10/12/2019
En menos
de 24 horas los pueblos latinoamericanos pasamos de la euforia y el
festejo por la libertad de Lula da Silva en Brasil al golpe de
estado efectuado en Bolivia contra su presidente legítimo Evo
Morales, exiliado en México, mientras su pueblo heroico y leal es
masacrado en las calles por las fuerzas de seguridad.
Latinoamérica
es protagonista hoy de múltiples estallidos sociales que denuncian
la situación de asfixia a la que es sometida la región. El
presidente venezolano Nicolás Maduro señaló en el cierre del
Tercer Congreso Antiimperialista contra el Neoliberalismo en Cuba
que «Hay una insurgencia general del pueblo contra el modelo de
exclusión, privatización, empobrecimiento, individualismo del
capitalismo salvaje y neoliberal del Fondo Monetario Internacional».
En este
contexto latinoamericano, el pueblo chileno resiste movilizado desde
el 14 de octubre, denunciando no sólo las políticas neoliberales
del presidente Sebastián Piñera y las violaciones a los derechos
humanos de parte de sus Fuerzas Armadas, sino también poniendo en
tensión el sistema y su orden.
Las
grandes mayorías han decidido desobedecer y rebelarse ante las
condiciones de opresión histórica. Según el informe de
Human Rights Watch, ya son 26 muertes contabilizadas (se investigan
18 más), más de 15 mil las personas detenidas, 11.564 heridos y
442 querellas por torturas y abusos sexuales por parte de
Carabineros.
Existe un
proceso causal que explica tal insurrección. Este tiene una de sus
razones en el hecho de que el gobierno que encabeza Piñera
constituye la pata civil de la dictadura pinochetista, aquella que
perpetró el golpe contra Salvador Allende y que hasta nuestros días
mantiene su dominio y con ello, la comodidad de la clase dominante.
Entonces
cuando escuchamos al presidente Piñera decir “estamos en guerra
contra un enemigo poderoso e implacable que no respeta a nada ni a
nadie, que está dispuesto a usar la violencia y la delincuencia sin
ningún límite” vemos, por un lado, el entendimiento de la
existencia de una situación de guerra y la conciencia sobre la
misma y, por otro lado, que el régimen sabe identificar a su
enemigo, el pueblo.
El
presidente chileno –y los sectores a los que representa- intenta
con sus declaraciones construir un discurso de legitimidad para su
plan represivo, construyendo sobre los sectores movilizados la
imagen de “delincuente y violento”.
Lo dicho
queda demostrado en las acciones de gobierno. Ante la escalada del
conflicto social respondió con decretos de Estado de Emergencia,
toque de queda, y despliegue de fuerzas de seguridad que hicieron
uso desmedido de la fuerza contra los y las manifestantes. La última
medida de Piñera fue la presentación de un decreto para eximir de
responsabilidad penal a las Fuerzas Armadas y habilitarlas a
establecerse en la “infraestructura crítica” sin que medie un
estado de excepción.
L
a radicalización del régimen represivo no impidió que la
lucha se sostenga. Las calles siguen poblándose día a día por
cientos de manifestantes. Se sostienen marchas multitudinarias que
se bautizan como “Superlunes”, Cabildos autoconvocados,
intervenciones artísticas, paro de trabajadores y movilización de
diversos sectores: indígena, mujeres, estudiantes secundarios y
universitarios, sindicatos, entre otros. Las calles y las plazas
asisten a un espectáculo popular inédito.
Hay una
determinación ciudadana de continuar justicieramente sus luchas
igualitarias, desde un conocimiento embrionario heredado de la
experiencia acumulada de sus luchas políticas históricas,
principalmente desde los tiempos revolucionarios de Allende, donde
el enemigo optó por una estrategia de aniquilamiento ante un pueblo
organizado y decidido a destruir un sistema opresor.
¿Protestas
sin forma o nuevas formas de organización?
La lucha
en el siglo XXI adquiere formas que no fueron vistas en el siglo
pasado. En Chile, vemos cómo el pueblo transforma día a día sus
métodos de protesta contra el modelo neoliberal de gobierno y
también contra el sistema, con consignas como “ni de izquierda ni
de derecha, somos los de abajo y vamos por los de arriba”, como se
lee en algunas banderas.
Los nuevos
fenómenos sociales obligan a profundizar el análisis, para poder
ver “más allá del polvo” y comprender para transformar.
El
Financial Times, medio periodístico británico de capitales
transnacionalizados, usina intelectual del proyecto globalista, echó
un vistazo a la región y comparó los hechos que sucedieron aquí
con los acontecimientos que se desarrollan al otro lado del
Atlántico y del Pacífico. Afirma que las protestas masivas que
estallaran el año pasado en Asia, Europa, África, América Latina
y Medio Oriente comparten ciertas características importantes:
“Se
trata de rebeliones sin líderes, cuya organización y principios no
se exponen en un pequeño libro rojo o se eliminan en las reuniones
del partido, sino que emergen en las redes sociales. Estas son
revueltas convocadas por teléfonos inteligentes e inspiradas en
hashtags, en lugar de guiarse por los líderes del partido y los
eslóganes redactados por los comités centrales”, señala el
Financial Times.
Ahora
bien, son reconocibles las características de los movimientos
populares y las nuevas formas organizativas. Pero se hace necesario
marcar algunos aspectos a fin de no caer en diagnósticos
infantiles. Es importante poder leer estos movimientos en el marco
de una guerra multidimensional, híbrida, irrestricta, no
convencional, en la cual los grandes poderes transnacionales se
disputan el reparto del globo.
Por otro
lado, las tecnologías de la comunicación y de la información son
utilizadas como soportes para organizar y difundir mensajes. Es el
caso de las protestas en Cataluña, las acciones y consignas han
sido en parte coordinadas y lanzadas desde una plataforma anónima
en línea conocida como Tsunami Democratic.
El
territorio virtual se convierte en una mediación para la producción
de poder y, gracias a las redes sociales, las luchas no sólo pueden
tomar escala global, sino que, además, permiten intercambiar las
banderas, grandes consignas o incluso movimientos tácticos para
trabajar en el territorio local como lo fue, por ejemplo, la
ocupación del aeropuerto de Barcelona, que ya había sido empleado
como táctica en las protestas de Hong Kong.
Pero las
redes sociales (regenteadas y manipuladas por grandes
trasnacionales) son eso, mediaciones y herramientas de un poder
popular que se realiza en las calles. Hay que tener claro que “de
los cuerpos brotará el poder” –es el carácter social el que
transforma las cosas materiales- y, para triunfar, la insurrección
debe tener direccionalidad clara y nunca abandonar la iniciativa.
Estos movimientos “insurgentes” aparecen como grandes
movilizaciones de personas llevadas a la arena política, a ocupar
las calles. Son movimientos sin líderes: por más que se busquen
cabezas ideadoras y se las arreste, el movimiento continúa en pie.
Las revueltas sin rostro, conducen a que sea difícil reprimirlas o
negociar con ellas. Las concesiones no son suficientes para
acaudillar tal movimiento.
En el caso
de Chile, el pueblo logró saltar el cerco mediático a través de
las redes sociales, mostrando en videos y testimonios la magnitud de
las movilizaciones y las acciones represivas que las Fuerzas de
Seguridad instrumentan contra los manifestantes, ante los ojos de
toda la comunidad internacional.
L
as acciones en la calle, sumadas a esta red comunicativa en el
escenario virtual (que permitió romper el silencio) tuvieron
efectos reales. La producción de poder se materializó en la
cancelación de la Cumbre del Clima (Cop25) –se trasladó a
Madrid- y del Foro de la APEC (Cooperación Económica Asia
Pacífico), que iba a desarrollarse en noviembre, con Chile como
anfitrión. E incluso se debió mudar a Lima la final del Copa
Libertadores de América.
El poder
de un pueblo alteró el plan del gobierno, logrando que el conflicto
ganara escala internacional/global. En esta Cumbre, además, los
optimistas esperaban que Estados Unidos y China dieran fin a su
guerra comercial, un evento trascendental para la geopolítica
mundial.
Es
primordial, asimismo, que podamos entender los fenómenos desde la
óptica del campo del pueblo, ya que hay una clara intención de los
poderes concentrados de imponer una interpretación, y por lo tanto
una forma de pensar y actuar, ante los estallidos sociales.
La
búsqueda de un catalizador para la insurrección
Estas
nuevas formas de lucha y organización se encuentran también en
disputa. Pueden tener iniciativa popular o estar disponibles para
ser conducidas por la iniciativa de actores del régimen.
¿Cómo hacer entonces para que esa fuerza en conformación sea
conducida por el campo del pueblo y no sea un arma para su sujeción?
La
historia de los pueblos ha demostrado que la insurrección es un
arte, donde es necesario ir conquistando triunfos cotidianos y
seguir avanzando de uno en otro, sin interrumpir la ofensiva contra
el enemigo. Los procesos insurreccionales deben apoyarse en la clase
más avanzada, aquella con capacidad de arrastrar tras de sí a las
mayorías y sostenerse además en el ascenso revolucionario del
pueblo.
Para que
la toma del poder popular sea posible, deben existir condiciones que
expresen un momento ascendente en términos revolucionarios: gran
actividad de vanguardia del pueblo y mayores vacilaciones en sus
enemigos.
Partiendo
de estos indicadores, en Chile se observa capacidad de las mayorías
para sostener la movilización callejera, ejercitando día a día el
músculo de la lucha y la organización, donde la práctica va
forjando la conciencia de pertenecer a las clases subalternas, en un
período donde las fracciones se proletarizan, producto que se
homogenizan sus condiciones de vida frente a un capitalismo cada vez
más concentrado y exfoliador.
La mayoría
de los partidos políticos ante esta situación quedan
encerrados, vacilantes, en un supuesto “Acuerdo de Paz” con el
gobierno. Los estudiantes y jóvenes forman las primeras líneas de
trinchera en los enfrentamientos con las fuerzas de seguridad. Las
mujeres dan victorias diarias con sus intervenciones, denunciando un
Estado represor y violador, que dan la vuelta al mundo.
Los y las
trabajadoras van a huelga y el movimiento indígena sostiene su
resistencia histórica. La “clase media” se moviliza como
“ciudadanía” y legitima los procesos de lucha. Todo ello en un
estado de ánimo que evidencia la pérdida del miedo y la
predisposición de los cuerpos a la lucha. “Chile despertó”
porque ya no hay nada que perder.
Ante este
escenario, la definición de los sectores populares ha sido atacar
-desde todos los espacios y las nuevas formas de lucha- al sistema
capitalista neoliberal, en una red de solidaridad y coordinación
global de los pueblos. Será menester, hacerlo sin miedo ni
vacilaciones, desde una profunda “desobediencia debida a todo acto
de inhumanidad”.
Ha
comenzado, y deberá profundizarse, una lucha por la
desmercantilización de todas las relaciones sociales. Y eso incluye
a la política, en pos de dejar los riesgos y las actitudes de
mercadeo, afianzando el lugar del protagonismo del pueblo y de la
participación política. El camino, deberá seguir siendo el de
la construcción de poder local con impacto global, universal.
Los
tiempos que vienen, requerirán profundizar la formación de
cuadros, fundamentalmente preparados para el análisis y el diseño
de la política, que dispongan sus cuerpos y sus mentes a la lucha;
que analicen críticamente estas nuevas formas de organización y
generen las condiciones para dar las batallas decisivas.
Abrió sus
ojos el bravo pueblo chileno, se ha decidido a vencer. Está
decidido a continuar el legado de Allende: “Superarán otros
hombres – y mujeres – este momento gris y amargo donde la
traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más
temprano que tarde, se abrirán de nuevo las grandes alamedas por
donde pase el hombre – y la mujer – libre, para construir una
sociedad mejor».
-Giménez
es Licenciada y Profesora en Psicología, Máster en Estudios
Estratégicos y Seguridad Internacional en la Universidad de
Granada, maestrante en Políticas Publicas en la Facultad
Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) y en Seguridad de la
Nación en el Instituto de Altos Estudios para la Seguridad de la
Nación (IAESEN), Universidad Militar Bolivariana de Venezuela.
-Trabucco
es Licenciada y Profesora en Psicología y estudiante de la
Especialización en Educación Superior de la Universidad Nacional
de San Luis (UNSL), Maestrante en Seguridad en el Instituto de
Altos Estudios para la Seguridad de la Nación (IAESEN), Universidad
Militar Bolivariana de Venezuela. Ambas son Investigadora y
Redactora del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico
(CLAE)
https://www.alainet.org/es/articulo/203757
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