Por Sergio Rodríguez Gelfenstein:
Vivimos los últimos días del año 2019 que va
feneciendo con una gran carga política y el detrimento de la economía a nivel
global. Se ha señalado que la causa fundamental de este deterioro viene dada
por la llamada guerra comercial entre Estados Unidos y China.
En artículos anteriores he señalado las razones por
las que creo que este conflicto es mucho más que una guerra comercial, toda vez
que el mismo se enfoca en discrepancias de tipo político e ideológico de carácter
antagónico y estructural que no tienen solución. En ese marco, lo comercial,
científico y tecnológico es solo la manifestación externa del diferendo que,
por tener carácter coyuntural y táctico, puede ser negociado hasta encontrar un
desenlace positivo que sí es posible.
Pero, ojo, en política la no comprensión y la
confusión entre las dimensiones estratégica y táctica suelen conducir a errores
de extrema gravedad, y consecuencias que dejan improbables secuelas. En ese
sentido, suponer que el reciente anuncio de que China y Estados Unidos habían
acordado un texto de “primera fase” en la controversia iniciada por el
presidente Trump en marzo de 2018, es solo una pausa que debe ser entendida en
esa dimensión habida cuenta de la diferencia de interpretaciones que una y otra
parte le han dado al convenio.
El viceministro de comercio chino Wang Shouwen fue
bastante cauto: Dijo que: "China y Estados Unidos son las dos principales
economías del mundo, y [que] un acuerdo comercial y económico favorece a ambos
Estados y sus pueblos, [además] tendrá un impacto positivo en las esferas
financiera, de inversiones, comercial y económica". Al referirse al texto
propiamente dicho, solo hizo mención de elementos específicos referidos a los
nueve puntos que se pactaron.
Para el otro partícipe, el acuerdo es un logro,
pero no significa que la disputa comercial esté solucionada “de una vez y para
siempre”, según afirmó el representante de comercio de Estados Unidos Robert
Lighthizer, quien se mostró contradictorio. Por una parte, patentizó
satisfacción por el acuerdo, pero al mismo tiempo responsabilizó a China por su
concreción, exponiendo dudas de que ello fuera posible.
En una típica exposición de la “diplomacia” del Tío
Sam que no omite agredir al país con el que está negociando y en una clara
señal de la inconfundible provocación imperial Lighthizer expuso que el éxito
del acuerdo dependerá de China, no de Estados Unidos, asegurando que el
resultado estará final estaba en las manos de quien tomara las decisiones en
China: “el ala dura o los reformistas” reconociendo que Estados Unidos esperaba
que fueran estos últimos.
En el trasfondo se evidencia la mirada diferenciada
respecto del acuerdo. Para China apunta a la necesidad de dar solución a
problemas relevantes en la relación bilateral, considerando la gran incidencia
que ello tiene en la problemática global. Para Estados Unidos no pasa de ser un
convenio que debe firmarse por necesidades estrictamente electorales. Ya se
verá ocurrirá después de noviembre del próximo año. Es decir, para uno, tiene
carácter estructural, para el otro es solo una necesidad de coyuntura.
En este marco, es muy probable que cuando se haga
el recuento de la historia se tenga que aceptar que este falleciente 2019
deberá ser reconocido como el año en que la conflictividad entre Estados Unidos
y China entró en un nivel estratégico China deberá agregar a 1949, 1978 y 2012,
este 2019 como uno más en el que se produjeron momentos de cambio estratégico
de su política, al tomar decisiones que habrían de marcar el curso de los años
venideros en procesos continuos que están desarrollándose en dimensiones y
vertientes múltiples.
La llegada de una nave espacial china a la cara
oculta de la luna el 3 de enero marcaría el inicio de una conflictividad que se
hizo patente cuando China se adelantó 8 meses a Estados Unidos en la
implementación práctica de la tecnología 5G, desalojando a la potencia
norteamericana de ese sitial que había logrado con sus cuatro antecesores.
A partir de ese momento, se produjo la aceleración
del conflicto comercial por patentes y aranceles que en el fondo es expresión
de economías antagónicas: a la centralización y planificación que caracteriza
la economía social de mercado, la existencia de grandes empresas estatales y la
propuesta de libre comercio por parte de China, se opone el proteccionismo, la
absoluta libertad del mercado para fijar las metas de la economía y una
extraordinaria y creciente concentración de la riqueza en monopolios que son
expresión propia de la fase imperialista de Estados Unidos. En este ámbito no
hay negociación ni acuerdo posible, porque uno y otro esquema son expresión de
los modelos económicos imperantes que a su vez derivan del sistema político de
uno y otro país.
En el transcurrir del año, China fue sorprendida en
su “inocencia” ante la vehemente participación de Estados Unidos y Gran Bretaña
en el apoyo, financiamiento y promoción de las protestas anti gubernamentales
que pretenden desatar una revolución de colores en Hong Kong. Beijing suponía
que podía seguir avanzando con su modelo político y económico en sana y
armónica convivencia con Estados Unidos. Haciendo gala de equilibrio e
implementando el principio de ganar-ganar que caracteriza su filosofía, pensó
que podía navegar con cierta calma en las turbulentas aguas del conflicto
permanente que plantea construir un modelo distinto al de Estados Unidos, el
cual es expresión del paradigma capitalista que signa el comportamiento de las
potencias occidentales. En este 2019, descubrieron que lastimosamente eso es imposible.
Hasta último momento, tras la aprobación en el
Congreso de Estados Unidos de una ley en apoyo a las manifestaciones de Hong
Kong, Beijing espero que la misma fuera vetada por el presidente Trump como una
señal de buena voluntad que allanara el camino a las negociaciones y a una
convivencia amistosa entre los dos países. Ello no ocurrió, trayendo
frustración y consternación a Beijing que parece comenzar a entender que se
debe preparar para un futuro en que cada vez más será afectada por arteros golpes
de su rival.
En este contexto, en la reciente reunión de la
OTAN, se planteó la posibilidad de que esta organización formalice una vieja
aspiración de Estados Unidos para que su teatro de operaciones probable sea
todo el globo, o dicho en palabras del periodista francés Thierry Meyssan
“convertir la alianza atlántica en un bloque militar “atlántico-pacífico”
contra China, incorporando a Australia, India y Japón a esa agrupación para lo
cual los secretarios de Defensa, Mark Esper, y de Estado, Mike Pompeo,
junto al secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, viajaron a Sidney, para
intentar convencer a los dirigentes australianos de la necesidad de implementar
tal iniciativa , la cual supondría desplegar misiles nucleares en la isla- continente.
Según Meyssan, Estados Unidos también hizo
contactos con India y Japón con los mismos objetivos, pero los dirigentes de
esos países fueron más cautos ante tal posibilidad. De la misma forma, “Estados
Unidos revisó sus políticas hacia Corea del Sur, Indonesia, Myanmar, Filipinas,
Tailandia y Vietnam para propiciar acercamientos entre los ejércitos de esos países”. De esta manera se ha hecho
patente el interés estadounidense de crear un “anillo militar” en torno a China y en contra de China.
Este fue el marco para que la mencionada Cumbre la
OTAN en Londres durante la primera semana de este mes de diciembre adoptará una
declaración que puede entenderse como una alerta. En una de sus partes dice:
“Estamos conscientes de que la creciente influencia y las políticas
internacionales de China presentan simultáneamente oportunidades y desafíos, a
los que tenemos que responder juntos como alianza”. El viaje de Esper, Pompeo y
Stoltenberg a Australia y los movimientos de la diplomacia estadounidense en
Asia y Oceanía ponen en evidencia que en realidad lo entienden más como desafío
que como oportunidad.
En esa misma lógica hay que concebir el también
reciente acuerdo de América del Norte entre Estados Unidos, Canadá y México
(llamado en México T-MEC), otra irrefutable prueba de cómo Estados Unidos va
agrupando aliados contra China, al imponerle a sus vecinos un acuerdo
claramente lesivo a sus intereses, desde el momento que se puso el énfasis del
convenio en la tecnología de punta donde las grandes empresas estadounidenses
Google, Amazon, Facebook, Apple, Twitter, Netflix y Microsoft fueron las
grandes ganadoras, toda vez que México y Canadá tuvieron que aceptar el veto de Estados Unidos a las empresas
chinas de tecnología.
Tanto en el caso de la ley sobre Hong Kong como en
la aceptación del T-MEC, a demócratas y republicanos se les olvidó el show del
impeachment y se pusieron rápidamente de acuerdo. Cuando los intereses
imperiales están en juego, Hollywood y las grandes cadenas de televisión poco
pueden agregar, el bipartidismo, la separación de poderes y todas esas
entelequias que venden como summum de la democracia pasan a buen resguardo
hasta “nueva orden”, otra cosa que en el desfalleciente 2019 se ha verificado como
verdad transparente en este mundo de mentiras y sombras que se pretende
construir desde Washington y que China quiere evitar, pero no podrá obviar.
sergioro07@hotmail.com
Fuente: https://barometrolatinoamericano.blogspot.com/2019/12/2019-primer-ano-de-la-confrontacion.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario