Análisis
02/09/2019
Las llamas
en la Amazonía sintetizan el cuadro de la situación política actual de
Latinoamérica. Según un reciente boletín del Instituto Tricontinental de Investigación
Social este año ha habido 40.341 incendios en el Amazonas, la cifra más alta
desde 2010. No cabe duda alguna que la catástrofe humana y ambiental que esto
representa tiene su raíz en los intereses de lucro de los sectores ruralistas y
en la elevación general de temperatura. Todo ello fruto de una política
depredatoria alentada por el capital oligárquico y transnacional y su brazo
político, la derecha internacional.
El gobierno
de Bolsonaro, controlado desde los estamentos militares del país en alianza con
el gremio de la gran empresa, el oligopolio mediático, altos estamentos del
poder judicial y los sectores retrógrados del evangelismo neoliberal, propugna
el incendio social de Brasil. La reforma del sistema previsional, la
privatización de bienes nacionales, el recorte a los programas de
redistribución y fomento a la educación pública, la represión a la población
marginada, la entrega de la soberanía a los dictámenes de los Estados Unidos,
completan el programa iniciado por Temer, luego del golpe parlamentario-
mediático que derrocó a Dilma Rousseff en 2016 y el encarcelamiento ilegal del
favorito a la presidencia Lula. Incendio social que ha comenzado a consumir, en
pocos meses, gran parte del apoyo del sector de la población que votó al ex
capitán inflamado por discursos de odio y mentiras electorales.
No le va en
zaga uno de sus principales socios, el gobierno agonizante de Macri en
Argentina, cuyas políticas de recorte, apertura indiscriminada al capital
especulativo y endeudamiento descomunal en complicidad con el Fondo Monetario
Internacional, calcinaron la actividad productiva, el empleo y las reservas,
convirtiendo a la economía argentina en un desierto desolado. El repudio
popular se hizo sentir en las urnas de las elecciones primarias, arrasando con
la posibilidad de continuar con el proyecto antropofágico y resquebrajando el
mosaico hegemónico de la derecha impulsado desde los Estados Unidos.
Poco antes,
las llamas ardieron en la última colonia estadounidense de la región
latinoamericana. La población de Puerto Rico hizo escuchar su voz y echó al
virrey imperial – gobernador en el esquema británico – Ricardo Roselló. También
aquí, un programa de severo ajuste y endeudamiento habían quemado la llanura
social. Las brasas allí aún no se apagan del todo…
El
sufrimiento en Colombia, Honduras y Haití
En Colombia,
el incumplimiento programado del gobierno de Iván Duque sobre los compromisos
asumidos en los Acuerdos de Paz abrió la puerta a una nueva escalada de
ajusticiamiento selectivo de líderes/as sociales y ex combatientes. El nuevo
conato armado de un sector de la guerrilla amenaza ahora con servir de excusa a
la derecha cavernaria para incinerar la paz y volver el reloj atrás. El motivo
es el mismo por el que se desató una guerra de más de cinco décadas: blindar la
desigualdad y excluir todo proceso político que amenace cambiar la situación.
Represión
que también ha sido el signo del régimen de Juan Orlando Hernández, tras el
fraude que posibilitó la reedición de su mandato – de por sí prohibida por la
Constitución hondureña. Fraude que, junto a la corrupción, la violencia y la
miseria han movilizado masivamente a la población en resistencia a la total
vulneración de mínimos derechos.
Situación
flamígera que se repite en Haití, país en el que alimentarse cada día es un
milagro. Los índices de pobreza y de desarrollo humano son los más bajos de
toda la región y el sistema político está entrecruzado con los intereses
empresariales y las embajadas extranjeras.
En el
reciente Foro Patriótico por un Acuerdo Nacional contra la Crisis, diversas
fuerzas populares han hecho un llamamiento a continuar la serie de
movilizaciones ocasionadas por el desfalco de fondos de PetroCaribe y de la
Comisión Interministerial para la Reconstrucción de Haití (CIRH) y más en
general, por el hastío popular con la casta gobernante. El objetivo es lograr
la dimisión del empresario bananero Jovenel Moïse, actual presidente del país y
la instalación de un gobierno de transición para hacer frente a las urgencias
del hambre, la miseria y el desempleo que afectan a más del 80% de la
población. Las condiciones están dadas para un amplio levantamiento
popular que culmine con este gobierno de la derecha, también cómplice de la
ofensiva política de Estados Unidos contra la República Bolivariana de
Venezuela.
Lobos con y
sin disfraz de oveja
Ecuador es otro país que ha hecho retroceder las agujas al pasado.
Acuerdos con el FMI, con el Departamento de Estado de los Estados Unidos,
cercenamiento y desmontaje de los nuevos derechos políticos asentados en la
constitución de Montecristi, persecución judicial con fines de proscripción a
los principales cuadros de la Revolución Ciudadana, son algunas de las marcas
que deja la traición del actual presidente Lenín Moreno a la legítima
voluntad popular expresada en las urnas en 2017. Voluntad popular que le ha
dado la espalda al gobierno (16% de aceptación según una reciente encuesta) y
muestra en las repetidas marchas de protesta, huelgas y los resultados de las
últimas elecciones seccionales, que no está dispuesto a entregarse sin pelea en
las garras de un sistema politiquero controlado por las élites de antaño,
representadas por el socialcristianismo de Nebot y el banquero Lasso.
Descontento
social que estuvo a centímetros de tumbar al gobierno de derechas paraguayo. A
tan sólo un año de su asunción “Marito” Abdo Benítez – hijo del secretario
privado del dictador Alfredo Stroessner – salvó el cuero cabelludo de la
guillotina política sólo por un acuerdo con la facción rival colorada. Acuerdo
que patrocinó la embajada de las barras y las estrellas para evitar que otro de
sus peones fuera borrado del tablero. El pueblo pedía su destitución por el
tratado secreto con Brasil sobre la hidroeléctrica Itaipú que perjudicaba al
Paraguay. Más allá del impasse, el capital político de Benítez ya se ha
consumido y la figura de “joven renovador” con la que se promocionó su
candidatura ha quedado en el fondo de pozo. El pueblo está a la espera de la
próxima oportunidad para hacer tronar el escarmiento.
En
Guatemala, la corrupción política intrínseca al sistema logró triunfar gracias
a la proscripción política de la ex jueza Thelma Aldana. Ganó nuevamente una
derecha protegida por Estados Unidos en la figura del ex director de prisiones
Alejandro Gianmattei. Acusado de ejecuciones extrajudiciales en ocasión de la
Operación Pavo Real, ha prometido un régimen de “mano dura”, con la probable
reinstalación de la pena de muerte. Será un súbdito del mercado y un diligente
seguidor de lo que indique el gobierno de Donald Trump. La resistencia aquí
tampoco se hará esperar, tanto desde los sectores indígenas y rurales como de
cierta ciudadanía exasperada por la frustración de un país socialmente fallido,
que ostenta el trágico record de una desnutrición crónica infantil superior al
46%, el mayor de toda América Latina.
En la cuerda
floja
El mandato
del ex banquero Pedro Pablo Kuczynski en el Perú duró tan sólo dos años. Su
reemplazo Vizcarra camina sobre el desfiladero de las reformas político-judiciales
que impulsa. Reformas que, a pesar de ser ansiadas por la población y negadas
por un sector del establishment corrupto, son apenas un maquillaje para
continuar con el pillaje. La doble derecha peruana, la financiera de guante
blanco y la impresentable, del clan Fujimori, han obstruido aquí con
persecución política el avance de la izquierda, aunque no logra detener la
importante rebelión antiextractivista campesina. Rebelión que, como ha ocurrido
siempre en el Perú, bajará de los cerros para obligar a la oligarquía limeña a
respetar el derecho del pueblo a una vida mejor.
Tampoco
soplan en Chile “los tiempos mejores” que el empresario Piñera prometió a sus
connacionales. El paro de 6 semanas del profesorado, el reclamo extendido por
la educación pública, las movilizaciones masivas por el fin del sistema
previsional de capitalización administrado por las AFPs, los múltiples reclamos
sectoriales y locales por vivienda, salud y defensa medioambiental auguran
resultados adversos en las próximas elecciones municipales. Descontento que la
real oposición – Frente Amplio, PC y sectores antineoliberales del socialismo –
tiendan probablemente a interpretar en clave de alianza de coyuntura, prestando
atención a lo sucedido en la vecina argentina.
En resumidas
cuentas, la derecha latinoamericana, con su programa de destrucción de la
posibilidad de nivelación social, ha incinerado en corto tiempo su tan
publicitado nuevo ciclo.
¿Surge un
tiempo político nuevo en la región?
Tres de los
cuatro gobiernos latinoamericanos de izquierda, Cuba, Nicaragua y Venezuela,
son herederos de tres grandes revoluciones, separadas entre ellas por un
lapso de veinte años. Han resistido y resisten la terrible agresión
contrarrevolucionaria que pretende – como es habitual en los regímenes
conservadores – dar por tierra con todos los derechos sociales adquiridos. Las
fuerzas regresivas contienen no solamente un rasgo económico clasista, sino que
revelan entre sus pliegos un fuerte carácter racista y de restauración
neocolonial.
Bolivia – el
cuarto país gobernado por la izquierda – se apresta a renovar su novedosa
revolución indígena y productiva en la figura del actual presidente Evo
Morales. Los logros económicos y sociales y el simbolismo reparador de un
gobernante surgido de las entrañas de los sometidos, conseguirán vencer en
octubre a la mentira y la conspiración neoliberal.
Mucho más
difícil es la posición del Frente Amplio uruguayo, que tendrá que dar batalla
en segunda vuelta contra la unidad de todas las fuerzas de la derecha.
El polo de
izquierdas incluye también, con sus respectivos matices, a los gobiernos de los
primeros ministros de extracción laborista de Ralph Goncalves (San Vicente y
las Granadinas), Gaston Browne (Antigua y Barbuda), Roosevelt Skerrit
(Dominica), Timothy Harris (San Cristóbal y Nieves) y Keith Mitchell, del Nuevo
Partido Nacional (Granada), todos ellos nucleados en la Alianza Bolivariana
para los Pueblos de Nuestra América (ALBA).
Por otra
parte, la enorme aprobación popular de lo ocurrido en el primer año del sexenio
de López Obrador en México y la inminente victoria del Frente de Todos en
Argentina, indican el surgimiento de un nuevo bloque progresista en América
Latina y el Caribe. Un bloque no alineado con la estrategia de hegemonía
estadounidense y proclive al fortalecimiento del multilateralismo, a la defensa
de la paz y la integración regional de signo cooperativo.
Las derechas
tendrán como principal estrategia bloquear todo intento de colaboración en el
campo geopolítico entre este nuevo bloque progresista y el de izquierdas. Lo
cierto es que el tablero volverá a estar más equilibrado. La chispa de la
esperanza se ha encendido nuevamente en la región. Las derechas tendrán que
vérselas con su principal oponente, sus propios pueblos.
-Javier
Tolcachier es investigador del Centro de Estudios
Humanistas de Córdoba, Argentina y comunicador en agencia internacional de
noticias Pressenza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario