05/02/2019
La “edad de la inocencia” ha dejado de ser un
patrimonio etario y se ha impuesto como la fisonomía “democrática” de la
opinión pública. En las redes sociales se puede comprobar cómo esta
democratización dista mucho de ser un ejercicio político y se constituye más
bien en la domesticación y masificación de la población mundial. Esto se
destaca en el complot contra Venezuela. Mientras toda la historia de invasiones
gringas nos da todos los argumentos para subrayar la crisis de credibilidad de
la demagogia imperial, basta la exaltación de la mitología gringa (“libertad de
expresión”, “sistema democrático”, “derechos humanos”, etc.) para que la
opinión pública tribute sus prejuicios coloniales como única moneda admitida
por la retórica informativa del dólar.
Eso es lo que promueve la mediocracia y lo realizan
las redes sociales. Por eso se convierten en el mejor medio de propaganda
imperial; pues para afiliarse a su retórica no hace falta mucha inteligencia; y
eso es lo que explotan los “fake news”: no apuntan al raciocinio, su fin no es
argumentar, les basta con reafirmar los prejuicios globalizados. Por ello se
puede diseccionar toda la animadversión al “chavismo” como la acumulación
obsesiva de propaganda gringa anticomunista propia de la guerra fría (si la
juventud actual es todavía presa de aquello, es porque su formación es
crónicamente subordinada al guion hollywoodense).
¿Por qué las redes sociales pueden promover y hacer
triunfar a un Trump o a un Bolsonaro, y no así a un líder popular? Hay que
recordar que las nuevas tecnologías no han sido precisamente diseñadas para
despertar el espíritu crítico en la población. Para apostar por cambios
estructurales, la simple información no basta. Es más, incluso se puede hacer
notar cómo la promoción de plataformas digitales en favor de movimientos
ecologistas, por ejemplo, no son incompatibles con propaganda imperial en otros
asuntos. Muchos movimientos anti-establishment no dejan de ser, desgraciada y
paradójicamente, una moda “políticamente correcta” (sobre todo ahora que la
izquierda mundial se ha “moderado”, para beneplácito de los poderes fácticos).
Todo ello sirve para destacar que las luchas sociales han sido
fragmentarizadas, de tal modo, que ya nadie tiene consciencia del mundo
integrado y supeditado al reino del mercado global.
Pero todo se clarifica en momentos críticos, porque
en ellos no cabe la neutralidad y menos la indiferencia. La crisis define.
Porque en la crisis, como en la desgracia, se conoce quién es quién. En tal
caso, ninguna crítica que se pueda hacer al gobierno bolivariano, amerita y
justifica la masacre que se pretende desatar, y menos si ésta es la antesala de
una desestabilización regional con consecuencias inimaginables.
En ese sentido, llama sobre todo la atención, la
ceguera histórica de una izquierda de manual que, en su condena al gobierno
bolivariano, no advierte la connivencia sospechosa con una reposición imperial
que es capaz de convocar la propia idiosincrasia izquierdista. Hasta los
decoloniales de derecha, que no en vano usufructúan del mundillo académico,
muestran cuán comedido es el subalterno a la hora de sermonear al paisano para
beneplácito del amo.
La crisis es definitoria y define los alcances
mismos de la crítica. Porque ser crítico no significa oponerse, ni se define
por estar en contra de algo; ser crítico consiste en ir a la raíz del asunto y
esto es lo que hace que la crítica (cuando no es reducida a criticonería) se
encargue de poner sensatez en la discusión, cordura en el debate: por ello el
ejercicio crítico nunca apunta primero afuera sino que encarna la situación y
toma partido. No hay crítica más allá del bien y del mal, ni hay crítica
verdadera en la cómoda imparcialidad del que se cree el ojo de dios. Sólo se
puede ser verdaderamente crítico desde el compromiso revolucionario.
Que la revolución bolivariana tenga déficits no
justifica ni siquiera la irresponsable toma de distancia de lo que podría
significar una catástrofe regional. Hay que decirlo: no sabemos lo que es la
guerra. Y lo que pretenden las nuevas políticas imperiales es desatar el famoso
“caos constructivo” en el continente. Venezuela sería sólo el inicio de una
nueva Siria extendida a todo el arco del “mundo no integrado”, según el nuevo mapa
global del Pentágono. El “mundo no integrado” son los países con recursos
estratégicos que conforman la periferia mundial. Para la nueva doctrina
straussiana de los “neocons” (quienes acaban de ingresar en el régimen Trump,
como John Bolton, Mike Pompeo o Elliot Abrams), el nuevo plan consiste en
destruir a los Estados del arco del “mundo no integrado”, es decir, someter al
mundo a la jerarquía naturalizada que impone el excepcionalismo gringo.
Porque ya se les acaba la bonanza del fracking; las
petroleras gringas ya estiman 300.000 millones de $US de pérdida con la burbuja
del gas y petróleo no convencionales (burbuja financiada con dinero público que
dejará a los contribuyentes norteamericanos actuales y futuros con deudas
sumamente onerosas). Como destaca Dmitry Orlov, el auge de producción de
petróleo no convencional, en USA, ha llegado a su fin; pero no pueden bajar su
consumo insensato, de más del 20% de petróleo mundial. Una nueva aventura con
fracking representaría invertir 2 billones de $US, cuyas ganancias son
sumamente dudosas. La baja de producción de petróleo ya anunciada por Rusia y
Arabia Saudita configura un escenario futuro de escasez global; esto explica la
precocidad y desesperación en la arremetida imperial contra Venezuela, el mayor
reservorio certificado de petróleo del planeta (el Departamento de Defensa
gringo, siendo el mayor consumidor, necesita de las reservas venezolanas para
movilizar sus más de 900 bases militares en el mundo y asegurar la base
energética de restauración imperial).
El 1% rico del mundo ya es consciente que el
desarrollo y el progreso moderno, no es posible para todos, porque al
desarrollo no le interesa el bien de la humanidad sino garantizar la opulencia
–llamada bienestar– de los ricos del mundo. Por eso el neo-malthusianismo
resurgido y patrocinado por la industria farmacéutica transnacional y la
corpo-cracia de los granos y semillas (la reciente fusión financiera entre
Bayer y Monsanto responde a esto), busca la eliminación de los pobres del mundo
(por lo menos dos tercios de la población mundial). Ese proceso no tuvo éxito
en el plan de “Medio Oriente ampliado”, pero se halla renovado en nuestro continente,
gracias a la complicidad apátrida de las oligarquías nacionales adictas a la
geoeconomía del dólar y apiñadas en el “Grupo de Lima”.
Todas las iniciativas de Duque y Bolsonaro van más
allá de la simple destitución de Maduro. Lo que se busca es la restauración de
la hegemonía imperial y esto es lo que explica el comedido accionar de sus
lacayos presidentes. Lo triste es que esa restauración signifique la
balcanización de toda Latinoamérica. Hasta la presencia de Manuel López Obrador
como presidente mexicano les incomoda, por eso ya se escuchan amenazas de
magnicidio, reeditando el episodio Colosio. Nuestras naciones deben comprender
que se trata de una amenaza continental, cuyo precedente se halla en las
recientes intervenciones en Irak, Siria y Libia por parte del Imperio en
decadencia.
Hasta la izquierda fundamentalista olvida la
leyenda negra construida sobre Cuba. Ningún país puede sobrevivir a un bloqueo
económico; y si de milagros económicos hablamos, los tigres del Asia (y hasta
la reconstrucción europea post-segunda guerra) deben su éxito a medidas que hoy
se acusan de “populismo”, y que no tuvieron jamás bloqueo de por medio.
Creer que todo se debe a desaciertos internos –en
el caso de Venezuela– es pecar de ingenuo y no advertir que, a toda medida
económica que podía haber emprendido el gobierno de Maduro, los poderes
fácticos, subsidiarios de la política imperial, no iban a quedarse de brazos
cruzados (y cuando esa respuesta imperial nunca entra en el análisis, se
muestra la miseria del examen unilateral de coyuntura). En ese sentido, llama
la atención el análisis simplón de izquierda que no es capaz de describir
dialécticamente cómo el mundo financiero, que tiene presa a nuestras economías,
tiene todos los medios institucionales globales para hacer fracasar todo
intento serio de independencia financiera de la periferia global.
Parece que nadie ha aprendido nada de lo que pasó
en Libia. Allí caló más en la idiosincrasia pedestre la defenestración de
Muamar al Gadafi que la simple constatación de los verdaderos intereses de
Occidente. Ni siquiera la opinión pública supo cuestionar la cínica declaración
hilarante de la ex secretaria de Estado Hilary Clinton cuando invadieron Libia
(dejando al país con más alto índice de bienestar social del África sumido en
guerra civil): “we came, we saw, he died”.
El lugar común recurrente de la
izquierda romántica (que continúa soñando en la revolución de nunca jamás)
consiste en hacer de la versión imperial un “mea culpa”, como constatación del
complejo de inferioridad que atraviesa su eurocentrismo. El Imperio no es un
mito y todas las contradicciones internas que puedan suceder no ameritan sacar
de la ecuación de análisis político el factor imperial. En ese sentido, ¿de
dónde saca el expresidente uruguayo Mujica que la solución pasa por medir con
la misma vara a Maduro y Guaidó? ¿No se da cuenta del terrible precedente
político que significa una peregrina autoproclamación?
En 1961, la resolución “pacifica” de la “crisis de
los misiles” significó el sacrificio de Cuba. Nadie en el mundo supo reconocer
el holocausto al que fue sometida Cuba, tanto por USA como por la URSS,
quedando condenada a su aislamiento y la imposibilidad de su desarrollo propio.
Si no somos capaces de aprender de la historia y reconocer lo que
verdaderamente está en juego en Venezuela, la historia No nos absolverá. Lo más
triste será constatar, si triunfa la guerra extendida a toda Latinoamérica, que
no haya quién les increpe a los “críticos”, “imparciales” e “indiferentes”, lo
equivocados que estaban.
La Paz, Bolivia, 6 de febrero del 2019
- Rafael Bautista S. es autor de: “El tablero del
siglo XXI. Geopolítica des-colonial de un orden global post-occidental”, de
próxima aparición. Dirige “el taller de la descolonización”
https://www.alainet.org/es/articulo/197975
No hay comentarios:
Publicar un comentario