Pensamiento,
Política
5 marzo, 2019 Michael
Löwy
En enero
de 1919 Rosa Luxemburg, fundadora del Partido Comunista Alemán (Liga Spartakus)
fue asesinada por una unidad de los cuerpos francos, banda de oficiales
y militares contrarrevolucionarios –futuro vivero del partido nazi- que fueron
enviados a Berlín por el ministro socialdemócrata Gustav Noske para acabar con
el levantamiento espartaquista.
Es, como
Emiliano Zapata en ese mismo año, una “vencida de la historia”. Pero su mensaje
continúa vivo en lo que Walter Benjamin define como “la tradición de los
oprimidos”; un mensaje a la vez, e inseparablemente, marxista, revolucionario y
humanista. Tanto en lo que respecta a la crítica del capitalismo como sistema
inhumano, su combate contra el militarismo, el colonialismo, el imperialismo,
como en su visión de una sociedad emancipada y su utopía de un mundo sin
explotación, sin alienación y sin fronteras, este humanismo comunista atraviesa
como un hilo rojo el conjunto de sus escritos políticos y también su
correspondencia, sus emotivas cartas desde la cárcel, leídas y releídas por
sucesivas generaciones de jóvenes militantes del movimiento obrero.
En la
perspectiva de una refundación comunista para el siglo XXI resaltaría de forma
particular cuatro temas de su pensamiento: el internacionalismo, la concepción abierta
de la historia, la importancia de la democracia en los procesos
revolucionarios y su interés por las tradiciones comunistas pre-modernas.
El
internacionalismo
En la
época de la globalización capitalista, de la mundialización neoliberal, de la
dominación planetaria del gran capital financiero, de la internacionalización
de la economía al servicio del beneficio, de la especulación y de la
acumulación, la necesidad de una respuesta internacional, de una
internacionalización de la resistencia, de un nuevo internacionalismo está más
de actualidad que nunca. Sin embargo, pocas figuras del movimiento obrero han
encarnado de forma tan radical como Rosa Luxemburg la idea del
internacionalismo, el imperativo categórico de la unidad, de la asociación, de
la cooperación, de la fraternidad de las y los explotados y oprimidos de todos
los países y de todos los continentes.
Irreconciliable
adversaria de los proyectos belicistas del Imperio germánico, no cesó de
denunciar el militarismo y la carrera armamentista. Por ello se opuso a los
turbios regateos de Wolfgang Heine y Max Schippel, revisionistas de la derecha
socialdemócrata, con el gobierno del Kaiser: voto a favor de los créditos de
guerra a cambio de medidas sociales, apoyo al militarismo (refuerzo de la flota
naval) para crear puestos de trabajo, etc. Rechazó las pseudo-ventajas
obtenidas al precio de consolidar la fuerza militar que, más pronto o más
tarde, será empleada contra otros pueblos, en Europa o en las colonias, e
incluso contra los propios obreros y obreras alemanes 1/.
Como se
sabe, junto a Karl Liebknecht, fue una de las raras dirigentes del socialismo
alemán y europeo que se opusieron a la Unión Sagrada y al voto a favor de los
créditos de guerra en 1914. Las autoridades imperiales alemanes –con el apoyo
de la derecha socialdemócrata- le hicieron pagar cara su coherente oposición
internacionalista a la guerra encerrándola en prisión durante la mayor parte
que duró el conflicto. Es entonces cuando define su principal punto de vista en
un escrito de 1916: “La patria de los proletarios, a cuya defensa ha de
subordinarse todo lo demás, es la Internacional socialista” 2/.
Confrontada
al dramático fracaso de la II Internacional, se dispuso a unirse a otros
marxistas para crear una nueva Internacional. Soñaba con la creación de una
nueva asociación internacional de trabajadores y sólo la muerte le impidió
participar, junto a las y los revolucionarios rusos, en la fundación de la
Internacional Comunista en 1919.
Poca
gente comprendió como ella el peligro mortal que representaba para los
trabajadores y trabajadoras el nacionalismo, el chovinismo, el racismo, la
xenofobia, el militarismo y el expansionismo colonial o imperial. La tarea
inmediata del socialismo, escribió en ese documento espartaquista de 1916, “es
la liberación espiritual del proletariado de la tutela de la burguesía, que se
manifiesta en la influencia de la ideología nacionalista” 3/. Lo que
ella entiende por nacionalismo no es las cultura nacionales de los
diferentes pueblos, sino la ideología que convierte la Nación en un
valor político y moral supremo, al que debe subordinarse todo” (“Deutschland
über alles”).
Se esté
de acuerdo o no con sus tesis sobre la cuestión nacional, no se puede
cuestionar la fuerza profética de sus escritos. Utilizo la palabra profeta
en su sentido bíblico original (tan bien definido por Daniel Bensaïd en sus
últimos escritos): no quien pretende “adivinar el futuro” sino quien expresa
una anticipación condicional, quien advierte al pueblo de las catástrofes
que acontecerán si no se toma otro camino.
Siempre en
el mismo documento de 1916, advirtió: mientras existan el capitalismo y el
imperialismo habrá nuevas guerras: “La paz mundial no puede asegurarse por
medio de planes utópicos o, en el fondo, reaccionarios, como tribunales
arbitrales internacionales de diplomáticos capitalistas, acuerdos diplomáticos
como desarme (…) federaciones de Estados europeos, uniones aduaneras
centroeuropeas y similares. El imperialismo, el militarismo y las guerras
no podrán ser eliminadas o limitadas mientras las clases capitalistas sigan
ejerciendo incontestablemente su dominio de clase” 4/.
Sus
intuiciones fueron proféticas en la medida que los peores crímenes del siglo XX
–de la Primera a la Segunda Guerra Mundial (Auschwitz, Hiroshima) y más allá-
se cometieron en nombre del nacionalismo, de la hegemonía nacional, de la defensa
nacional, del espacio vital nacional, y así sucesivamente. El
estalinismo es también el producto de una degeneración nacionalista del Estado
soviético, materializada en la consigna del socialismo en un solo país.
Se puede
criticar algunas de sus posiciones sobre las reivindicaciones nacionales
(contrariamente a Lenín, se oponía al derecho a la autodeterminación de las
naciones y más bien proponía una forma de autonomía nacional-, pero
percibió de forma clara los peligros de las políticas nacionales estatales:
conflictos territoriales, depuraciones étnicas, opresión de minorías. No
pudo prever los genocidios…
Una
concepción abierta de la historia
En
segundo lugar, y tras un siglo que no solo fue el de los extremos (Eric
Hobsbawm) sino el de las expresiones más brutales de la barbarie en la historia
de la humanidad, no se puede sino admirar un pensamiento revolucionario como el
de Rosa Luxemburg, que supo rechazar la ideología cómoda y conformista del
progreso lineal, el fatalismo optimista y el evolucionismo pasivo de la
social-democracia, la peligrosa ilusión –de la que nos habla Walter Benjamín en
sus Tesis de 1940- de que bastaba nadar a favor de la corriente,
dejar actuar a las condiciones objetivas. Cuando en 1915 escribió en el
folleto La crisis de la socialdemocracia (firmado con el seudónimo de
Junius), la consigna “Socialismo o barbarie”, Rosa Luxemburg rompió con la
concepción –de origen burgués- de la historia como una progreso irresistible,
inevitable, garantizado por las leyes objetivas del desarrollo
económico o de la evolución social. Una concepción muy bien definida por Gyorgy
Valentinovitch Plejánov, que escribió lo siguiente: “La victoria de nuestro
programa es tan inevitable como la salida del sol por la mañana”. La conclusión
política de esta ideología progresista no podía ser otra que la
pasividad: nadie tendría la absurda idea de luchar, de arriesgar su vida, de
luchar por lograr que el sol saliera a la mañana…
Detengámonos
un poco en el significado político y filosófico de la consigna
“Socialismo o barbarie”. Está sugerida en algunos textos de Marx o Engels, pero
es Rosa Luxemburg quien le da una formulación explícita y definida. Implica la
percepción de la historia como un proceso abierto, como una serie de bifurcaciones
en el que el factor subjetivo –consciencia, organización, iniciativa- de
las y los oprimidos constituye un factor decisivo. [Para llegar al socialismo]
No se trata que madure la fruta en base a las leyes naturales de
la economía o la historia, sino de actuar antes de que sea demasiado tarde.
Porque la otra parte de la ecuación es el siniestro peligro: la barbarie.
Mediante este término, Rosa Luxemburg no define una regresión imposible
a un pasado tribal, primitivo o salvaje: desde su punto de vista, se
trata de una barbarie totalmente moderna, de la que la Primera Guerra Mundial
constituía un ejemplo impresionante, bastante peor en su mortífera inhumanidad,
que las prácticas guerreras de los bárbaros conquistadores al final del Imperio
romano. Nunca antes se habían puesto al servicio de una política imperialista y
de masacre a una escala tan grande tecnologías tan modernas: tanques, gas,
aviación militar.
Desde el
punto de vista de la historia del siglo XX, la consigna de Rosa Luxemburg
adquiere también un carácter visionario: la derrota del socialismo en Alemania
abrió el camino a la victoria del fascismo de Hitler y, después, a la Segunda
Guerra Mundial y a las más monstruosas formas de barbarie moderna que haya
conocido jamás la humanidad, de las que el nombre de Auschwitz se ha
convertido en todo un símbolo.
No es por
casualidad que la expresión socialismo o barbarie se convirtiera en
bandera y símbolo de reconocimiento de uno de los grupos más creativos de la
izquierda marxista de la post-guerra en Francia: el que existía en torno a la
revista del mismo nombre durante los años 50 y 60, animado por Cornelius
Castoriadis y Claude Lefort.
La
disyuntiva que marca la consigna de Rosa Luxemburg sigue estando de actualidad
hoy en día. El largo periodo de retroceso de las fuerzas revolucionarias –de la
que comenzamos a salir poco a poco- ha estado acompañado de la multiplicación
de guerras y masacres de purificación étnica, desde los Balcanes hasta
África, del aumento de los racismos, chovinismos e integrismos de todo tipo,
incluso en el corazón de la Europa civilizada.
Pero
existe un nuevo peligro que Rosa no previó. Ernest Mandel, en sus últimos
escritos, señaló que la disyuntiva para la humanidad en el siglo XXI ya no
sería, como en 1915, socialismo o barbarie, sino socialismo o muerte.
Entendía por ello el riesgo de catástrofe ecológica fruto de la expansión
capitalista mundial, con su lógica destructiva para el medio ambiente. Si el
socialismo no llega para interrumpir esta vertiginosa carrera hacia el
precipicio –de la que el aumento de la temperatura del planeta y la destrucción
de la capa de ozono constituyen los elementos más visibles- lo que está
amenazado es la propia superviviencia de la especie humana.
La
democracia en el socialismo
En tercer
lugar, frente al fracaso histórico de las corrientes mayoritarias del
movimiento obrero, es decir, por una parte, el hundimiento poco glorioso del
pretendido socialismo real –heredero de 60 años de estalinismo- y, por
otra, de la sumisión pasiva (en caso de que no sea una adhesión activa) de la
socialdemocracia a las reglas neoliberales del juego capitalista mundial, la
alternativa que representaba Rosa Luxemburg, es decir: un socialismo a la vez
auténticamente revolucionario y radicalmente democrático, aparece más
pertinente que nunca.
En tanto
que militante del movimiento obrero en el Imperio zarista –creó el Partido
Social-demócrata de Polonia y Lituania, afiliado al Partido obrero
socialdemócrata ruso-, criticó las tendencias desde su punto de vista demasiado
autoritarias y centralistas, de las tesis defendidas por Lenin antes de 1905.
Su crítica coincidía en este punto con la del joven Trotsky en Nuestras
tareas políticas (1904).
Al mismo
tiempo, en tanto que dirigente del ala izquierda de la socialdemocracia
alemana, se batió contra la tendencia de la burocracia sindical y política y de
las delegaciones parlamentarias a monopolizar las decisiones políticas. La
huelga general rusa de 1905 le pareció un ejemplo a seguir en Alemania: tenía
más confianza en la iniciativa de las bases obreras que en las sabias
decisiones de los órganos dirigentes del movimiento obrero alemán.
Enterándose
en la cárcel de los acontecimientos de Octubre de 1917, se solidarizó de
inmediato con los revolucionarios rusos. En un folleto sobre la Revolución rusa
escrito en prisión en 1918, que sólo se publicó (1921) tras su muerte, saludó
con entusiasmo este gran acto emancipador histórico y rindió un caluroso
homenaje a los dirigentes revolucionarios de Octubre:
“Todo lo
que podía ofrecer un partido, en un momento histórico dado, en coraje, visión y
coherencia revolucionarios, Lenin, Trotsky y los demás camaradas lo
proporcionaron en gran medida. Los bolcheviques representaron todo el honor y
la capacidad revolucionaria de que carecía la social democracia occidental. Su
Insurrección de Octubre no sólo salvó realmente la Revolución Rusa; también
salvó el honor del socialismo internacional”.
Esta
solidaridad no le impide criticar lo que le parece erróneo o peligroso en su
política. Si algunas de sus críticas –sobre la autodeterminación nacional o la
distribución de tierras- son muy discutibles y poco realistas, otras, en
relación a la cuestión de la democracia, son totalmente pertinentes y de una
extraordinaria actualidad. Partiendo de la base de la imposibilidad para los
bolcheviques –en las dramáticas circunstancias de la guerra civil y de la
intervención extranjera- de crear “por arte de magia, la más bella de las
democracias”, Rosa Luxemburg llama la atención sobre el riesgo de un
deslizamiento autoritario y define algunos principios fundamentales de la
democracia revolucionaria:
“La
libertad sólo para los que apoyan al gobierno, sólo para los miembros de un
partido (por numeroso que este sea) no es libertad en absoluto. La libertad es
siempre y exclusivamente libertad para el que piensa de manera diferente. (…)
Sin elecciones generales, sin una irrestricta libertad de prensa y reunión, sin
una libre lucha de opiniones, la vida muere en toda institución pública, se torna
una mera apariencia de la vida, en la que solo queda la burocracia como
elemento activo”.
Es
difícil no reconocer la importancia de este argumento. Unos años más tarde, la
burocracia acapararía todo el poder, eliminando de forma progresiva a las y los
revolucionarios de Octubre de 1917, que en los años 30 fueron exterminados sin
piedad.
Comunismo
y comunidad primitiva
En cuarto
lugar, el interés de Rosa Luxemburg por la comunidad primitiva es mucho menos
conocido y, por ello, vamos a dedicarle una atención especial en este artículo.
El tema central de su Introducción a la economía política (manuscrito
inacabado publicado por Paul Levi en 1915) es el análisis de lo que ella
denomina como sociedad comunista primitiva y su contraposición a la sociedad
capitalista mercantil. Es cierto que se trata de un texto incompleto, escrito
en prisión hacia 1916 a partir de las notas de su curso de economía política en
la escuela del partido socialdemócrata (1907-1914); tenía previstos otros
capítulos que no se escribieron o que se perdieron. ¡Pero eso no explica por
qué los capítulos dedicados a la sociedad comunista primitiva y su disolución
ocupan más páginas de las dedicadas a la producción mercantil, el trabajo
asalariado y las tendencias de la economía capitalista tomada en su conjunto!
Esta
forma inhabitual de abordar la economía política es probablemente una de las
principales razones por las que a este libro no se le ha prestado atención, se
le ha relegado o ha sido ignorado por la mayoría de los economistas marxistas e
incluso por biógrafos o especialistas en los trabajos de Rosa Luxemburg. Paul
Frölich es una de las raras excepciones, así como Ernest Mandel, autor del
prefacio a la edición francesa. Por el contrario, Nettl apenas se refiere a él
y no ofrece ninguna información o comentario sobre su contenido. En cuando al
Instituto Marx-Engels-Lenin-Stalin de Berlín Este, responsable de la edición
del texto en 1951, pretende (en su introducción) que se trata de una
“presentación popular de los elementos fundamentales del modo de producción
capitalista”, sin hacer ninguna referencia al hecho de que casi la mitad del
libro está en realidad consagrado al comunismo primitivo… 5/. Sin
embargo, desde nuestro punto de vista, lo que da valor a este libro es
precisamente su visión de las comunidades precapitalistas y su forma crítica y
original de concebir la evolución de las formaciones sociales, desde un punto
de vista orientado, como diría Walter Benjamin, a cepillar la historia a
contrapelo.
* * *
¿Cómo
explicar el interés de Rosa Luxemburg por las comunidades primitivas? Por una
parte, es evidente que en la existencia de estas antiguas sociedades comunistas
ve una forma de sacudir e incluso destruir “la vieja noción del carácter eterno
de la propiedad privada y de su existencia desde el origen del mundo” 6/.
Es debido a la incapacidad de concebir la propiedad comunal y a la
incomprensión de todo lo que no se asemeje a la civilización capitalista que
los economistas burgueses rechazan obstinadamente reconocer el hecho histórico
de las comunidades. Así pues, para Rosa Luxemburg se trata de un elemento de
lucha teórica y política sobre un aspecto fundamental de la ciencia económica.
Por otra parte, desde su punto de vista, el comunismo primitivo constituye una
preciosa referencia histórica para criticar el capitalismo, para poner al
descubierto su carácter irracional, reificado, anárquico, y para poner en
evidencia la oposición radical entre valor de uso y valor de cambio.
Como lo
subraya con razón Mandel en el prefacio, “la explicación de las diferencias
fundamentales entre una economía basada en la producción de valores de uso
destinados a satisfacer las necesidades de los productores, y una economía
basada en la producción mercantil, ocupa la mayor parte de este libro” 7/.
Para ella se trata de encontrar y rescatar del pasado primitivo todo lo
que pueda, hasta cierto punto, prefigurar el comunismo moderno.
Esta
actitud de Rosa Luxemburg no es ajena a una cierta afinidad con las
concepciones románticas de la historia, que rechazan la ideología burguesa del
progreso y critican los aspectos inhumanos de la civilización
industrial/capitalista (de ahí, por lo demás, su interés por el trabajo de un
economista romántico como Sismondi). Mientras que el romanticismo tradicional
aspira a restablecer un pasado idealizado, el romanticismo revolucionario del
que Rosa Luxemburg está cercana busca en determinadas formas del pasado
precapitalista elementos y aspectos que anticipen el porvenir post-capitalista.
En sus
escritos y correspondencia, Marx y Engels ya habían llamado la atención sobre
los trabajos del historiador (romántico) Georg Ludwig von Maurer en relación a
la antigua comuna (mark) germánica. Al igual que ellos, Rosa Luxemburg
estudió con pasión los escritos de Maurer y se maravilló del funcionamiento
democrático e igualitario de la Comuna y de su transparencia social: ” Es
imposible imaginarse algo a la vez más sencillo y más armónico que este sistema
económico de la antigua marca germánica. Todo el mecanismo de la vida social
aparece con absoluta claridad. Un plan estricto y una sólida organización
envuelven aquí la actividad de cada uno integrándolo en el conjunto como una
pieza. El punto de partida y el fin de toda la organización son las necesidades
directas de la vida cotidiana y su satisfación, pareja para todos” 8/.
Lo que
ella valora y pone al descubierto son los elementos de esta formación comunista
primitiva que se oponen al capitalismo y que hacen de ella, en cierto grado,
humanamente superior a la civilización industrial burguesa. “De modo que hacía
dos mil años, y aún antes, en aquella remota antigüedad de los pueblos
germánicos de la que la historia escrita no sabe nada todavía, regían
condiciones entre los germanos, radicalmente distintas de las actuales.
“No se
conocía entonces el Estado con leyes coactivas escritas, la división entre
ricos y pobres, dominadores y trabajadores” 9/.
Apoyándose
en los trabajos del historiador ruso Maxime Kovalevsky (por el que Marx ya se
había interesado mucho), Rosa Luxemburg insiste sobre la universalidad del
comunismo agrario como forma general de la sociedad humana en una determinada
etapa de su desarrollo, que se encuentra tanto entre los Indios de las
Américas, los Incas, los Aztecas, como entre los Cabileños, las tribus
africanas y los Hindús. El ejemplo peruano le parece especialmente
significativo y, ahí también, no puede impedirse sugerir una comparación entre
la Marca de los Incas y la sociedad civilizada: “El arte moderno de
hacerse nutrir exclusivamente por el trabajo ajeno y hacer del ocio propio
atributo de dominación, aún era extraño a la esencia de esta organización
social en la que la propiedad común y la obligación general de trabajar
constituían costumbres populares profundamente arraigadas”. También manifiesta
su admiración por “la fantástica tenacidad del pueblo indio y de los mecanismos
de la comunidad de marca considerando que se han conservado restos de ambos,
pese a todo, hasta el siglo XIX” 10/. Una veintena de años más tarde, el
eminente pensador marxista peruano José Carlos Mariátegui adelanta un punto de
vista que presenta coincidencias impresionantes con las ideas de Rosa Luxemburg
(de la que sin duda ignoraba sus observaciones sobre el Perú): el socialismo
moderno debe apoyarse en las tradiciones indígenas que remontan al comunismo
Inca, para ganar a su lucha a las masas campesinas.
Ahora
bien, en este ámbito el autor más importante para Rosa Luxemburg –como para
Engels en El origen de la família– es el antropólogo americano L. H.
Morgan. Inspirándose en su obra clássica (Ancient Society, 1877), va más
lejos que Marx y Engels y desarrolla toda una visión espectacular de la
historia, una concepción innovadora e intrépida de la evolución milenaria de la
humanidad, en la que la civilización actual “con su propiedad privada, su
dominación de clase, su dominación masculina, su Estado y su matrimonio
coercitivo” aparece como un simple parêntesis, una transición entre la sociedad
comunista primitiva y la sociedad comunista del futuro. La idea
romântico/revolucionaria de la relación entre el pasado y el futuro aparece
aquí de forma explícita: “La noble tradición del lejano pasado extendió así la
mano a los esfuerzos revolucionarios del futuro, el círculo del conocimiento se
cerró armónicamente y, desde esta perspectiva, el mundo actual de la dominación
de clase y de la explotación, que pretendía ser la totalidad de la cultura, la
meta más alta de la historia mundial, se mostró simplemente como una etapa
diminuta y pasajera de la gran marcha hacia adelante de la humanidad” 11/.
Desde
esta perspectiva, la colonización europea de los pueblos del Tercer Mundo le
parece fundamentalmente una actividad socialmente destructiva, bárbara e
inhumana; como es el caso, sobre todo, de la ocupación inglesa de las Indias,
que saqueó y desintegró las estructuras agrarias comunistas tradicionales, con
consecuencias trágicas para el campesinado. Rosa Luxemburg comparte con Marx la
convicción que el imperialismo aporta progreso económico a los países
colonizados, si bien lo hace a través de “los infames métodos de una sociedad
de clases” 12/.
Sin
embargo, mientras que Marx, sin ocultar su indignación ante estos métodos,
insiste sobre todo en el papel económicamente progresista de los ferrocarriles
introducidos por Inglaterra en India, Rosa Luxemburg pone más el acento en las
consecuencias socialmente nefastas de ese progreso capitalista: “Los
viejos vínculos fueron rotos, el tranquilo aislamiento del comunismo fue
aniquilado y reemplazado por la querella, la discordia, la desigualdad y la
explotación. El resultado fueron enormes latifundios, por un lado, y por el
otro grandes masas de millones de arrendatarios campesinos. La propiedad
privada hizo su entrada en la India y, con ello, el tifus, el hambre y el
escorbuto se convirtieron en los huéspedes permanentes de las planicies del
Ganges” 13/.
Esta
problemática no solo se aborda en Introducción a la Economía Política
sino también en La Acumulación de Capital, donde critica de nuevo el
papel histórico del colonialismo inglês y se indigna por el desprecio criminal
que los conquistadores europeos manifestaron hacia el sistema de irrigación
tradicional: el capital, en su ceguera voraz, “es incapaz de ver lo
suficientemente lejos como para reconocer los monumentos económicos de una
civilización más vieja”; la política colonial produjo el declive de este
sistema tradicional y, en consecuencia, el hambre comenzó, a partir de 1867, a
provocar millones de víctimas en India. En cuanto a la colonización francesa en
Argelia, se caracterizó, desde su punto de vista, por un intento sistemático y
deliberado de destruir y dispersar la propiedad comunal, llevando a la ruina
económica a la población indígena 14/.
Pero más
allá de estos ejemplos, es el conjunto del sistema colonial –español,
portugués. holandês, inglés, alemán, en América Latina, en África o en Asia- lo
que denuncia Rosa Luxemburg, que se sitúa firmemente en el punto de vista de
las víctimas del progreso capitalista: “Para todos los pueblos
primitivos de los países coloniales el paso de las condiciones comunistas
primitivas a las capitalistas modernas ha ocurrido como una catástrofe
repentina, como una desgracia indecible llena de horribles dolores” 15/.
Esta preocupación por la condición social de las poblaciones colonizadas es uno
de los signos de la asombrosa modernidad de este texto; sobre todo si se le
compara con el libro equivalente de Kautsky (publicado en 1886), en el que los
pueblos no europeos están prácticamente ausentes 16/.
De este
análisis se desprende la solidaridad de Rosa Luxemburg con la lucha de los
indígenas contra las metrópolis imperialistas; combate en el que percibe la
resistência tenaz y digna de admiración de las viejas tradiciones comunistas
contra la búsqueda del beneficio y contra la europeización capitalista.
De forma implícita aquí aparece la idea de una alianza entre el combate
anticolonial des esos pueblos y el combate anticapitalista del proletariado
moderno como convergencia revolucionaria entre el viejo y el nuevo comunismo… 17/
Según
Gilbert Badia, cuyo libro sobre Rosa Luxemburg es uno de los raros en examinar
críticamente esta problemática, en la Introducción a la economía política
las viejas estructuras de las sociedades colonizados se presentan a menudo como
fijas “y opuestas radicalmente, por un contraste entre blanco y negro, al
capitalismo”. En otros términos: “A estas comunidades dotadas de todas las
virtudes y concebidas como casi inamovibles, Rosa Luxemburg opone la función
destructora de un capitalismo que no tiene nada de progresivo. Estamos lejos de
la burguesía conquistadora evocada por Marx en el Manifiesto” 18/.
Estas
objeciones no nos parecen justificadas por las siguientes razones: 1) Rosa
Luxemburg no concibe las comunidades como fijas e inamovibles: al contrario,
muestra sus contradicciones y transformaciones. Indica que “La sociedad
comunista primitiva lleva por su propio desarrollo interno al de de la
desigualdad y el despotismo” 19/; 2) No niega el papel económicamente
progresivo del capitalismo, pero denuncia los aspectos inmundos y
socialmente regresivos de la colonización capitalista; 3) Si bien pone de
relieve los aspectos más positivos del comunismo primitivo, en contraste con la
civilización burguesa, tampoco oculta sus limitaciones y defectos: estrechez
local, bajo nivel de productividad del trabajo y desarrollo de la civilización,
impotencia frente a la naturaleza, violencia brutal, estado de guerra
permanente entre comunidades, etc. 20/; 4) En efecto, el punto de vista
de Rosa Luxemburg se sitúa muy lejos del himno a la burguesía de Marx en 1848;
por el contrario, está muy cerca del espíritu del capítulo XXXI de El
Capital (génesis del capitalismo industrial) en el que Marx describe las barbaridades
y atrocidades de la colonización europea.
En
realidad, en relación con la comunidad rural rusa, Rosa Luxemburg tiene una
visión mucho más crítica que el propio Marx. Partiendo del análisis de Engels,
que constató a finales del siglo XIX el declive de la obchtchina y su
degeneración, muestra, a través de ese ejemplo, los límites históricos de la
comunidad tradicional y la necesidad de superarla 21/.
Su mirada
se dirige de forma resuelta hacia el futuro y aquí se distancia del romanticismo
económico en general y de los populistas rusos en particular, para hacer
hincapié en “la diferencia fundamental entre la economía mundial socialista del
futuro y los grupos comunistas primitivos de la prehistoria” 22/.
* * *
Centrando
la atención en estos textos, solo hemos querido salvar del olvido un capítulo
desconocido de los trabajos de Rosa Luxemburg. Nos parece que albergan mucho
más que un punto de vista erudito sobre la historia económica: sugieren otra
forma de concebir el pasado y el presente, la historicidad social, el progreso,
la modernidad. Confrontando la civilización capitalista industrial com el
pasado comunitario de la humanidad. Rosa Luxemburg rompe con el evolucionismo
lineal, el progresismo positivista, el darwinismo social y todas las
interpretaciones del marxismo que lo reducen a una versión más avanzada de la
filosofía de Monsieur Homais [personaje de ficción de Gustav Flaubert en Madame
Bovary]. En último término, estos textos plantean el significado de la
concepción marxista de la historia.
Y hoy en
día, cuando en varias regiones del mundo, y especialmente en América Latina –
Méjico, Ecuador, Bolivia, Perú entre otros-, asistimos a la lucha de
comunidades campesinas e indígenas, con tradiciones pre-capitalistas aún muy
vivas, en defensa de los bosques, de sus tierras y ríos contra las
multinacionales petroleras y mineras, el agro-negocio capitalista y las
políticas neoliberales del gobierno, responsables de los más grandes desastres
sociales y ecológicos, adquieren una actualidad renovada,
Notas:
1/
Compárese el penetrante análisis de este episodio de Lelio Basso en su
Introduction à R.L., Scritti Politici, Roma, Editori Riuniti, 1967, pp.
26-37 con la incomprensión del biógrafo universitario J.P.Nettl, que no veía en
su crítica del militarismo y de Schippel más que un ejercicio “árido y formal”,
que condenaba al paro a las y los trabajadores, que para Rosa Luxemburg sería
un ¡”estímulo necesario para la lucha de clases”! cf. J.P.Nettl, Rosa
Luxemburg, London, Oxford University Press, 1966, vol. I, pp. 216-217.
2/ Rosa
Luxemburg, Tesis sobre las tareas de la socialdemocracia internacional, en El
pensamiento de Rosa Luexemburg Antología a cargo de María José Aubet.
Ediciones del Serbal 1ª edición 1.983. Disponible en https://www.marxists.org/espanol/luxem/1916/xx.htm
3/ Ibid.
4/ Ibid.
5/ Véase
Paul Frölich, Rosa Luxemburg, Paris, Maspéro, 1965, p. 189-192 ; Ernest
Mandel, “Préface” à Rosa Luxemburg, Introduction à l’Économie Politique,
Paris, Éditions Anthropos, 1970 ; P. Nettl, Rosa Luxemburg. Oxford
University Press, 1969, p. 265 ; Marx-Engels-Lenin-Stalin Institut beim ZK der
SED, “Bemerkungen zu Rosa Luxemburgs Einfùhrung in die Nationalôkonomic” in
Rosa Luxemburg, Ausgewählte Reden und Schriften, Berlin, Dietz Verlag,
1955, p. 403-410.
6/ Rosa
Luxemburg, Introducción a la economía política (IEP), p. 51.
7/ E.
Mandel, Préface a IEP, p. XVIII, disponible en http://www.ernestmandel.org/new/ecrits/article/preface-a-introduction-a-l
8/ R.
Luxemburg. IEP, p. 83.
9/ Ibid.
p. 45.
10/ Ibid,
pp. 58.
11/ Ibid.,
p. 56.
12/ Ibid.,
pp. 108
13/ Ibid.
P. 49. Este fragmento parece sugerir una visión idílica de la estrutura
social tradicional en India: sin embargo, en otro capítulo del libro, Rosa
Luxemburg reconoce la existência, por encima de las comunidades rurales, de un
poder despótico y de una casta de sacerdotes privilegiados que instituían
relaciones de explotación y desigualdade social.
14/ Rosa
Luxemburg, The Accumulation of Capital, London, Routledge and Kegan
Paul, 1951, pp. 376, 380.
15/ IEP,
p.120.
16/ Véase
el prefacio de E. Mandel, IEP, p. XVII-XVIII.
17/ IEP,
p. 92.
18/ G.
Badia, Rosa Luxemburg. Journaliste, Polémiste. Révolutionnaire, Paris,
Éditions Sociales 1975, p. 498, 501.
19/ IEP.
p. 158.
20/ , pp.
85.
21/
lbid..p. 102.
22/
,p.80. En el mismo contexto, Rosa Luxemburg reconoce (al igual que Marx) que
“la sociedade capitalista oferece por primera vez la posibilidad histórica de
realizar el socialismo”, sobre todo a través de la unificación económica del
mundo y del desarrollo de las fuerzas productivas.
Fuente de la traducción y publicación: Viento
Sur
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