14/01/2019
No era un partido. Carecía de ideología, de
principios programáticos, de estructura formal, de dirigentes elegidos por sus
bases.
Es claro que Fuerza Popular no es un partido
político. No lo fue antes, y tampoco lo es ahora. Es simplemente una estructura
en proceso acelerado de descomposición, que arroja a diestra y siniestra todas
sus vaguedades e imperfecciones.
Si quisiéramos aludir al proceso de gestación de lo
que hoy se desmorona, tendríamos que recordar brevemente lo que fue “Cambio
90”, la organización que llevó al gobierno a Alberto Fujimori en la última
década del siglo pasado.
No fue tampoco propiamente un partido, sino un
pequeño núcleo de entusiastas que decidió jugar al azar para ver si obtenía
algo en los comicios de ese año.
Fueron factores extraños los que incidieron en esa
circunstancia. Ellos determinaron los hechos que no respondieron ni a los
méritos del grupo ni a las calidades del candidato propuesto.
El origen
Para que surgiera Cambio 90 fue indispensable una
suma precaria: el interés del entonces rector de la Universidad Agraria
empeñado en incursionar en “la política” para ser senador; y el entusiasmo de
Víctor Homma¸ que buscó un caudillo y se rodeó de amigos.
Obtenida la victoria, el 4 de junio del 90 y luego
de su viaje a la aldea de Kunanmoto, Alberto Fujimori dio un puntapié en el
fundillo a Homma y acabó con “el partido”. En su lugar fue ubicado Andrés
Reggiardo, que nunca fue dirigente de entidad alguna, sino apenas incondicional
del “chinito de la yuca”.
Con Reggiardo esa nave se desplazó al garete por
aguas procelosas, integrando lo que peyorativamente se dio por llamar “los no
sé quién y los no sé cuántos” cuando se aludía a la numerosa –aunque casi
anónima- “bancada parlamentaria” del gobierno de entonces. Esa nave naufragó el
5 de abril del 92, con el cierre del Poder Legislativo.
Incondicionalidad
Para los comicios del CCD y las contiendas
electorales sucesivas, Fujimori no organizó partido alguno. Mudando de
membrete, fue alumbrando estructuras selectas de incondicionales a las que
irradió calor con los recursos del poder y el apoyo interesado de los grandes
empresarios y de la “prensa grande”.
Estas fuerzas anudaron un “acuerdo” que les
permitió detentar el poder, a partir de un mensaje directo: Nosotros
gobernamos; el pueblo, trabaja.
Con una táctica simulada, y orientada a engañar
multitudes, Fujimori logró borrar de la cabeza de la gente las ideas políticas.
Laura Bozzo y Magaly Medina trasmitieron contenidos, alimentados por la prensa
chicha y la TV basura; gracias a los asesores del Doc y los recursos del SIN.
Así se alentó la incondicionalidad que
caracterizara a los fujimoristas de ese tiempo. Pero era esa una
incondicionalidad interesada, precaria y en el fondo falsa. Podía reflejarse en
el proverbio etíope: “Cuando pasa el Gran Señor, el sabio campesino se inclina
profundamente ante él, y en silencio se tira un pedo”.
La primera caída
A la caída del régimen de Fujimori, esa
organización se vino abajo y cayó como era; apenas un castillo de arena. Por
eso costó tiempo, y dinero, reconstruirla y proyectarla como alternativa de
gobierno y de poder.
Eso fue posible porque la clase dominante se dio
cuenta que no contaba con una estructura propia ni confiable. El APRA –luego
del fracaso de García en su primer mandato- no era “garantía”; y los otros
segmentos de la sociedad, estaban dispersos y desorganizados. Incluso, la
Izquierda -ya dividida por intereses de corte electoral- había abandonado
virtualmente la pelea.
Keiko Fujimori fue la encargada de “cargar con el
muerto”. Pero no lo hizo sola. Contó con el apoyo de la “vieja guardia”, es
decir, con el apoyo de los incondicionales del padre que se habían enriquecido
en la “década dantesca” –como se llamó a ese periodo- pero que, además,
contaban ya con poderosos nexos con el empresariado local y el gran capital.
Al comienzo mantuvieron la idea de no formar
partido, pero cuando percibieron que podía retornar a las esferas del poder,
finalmente optaron por crear “Fuerza Popular”.
Sin ideología ni principios
No era un partido, claro. Carecía de ideología, de
principios programáticos, de estructura formal, de dirigentes elegidos por sus
bases. Y es que Keiko y los suyos no las tenían todas consigo. Les era más
prudente combinar formas supuestamente democráticas con procedimientos
autoritarios.
Y rodearse, al mismo tiempo, de un anillo de
incondicionales y establecer un mandato vertical que funcionara con eficacia.
Fue esa la tarea que, en su momento, cumplieron Jaime Yoshiyama, Martha Chávez,
Pierre Figari, Anna Herz y algunos más. Ellos eran “los líderes”, los que
asignaban las tareas y daban las órdenes. El resto, en distintos niveles,
estaba llamado a cumplir.
Para que esto funcionara, se ideó un mecanismo que
resultó formalmente exitoso un par de años: La organización partidista era muy
pequeña y, por lo tanto, fácilmente controlable; Fuerza Popular era “más
amplia” y estaba integrada por gente que llegó a sus filas porque ofrecía y
buscaba. Tenía “algo” que dar, en efecto, pero buscaba más: ganancias,
beneficios, provecho.
Eso explica la composición de la “bancada
parlamentaria” –la expresión del “poder” del keikismo: la mayoría eran
“invitados”, es decir, ni militantes ni dirigentes del “partido”. Esa
estructura -el partido- era una suerte de “línea de flotación”. La dirigían los
“selectos”, es decir, los amigos de Keiko, sus artífices e incondicionales.
Y se acabó
Grandes empresas –como Yanacocha- financiaron las
campañas de 28 congresistas. Y eso fue público. Y Odebrecht aportó lo suyo para
asegurar lo indispensable. Pero el “partido”, contó con el apoyo de la clase
dominante que había decidido ya que Keiko fuera presidente y que contara con
una “mayoría parlamentaria” holgada y solvente.
Por eso, aunque FP obtuvo solo el 23% de votos en
el plano parlamentario, le adjudicó 73 congresistas, de un total de 130. Lo que
ocurrió fue que verdaderamente, ellos sí “borrachitos de poder” se dedicaron a
disfrutar de la victoria y obtener nuevos beneficios.
Cuando eso se acabó –con la prisión de Keiko y las
“confesiones” de los “colaboradores” de la Fiscalía- se desgranó el choclo.
Ahora los fujimoristas podrían cantar la ranchera: “Ya se cayó el arbolito /
donde dormía el pavo real / Ahora dormirá en el suelo / como cualquier animal”
Algo más
El tiro, en la línea de flotación de ese barco, fue
certero. ¿Volverá al escenario? Puede ser. Como dijo Bertold Brecht, “el
vientre del monstruo, es vientre fecundo”. Podrá parir otra vez. Hay que estar
alerta, entonces.
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