdades, contra
las dificultades de su vida cotidiana, contra el desprecio y la arrogancia de
los dominantes. Para la mitad de ellos y ellas, es su primera movilización;
otros sectores son gente que estuvo, o aún está, sindicada; sobre todo entre la
gente jubilada.
Según
esta encuesta, "cuando a la gente se le plantea situarse entre la
izquierda y la derecha [política], la mayoría se declara apolítica o "ni
de derechas ni de izquierdas" -33%-. Por el contrario, entre quienes se
posicionan políticamente, el 15% se sitúa a la extrema izquierda contra el 5,4%
a la extrema derecha; 42,6% se sitúa a la izquierda, el 12,7% a la derecha y
sólo un 6% en el centro".
Se
trata de un movimiento social profundo que parte de la sociedad real, de una
parte de la clase de la gente explotada y oprimida tal y como existe en la
realidad actual. Una clase fraccionada, precarizada, con estatus diversos. La
parte fundamental de quienes participan en esta movilización no tienen vínculos
con las organizaciones sindicales, ni con la huelga, ni, hasta ahora, con la
acción colectiva. Cuando un obrero se convierte en autónomo porque no soporta
la jerarquía en el trabajo o porque no encuentra trabajo, convive con artesanos
asfixiados por la banca y los grandes grupos, habita en los mismos barrios, en
las mismas zonas, en condiciones similares de relativa relegación, de abandono
de servicios públicos… en la misma pesadilla.
Los chalecos
amarillos expresan una exasperación que cataliza la cólera difusa
contra un sistema fiscal y de redistribución totalmente injusto, que acumula
ataques contra el poder de compra, contra las pensiones al mismo tiempo que se
exonera a los ricos, a los capitalistas. Se trata, por ello, de una movilización
por la dignidad, por la exigencia de respeto, de justicia social y a favor de
la democracia; de una movilización dirigida contra el presidente de los ricos.
Esta
exasperación popular tiene un carácter de clase evidente, lo que explica su
popularidad en todas las franjas de las clases populares.
El
punto de partida del movimiento fue el rechazo a incremento del impuesto sobre
los carburantes; una medida socialmente injusta y ecológicamente ineficaz.
Las
razones que obligan a los trabajadores y trabajadoras a utilizar su vehículo
son muy superiores a las presiones fiscales para no hacerlo: el alquiler de la
vivienda en las ciudades, la supresión de los servicios públicos en el campo y
en los barrios populares, la supresión de los trenes de cercanías… Lo que
obliga a utilizar el coche es el capitalismo y la forma como estructura el
tiempo y el territorio.
Diariamente,
17 millones de personas (2/3 de los sectores activos) trabajan lejos de su
residencia; 14 millones están obligadas a utilizar su propio vehículo. Por
tanto, el precio del carburante (el diesel aumentó un 23% el año pasado)
constituye una preocupación importante para la gran mayoría de la gente
asalariada, para la gente obligada a trabajar para vivir. Hoy en día, el coche
a diesel, que tanto se promocionó en su tiempo por su longevidad, constituye
una característica de las zonas populares. Y permite comprender por qué ha sido
el elemento desencadenante.
Los
gobernantes explican que es necesario aceptar el incremento del precio porque
es la forma de contribuir a la lucha contra el cambio climático y reembolsar la
deuda. Un discurso que no pasa, que no convence.
¿Por
qué? Porque la gran mayoría se da perfectamente cuenta que el gobierno no lucha
eficazmente contra el cambio climático: el queroseno no paga impuestos, como
tampoco lo hacen las multinacionales petroleras por sus beneficios y tampoco se
plantean alternativas al coche. Al contrario: se cierran vías de tren, se
incrementa el precio del billete, etc. No es incrementando el impuesto sobre el
carburante como se va a limitar su consumo, ni la contaminación, ni es de ese
modo como se combate el cambio climático. La solución está en permitir que la
gente se desplace de otra forma en lugar del coche individual, y modificar la
organización del territorio, estableciendo otra relación entre las ciudades y
el campo.
No
corresponde a la gente oprimida y explotada pagar por la contaminación de las
partículas finas ni por el cambio climático de las que constituyen las primeras
víctimas y cuyos únicos responsables son las empresas de automóviles, la
industria petrolera y sus cómplices en el gobierno.
El
carácter anti-fiscalidad que parecía dominar esta movilización en su inicio y
los intentos de instrumentalizarla por parte de la extrema derecha y la derecha
extrema se han visto relativizados por la propia dinámica del movimiento que ha
ido mucho más allá: el impuesto sobre los carburantes no ha sido más que la
gota de agua que ha hecho desbordar el vaso; a partir de ahí, el movimiento ha
progresado rápido, elaborando una lista de reivindicaciones que van más allá de
la injusticia fiscal, rechazando las medidas gubernamentales y planteando unas
reivindicaciones a la ofensiva.
Pero
tampoco hay que olvidar determinadas reivindicaciones con connotaciones reaccionarias,
como la de expulsar a las refugiadas y refugiados a quienes se desestima su
demanda de asilo en nombre de una voluntad de acogida digna, que
también nos recuerdan ciertos debates en el seno de la izquierda.
Lo mismo se puede decir de algunos derrapes homófobos y racistas. Si bien estos
problemas existen, vistos globalmente resultan marginales y no modifican el
carácter general del movimiento. Un movimiento diverso y atravesado de
contradicciones. Pero ¿acaso no hay derrapes racistas en las huelgas impulsadas
por la CGT o SUD?
"Como
toda movilización popular, [esta movilización] presenta la Francia tal que es,
en su diversidad y su pluralidad, con sus miserias y sus grandezas, sus
solidaridades y sus prejuicios, sus esperanzas y sus amarguras" (Edwy
Plenel).
Lo
que resulta determinante es que quienes participan en el movimiento de
los chalecos amarillos no soportan más las reformas fiscales
del gobierno; sobre todo la simbólica supresión del ISF que permitirá al 1% de
los más ricos aumentar su fortuna en un 6%, al 0,4% de los más ricos aumentar
su poder adquisitivo en 28.300€ y al 0,1% de los más ricos en 86.290€. Al mismo
tiempo, el 20% de la gente menos rica verá reducido su nivel de renta, sin que
se le incrementen las prestaciones, ni se reformen los alquileres ni las rentas
bajas.
La
constatación de que el impuesto sirve para enriquecer a la pequeña casta de los
ultra-ricos y el rechazo a la injusticia, ha hecho que el movimiento evolucione
hacia una contestación social contra la gente rica que no paga impuestos sobre
la fortuna, hacia la exigencia del incremento del SMI y de las pensiones y
contra las injusticias sociales.
Un movimiento por la economía moral y la democracia
Ahora
bien, en ningún momento la movilización se ha orientado contra los
capitalistas: este movimiento no se dirige contra la patronal y la explotación
capitalista. Se dirige contra las políticas, el gobierno y el presidente que no
imponen la justicia fiscal. Es un movimiento que defiende el reparto de la
riqueza a través de la fiscalidad.
Con
razón, como escribe Samuel Hayat 9/:
"Su
lista de reivindicaciones sociales es la formulación de principios económicos
fundamentalmente morales: es imperativo que la gente más frágil (las y los sin
techo, gente discapacitada…) esté protegida, que las trabajadoras y
trabajadores estén correctamente remunerados, que funcione la solidaridad, que
se garanticen los servicios públicos, que se castigue a quienes defraudan, que
cada cual contribuya según sus posibilidades; lo que queda perfectamente
resumido en esta fórmula "Que los grandes paguen mucho y que los pequeños
paguen poco". Este llamamiento a lo que puede parecer el buen sentido
popular no resulta evidente: se trata de decir que contra la glorificación
utilitarista de la política de la oferta y de la teoría del efecto derrama que
tanto gusta a las élites (dar más a quien más tiene, "a los jefes de la
cordada", para atraer capitales), la economía real debe basarse en
principios morales. Seguramente es esto lo que da fuerza al movimiento y que
hace que la población lo apoye masivamente. Bajo la forma de reivindicaciones
sociales, articula principios de economía moral que el poder actual ha venido
atacando explícitamente, enorgulleciéndose de ello. A partir de ahí se
comprende mejor la coherencia del movimiento así como el que haya pasado de
largo de las organizaciones centralizadas".
En
efecto, las aspiraciones populares no se pueden reducir a reivindicaciones
puramente materiales, aún cuando estas estén presentes.
Esta
revuelta también está dirigida contra la arbitrariedad estatal y la negación de
la democracia. Este elemento constituye un engranaje fuerte de la movilización,
y las reivindicaciones materiales tratan de traducir en cifras este rechazo de
la injusticia. En la grandeza y la profundidad de la movilización existe la
expresión de una emoción profunda, muy alejada de las reivindicaciones
totalmente articuladas. La gente que se moviliza está hasta la coronilla del
desprecio de los pudientes, ya no soporta la humillación que les obliga a vivir
así; en particular la del presidente, que en el ejercicio de todo su desdén y
desprecio, encarna la política de la desigualdad y un mundo en el que hay superiores e inferiores.
Esta
es la razón por la que el movimiento se ha focalizado sobre Macron, al que se
percibe como el presidente de los ricos, de los muy ricos, y por ello la
exigencia de su dimisión unifica al movimiento.
Quienes
se movilizan afirman que la democracia no se limita al derecho al voto y
reclaman una democracia real y bajo control. Es el movimiento de un pueblo que
se construye, cabreado contra la injusticia, con odio hacia los dominantes y
simpatía hacia las oprimidas y oprimidos.
En
general, el eje de la movilización se sitúa en el centro de los combates
emancipadores: la exigencia de igualdad y democracia.
Es
por esta razón que la derecha parlamentaria se muestra cada vez más distante
del movimiento; porque esta evolución se contradice con lo que ella defiende,
incluso si de manera torticera intentó en un primer momento apoyarse en la
movilización para atacar a Macron.
Evidentemente
el futuro político dependerá mucho de su capacidad de abrirse a las diferentes
causas a favor de la igualdad para todos y todas y para unir a las y los de
abajo.
Los chalecos
amarillos, como toda emergencia espontánea del pueblo, son la expresión una
modificación importante en el seno de las clases populares. Este movimiento
desborda a las organizaciones tradicionales y se inventa día tras día en una
creación política permanente; ha
golpeado duramente al gobierno, pero también a los responsables sindicales y
políticos. El contraste entre su extensión en las clases populares, la enorme
simpatía que recoge, sobre todo en las empresas, el apoyo masivo de la
población y la caricatura que han hecho de él en muchos círculos de la
izquierda presentándolo como la extensión de la patronal del transporte o de la
extrema derecha es significativo .
Sobre
todo, cuando los sindicatos patronales del transporte por carretera han
condenado los bloqueos y la mayoría de las y los organizadores de los chalecos
amarillos han marcado claras distancias con los comprometedores apoyos
de Dupont Aignan (derecha extrema) y Marine Le Pen (extrema derecha), que
expresó su apoyo al mismo tiempo que desaprobaba el bloqueo de las carreteras…
Los chalecos amarillos y el
movimiento obrero tradicional
Si
bien responsables de France Insoumise, como JL Mélenchon o F. Ruffin, al igual
que Olivier Besancenot en múltiples intervenciones televisadas dieron su apoyo
al movimiento, todas las grandes organizaciones sindicales (no solo CFDT y FO,
sino también CGT y Solidaires) rechazaron apoyar las manifestaciones.
A
nivel local, determinadas estructuras sindicales y sindicalistas
individualmente no han dudado en dar su apoyo al movimiento y llamar a
participar en las acciones de los chalecos amarillos: es sobre todo
el caso de la federación metalúrgica de la CGT, de Sud Industria y de FO
transporte. Además, en determinados departamentos ha habido llamamientos
sindicales unitarios, avanzando una plataforma de reivindicaciones en torno al
incremento de salarios, contra la fiscalidad indirecta que golpea a las clases
populares y a favor de una fiscalidad progresiva.
Ahora
bien, la ausencia de una reacción unitaria de las organizaciones sindicales
frente a la violenta represión y los arrestos tras las jornadas del 1 y 8 de
diciembre (por ejemplo, llamando a una jornada de huelga de 24 horas y a
movilizaciones en toda Francia) constituye una oportunidad perdida. Y resulta
particularmente grave que estas organizaciones no se hayan dotado de los medios
para apoyar de una forma u otra a los sectores de las clases populares en
lucha. Una muestra más de la quiebra de un movimiento sindical que tiene
bastantes dificultades para mostrar su eficacia en los sectores en la que es
relativamente fuerte y que se muestra incapaz de jugar un papel en la relación
de fuerzas cuando el poder atraviesa dificultades. El corporativismo ante la
ofensiva contra los sectores laborales y la integración en el papel de
acompañamiento de las contrarreformas neoliberales han desplazado el papel de
las grandes organizaciones sindicales.
Es
por ello que estas movilizaciones han provocado un debate abierto en la CGT
tras el comunicado confederal conjunto con el resto de confederaciones (a
excepción de Solidaires) en el que se aceptaba una reunión con el gobierno en
el punto más álgido de la movilización. Una reunión que no podía aparecer sino
como una desaprobación de los chalecos amarillos. Un número
determinado de federaciones y uniones departamentales exigieron la convocatoria
de los órganos de dirección de la CGT para rechazar esta posición.
Así
pues, asistimos a un acontecimiento importante: mientras una parte de las
clases populares, que el sindicalismo debería representar y defender, se pone
en movimiento, las organizaciones sindicales no sólo no se implican sino que
además ayudan al gobierno a encontrar una puerta de salida a la crisis. Así
pues, no es el sindicalismo quien influye en el movimiento de los chalecos
amarillos, sino a la inversa: es el movimiento el que alimenta el debate y
puede que la crisis en el seno de la CGT.
El
movimiento de chalecos amarillos ha arrastrado tras él a la
juventud de secundaria (que comenzó a movilizarse contra las reformas en la
educación que acentúan la selectividad social) y ha provocado una evolución
positiva en las movilizaciones contra el cambio climático, permitiendo avanzar
en la conjunción de la justicia climática y social.
Pero
hasta este momento, si bien la población asalariada defiende masivamente al
movimiento, ello no se traduce en movilizaciones en el sentido de aprovechemos
el momento, incluso a pesar de que en determinadas empresas las secciones
sindicales o militantes radicales lo hayan intentado.
La
existencia de los chalecos amarillos es también el producto de
una sucesión de derrotas del movimiento social. Las y los militantes y
responsables de la izquierda política, sindical y asociativa no hemos sido
capaces de refundarnos en lo político, organizativo e ideológico frente a la
ofensiva neoliberal, la globalización financiera y el rechazo a todo compromiso
social por parte de las clases dirigentes tras la guerra fría. A partir de
finales del siglo XIX, el movimiento obrero organizado cristalizó el
descontento social y le dio un sentido, un imaginario emancipador. La fuerza del
neoliberalismo, la implosión de los Estados llamados socialistas y
el fracaso de otras respuestas progresistas, debilitaron progresivamente su
influencia en la sociedad no dejándole más espacio que el de acompañar el
retroceso.
Durante
el periodo keynesiano de los 30 gloriosos, el conflicto entre los capitalistas
y la clase obrera estaba arraigado en el seno de la sociedad: los poderes
dominantes aceptaban la presencia del otro y, bajo una presión constante,
estaban dispuestos a negociar un espacio –si bien lo mas pequeño posible- para
este movimiento obrero, para sus organizaciones; así como la seguridad social,
la gestiones de las pensiones, la formación profesional, etc.
Para
los neoliberales, como decía Thatcher, no existe la sociedad, no existen mas
que los individuos y el mercado; todo ello bajo el manto del Estado que regula
la competencia y, de forma cada vez más represiva, impide el desbordamiento de
las y los de abajo. Al mismo tiempo, la capacidad de presión del movimiento
obrero ha disminuido a causa de las políticas impulsadas por los capitalistas a
través de las reestructuraciones económicas. Los grupos industriales son cada
vez más grandes e internacionalizados, pero con unidades de producción cada vez
más pequeñas y dispersas a través de la subcontratación y la precariedad 10/.
Hubo
un período en el que la fuerza de las manifestaciones del movimiento obrero
mostraba a los dominantes una capacidad de movilización de una dimensión mayor,
provocándoles miedo porque marcaba el riesgo de un nivel de confrontación
superior. Hoy en día, al contrario, muchas de las manifestaciones sindicales
son (a pesar de ser numerosas) la señal de la impotencia para ir más allá. Se
hacen manifestaciones porque no se puede hacer menos, sin otro medio de presión
eficaz. El gobierno, la burguesía lo saben. Las manifestaciones monstruo han
sido incapaces de hacer algo más que… permitir contabilizar a las y los
descontentos.
La
novedad, la tenacidad y los primeros éxitos de los chalecos amarillos arrojan
una luz cruel sobre las derrotas de estos últimos años en Francia. Ilustran la
descomposición de las corrientes de izquierda, orgullosas de su pasado y de su
singularidad desde hace 50 años. La emergencia de los chalecos
amarillos, tras la de Nuit Debout, muestra la exterioridad del movimiento
social organizado frente a sectores amplios de las capas populares en las que
estas organizaciones ya no tienen ninguna implantación.
Como
la mayoría de estos sectores no trabajan en los sectores y empresas en los que
están presentes las organizaciones sindicales, no entran en sus esquemas
mentales corporativistas y los dirigentes han visto este movimiento con
desconfianza e incluso hostilidad.
Y
esos sectores son ahora los más numerosos. Solo el 34% de los asalariados y
asalariadas trabaja en empresas de más de 500 y una buena parte trabaja de
hecho en establecimientos de un tamaño inferior 11/.
Por otra parte, las condiciones de trabajo y de militantismo en estas grandes
empresas no constituyen lugares privilegiados para la maduración de cuadros
organizadores de la clase, como decíamos hace 50 años.
Si
a estas cifras se añade la de la gente en paro, las y los autónomos, etc., se
ve bien que el sector de explotadas y oprimidos que está en contacto con las
organizaciones sindicales es cada vez más limitado.
Añadamos
a ello que las organizaciones políticas ya no estructuran a los trabajadores y
trabajadoras en los centros de trabajo y que su relación con las clases
populares se reduce al campo electoral; es decir, que son están muy distantes.
Por
ese motivo las movilizaciones de las clases populares que explotan
espontáneamente lo hacen al margen de los marcos de antaño. En su día, el
movimiento Nuit Debout fue considerado como una "cosa inútil de
intelectuales parlanchines". Nuit Debout movilizó a otras capas sociales,
capas de jóvenes urbanos, más formados, más dispuestos a debatir y a
argumentar, que esperaban crear una relación de fuerzas con la ocupación de las
plazas, pero también totalmente ajenas al movimiento obrero sindical, político
y asociativo. En aquel movimiento, como en el de chalecos amarillos,
opera un "dejadnos tranquilos", un rechazo de todas las
organizaciones que a sus ojos aparecen como inútiles, cuando no perjudiciales.
Y en cualquier caso, no aptas para la situación porque no responden a las
necesidades de las y los de abajo.
Esta
exterioridad afecta también al mundo asociativo que no se percibe como
representante natural de quienes quieren actuar. Esto se pudo ver con los
llamamientos ciudadanos de las movilizaciones feministas y ecologistas, aun
cuando en ese ámbito era posible contemplar la confluencia entre los
llamamientos a través de las redes sociales y el de las organizaciones
existentes.
Los
sectores de las clases populares que se movilizan tratan de construir algo
colectivo, unificarse más allá de la empresa y eso no puede producirse más que
en el espacio público multiforme como fueron las plazas para Nuit Debout o
sobre las rotondas, los peajes y las plazas de las prefecturas para los chalecos
amarillos.
¿Y hacia delante?
Lo
que resulta inédito es la dimensión totalmente nacional de un
movimiento espontáneo que se ha desarrollado por todas partes de forma
simultánea, a veces con efectivos locales bastante pequeños. Entre 300.000 y
500.000 personas es una cifra modesta en comparación con las grandes
manifestaciones sindicales. Pero esa suma representa miles de acciones locales
coordinadas.
Las
redes sociales han permitido vincular de forma bastante horizontal, igualitaria
a gente que no se conocía. Pero, al mismo tiempo, las redes sociales no
hubieran podido por sí mismas dar semejante amplitud al movimiento de los chalecos
amarillos.
Su
carácter de masas es fruto de la convergencia de dos factores. De entrada, el
bloqueo en las rotondas: la casi totalidad de las 14 millones de personas que
deben utilizar su coche para ir a trabajar se ha tropezado con los chalecos
amarillos en su trayecto, les ha saludado, les ha manifestado su
apoyo. Quienes se movilizaban eran visibles casi permanentemente.
El
movimiento de las rotondas se ha construido a través del tejido social local,
de las relaciones sociales, antiguas o cotidianas; más allá de los lugares de
trabajo, en los cafés, las asociaciones, los clubs de deporte, en los
inmuebles, los barrios… de gente que las pasa canutas.
En
segundo lugar, la complementariedad entre las redes sociales y las cadenas de
información en continuo que dieron rápidamente una dimensión nacional al
movimiento, si bien los periodistas siempre hacen referencia a las redes
sociales para escamotear el papel que desempeñan ellos mismos en la
construcción de la acción pública 12/.
La clase dominante tiene interés en privilegiar un movimiento que se presenta
como hostil a los sindicatos y partidos.
Por
otra parte, la facilidad con la que los líderes de este movimiento se expresan
hoy en día ante las cámaras es el resultado de un fenómeno doble: un nivel de
escolarización más elevado y la penetración de las técnicas de comunicación
audiovisuales en todas las capas de la sociedad 13/.
Con
la difusión en bucle de las declaraciones de manifestantes afirmando su rechazo
a ser recuperados por los sindicatos y partidos, los
profesionales de los media desarrollan su propia batalla para instalarse como
portavoces legítimos de los movimientos populares. De ese modo, respaldan la
política liberal de E. Macron orientada a desacreditar las estructuras
colectivas de las que se han dotado las clases populares.
El
trabajo de representación del movimiento que le hace existir como tal
(los chalecos amarillos), está descentralizado, pasa a través de
múltiples grupos locales. Los movimientos sociales tienen necesidad de
construir una identidad con nuevos símbolos: los chalecos amarillos son
el símbolo del sufrimiento social. ¿Expresa la voluntad de ser visto, de ser
visible? En cualquier caso, su eficacia es la prueba de la inteligencia colectiva
y de la imaginación popular.
En
el movimiento de los chalecos amarillos, el epicentro no está en el
centro de trabajo sino en las experiencias vitales. Siendo omnipresentes en las
principales vías de comunicación, con medios relativamente limitados, han
generado una crisis política que no se conocía en Francia en los últimos
decenios.
La
crisis política nace de la combinación de:
·
La proliferación de pequeñas concentraciones (hasta en sitios en los que
habitualmente no existe vida política), de bloqueos, de la perturbación del
flujo de circulación. El efecto político de estos bloqueos, la relación con la
población, el mantener la presencia como símbolo de su determinación, es más
importante que su efecto económico: los puntos de bloqueo fundamentales, como
los depósitos de carburantes o el de los grandes centros comerciales, no
aguantaron mucho tiempo. La voluntad de realizar bloqueos, de impulsar la
acción directa se suma al rechazo de las formas tradicionales de manifestación,
estableciendo una continuidad con las acciones de bloqueo desarrolladas estos
últimos años por sectores sociales combativos.
·
El recurso a manifestaciones no autorizadas, no organizadas, semi-espontáneas,
con pequeños grupos móviles llegados de todas partes que, en respuesta a las
fuerzas del orden y con un entusiasmo inédito a pesar de la represión, de la
numerosa gente herida, de las manos amputadas, de las caras desfiguradas, de
los muertos en los bloqueos (ya van nueve), se convirtieron en fuertes
disturbios en los barrios representativos de esa riqueza indecente; sobre todo,
en el oeste de París y en los centros urbanos departamentales y regionales.
Fundamentalmente, el 1 de diciembre, el fuego se apoderó del centro del París
burgués, del enclave del poder nacional que hasta ahora nunca había servido
como teatro de operaciones.
Dada
la fragmentación de su representación, resulta sorprendente la unidad del
movimiento. Unidad en la acción, solidaridad frente al gobierno y la represión,
y consenso aparente sobre una serie de reivindicaciones y el ritmo del
movimiento.
¿Qué
posibilidades de avanzar tiene este movimiento heterogéneo?
Si
bien el movimiento ha generado una crisis política importante, estamos lejos de
una inversión de las dinámicas fundamentales del período inscrito en la
relación de fuerzas mundiales. Para ello es imprescindible una perspectiva
política de emancipación.
Hay
una diferencia entre la radicación del sector más movilizado y la evolución
política del resto de la población. Es lo que muestran las encuestas electorales:
no se ha invertido la tendencia a crecer de la extrema derecha y de las
derechas radicales.
En
su actual nivel de desarrollo, el movimiento ha tomado la buena decisión de no
establecer representantes nacionales encargados de negociar con el gobierno,
impidiendo que el gobierno ejerciera presión sobre los representantes y
obligándole de ese modo a responder a la presión que realiza el movimiento en
su conjunto.
Tomemos
como referencia el texto de los chalecos amarillos de
Commercy:
"No
es para comprender mejor nuestra cólera y nuestras reivindicaciones que el
gobierno nos exige nombrar representantes; es para encerrarnos y
enterrarnos. Al igual que con las direcciones sindicales buscan intermediarios,
gente con la que poder negociar a la que podrá presionar para calmar la
erupción. Gente que después podrá recuperar y empujar a dividir el movimiento
para enterrarlo".
Ahora
bien, esta respuesta no puede ser la definitiva: es necesario debatir cómo
designar verdaderos representantes, lo que no es nada simple.
Los
intercambios a través de las redes sociales son de una eficacia indiscutible
para la acción, para ir de una rotonda u otra, para juntarse. Han servido para
concentrarse y actuar. Sin embargo, muestran sus límites cuando se trata de
estructurarse, de autoorganizarse. Nada puede reemplazar los debates
presenciales, de viva voz, el intercambio colectivo. Puede haber gente muy
activa en las rotondas que no se manifiesta a través de las redes sociales y a
la inversa, de gente que desea actuar y no discutir.
En
estos lugares comunes que constituyen las austeras rotondas y los parking de
los supermercados se ha generado una enorme solidaridad, con discusiones
permanentes y una conciencia cada vez mayor de las dificultades, de la
naturaleza de los adversarios, de su voluntad y del necesario enfrentamiento.
A
veces se celebran asambleas, debates más organizados. Todo lo que va en esa
dirección, de debate democrático, de adoptar posiciones en común es positivo. Y
para ello es necesario aceptar que existen opciones políticas, corrientes de
pensamiento que tienen la ventaja de estructurar sus propuestas, de presentar
opciones; que no solo se trata de personas aisladas en un debate libre
y no falsificado.
Para
que el movimiento evolucione políticamente es indispensable superar la
antipolítica, como si el pueblo fuera homogéneo, sin contradicciones en su
seno, y que bastaría con unificarlo. Está a la vista; existen debates entre
opciones diversas: a favor de la negociación, a favor del que se vayan
todos, opciones electoralistas que llaman a la constitución de un
movimiento político inédito similar al Movimiento 5 estrellas italiano… La
posibilidad neo-fascista atraviesa las tres opciones. Al mismo tiempo que el
enfrentamiento tiene una dinámica anti Macron que pone en cuestión las opciones
capitalistas neoliberales, la dinámica política actual es tal que los
movimientos de este tipo pueden hacer emerger opciones contradictorias,
nacional-identitarias: no podemos hacer como si el movimiento pudiera resolver
estos debates de forma espontánea.
Es
cierto que es posible unificar al pueblo tras un liderazgo, un buen político,
no corrupto o, incluso en el peor de los casos, una persona corrupta. Y todo
ello tiene poco que ver con el combate político emancipador.
Por
eso, la aceptación del debate político democrático, de la confrontación de
posiciones divergentes, formalizada a través de distintas opciones, la
aceptación de las múltiples opresiones, de intereses diferentes, a veces
incluso divergentes, es fundamental para una maduración política.
El
debate actual sobre el Referéndum de Iniciativa Ciudadana que es tan popular en
el movimiento de los chalecos amarillospone al descubierto todas
estas cuestiones.
Pensar
que un referéndum puede resolver lo que la fuerza de este movimiento no ha
solucionado es totalmente ilusorio. Pero la aspiración a una democracia mejor,
al control democrático, es positiva. ¿Puede esto pasar a través de este tipo de
referéndums? Es discutible: ¿quién plantea la pregunta?; qué es lo que cada
cual plantea tras la pregunta, cómo se puede plantear una cuestión compleja de
forma sencilla, cómo respetar a la minoría en esas votaciones…?, todo esto es
materia de debate.
Supone
una vieja ilusión pensar que por el hecho de que las clases populares son mayoritarias,
el voto les permitirá resolver sus problemas y hacer frente al poder del
capital. La burguesía y su aparato de dominación ideológica transformaron desde
hace mucho el voto en un instrumento que manejan muy bien, incluso si en
determinados momentos ello les genera relativas dificultades. ¿Cómo creer en
ello tras el referéndum sobre el Tratado de Constitución Europea, o la
utilización de ese tipo de referéndums en Suiza, que es por esa vía como se
pueden poner en cuestión las opciones neoliberales y autoritarias que
estructuran el mundo actual?
¿Cómo
modificar favorablemente la relación de fuerzas para una confrontación general
con el poder?
Los
cientos de miles de chalecos amarillos apoyados por la inmensa
mayoría de la población han logrado desestabilizar a Macron y su gobierno, pero
está claro que para hacerle ceder es necesario poner en movimiento a otras
capas de las y los explotados y oprimidos, que si bien apoyan a este
movimiento, no participan activamente en él.
Todas
las iniciativas desarrolladas para la confluencia de los chalecos
amarillos con los sindicalistas en lucha, con el movimiento
ecologista, con los estudiantes de secundaria va en el buen sentido: la
unificación de las y los de abajo.
Los
millones de personas que apoyan a los chalecos amarillos no
participan de forma activa en el movimiento. Es ahí donde tenemos que actuar.
Pero se constata que no es tan simple poner en común todos los malestares y,
sobre todo, que no podrá hacerse bajo un solo símbolo, ni siquiera sobre el
de chalecos amarillos, a pesar de su demostrada eficacia.
Resulta
fundamental conservar la autonomía de este movimiento, comprender que hoy en
día nadie es superior y que sólo todos y todas juntas podremos cambiar las
cosas. Sólo mediante el reconocimiento mutuo y aceptando nuestras diferencias
será posible unirnos en la acción.
Esta
unidad en la acción de la clase de las y los explotados y oprimidos sólo podrá
realizarse a través del mestizaje de las formas de organización y de los métodos
de acción.
Es
en torno a este tipo de perspectivas como se puede encontrar las bases para una
recomposición global de los sectores del movimiento obrero que apoyan a este
movimiento. Porque es en la capacidad para comprender estas movilizaciones, estas
experiencias, para intervenir en los debates indispensables, donde podremos
demostrar que la utilidad de nuestra experiencia, a pesar de sus límites, es
fundamental para aportar respuestas políticas globales, para dar contenido
político a la cólera contra el poder capitalista, profundizando en la
democracia y la auto-emancipación a partir de los movimientos sociales reales
en el seno de nuestra sociedad.
En
esta nueva ola de movilizaciones, el movimiento de los chalecos
amarillos muestra de nuevo la ausencia terrible de un movimiento
político, de una organización, de una red militante que estructure en la acción
cotidiana a las clases populares en torno a un proyecto emancipador. Partir de
los movimientos reales, de los colectivos en movimiento para repensar las
formas de organización democrática… constituye hoy en día más que nunca la
tarea de las y los anticapitalistas, de las y los revolucionarios, de quienes
quieren cambiar este viejo mundo.
20/12/2018
Este
texto es una transcripción de la charla sobre el tema de Patrick Le Moal
–militante del NPA-, traducida y editada por viento sur.
3/ Abrogación mediante decreto-ley de partes enteras
de la Ley Laboral; congelación de los salarios, vuelta de tuerca para controlar
aún más a la gente en paro, reforma de las pensiones con la introducción de un
sistema por puntos, supresión de empleos en el sector público, incremento de la
CSG para la gente pensionista –incluso la más modesta-, reforma de la formación
profesional, desmantelamiento del servicio público ferroviario, nueva reforma
de pensiones…
5/ Declaraciones de Gilles Le Gendre, presidente del
grupo parlamentario de LREM [partido de Macron] en la Asamblea Nacional el
17/12/2018 a la cadena Public Senat.
6/ Al mismo tiempo que aumentan las grandes fortunas;
según Thomas Picketty: "Desde 1990 se observa un incremento espectacular y
continuo del número y del montante de los patrimonios declarados en el ISF.
Esta evolución se dio en todas las franjas del ISF, en especial entre las más
elevadas, donde el número y el montante del patrimonio financiero han
progresado más rápidamente que el patrimonio inmobiliario, que por su parte
progresó mucho más que el PIB y la masa salarial. Es cierto que las caídas
bursátiles de 2001 y 2008 atemperaron un poco esta situación, pero desde que se
pasó el pico de la crisis, las tendencias de fondo han vuelto a emerger".
8/ Allí donde el empleo es cada vez más escaso, porque
el 80% de nuevos empleos se generan en las 15 grandes metrópolis.
10/ Por ejemplo, en las cadenas de fabricación del
automóvil no es extraño que la mitad de la gente sea precaria y en la mayoría
de los sectores, bajo el efecto de la automatización y de la subcontratación,
los sectores de fabricación que bloquean la producción son minoritarios.
11/ Otras cifras significativas de la evolución del
tejido económico: el 1% de las empresas concentra el 85% de las inversiones y
el 97% de las exportaciones.
12/ Gérard Noiriel : "Un estudio comparativo de la
forma como han tratado los media la lucha del ferrocarril la primavera pasada y
la de los chalecos amarillos, es muy ilustrativa. Ninguna de las
jornadas de acción en el ferrocarril fue seguida de forma continuada por los
media y las y los telespectadores fueron atiborrados de testimonios de usuarios
y usuarias cabreadas contra los huelguistas, mientras que en esta ocasión
apenas se han transmitido los cabreos de los automovilistas contra los
bloqueos".
13/ Esta competencia es negada por las elites, lo cual
refuerza el sentimiento de “desprecio” en el seno de los medios populares.
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