Enviado por Gavroche en Lun, 25/11/2019 - 11:14
Aunque sea
acertado entender los sucesos de Colombia desde la perspectiva de las revueltas
anti-neoliberales que han sacudido a Ecuador, Haití y a Chile, lo cierto es que
estas protestas son también fruto de un proceso de acumulación doméstico de una
década.
El reciente
paro cívico, que ha visto a cientos de miles, sino a millones de personas
tomarse las calles y desafiar la represión y el toque de queda en todo el
territorio colombiano, representa, sin lugar a dudas una de las movilizaciones
más importantes de las últimas décadas. Notable no sólo por su masividad, sino
además por el sujeto convocado: los sectores populares urbanos, que no se
habían movilizado de esta manera desde el período de luchas de las décadas de
1970-1980. Después de décadas en que el eje de las luchas populares en Colombia
ha estado en el sector rural (campesinos e indígenas, fundamentalmente), los
sectores urbanos por fin asumen masivamente el liderazgo en las luchas contra
el régimen. Este proceso no hubiera sido posible sin dos condiciones: un
sentimiento de malestar generalizado en la población, y una fuerza organizativa
con capacidad de convocar y sostener esta lucha. En este sentido, el Comité
Nacional del Paro es una instancia clave; y dentro del comité, debe reconocerse
el papel protagónico que ha tenido la CUT como la expresión más aguerrida de la
clase trabajadora colombiana.
Huelga
aclarar que los procesos populares urbanos de antaño fueron en gran medida
destruidos mediante el terrorismo de Estado y sus tentáculos paramilitares. Los
legados siniestros del paro cívico de 1977 fueron el Estatuto de Seguridad, con
sus consejos de guerra verbales; prácticas como la desaparición forzada (Omaira
Montoya fue desaparecida una semana antes del paro, y de ahí esta práctica no
paró); y por último, mediante la proliferación de aparatos represivos
paraestatales que desplazaron a los aparatos de represión oficiales, como
principales herramientas de terror. No es casual que hoy se escucha a coro en
las marchas que al pueblo colombiano ya le han quitado todo: hasta el miedo. En
un país donde el 66% de la población vive en las ciudades, la recomposición del
movimiento urbano es un hecho estratégico, de una importancia incalculable para
cualquier proyecto de transformación social.
Desafío
colectivo contra el terror
Precisamente
por esa pérdida de miedo, por ese hastío generalizado, el pueblo colombiano ha
sido capaz de desafiar y enfrentar la represión de manera francamente heroica.
Los allanamientos, las amenazas, y los montajes no lograron amedrentar al
pueblo. El toque de queda y la militarización han sido ignorados en masa, los
cacerolazos y hasta las fiestas callejeras hechos en abierto desafío a una
autoridad que nadie ya ve como legítima. La resistencia popular ha enfrentado
la violencia popular a un precio elevado. Desde el primer día de protestas, se
contaban tres muertos en el Valle del Cauca (dos en Buenaventura, uno en Candelaria);
hoy no sabemos con certeza la cifra de muertos, pero siguen sumando. El
estudiante bogotano Dilan Cruz se convirtió en un caso emblemático, cuando los
perros hidrofóbicos del ESMAD, la temida policía anti-motines colombiana, le
disparó en la cabeza por la espalda, de la manera más cobarde. Y sin embargo el
pueblo no se ha dejado amedrentar. Noche tras noche se ha desafiado la
represión y el toque de queda. Los vecinos le han demostrado al Estado que los
dueños de sus barrios son ellos mismos, no 4000 soldados en sus tanquetas. El
pueblo tiene rabia pero también alegría; el establecimiento colombiano está
asustado y reacciona violento. ¡Increíble que Duque quisiera dar lecciones de
derechos humanos al venezolano Maduro hace apenas unos meses!
La indignación
del pueblo colombiano, la quisieron transformar en miedo. No sólo en miedo a la
represión, sino que en miedo al vecino. Los macabros rumores que hicieron
circular desde el viernes por las redes sociales, anunciando que venía el lobo
–vándalos de barrios marginales a atracar las casas de la clase media- son
parte de una guerra sicológica que se suma a esa guerra sucia que el gobierno
de Duque ha declarado contra el pueblo colombiano. Estos anuncios fueron pura
estrategia de pánico, que no se materializaron pero que hicieron que las
personas en ciertos barrios dejaran de protestar para convertirse en
vigilantes. Cierto es que en toda protesta masiva hay saqueos; eso es así en
toda época y en todos los países. Pero nunca, o muy rara vez, esos saqueos son a
casas; los saqueos por lo general se dan a tiendas o supermercados, que es
donde está la mercancía y donde no hay riesgo de enfrentamientos. Por eso es
que me sonó tan raro cuando empezaron a hablar de asaltos a conjuntos
residenciales. Todo para desviar la atención de la protesta, generar miedo y
quizás hasta generar violencia entre la gente de a pie, ahorrándole a la
policía y al ejército la tarea de romper cabezas. No es casual que los grupos
de vigilantes que surgieron “espontáneamente” ante estos supuestos saqueos,
como “Defendamos a Bogotá” o “Resistencia Civil Antidisturbios”, no sean otra
cosa que fachadas para grupos de choque filo-paracos uribistas.
Estas
estrategias terroristas no son nuevas. Es sabido que agentes del Estado han
infiltrado las protestas para causar desmanes e incitar violencia gratuita.
Dirigentes de FECODE dijeron haber rodeado a algunos de estos personajes en las
manifestaciones. En el pasado, los conservadores liberaban a los peores
criminales para utilizarlos de pájaros y sicarios; cuando al Cóndor Lozano le
preguntaron por esta práctica, respondió su famosa frase “el único crimen es
oponerse al gobierno; lo demás son pendejadas”. Los montajes de los agentes
de (in)seguridad del Estado fueron revelados por Juan Gossaín cuando reveló
múltiples documentos del DAS en los cuales se daban a conocer algunas de las
prácticas de diversas operaciones en contra de la oposición a Uribe: sabotaje,
terrorismo, amenazas, explosivos, presión, desprestigio, etc. Estos términos
los utilizaron ellos mismos en sus documentos de inteligencia [1] . Si han
usado en el pasado estos medios, no es raro que utilizan esa mezcla de guerra
sucia y guerra sicológica hoy para enfrentar la protesta legítima del pueblo.
Afortunadamente, la gente reaccionó a tiempo y no permitió que los pusieran a
unos contra otros en un enfrentamiento fratricida. El pueblo colombiano
entiende muy bien que su enemigo no está en el barrio de al lado.
Un acumulado
de muchos años
Aunque sea
acertado entender los sucesos de Colombia desde la perspectiva de las revueltas
anti-neoliberales que han sacudido a Ecuador, Haití y a Chile, lo cierto es que
estas protestas son también fruto de un proceso de acumulación doméstico de una
década. Desde la huelga de los corteros de caña en el Valle geográfico del
Cauca en el 2008, pasando por la minga indígena, y las protestas y paros
campesinos, el pueblo colombiano ha construido un rico legado de resistencias
que están en la base del actual paro. A estas experiencias, debemos sumar las
experiencias locales de cientos de huelgas de trabajadores en esta época, con
diversos niveles de combatividad, así como las protestas ambientales, cuya
importancia ha radicado, precisamente, en que sirvieron de puente entre el
mundo rural y el mundo urbano. Creo que no se ha entendido del todo este
aspecto de las protestas contra la mega-minería y el extractivismo, cuyo
ejemplo más claro ha sido la monumental batalla del pueblo tolimense contra la
Colosa y la Anglo Gold Ashanti, en el cual el campo y la ciudad se unieron en
una misma lucha. Otro hito clave de esa unidad fue el paro agrario del 2013,
que también permitió que estos dos mundos se unieran en protesta en contra del
modelo de subdesarrollo impuesto desde el Estado.
Esta lucha
es un paso más en un proceso que va para largo. Dado el estado de ánimo del
pueblo colombiano, y dada la torpeza de un presidente que se ha mostrado muy
eficiente para destruir acuerdos de paz y para masacrar niños, pero
absolutamente incapaz para reducir el desempleo, parece poco probable que Duque
pueda terminar los tres años de mandato que le quedan por delante. Pese a sus
tardíos llamados al diálogo nacional, después de un año de autismo absoluto, la
gente ya no le come cuento. Las organizaciones no se sentarán fácil a negociar con
un presidente experto en desconocer sus acuerdos y en firmar compromisos para
no cumplirlos. La demanda creciente que se escucha en las calles es la renuncia
de Duque.
Los desafíos
pendientes
Quedan
varios desafíos para el movimiento popular: el primero es convertir la rabia en
organización. Sin organización no hay nada. Eso significa fortalecer los
sindicatos, significa formar comités de estudiantes, pensionados, mujeres, de
todo el mundo que tenga algo que protestar y exigir. Por mucho tiempo la izquierda
ha perseguido estrategias caudillistas mediante las cuales el descontento se
busca convertir en votos. La experiencia colombiana demuestra que ese proceso
no funciona de manera mecánica. En 1978, el malestar expresado en el paro
cívico de 1977 no se convirtió en votos para la izquierda. En 2014 tampoco el
malestar expresado en el paro agrario del 2013 se tradujo en votos. El
electorerismo y las luchas populares tienen dinámicas diferentes. Lo que se
lucha en la calle, se ha de ganar en la calle. Si no se quiere perder este
acumulado inmenso, es necesario organizar a ese pueblo no como votantes
individuales, sino que en función de sus demandas concretas y de su capacidad
de presión colectiva. La acción directa sigue siendo un mecanismo fundamental para
avanzar en las luchas populares.
El segundo
es la capacidad para mantener la movilización popular y lograr la convergencia
de diversos sectores. Esto requiere encontrar mecanismos diversos que permitan
a diferentes actores participar del descontento colectivo y expresarse.
Marchas, cacerolazos, fiestas, hasta grupos de yoga ocupando las calles, acá
todo vale a la hora de mostrar que hay un pueblo que está dispuesto a hacerse
sentir en sus propios términos. Este pluralismo táctico es el que permitirá mantener
la movilización viva y fresca. Esto es importante en una perspectiva temporal:
el año entrante se vienen movilizaciones agrarias en todo el país, y para
lograr los cambios estructurales, sistémicos, de fondo, que las clases
populares colombianas requieren, será clave que la resistencia de los
campesinos con la de los sectores urbanos estén en convergencia. Esta
convergencia rara vez se ha dado en la historia colombiana.
Un tercer
desafío, es mantener la unidad del movimiento. Por ningún motivo se puede
quebrar el Comité Nacional del Paro. La oligarquía, tradicionalmente, ha
utilizado la estrategia de dividir y vencer para dominar al pueblo, y ha sido
exitosa en aplicar esta política. Si no, basta ver el paro agrario del 2013,
una formidable movilización que terminó fragmentada en varias mesas de
negociación divididas por región y hasta pro rubro económico. Hasta el sujeto
campesino se había disuelto al final de las movilizaciones para dar paso a
sujetos maleables, como paperos, lecheros, cafeteros, cebolleros, etc. Todos
divididos, además, por departamento, región, o municipio. Así toda esa fuerza
de dispersó y el movimiento fue contenido. Los próximos dos años, este
movimiento se la pasó peleando no contra el modelo, sino que peleando acceso a
unos proyectos productivos que ni siquiera sirvieron de mejoral para la
situación del campo. Eso hay que aprenderlo, que acá la unidad no se puede
arriesgar por nada. El estudiante, el profesor, la dueña de casa, la
trabajadora, el campesino, la pensionada, todos tienen exactamente los mismos
problemas en este modelo económico.
El último
desafío es, precisamente, convertir las demandas puntuales en una propuesta de
modelo alternativa, que modifique las bases mediante las cuales en un país rico
la mayoría deben sobrevivir con toda clase de malabares, mientras una minoría
ínfima viven en una riqueza obscena. Acá las consignas no bastan y se requiere
de pensar en propuestas concretas que permitan ir superando ese capitalismo que
hoy devora las entrañas del país, que deforesta al Amazonas, que seca los
páramos, que no le garantiza futuro a la inmensa mayoría de los colombianos. Ya
no se puede tratar de seguir legitimando, mediante las negociaciones, a un
Estado y a un modelo que son incapaces de generar respuestas a la altura de la
crisis que se vive. La iniciativa, hoy, reposa en el campo popular. Esperemos
que los procesos organizativos sepan mantener esta iniciativa en los próximos
días y meses.
José Antonio
Gutiérrez D.
24 de Noviembre, 2019
24 de Noviembre, 2019
Nota
[1] Para
refrescar la memoria, hay un artículo que escribí con vínculo a la alocución de
Juan Gossaín, que está transcrita “Esto es un crimen monstruoso” DASpolítica y
la fascistización de Colombia - Anarkismo.
Enlaces relacionados / Fuente:
http://anarkismo.net/article/31659
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