Análisis
28/11/2019
El
embuste de un golpe con cara de “transición” está describiendo, prolijamente,
todo un montón de desvaríos políticos e intelectuales, sobre todo en la izquierda;
cuya apología del gobierno de “transición”, está definiendo su propio suicidio
histórico. La izquierda opositora (al gobierno del MAS) no sólo ha optado por
un protagonismo oportunista sino que, la absoluta pérdida de sentido histórico
de esta izquierda, ha cumplido fielmente con el último propósito imperial:
denigrar y escarmentar definitivamente todo horizonte popular. Porque la actual
criminalización y persecución del sujeto indígena tiene, como finalidad última,
la abolición del horizonte político propuesto por este sujeto: el vivir bien,
la descolonización y el Estado plurinacional.
La
izquierda opositora denunció tanto la derechización del gobierno de Evo, que
nunca se anoticiaron de su propia derechización. Denunciaron tanto la supuesta
dictadura y “dominación masista”, que ya no saben ahora reconocer a la
verdadera dictadura y dominación del supremasismo blanco en su versión
criollo-mestiza. Acusaron tanto al caudillo indio, que no se percataron de la
propia legitimación que otorgaron al caudillo ilustrado (Carlos Mesa) y al
caudillo “macho” inquisidor (Fernando Camacho).
Tanto
se rasgaron las vestiduras por una nacionalización que dicen que no hubo, que
ahora no saben qué decir de la sistemática enajenación anunciada del litio y
todos nuestros recursos estratégicos. Mientras reclamaban libremente la falta
de libertad de expresión en la supuesta dictadura, se olvidaron ahora
olímpicamente de ese reclamo, cuando se conculcan todos los derechos, y se
amenaza, persigue, se encarcela y expulsa a periodistas y se proscribe medios
internacionales.
Esa
izquierda funcional al Imperio sella su propia defunción. Critica todo pero
nunca se hace la autocrítica y limpiar, por lo menos, la propia miseria
histórica que carga como una maldición: brindarle a la derecha, en bandeja de
plata, su propia reposición.
El
trotskismo fue ejemplar en eso, reeditando siempre su propio anatema genético
de abrirle las puertas al fascismo. Por eso, no es de extrañar que, el
comedimiento extremista, sea el virus introducido en la lucha popular para
derechizar sus opciones. Eso pasó con la funcionalización del desacuerdo y el
disenso antigubernamental, para beneficio de un fascismo empoderado que no
tardó en liderar un asalto a la democracia, en nombre de la democracia.
Esta
derechización fue promovida también en los ámbitos académicos y, desde allí,
amparados en un criticismo a-crítico (que más se inclina por la pura
criticonería), se dedicaron diligentemente a socavar todo para que no quedara
nada; dando, de ese modo, el mejor argumento para legitimar el odio fascista
desatado contra el indio.
La
academia se ufana de “crítica”, pero es la que brinda los argumentos necesarios
para la reposición conservadora. Por mediación académica, la derecha fascista
recibió la “ilustración” de su oscurantismo como ofrenda intelectual; esta
mediación incluso auspició y legitimó un golpe fascista que hizo de la
“transición”, el desmantelamiento sistemático, no sólo de la institucionalidad
que tanto decían defender, sino de la propia soberanía nacional.
La
instauración de un régimen de facto, el decreto que da “licencia para matar” al
ejército, la liberación de las cuotas de exportación, la anunciada
privatización de empresas estratégicas, la revanchista masacre blanca, rediseño
del cuerpo diplomático, revisión de las RR.II., reanudación de relaciones con
USA, etc., no son atribuciones de un “gobierno de transición”. Este viraje
definitivo será la orientación del nuevo orden impuesto que se instaurará con
el verdadero fraude que se viene tramando con el nombramiento de Salvador
Romero, ficha de Carlos Mesa, como vocal del Tribunal Supremo Electoral.
Poco
a poco se va desenmascarando la planificación golpista. Aplicando
diligentemente la lógica fascista, criminalizaron la protesta popular, mientras
santificaban la “kristalnacht” racista que desataron la “juventud cruceñista”,
“juventud cochala”, “la resistencia paceña”, etc. Hoy persiguen a dirigentes
populares, bajo el calificativo de “masistas”, acusándolos de sediciosos y
terroristas; pero no dicen nada de las hordas nazis juveniles y universitarias
que quemaron, destruyeron, vejaron y hasta casi quemaron en vida a autoridades
del gobierno anterior; sin contar que el actual rector de la UMSA había
comprado un seguro contra incendios días antes de la quema de su casa, o que
los 64 buses pumakatari que fueron quemados, estaban en desuso y retirados de
funcionamiento en un cementerio chatarra.
Ahora
seguramente cobrarán suculosamente sus seguros de una operación planificada que
muestra lo perverso de cierta gente que sembró caos para sacar pingües
beneficios de un país en llamas. La sociedad urbana se tragó el cuento de las
“hordas” que venían a destruir todo, para justificar la represión del ejército.
Esas “hordas” fueron, en realidad, los que vinieron para apoyar a Camacho y
Pumari y el asalto golpista, ahora bendecidos como “defensores de la
democracia” por el régimen de facto.
Los
movilizados en la planta de Senkata, estaban cinco días en bloqueo, sin policía
ni ejército, y nunca se les ocurrió incendiar los tanques de almacenamiento de
gas; pero bastó la acusación de terrorismo para que los paceños llamaran
“héroes” al ejército y la policía, quienes produjeron 9 muertes y decenas de
heridos. Otra vez, como en octubre de 2003, La Paz se suministra de combustible
manchado con la sangre de quienes dieron el pecho por la defensa de nuestros
recursos.
Los
ingenuos ambientalistas (que no entienden la geopolítica del discurso ambiental
y la lucha de capitales que funcionalizan hasta las alternativas energéticas
como nuevos nichos de acumulación) ya fueron cooptados por la política de
“reforestación” de la Chiquitanía, que dará inicio a la definitiva extensión de
la frontera agrícola soyera transgénica, para beneficio exclusivo del capital
agroindustrial de Santa Cruz que, hilando fino, lo controla el capital
brasilero y es financiado por Monsanto.
El
incendio premeditado de la Chiquitanía sirvió para movilizar interesadamente a
la juventud urbana en torno a la demanda de “ayuda internacional”; gracias a
esa mediación, desde Jujuy, Argentina, ingresó todo el material logístico y los
dólares necesarios para comprar a grupos paramilitares, sicarios guarimberos
travestidos de “juventud demócrata”, Comités Cívicos y a los aparatos
coercitivos del Estado. Todo estaba planificado, pero la izquierda, hasta
académica, estaba tan sumida en su rechazo patológico al “falso indio
presidente”, que no vio nada. Y continúa ciega ante lo que se viene.
La
derecha ya tiene su programa de gobierno redactado en Washington, cuyos
portavoces serán Camacho y Pumari: la “federalización” del país, es decir, la
fracturación del país, o sea, su balcanización; para que nuestros recursos
estratégicos, nunca más sean patrimonio nacional.
Lo
peor: descuartizar el espíritu plurinacional e imponer una nueva Re-conquista,
que disemine el “caos constructivo” en la región. Bolivia es el inicio del
golpe de la geoeconomía del dólar a todo el continente sudamericano.
En
eso consiste una “solución final”, desde la Alemania nazi hasta la doctrina
“core and the gap” del Pentágono y la CIA: desatar el caos indefinido como la
nueva fisonomía de un mundo sumido en el infierno.
Lo
triste ha de ser que, cuando acabemos como Siria, Irak, Afganistán o Libia, no
quedará nadie en vida para señalarles a los insensatos “críticos” de izquierda,
lo profundamente equivocados que estaban.
La
Paz, Chuquiago Marka, Bolivia, 27 de noviembre de 2019
Rafael Bautista S.
Autor de: “El tablero del siglo XXI: geopolítica des-colonial de un nuevo orden post-occidental”.
Dirige “el taller de la descolonización”
rafaelcorso@yahoo.com
rafaelcorso@yahoo.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario