16-02-2019
La prensa mundial, haciendo el coro a las usinas
mediáticas que genera Washington, han convertido a la República Bolivariana de
Venezuela en el plato fuerte del día. Por supuesto que no en ánimo laudatorio:
por el contrario, lo que se dice del “régimen castro-comunista” del dictador
Nicolás Maduro son las peores barbaridades. Según esa avalancha monumental de
“noticias”, lo que sucede en el país caribeño es una crisis de proporciones
dantescas, con población famélica que huye desesperada de una dictadura
sangrienta.
No olvidemos nunca: dictaduras fueron las de Franco
en España (que hacía rezar el rosario cada atardecer), la dinastía Somoza en
Nicaragua (“Anastasio Somoza: un hijo de puta, pero es nuestro hijo
de puta”, según el presidente estadounidense Roosevelt), Pinochet en Chile,
Batista en Cuba, Videla en Argentina (con 30,000 desaparecidos), Idi Amín en
Uganda (que se comía el hígado de sus adversarios políticos). En Venezuela hay
elecciones democráticas periódicas, libertad de expresión, la economía no está
planificada y rige el mercado, no hay cárceles clandestinas. ¿Qué dictadura?
La crisis que vive hoy el país se debe, quizá en
parte a políticas que podrían revisarse en lo interno de la Revolución
Bolivariana (se persiste en el rentismo petrolero), pero fundamentalmente a un
ataque inmisericorde de Estados Unidos, que busca a toda costa revertir el
proceso en curso.
La crisis, realmente existente, que incomoda a
diario a los venezolanos y que hizo que muchos se marcharan por las penurias
cotidianas que se atraviesan, se implementó para generar un clima de malestar
ciudadano (colapso económico) que termine estallando, produciendo la salida de
la administración chavista. Pero, ¿por qué esa crisis?
Pueden ser aleccionadores al respecto, para
entender cómo se moldea a la opinión pública (VER FOTO ut supra, “Maduro
narcodictador provoca crisis humanitaria, AUDIO 1), y cómo es posible y
necesario oponer otra explicación de los hechos (la crisis es una estrategia
injerencista, AUDIO 2), escuchar los dos audios que acompañan al presente
escrito: el de un médico venezolano y el de un colega argentino que le
responde.
¿Por qué la crisis? ¿Quién se beneficia de ella?
Obviamente, la población no.
Quedarse, sin embargo, solo con la descripción de los hechos viendo en el
gobierno bolivariano a una suma de aprovechados que están saqueando al país
mientras la población sufre penurias, es una absoluta falsedad. Sin dudas que
faltan artículos de primera necesidad: alimentos, medicinas, elementos de aseo
personal, todo lo cual torna la vida diaria un verdadero calvario. Pero hay que
entender que todo ello tiene un propósito: terminar el experimento bolivariano.
A partir de esta situación crítica, la pretendida “ayuda humanitaria” parece
una muy generosa medida. De todos modos, seamos cautos: atrás de esa supuesta
ayuda, viene la intervención militar. Y es la Casa Blanca, por medio de gente
de ultraderecha representante de las grandes empresas de ese país (el
presidente Donald Trump, el Asesor de Seguridad Nacional John Bolton, el
Encargado Especial para Venezuela Elliot Abrams) quienes hoy insisten en
mantener la inmoral presión sobre la patria de Bolívar.
Hay al menos tres razones para ello:
Razones económicas
Para su desgracia, Venezuela tiene una fenomenal reserva
de petróleo (300,000 millones de barriles), lo que puede significar una fuente
energética para terminar este siglo, manteniéndose el consumo actual. Y tiene a
Estados Unidos muy cerca. La potencia del norte es un gigante industrial y
militar, por lo que su consumo de oro negro es, por lejos, el más alto del
mundo: 20 millones de barriles diarios (quien le sigue, China, consume solo la
mitad: 10 millones de barriles).
Ese monumental consumo se abastece, en parte, con
las reservas propias (el 60% de su consumo sale de su subsuelo); el resto debe
importarlo (Golfo Pérsico y otros países de América). Venezuela, gran
productor, le aporta el 12% de su consumo. Hoy por hoy, el país caribeño no es
el principal proveedor para Estados Unidos, pero sus reservas son estratégicas.
Disponer de ellas es el sueño de la clase dirigente norteamericana, y en
particular de sus empresas petroleras. Lo dijo estos días John Bolton, sin
ninguna vergüenza: “ Haría una gran diferencia para Estados Unidos
económicamente si pudiéramos tener compañías petroleras estadounidenses
invirtiendo y produciendo petróleo en Venezuela ”. ¿Por qué? Porque ese
gigantesco país (o mejor dicho, su clase dirigente) no quiere depender de
seguir comprando petróleo fuera, sino ser ellos quienes lo explotan. En otros
términos: apropiarse de las reservas venezolanas como propias, y negociar. El
negocio es grande, sin dudas; y las megaempresas no desean perderlo.
Con esto tendrían asegurado un botín fabuloso sus
corporaciones energéticas (Exxon-Mobil, Chevron-Texaco, ConocoPhillips,
Halliburton, etc.), y Estados Unidos estaría en mucho mejor condición de
competir en el mercado global. Podría lograr, incluso, si puede agenciarse de
una vez de esas reservas vedadas hoy por un gobierno nacionalista, hacer que
Venezuela salga de la OPEP, con lo que podría ser Wall Street a sus anchas
quien ponga el precio del crudo. Por otro lado, llevar petróleo desde
Venezuela, ubicada a 2,000 kilómetros de su país, a Washington le conviene
infinitamente más que importarlo desde el Golfo Pérsico, a 12,000 kilómetros.
Junto a ello, además del oro negro, existen otros
recursos naturales ubicados en territorio venezolano a los que la Casa Blanca
guarda especial apetito: enormes reservas de gas natural, de oro, de bauxita,
de coltán y de minerales estratégicos como niobio y torio. Además, existe
abundante agua dulce (bien cada vez más escaso y apetecido por la voracidad del
principal mercado mundial), así como biodiversidad de la selva amazónica (de
donde pueden extraerse materias primas para medicamentos y alimentos).
En definitiva, Estados Unidos, en nombre de la
tristemente célebre Doctrina Monroe (“América para los americanos”… del Norte)
sigue considerando que Latinoamérica es su reservorio natural de materias
primas. La pretendida ayuda humanitaria que enviaría para paliar la “crisis
humanitaria” esconde el propósito de sentar cabezas de playa militares en
territorio bolivariano. La opción bélica, con la ayuda de algunos países
títeres, sería lo que les puede devolver la potestad sobre esta tierra, ahora
libre y soberana desde el inicio de la Revolución Bolivariana.
Razones políticas
Justamente esa libertad y esa soberanía que empezó
a tomar cuerpo con la llegada de Hugo Chávez a la presidencia en 1998, es una
afrenta para la geoestrategia hemisférica de la Casa Blanca. En esta zona que
siempre consideró como propia, donde hace y deshace a su entero arbitrio, la
insolencia de un gobierno que levanta la voz y le habla de tú a tú, es
inconcebible. Por eso, como con cada proceso emancipador que se ha dado en
Latinoamérica, la respuesta de Washington es contundente: ataque furioso.
Hechos similares hay demasiados a lo largo de la
historia de estos 100 últimos años: la rebelión de Sandino en Nicaragua, una
revolución democrática y antiimperialista en Guatemala en 1944, el socialismo
de Salvador Allende en Chile, el progresismo de Jean Bertrand Aristide en
Haití, la afrenta de Cuba socialista, la de la Nicaragua sandinista en 1979, o
procesos apenas tibios que le confrontan, siempre, en todos los casos, tuvieron
como respuesta la agresión estadounidense, más o menos sangrienta. Lo hizo de
distintas maneras, desde su intervención directa hasta propiciando golpes de
Estado cruentos. Hoy día, lo hace con golpes de Estado “suaves”, con bloqueos
económicos, con desprestigio mediático que prepara condiciones para
“revoluciones de colores”.
Contra la Revolución Bolivariana probó de todo:
secuestro del presidente Chávez, paro petrolero, look out patronal, guarimbas,
guerra económica. Ahora, recientemente, con esta maniobra de un autoproclamado
presidente paralelo. De momento ninguna artimaña le funcionó, siempre en
conjunción con la derecha vernácula. En este momento los tambores de guerra
comienzan a sonar, y no se descarta la posibilidad de una intervención militar,
del propio Estados Unidos así como de una coalición de países títeres. Hecho el
balance realista de fuerzas, Washington de momento no se embarca en una guerra
directa. Ello, de todos modos, no se descarta. Una servicial OEA, con un
impresentable Secretario General (Luis Almagro) pro invasión, es su caja de
resonancia perfecta.
Como sea, con la opción que sea, es claro que para
la hegemonía territorial de Washington la Revolución Bolivariana es una
insoportable piedra en el zapato que no le permite actuar económicamente como
quisiera, y que envía un mensaje de unidad latinoamericana antiimperialista,
muy peligroso para la política injerencista norteamericana. Por lo pronto, está
intentando salirse de la zona del primado del dólar, negociando su petróleo en
otras monedas, como el yuan chino, o el rublo ruso. Eso constituye una de las
peores afrentas para Estados Unidos, que basa su poderío económico y político
en su propia moneda, pues desde hace años abandonó el patrón-oro como regla
universal. Cuestionar el dólar es cuestionar su hegemonía. Y Venezuela lo está
haciendo.
Razones geoestratégicas
Siguiendo aquello de la Doctrina Monroe, Estados
Unidos hace más de un siglo que hace de Latinoamérica y la región del Mar
Caribe su natural patio trasero. De aquí extrae (roba) materias primas,
productos primarios a muy bajo costo, mano de obra barata que llega a su
territorio buscando el “sueño americano”, al par que es la región cautiva para
colocar sus productos industriales y servicios varios. Pero por otro lado, el
subcontinente paga cantidades inconmensurables de dinero a los organismos
crediticios internacionales (Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial),
siempre liderados por Estados Unidos, en calidad de servicio de las impagables
y eternas deudas externas.
Por todo ello, Latinoamérica es la reserva
obligada, el bastión del que se vale la clase dominante estadounidense para
mantener su alto nivel socioeconómico. Eso no lo va a soltar rápidamente. De
aquí que lo controla al milímetro, para lo que tiene instadas más de 70 bases
militares en la zona.
Curiosamente, la más grande de todas se está
construyendo en Honduras, cerca de las reservas petrolíferas de Venezuela. Está
más que claro que Latinoamérica es considerada por la geoestrategia de la Casa
Blanca como un lugar vital. Pero está sucediendo algo en estos últimos años:
tanto Rusia (gran potencia militar) como China (enorme potencia económica)
están disputándole hegemonía al imperio estadounidense. Lo que, caído el Muro
de Berlín y aparentemente terminada la Guerra Fría, parecía un mundo unipolar,
con Washington como amplio dominador, ya no es exactamente así hoy día. Estas
dos potencias, en una alianza estratégica, constituyen una pesadilla para los
planes de dominación global del país del Norte.
Si algo tiene Latinoamérica, es su posición de
proveedor de todo lo anteriormente expuesto para el pillaje norteamericano:
productos primarios, deuda externa, mano de obra barata. Es por ello que para
su gobierno, la tarea principal consiste, como lo dijera el otrora Secretario
de Estado Colin Powell, en “ garantizar para las empresas estadounidenses el
control de un territorio que va del Ártico hasta la Antártida y el libre
acceso, sin ningún obstáculo o dificultad, a nuestros productos, servicios,
tecnología y capital en todo el hemisferio ”. La Doctrina Monroe
evidentemente se la toman muy en serio: nadie debe osar meterse en estas
tierras.
El mundo, de todos modos, no es como uno quiere,
sino que obedece a fuerzas que van para los lugares más inimaginables. Hoy día
estos dos países lejanos, Rusia y China, están teniendo un acelerado proceso de
penetración en la región. Con su poderío económico la República Popular China,
con su poderío militar la Federación Rusa, ambos muestran que el mundo,
quiérase que no, no es unilateral según los ideólogos de Washington.
Ambos países tienen sentados sus reales en
Venezuela, a quien toman como socio. Eso espanta a los halcones que dirigen el
país norteamericano. Para su lógica es inconcebible que en su propio lugar
“natural” un enemigo ose levantarles la voz. Ello significa, sin más trámites,
que la hegemonía absoluta del Tío Sam ya no es tal.
China es hoy el principal prestamista para la
economía venezolana, negociando el petróleo caribeño en moneda asiática. En
tanto que Rusia tiene importantes aprestos bélicos en la patria de Bolívar,
incluso con material atómico, posible de ser usado en el caso de una eventual
guerra contra Estados Unidos.
_______
Por todo lo anterior es imprescindible levantar la
autonomía y soberanía de la República Bolivariana de Venezuela, como nación
independiente que no necesita de ninguna “ayuda humanitaria”, que podrá traer
luego la invasión armada. Con todos los defectos y errores que pueda tener la
Revolución, es imperativo defender su estatuto de Estado independiente. ¿En
nombre de qué Estados Unidos se arroga el derecho de decidir sobre los destinos
de este país? Solo en nombre de las gigantescas empresas a quien defiende la
Casa Blanca.
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