por aapilanez
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“Hay dos paradigmas monetarios que determinan la visión del sistema
económico y de las políticas públicas”
Presentación (del propio autor): Soy
economista de formación –aunque, a decir verdad, eso es más bien un desdoro-,
profesor de ciencias sociales en un centro de estudios y escritor de artículos
sobre historia, teoría económica y finanzas en el blog Trampantojos y
Embelecos. Allí trato de poner un granito de arena en la crítica del discurso
del capital -encarnado en la teoría económica ortodoxa y en el paradigma
político neoliberal- y en la defensa de la necesidad de construir nuevos
sujetos y prácticas emancipatorias. Soy miembro asimismo de la Asociación 500×20 , un humilde pero corajudo colectivo
que lucha contra la violencia inmobiliaria, principalmente en el ámbito del
alquiler, en el distrito de Nou Barris de Barcelona.
*
Permíteme unas preguntas previas
sobre tu presentación antes de entrar en materia. Hablas en ella del discurso
del capital. ¿A través de quiénes emite su discurso el capital? ¿Empresarios,
políticos a su servicio, profesores bien remunerados?
Ya que te refieres a mi humilde
currículo, déjame, en primer lugar, agradecerte efusivamente Salvador la
oportunidad que me das de expresar mis opiniones sobre estas candentes
cuestiones que normalmente no tienen cabida en los medios dominantes ni tampoco
en muchos de los llamados alternativos. Yendo pues a tu pregunta, te diría que
lo que llamo discurso del capital lo impregna, por desgracia, casi todo. Los
que tu mencionas –yo añadiría, en lugar destacado y sin ánimo exhaustivo, a los
jerarcas de la Internacional Capitalista en el FMI, la OMC y la OCDE- son sin
duda sus principales “mamporreros”, si me permites la expresión, pero el núcleo
duro reside sin duda en la teoría económica ortodoxa. Toda esa jerigonza acerca
de la desregulación de los mercados, como garantía de la tendencia al
equilibrio óptimo y al bienestar general; el culto a la competitividad, a la
productividad y al crecimiento; la exaltación del interés privado y la
animadversión hacia todo lo que huela a políticas públicas que destilan los
altavoces mencionados procede de la ortodoxia económica con mando en plaza en
todas las tribunas académicas y mediáticas. Estamos ante una “ciencia” –como
decía el gran economista, amigo de Gramsci, Piero Sraffa- aberrante,
apologética, cuya construcción descansa sobre el objetivo falsario de ocultar
el conflicto distributivo entre capital y trabajo. Por eso Marx se refería a
los economistas de su época –y eso que no tuvo que sufrir la degeneración
posterior, conocida como revolución marginalista, cuyo influjo hegemónico llega
hasta nuestros días-, que trataban de manipular el legado de Ricardo para limar
sus aristas “subversivas” derivadas de la teoría del valor trabajo, como
economistas ‘vulgares’, simples legitimadores de la explotación capitalista.
Fíjate, ya para terminar, en una curiosa contraprueba de la condición
manipuladora de la pseudociencia económica: en los manuales de economía –las
famosas señoritas Doña Micro y Doña Macro-, con los que se intoxica a los
sufridos estudiantes, el término capitalismo está proscrito. La forma de
desarrollarse la reproducción del sistema económico, a través de la lucha por
la distribución del excedente, el origen del valor y el grado de viabilidad de
la acumulación del capital -las preocupaciones de los economistas clásicos,
cuando la economía era aún política-, brillan por su ausencia en la etérea
cosmovisión de la música celestial de la pseudociencia económica. Y los
profesores, empresarios, políticos y demás vulgarizadores –en lugar destacado,
los infames tertulianos pseudoexpertos que bombardean diariamente con sus
monsergas a la inerme ciudadanía- la propagan a los cuatro vientos, extendiendo
la ignorancia y desorientación absolutas entre la inmensa mayoría de la
población sobre las cuestiones que afectan directamente a sus condiciones de
vida. Todo lo relacionado con el crucial papel del dinero en nuestra realidad
social es un ejemplo paradigmático de esta ignorancia inducida y generalizada.
Sigo por la misma senda. ¿Cómo
caracterizas el panorama político neoliberal? ¿Cuáles son en tu opinión sus
ejes esenciales?
Arduas cuestiones me planteas. Por
empezar por el final, si me permites, hay una cita de Alejandro Nadal,
el economista mexicano, que refleja muy bien lo que en mi opinión es la
esencia, casi nunca, por cierto, mencionada, del neoliberalismo: "El
neoliberalismo es la respuesta a un gran fracaso de dimensiones históricas, a
saber, la incapacidad del capital para mantener tasas de ganancia
adecuadas". Este hecho histórico enmarca pues la llamada revolución
conservadora, simbolizada por las políticas de Reagan y Thatcher en los años
80, como una derivada, una reacción superestructural –como se decía antes-,
ante el fracaso del capitalismo –como, por cierto, pronosticó Marx- en mantener
los niveles de acumulación y productividad, tras el boom de los treinta
gloriosos, y el temido regreso –tras el terrible crack del 29- de su tendencia
crónica al estancamiento secular. El endurecimiento de la política del capital
que representa el neoliberalismo –frente a la “suavidad” redistributiva de las
políticas keynesianas-, se desprende de este hecho capital. Lo que se deriva de
esta tesis son dos cuestiones neurálgicas sobre la esfera de la política
económica que normalmente pasan desapercibidas.
La primera de esas tesis
La primera sería que la hegemonía del
capital financiero y la creciente inestabilidad que causa en el sistema en su
conjunto no son consecuencia de la exuberancia irracional del delirio
especulativo del casino de las finanzas globales, como sostiene un discurso muy
presente en la izquierda reformista y en muchos movimientos sociales, sino la
característica principal de la nueva matriz de rentabilidad del capitalismo
tras el final de los ‘treinta gloriosos’. Una especie de respiración asistida
para un organismo languideciente. Por tanto, ante un escenario deprimido, la
respuesta apremiante del capital tuvo dos ejes fundamentales que caracterizan
las políticas neoliberales: sobreexplotación laboral –con la degradación de las
precarizadas condiciones de trabajo y el agudo incremento de la desigualdad que
presenciamos continuamente- y, he aquí la novedad, hipertrofia de la esfera
financiera –ejemplificada en la proliferación de burbujas especulativas- para
sostener la maltrecha tasa de ganancia y dopar mediante el crédito masivo la
insuficiente demanda de la clase trabajadora. Esto exige liberalizar los flujos
financieros y de capitales y destruir los restos de la soberanía nacional para
explotar al máximo la extracción de rentas y la multiplicación ad eternum
del capital ficticio en la nebulosa de las finanzas globales. He aquí pues el
sustrato material de la hegemonía ideológico-política neoliberal: la progresiva
destrucción del welfare, las privatizaciones y la liberalización de los
mercados de capitales coinciden con una exuberancia de las finanzas y el
crédito para sostener la tasa de ganancia y el poder de compra de las masas en
un capitalismo tóxico que ya no puede cumplir con el sueño húmedo reformista de
elevar el nivel general de vida hasta la clase media universal.
La segunda
El segundo rasgo del paradigma
político de la fase neoliberal, que se deriva directamente de lo anterior, es
lo que podríamos denominar como la lenta agonía –junto con la degradación
completa del parlamentarismo, como síntoma del ‘vaciamiento’ de la democracia-
del reformismo socialdemócrata en el capitalismo financiarizado. Aquella famosa
sentencia thatcheriana, el ‘no hay alternativa’, se ha vuelto premonitoria. El
viejo sueño de Bernstein, Kautsky y los revisionistas de la Segunda
Internacional de un capitalismo con rostro humano en el que la lucha
parlamentaria y la mejora distributiva nos fueran acercando al ideal socialista
a base de atemperar las aristas más acerbas de la acumulación de capital ha
fenecido. La prueba es la pusilanimidad e impotencia de los nuevos reformismos,
representados por los partidos del cambio de la nueva política, a la hora de
contener el embate del capital a través de la implementación de programas de
mínimas reformas, casi siempre, meramente cosméticas, que harían sin duda
enrojecer incluso a los viejos socialdemócratas revisionistas. En el fondo, si
me permites la veleidad psicologista, saben perfectamente que su función es
únicamente guardar las apariencias del reformismo electoralista, pero mantienen
la fachada en la farsa que encarnan por mor de conservar un mínimo residuo de
juego democrático que sostenga la paz social. Hay muchos intereses en juego
interesados en preservar su papel de meros comparsas en la farsa parlamentaria.
La total amputación de las herramientas fiscales y monetarias –cuya
recuperación es, dicho sea de paso, el objetivo fundamental, lleno de utopismo
idealista, de los adeptos de la Teoría Monetaria Moderna- de los estados
soberanos perpetrada por el ariete financiero del embate neoliberal es la
expresión de este gran triunfo del capital desembridado y la certificación del
fracaso histórico de la izquierda del capital.
Es en este marco de degradación de la
política institucional característico de la fase neoliberal en el que surgen
los monstruos. El ascenso de los llamados populismos o nuevos fascismos,
consecuencia directa de la creciente ruptura de la paz social causada por la
violación del pacto interclasista de posguerra, simbolizado por la crisis del
sueño propietario de la clase media, representaría el reverso de la moneda de
este fracaso de los reguladores reformistas en su estéril –las palancas
políticas que lo posibilitarían han desaparecido- obstinación en dotar de
rostro humano a la bestia. En fin, sé que son respuestas deslavazadas pero creo
que esto sería lo esencial del paradigma reaccionario que llamamos
neoliberalismo: agudización de la agresión del capital y ruina del sueño
reformista de un capitalismo redistributivo con rostro humano. En fin, mil
disculpas por la lúgubre descripción basada, por desgracia, en el pesimismo de
la inteligencia.
Nada de qué disculparte. Por cierto,
para que no haya confusión entre nuestros lectores: cuando hablas de los nuevos
reformismos, “representados por los partidos del cambio de la nueva política”,
te estás refiriendo no ya al PSOE (o al PSC), que no es partido nuevo, o a
Ciudadanos, Junts per Catalunya o ERC, sino a Unidas o Unidos Podemos, Más
País, Catalunya en Comú, Compromís, Adelante Andalucía, Las mareas… ¿Me
equivoco?
No Salvador, no te equivocas en
absoluto. Me temo que tengo que insistir en lo mencionado más arriba. En mi
opinión, a pesar de su fachada progresista y ciudadanista, estas nuevas
formaciones –con pequeñas diferencias de matiz- no son más que un mero recambio
de la ajada socialdemocracia pugnando por preservar su papel de comparsas en la
farsa pseudodemocrática que presenciamos actualmente. Creo, por tanto, que su
función principal es alejar la posibilidad de un cambio social real,
alimentando la expectativa de lograr avances infinitesimales –o de contener el
fascismo rampante, otra de sus coartadas favoritas- y, por desgracia,
fácilmente reversibles, que preserven los restos del Estado del bienestar. Así
pues, a pesar de la coartada, machaconamente reiterada, de su pretendida
función de diques de contención contra el embate neoliberal mientras no haya
movilización u organizaciones populares activas, en realidad, bien al
contrario, no son más que un freno, por su deletéreo influjo pedagógico de
ocultación de la imposibilidad de cambios sustanciales con las actuales reglas
del juego, para el surgimiento de movimientos populares que nos acerquen a transformaciones
de verdadero calado.
En fin, lamento ser tan crítico, pero
creo que, como comprobamos día a día, las fuerzas llamadas ‘del cambio’
encarnan una función legitimadora del régimen vigente –por no hablar de su
vertiginosa metamorfosis en maquinarias electorales con una verticalidad y un
culto a la personalidad del ‘amado/a líder/esa’ verdaderamente pasmosos- ,
precisamente cuando este régimen ha dejado de cumplir ostensiblemente su
función y sólo conserva su vacua carcasa. Por tanto, pedagógica y políticamente,
son, insisto, una rémora para cualquier cambio real y representan sólo un
recambio cosmético en el trampantojo del reformismo electoralista. Finalizo, si
me permites la impudicia, con una cita del sociólogo Mario Domínguez, que
incluí en un texto en el que traté de
explicar mi posición sobre el reformismo electoralista que encarnan tales
organizaciones y que suscribo a pies juntillas: “Apostaré por esto mismo, la
política está en otro sitio, el que construimos a través de mecanismos
colectivos y autogestionados, aquellos que crean otra cosa, otro pensamiento,
otra práctica, organizada y perdurable, que controla sus propios tiempos y su
débil proceso instituyente, suene o no ridículo a la contabilidad electoral;
porque lo que en realidad ha movido la historia es la multiplicación del
conflicto social a pesar de sus techos tanto materiales como simbólicos, y no
hay mayor conflicto que el que se dirime en los escenarios no previstos de la
acción colectiva”.
Señalas la defensa de la necesidad de
construir nuevos sujetos y prácticas emancipatorias. ¿Qué significa aquí
“emancipatorias”?
Pues bien Salvador, vamos con el cada
vez más heroico ‘optimismo de la voluntad’. Como te decía, en estas aguas
procelosas de la descorazonadora realidad sociopolítica que vivimos y ante la
enorme dificultad de construcción de ámbitos de resistencia y oposición a la
creciente agresión del capital contra las clases populares preferiría ceder, si
me permites, la palabra a otros que han expresado mucho mejor que yo los rasgos
básicos que deberían tener actualmente lo que denominamos sujetos y prácticas
político-sociales emancipatorias.
Te lo permito por supuesto
Me remito pues a la extraordinaria
reflexión que creo compartirás realizada por el maestro Manuel Sacristán en el
texto de una conferencia sobre el
fenecido eurocomunismo –otra víctima de la ola neoliberal- que me parece
inmejorable. Creo no andar demasiado errado si afirmara que, dado el panorama
descrito anteriormente, que ha agudizado algunos de los rasgos que, premonitoriamente,
Sacristán atisbaba en los inicios de la fase neoliberal, su diagnóstico actual
sería aún más contundente:
Esa política tiene dos criterios: no engañarse y no desnaturalizarse. No
engañarse con las cuentas de la lechera reformista ni con la fe izquierdista en
la lotería histórica. No desnaturalizarse: no rebajar, no hacer programas
deducidos de supuestas vías gradualistas al socialismo, sino atenerse a
plataformas al hilo de la cotidiana lucha de clases y a tenor de la correlación
de fuerzas de cada momento, pero sobre el fondo de un programa al que no vale
la pena llamar máximo porque es el único: el comunismo .
En esos dos criterios estaría en mi
opinión la esencia de cualquier actitud, parafraseando también a Sacristán,
espero que me disculpes la continua usurpación, que pretenda ‘ir en serio’.
Por supuesto que te disculpo. ¡Cómo
no iba a disculparte!
Y, en segundo lugar, decía, quisiera
destacar la mención que hace en ese mismo texto a la necesidad de recuperar, en
la más acendrada tradición libertaria, el desarrollo de actividades innovadoras
en la vida cotidiana:
Atenerse a plataformas de lucha orientadas por el «principio
ético-jurídico» comunista debe incluir el desarrollo de actividades innovadoras
en la vida cotidiana, desde la imprescindible renovación de la relación
cultura-naturaleza hasta la experimentación de relaciones y comunidades de
convivencia.
Suscribo totalmente estas directrices
que –si bien quedan muchas áreas por desbrozar- entroncan claramente con la
milenaria tradición de la autogestión anarquista.
Te interrumpo un momento. Permíteme
que dé la referencia del texto que has recordado: Manuel Sacristán, “A
propósito del ‘eurocomunismo”. En Intervenciones políticas, Icaria,
Barcelona, 1985, pp. 196-207. Como has señalado, se trata de una intervención
en el debate del “Curso sobre problemas actuales del marxismo”, dictado en la
Escuela de Verano organizada por la institución “Rosa Sensat” en la UAB, julio
de 1977. Disculpas por la interrupción. Continúa por favor
No, mil gracias a ti por la
referencia precisa. Reitero la extraordinaria luminosidad –como casi siempre,
en el caso de Sacristán- de tales reflexiones. Por último, si me permites,
añadiría una reflexión del filósofo
del grupo Krisis Anselm Jappe, que describe la necesidad de integrar las luchas
cotidianas con la exigencia de ‘cambiar la propia vida’:
Podemos y debemos oponernos a cualquier deterioro de las condiciones de
vida provocado por la lógica económica desencadenada, ya se trate de una mina o
de un aeropuerto, de un centro comercial o de los pesticidas, de una ola de
despidos o del cierre de un hospital. Sin embargo, al mismo tiempo es necesario
cambiar la propia vida y romper con los valores oficiales asimilados, como el
de trabajar tanto para consumir tanto.
Esta es pues para mí la clave del
desarrollo de nuevas prácticas emancipatorias: combinar la resistencia, si se quiere,
la reducción de daños ante el crecientemente intenso embate del capital, con el
desarrollo de nuevas formas de vida y comunidades de convivencia que
prefiguren, como dice el bello lema, ‘el embrión de otros mundos que están en
éste’. Pienso que son muy sabias reflexiones y yo las suscribo.
Me sumo a lo que señalas y prosigo.
¿Hablar de violencia inmobiliaria no es apurar el concepto de violencia? ¿A qué
te estás refiriendo?
Bueno Salvador, creo que convendremos
en que la cruda realidad que vivimos de deterioro generalizado de las
condiciones de vida de las clases trabajadoras, en un contexto de choque contra
los límites biofísicos del planeta bajo este capitalismo senil y desbocado
–sólo hay que fijarse en los niveles desorbitados de desigualdad de riqueza y
en el colapso climático y ecológico que presenciamos- habilita el uso del
término violencia para caracterizar las agresiones del capital. Incluso el muy
restrictivo diccionario de la Academia acepta la ampliación del concepto, más
allá del aspecto puramente físico, en una de las acepciones de ‘violencia’:
‘Aquello que está fuera de su natural estado, situación o modo’.
Es en este marco degenerativo que
antes esbozábamos en el que la violencia inmobiliaria ocupa un lugar destacado.
Creo que pocos ejemplos podremos encontrar más evidentes de situaciones fuera
de su ‘natural situación o modo’ que la agresión continua contra el maltrecho y
pisoteado derecho popular a la vivienda digna. La conversión de la vivienda en
un activo financiero especulativo, una de las bases neurálgicas, como decíamos
antes, a través del crédito personal hipotecario, de la matriz de rentabilidad
del capitalismo financiarizado en la fase neoliberal, ha tenido el efecto
colateral de despojar a la mayor parte de las clases populares de la
posibilidad de acceso a un techo digno y asequible. Los brutales efectos de la
crisis en curso no han hecho más que agudizar este atropello. Te daré solamente
unos pocos datos ‘a sangre fría’ –emulando humildemente tus magníficos textos
en los que recopilas abrumadoras colecciones de datos que reflejan la acerba
realidad-, extraídos deslavazadamente, que en mi opinión servirían para
justificar sobradamente el uso del concepto de ‘violencia inmobiliaria’:
“Número de desahucios de vivienda
habitual desde 2008: más de 700.000”.
“Coste del rescate bancario a cargo
del erario público y del sufrido contribuyente: más de medio billón de euros
–sin contar la colosal ‘manguera de liquidez’ del BCE, que salvó a la banca en
el momento álgido de la crisis de 2008-”
“El 43% de los barceloneses que viven
de alquiler tienen que destinar más de un 40% de sus ingresos al pago de los
gastos de vivienda. Es la llamada tasa de sobrecarga”. ”Los menores de 30 deben
pagar más del 90% de su sueldo para poder alquilar una vivienda solos y sólo el
19% se había emancipado a final de 2018, la cifra más baja desde 2002”.
“En España hay 3,5 millones de viviendas vacías, según el último censo
de poblaciones y viviendas disponible, realizado en 2011. Esto supone unas
500.000 casas más que la última vez que se realizó el registro en el 2001”.
Tus “A sangre fría” son mejores, más
concluyentes si cabe… y más claros
Mil gracias, pero quiero que conste
mi enérgica protesta ante tu afirmación. Creo pues que convendremos Salvador en
que, sólo con estas breves pinceladas, hay suficiente munición para calificar
de auténtico desastre socioeconómico –además del drama humano soterrado- la
situación del derecho a la vivienda en la ‘piel de toro’. Todo ello por no
mencionar la violencia jurídica ejercida por un estado de “derecho” –cambiando
sólo una letra, si me permites la humorada, quedaría quizás mejor: ‘estado de
desecho’- que salvaguarda el sacrosanto derecho a la propiedad privada y a la
expropiación financiera de las clases trabajadoras muy por encima del ignorado
derecho a la vivienda, recogido vanamente en nuestra manoseada Carta Magna. Y
por no hablar tampoco del abuso flagrante –y totalmente ignorado por sus
víctimas- que supone –ya que hablamos de temas monetarios- el crédito
hipotecario basado en el privilegio del mecanismo de creación de dinero del
‘puro aire’ por parte de la banca privada, que es la base de la generación de
rentabilidad extra hacia la nebulosa del casino global en el capitalismo financiarizado.
Digamos pues, en conclusión, que el
sector inmobiliario es el principal ámbito de ataque a las condiciones de vida
de las clases populares a través de la extracción de rentas por parte del
capitalismo parasitario que sufrimos. No por casualidad, este es uno de los
rasgos centrales de las políticas neoliberales para sostener la maltrecha tasa
de ganancia del capital a través de las ‘burbujas de activos’: aumentar la
expropiación financiera de la población a través del endeudamiento, para compensar
la devaluación salarial y la insuficiencia de demanda derivadas de los enormes
niveles de desigualdad que provocan las políticas neoliberales del capital. Se
trata pues de empujarnos a todos hasta las cejas en los días de vino y rosas
–todos recordamos aquella falacia de que ‘las casas nunca bajan de precio’ y
que alquilar era ‘tirar el dinero’- y de traspasarnos el coste del derrumbe del
castillo de naipes especulativo cuando vienen mal dadas.
Podría seguir preguntando y
preguntando sobre estos temas pero no abuso más. Vayamos a lo que tenemos entre
manos. Empecemos por el nombre si te parece: TMM, teoría monetaria moderna.
¿Qué es una teoría monetaria?
Aunque pueda resultar sorprendente,
la respuesta a tu pregunta Salvador resulta mucho más ardua de lo que aparenta.
Obviamente, una teoría monetaria debe abordar el estudio del papel que juega el
dinero en una economía capitalista, lo que el economista Augusto Graziani
denomina una economía monetaria de producción. Las preguntas claves a las que
debería contestar cualquier teoría monetaria serían pues las siguientes: ¿qué
es el dinero y cómo se crea y se canaliza a través de los flujos económicos de
producción y consumo?, ¿qué instituciones tienen el privilegio de fabricarlo e
inyectarlo en el circuito económico?, ¿cuáles son sus funciones en el
capitalismo actual?, y, sobre todo, ¿qué efectos tiene el dinero sobre las
variables llamadas reales de la economía como la producción y el nivel de empleo?
Por tanto, más allá del -sumamente polémico- debate sobre el origen y la
evolución histórica de las distintas formas y funciones del dinero, se trataría
de describir el funcionamiento de la ‘fábrica de dinero’ y su relación con el
conjunto de la actividad económica en el capitalismo realmente existente. Y
aquí entramos en terreno pantanoso, si me permites la expresión.
¿Y por qué pantanoso?
Pues porque al ser la economía una
disciplina profundamente ideológica y tendenciosa, dado su carácter legitimador
del orden vigente, las distintas teorías sobre la naturaleza y las funciones
del 'objeto por excelencia', como lo llamaba Marx, son absolutamente
divergentes. Para ilustrar este antagonismo, podríamos dividirlas de acuerdo
con su enfoque acerca del papel de la fábrica de dinero en el funcionamiento
del sistema económico y en su influencia en las variables reales como la
producción y el empleo. Resulta imprescindible hacerlo para la correcta
comprensión de las características más relevantes de la TMM y de su ubicación
en la enmarañada historia del pensamiento económico sobre el hecho monetario.
Adelante con ello, adelante con esa
división
Siguiendo este criterio podríamos
hablar de dos grandes grupos de teorías monetarias: aquellas para las que el
dinero 'importa' y aquellas para las que el dinero 'no importa' en la
determinación de las variables reales como el nivel de actividad económica y el
empleo. Es decir, el caballo de batalla es -aunque parezca sorprendente para un
profano- si el dinero tiene o no influencia sobre la economía real. Trataré de
explicarlo brevemente.
La ortodoxia dominante -neoclásica y
monetarista- considera el dinero únicamente como un 'lubricante de los
intercambios', algo insignificante, sin influencia en la determinación de las
variables reales. La descripción de Marshall, uno de los patriarcas de la
ortodoxia, ilustra que, si se produce en la cantidad justa, el dinero es
neutral, un simple velo en la determinación de los equilibrios de precios y
cantidades producidas en los idílicos mercados perfectos de bienes y de
factores productivos. Aunque resulte increíble, esta sigue siendo la teoría
monetaria transmitida en las facultades de economía del mundo entero y -a
través del dogma monetarista del gran “adalid” de los derechos humanos que se
llamó Milton Friedman- el pseudofundamento teórico del talón de hierro
neoliberal de las políticas de austeridad.
Por el contrario, el lema ‘el dinero
importa’ en el funcionamiento de la sala de máquinas del sistema y en la
determinación de los niveles de producción y de empleo podría ser el mínimo
común denominador de las posiciones heterodoxas keynesianas y marxistas –e
incluso en algún ilustre representante del mainstream como Wicksell-. Es
decir, según el llamado 'bajo mundo' de la economía, el dinero no sólo no es en
absoluto un mero lubricante de los intercambios sino que, en palabras de Marx,
es 'el principio y el fin de todo proceso de valorización de capital'. Que una
afirmación de este tenor, considerada una obviedad por cualquier lego en la materia,
sea la marca de la heterodoxia en teoría económica, frente al axioma de la
“neutralidad” postulado por el credo neoclásico, da una idea del nivel de
enajenación alcanzado por la teoría dominante.
Lo parece, realmente lo parece por lo
que señalas
Así pues, podríamos distinguir dos paradigmas monetarios
que, a su vez, determinan la visión del sistema económico y de las políticas
públicas: la ortodoxia del dinero-lubricante y las heterodoxias keynesiana y
marxista, en las que el dinero es un elemento clave del proceso de acumulación
de capital. Por ejemplo, la preferencia por la liquidez o atesoramiento, que
implica retirar el dinero de la circulación, sería la clave del déficit de
inversión y de consumo que provoca el desempleo involuntario en el modelo de
Keynes y la piedra miliar de su ataque a la ley de Say y a la concepción de la
neutralidad del dinero de las teorías clásica y neoclásica.
Te interrumpo un momento. ¿Qué es la
Ley de Say? ¿Qué tipo de ley es esa Ley?
Bueno, en primer lugar decirte Salvador,
que el uso del término ‘Ley’ –sin entrar en cuestiones de filosofía de la
ciencia que obviamente exceden mis magros conocimientos- debería quedar en mi
opinión restringido a las ciencias llamadas duras y excluido de las ciencias
sociales. La economía, como decíamos antes, es una disciplina
político-ideológica –así era conocida, como economía política, en la época de
los economistas clásicos- y no científica, por mucho que los devotos de la
ortodoxia de la música celestial profesen la religión matematizada de las
teorías del equilibrio general y las pseudoleyes de la oferta y la demanda y
demás paparruchas con las que lavan el cerebro de los estudiantes y del público
en general. Por tanto, cualquier similitud con, por ejemplo, las leyes de la
termodinámica o las leyes de Mendel, es pura fantasía construida por los que
utilizan la ilegítima formalización lógico-matemática de hechos y conductas
sociales, basadas en una supuesta racionalidad instrumental de ese engendro
llamado Homo Oeconomicus, para ocultar su deformación de la realidad. Ni
siquiera –y sé que con esto entro en un terreno sumamente polémico sobre el que
han corrido ríos de tinta- en el caso de la corriente –el marxismo- que, en mi
opinión, más se acerca a la descripción veraz del funcionamiento de una
economía capitalista me parece legítimo que sus llamadas leyes puedan alcanzar
ese estatus: la ley del valor o la de descenso de la tasa de ganancia serían a
lo sumo teorías descriptivas, sin duda veraces, pero no formalizables al estilo
de las leyes lógico-matemáticas.
Perdón por la digresión.
Nada que perdonar. Hay mucha
reflexión epistemológica de interés en lo que has apuntado
Yendo a tu pregunta, el principio
llamado ley de Say –formulada por el economista francés Jean Baptiste Say en 1803-
es, podríamos decir, la piedra angular de la rama ortodoxa de la teoría
económica hasta nuestros días. Su afirmación esencial es que la oferta crea su
propia demanda y no pueden existir por tanto ni desempleo involuntario ni
crisis económicas. Una formulación didáctica podría ser la siguiente: “Al
producir, el hombre se transforma necesariamente en consumidor de sus propios
productos, o en comprador y consumidor de los productos de alguna otra persona.
[…] Las producciones se compran con producciones o con servicios; el dinero es
únicamente el medio por el cual se efectúa el cambio”. Según Ricardo, uno de
sus acérrimos defensores en su polémica con Malthus, la producción y venta de
mercancías genera unos ingresos que o se gastan para el consumo o se ahorran.
Sin embargo, lo que se ahorra también se gasta: se invierte para emplear a más
trabajadores. Por consiguiente, es imposible que se produzca una
sobreproducción general de mercancías.
El cariz legitimador salta, como ves,
a la vista: el capitalismo se autorregula, no puede haber sobreproducción ni
atesoramiento. El dinero es un simple lubricante de los intercambios y las
esferas monetaria y real de la vida económica están totalmente separadas.
Keynes y Marx son los principales
críticos de la ley de Say –en su obra magna, Keynes
comienza su ‘demolición controlada’ de la ortodoxia neoclásica con la crítica
de la ley de Say-. Ambos destacaron el papel central del dinero –el dinero
importa, como decíamos antes- en la refutación de la pseudoley. El dinero no es
neutral, puede haber atesoramiento –la preferencia por la liquidez keynesiana-,
dinero ocioso, que rompa el fluido canal entre oferta y demanda o producción y
consumo. En una economía capitalista, argumentó Marx, el dinero no es
simplemente un medio de circulación o de pago: “El dinero es también una
reserva de valor y de plusvalor: puede ser atesorado, permanecer inactivo. Los
empresarios capitalistas pueden ser inducidos a atesorar dinero en lugar de
utilizarlo para iniciar procesos productivos y para invertir. El comercio (bajo
las condiciones capitalistas) no es trueque, y por eso el vendedor de una
mercancía no es necesariamente al mismo tiempo el comprador de otra. Es pues
esencial la separación de la compra y la venta”.
Pues parece razonable y ajustado a la
empiria, salvo error por mi parte, lo señalado por el autor de El Capital
Sí, incluso, si me permites la
ironía, parece tan obvio como tener que resaltar la blancura de la nieve frente
al oscurantismo mistificador de la teoría dominante. Aún hoy, a pesar de la
evidencia abrumadora de las crisis periódicas, con su corolario de desempleo y
subempleo masivos, la ortodoxia de la música celestial sigue postulando tal
despropósito. Los neoclásicos sostienen que el atesoramiento no tiene sentido
precisamente porque siempre se puede ganar un interés invirtiendo –el llamado
coste de oportunidad-, o ahorrando para el futuro, de manera que el ahorro
siempre fluirá a la inversión –a través de los bancos, que son, para la música
celestial, únicamente intermediarios financieros- a no ser que alguien
renuncie, en un comportamiento no racional, a maximizar sus utilidades: “¿por
qué alguien, que no esté loco, querría usar el dinero como reserva de valor
depreciable si puede ganar intereses sobre él?”.
No sé qué opinaría el señor Popper,
pero diría que el ‘principio de falsación’ no parece precisamente el punto
fuerte de la economía neoclásica.
No, no lo parece, no parecen ser muy
popperianos en este punto. Sigamos
Sí, pues para concluir con las
posiciones contrapuestas acerca del papel del dinero en los procesos
económicos, citaría, si me permites, al malogrado historiador francés Marc
Bloch, fundador de la escuela de los Annales, que nos brinda un magnífico y muy
didáctico resumen de la ‘no neutralidad’ del dinero y de las múltiples aristas
del fenómeno monetario: “se trataría de algo así como un sismógrafo que, no
contento con indicar los terremotos, algunas veces los provocase”.
El objeto de nuestra charla, la
Teoría Monetaria Moderna, se situaría dentro de la corriente heterodoxa
poskeynesiana y podría caracterizarse, como trataré de explicar, dentro de esta
taxonomía, por una versión extremista de esta tesis: 'el dinero es lo único que
importa'. Sirva como botón de muestra ilustrativo de este lema la siguiente
afirmación de Randall Wray, uno de los líderes de la corriente: “Toda nación dotada
de una moneda soberana será capaz de alcanzar el pleno empleo”.
Recojo la frase: “El dinero es lo
único que importa”. Te pregunto sobre ello. Descansemos un momento si te parece
Me parece.
Fuente original: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=261945
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