Opinión
05/02/2020
Juan: Estoy un poco decepcionado.
Enrique: ¿Por qué?
Juan: Quizá la palabra exacta no es, precisamente, “decepcionado”,
sino… cansado, un poco dolido en mis esperanzas. Digamos, mejor aún: golpeado,
y todavía no salgo de mi asombro, o del shock del golpe. Pero en verdad: ¡no
pierdo las esperanzas! Al contrario: con todo esto se me fortalecen. Quizá se
fortalecen más que nunca, porque veo la necesidad imperiosa de un cambio.
Enrique: A ver… veamos en detalle. ¿De qué se trata?
Juan: Es que a veces reflexiono sobre estas cosas que nos
interesan, sobre el mundo, la humanidad, sobre cómo cambiar las cosas, sobre nuestro
destino…, y la verdad es que me asusto un poco.
Enrique: ¿Solo un poco? Yo pienso en esas cosas y me
espanto. Pero ¿qué le podemos hacer? Las cosas no son exactamente como uno
querría que fueran. ¡Por supuesto que asustan! De todos modos, creo que sentarse
a pensar en todo esto, más allá del ¿dolor? del golpe, es necesario.
¡Imprescindible!, agregaría.
Juan: Bueno, sí… Estamos en lo mismo. Yo, de ningún modo
bajo los brazos, ni me paso al bando contrario. Además, aunque suene a chiste
hipócrita, seguro que del otro bando no me quieren. Si me quisiera vender, creo
que no me comprarían, y ni tan siquiera me alquilarían. Ya estamos demasiado
convencidos de hacia dónde ir. ¡Soy comunista y sigo trabajando con todas mis
fuerzas por la revolución!
Enrique: Eso es bueno, porque significa algo. Significa,
creo yo, que no nos quebramos, que no nos han derrotado. Seguimos pensando
críticamente, aunque encontremos mil cuestionamientos que hacernos. ¡No nos
vendimos!, y eso es lo más importante.
Juan: Estoy de acuerdo. Seguimos en la lucha.
Enrique: ¿Nunca se te ocurrió desfallecer, venderte?
Juan: No, realmente no. En todo caso, a veces me agobia
encontrarme con tantas cosas complicadas. Cosas que, se me ocurre, se nos
escapan, son infinitamente más complejas de lo que creíamos en un esquema
simplificado. Pero así es el mundo: tremendamente complejo.
Enrique: Yo tengo la misma sensación. Pero también me pasa
que, justamente por esa complejidad, me dan más ganas de encontrar la punta de
la madeja.
Juan: Pero… ¡qué madeja tan complicada, enredada,
enmarañada!, ¿no? Bueno…, así son las cosas. ¿Quién dijo que esto sería fácil?
Enrique: Tiempo atrás, en nuestros años juveniles, lo
veíamos más fácil. Yo no sé si porque éramos jóvenes y sentíamos que nos íbamos
a devorar el mundo, porque nos faltaba madurez en las reflexiones, o porque
realmente el mundo ha cambiado tanto en estos últimos años.
Juan: Me arriesgaría a decir que una combinación de todo
eso.
Enrique: Sí, sin dudas: una combinación. Y como toda
combinación, compleja. Los elementos están todos entrelazados. ¿Por dónde
empezar para arreglarlos?
Juan: ¿Tendrán arreglo?
Enrique: Medio pesimista, ¿no?
Juan: Bueno, no desfallezcamos. Por supuesto: ¡tiene que
tener arreglo! Si no, ¿para qué seguir viviendo? Quiero decir: nuestra vida,
tanto la tuya como la mía, quienes abrazamos este pensamiento, esta ética,
desde largos años atrás, no podemos ver la vida de otra manera. Si algo vinimos
a hacer en este mundo, donde aparecimos sin haber pedido nacer, si algo podemos
hacer y dejar para cuando nos vayamos, es una semillita para hacerlo algo
mejor.
Enrique: ¡Por supuesto! Comparto, mi amigazo. ¡Claro que
comparto! Pero a veces entran los cuestionamientos. ¿Será posible cambiar lo
humano?
Juan: Claro, tenés razón, y creo que ambos estamos de
acuerdo en eso: no nos quebramos, seguimos pensando en un cambio, en una
mejora, pero entran dudas. Dudas razonables, claro. Pero dudas al fin.
Enrique: A veces veo que los mismos comportamientos,
exactamente los mismos comportamientos que criticamos en ese campo amplio y
difuso que llamamos derecha, lo mismo encontramos también en la izquierda.
Juan: Yo llegué a la conclusión que no puede ser de otro
modo. Los seres humanos, todos por igual, varones y mujeres, ricos y pobres,
heterosexuales y homosexuales, no importa la etnia, el color, la religión ni
cualquier etcétera que queramos ponerle, todos somos originalmente iguales. Si
nuestra madre, o quien nos cría -y esto parece que es universal- nos dice que somos
“la cosita más linda del mundo”, la suerte ya está echada. Nos los creemos, y
eso nos pone en guardia contra cualquiera, contra todos. Porque, sin dudas, es
hermoso creerse “la cosita más linda del mundo”. Así es nuestra dinámica
humana.
Enrique: Así parece, ¿verdad? Eso echa por la borda esta
tonta pregunta si somos violentos por naturaleza, si hay algún instinto de
poder, algo que justifique genéticamente la superioridad. Está en la forma en
que nos hacemos humanos. Eso viene desde el vientre materno. O antes incluso,
desde que deciden procrearnos.
Juan: Así es, mi amigo: no elegimos nada.
Enrique: Ni nuestro nacimiento ni nuestra muerte. Ni la
forma en que somos: buena gente o mala gente, o el epíteto que se te ocurra
poner para designarnos.
Juan: Exacto. Esa es la cuestión. No se trata de “buenos”
o “malos”. En la izquierda, es cierto, encontramos las mismas conductas, los
mismos vicios, ¿las mismas “desviaciones” habrá que decir usando una vieja
terminología?, que en la derecha. ¿Por qué el trabajador no tiene conciencia de
ser explotado?, o mejor dicho aún: ¿por qué ese trabajador explotado, explotado
hasta el límite, quiere ser igual que su amo que lo explota? Porque esa idea de
“ser lo mejor del mundo” nos caló.
Enrique: Claro que eso hay que complementarlo con los
mecanismos de sujeción ideológica. Si es cierto que el esclavo piensa con la
cabeza del amo, ¡y por supuesto es absolutamente cierto!, si eso es así, es
porque hay una poderosa, poderosísima intención de la clase dominante en lograr
que eso sea así, que siga siendo así per saecula saeculorum, que no
cambie. Y para eso necesita manipular hasta el límite al esclavo.
Juan: Exacto. Como decíamos recién: es una combinación de
cosas, de múltiples elementos. Pero no caben dudas que la visión romántica de
lo humano parece que no nos sirve. No somos “buenos por naturaleza y la
sociedad nos corrompe”, como dijo alguna vez Rousseau.
Enrique: ¡Cierto! En realidad, por naturaleza no somos nada.
Solo un pedacito de carne con forma humana que tiene que humanizarse, que tiene
que entrar en la órbita humana. “Solo no eres nadie; es preciso que otro te
nombre”, decía Bertolt Brecht. Inteligente el muchacho, y eso que no era
psicoanalista. Entendió la situación al dedillo. Por naturaleza no somos nada.
Cualquiera, también Lenin, Engels o Mao podrían ser unos cerdos explotadores,
dadas las circunstancias. No son cuestiones de decisión personal, de buena
voluntad.
Juan: El problema es que nos dicen que “somos la cosita
más linda del mundo” de entrada, y nos lo terminamos creyendo. Drama sin salida
de lo humano, ¿verdad?
Enrique: Bueno, sí… Más que sin salida, yo diría drama
constitutivo, que nos confronta siempre, inexorablemente, mostrándonos el
conflicto. Nos hacemos humanos sobre la base de esa situación conflictiva:
somos “lo más lindo del mundo”, y los otros no. Como nos lo terminamos
creyendo, ahí arranca el drama.
Juan: Exacto. Y esa tensión originaria, ese conflicto
primario en que nos mete nuestra madrecita querida, sin saber lo que está
construyendo, es la matriz de las interminables desventuras que vendrán
después.
Enrique: Por eso siempre estamos en tensión con el otro.
Juan: Peleándonos.
Enrique: Sí, eso es así. ¿Será la propiedad privada lo que
nos lleva a esa violencia interminable? Tengo mis dudas.
Juan: Fidel dijo algo interesante. Cito de memoria, así
que quizá me equivoque: “El hombre es un ser lleno de instintos, de
egoísmos, nace egoísta; pero, por otro lado, la conciencia lo puede conducir a
los más grandes actos de heroísmo”. Quizá habría que revisar lo de la
conciencia, pero sí es cierto que desde el vamos es egoísta, un pequeño
monstruito, agresivo, ególatra.
Enrique: Recuerdo que Rousseau, de quien recién hablamos, o
no, perdón, Voltaire, sí, sí, era Voltaire en el “Cándido”, decía algo así como
(también cito de memoria): “¿Creéis que en todo tiempo los hombres se han
matado unos a otros como lo hacen actualmente? ¿Que siempre han sido
mentirosos, bellacos, pérfidos, ingratos, ladrones, débiles, cobardes, envidiosos,
glotones, borrachos, avaros, ambiciosos, sanguinarios, calumniadores,
desenfrenados, fanáticos, hipócritas y necios?” Su respuesta, por supuesto,
es sí.
Juan: Bueno, se ve que muchos tuvieron la intuición.
Gente tan distinta como un iluminista francés del siglo XVIII o un marxista
consumado como Fidel Castro en el siglo XX, o alguien como Freud, que parece
que conocía bastante las profundidades del alma humana: todos coincidieron en
lo mismo, que no somos muy buenos que digamos.
Enrique: Y no es que nos haga “malos” la propiedad privada.
Por supuesto, la defensa de la misma lleva a cosas increíbles, inimaginables,
de una malicia suprema que asusta: armas de destrucción masiva, torturas,
engaños de los más viles, aniquilación de poblaciones enteras, y un largo
etcétera que es de terror. Pero podríamos preguntarlo al revés: ¿por qué se
desarrolló la propiedad privada? ¿Por qué, hace diez mil años, cuando surge la
agricultura y existe un excedente social, alguien se constituyó en clase
dominante?
Juan: Lo mismo me pregunté yo tantas veces. El análisis
marxista es absoluta y radicalmente cierto. Ahí, con la producción excedente al
aparecer la agricultura, surge una diferencia de clase y se constituye la
diferencia que persiste hasta ahora. Pero, ¿por qué alguien se apropió ese
plus-producto?
Enrique: ¡Cabal! Surge el propietario, el dueño, el patrón,
o como se le quiera llamar. Pero, warum?, como diría Marx. ¿El más
fuerte, el más osado, el más mañoso, el más cabrón? Por algo se tejió la
historia así. No hubo una solidaridad de base a partir de la que todos, por
igual, repartieron ese excedente. Alguien se constituyó en superior. Después,
como diría Marx evocando a Horacio en sus Sátiras: de te fabula narratur,
sobre ti la historia ya está contada. Es decir, vinieron las interminables
luchas de clase hasta hoy. Y eso lo sabemos perfectamente. El materialismo
histórico lo estudió a la perfección, con lujo de detalles. Pero también lo
sabe la economía capitalista. La clase dominante sabe que sus privilegios
asientan en la explotación. Serán muy cristianos, se golpearán mucho el peso,
pero saben que están jodiendo a quienes trabajan. En otros términos: alguien
siempre se tiene que joder, para decirlo de manera popular. Luego vendrán las
justificaciones, etcétera, etcétera. Todos sabemos que hay que explotar a
alguien para hacer dinero; después se podrán lavar las culpas en la iglesia.
¡Qué hipocresía!, ¿no es cierto?
Juan: Preocupante, ¿verdad? Si vemos la historia, la que
conocemos al menos, el conflicto está siempre presente. La lucha de clases es
el motor de la historia, decimos. Lo cual es cierto. Pero… ¿nos podríamos
quedar solo con “la lucha”?
Enrique: Eso es lo que llevó a un tipo profundo como Freud
-y Einstein decía lo mismo, ¿te acordás esa famosa carta donde se preguntan por
las causas de la guerra?- lo llevó, decía, a plantear esa “mitología
conceptual”, como él la llamaba, de una pulsión de muerte.
Juan: Muy cierto, camarada. Y contrariamente a lo que una
lectura ingenua -o quizá malintencionada- del psicoanálisis puede arrojar, esa
pulsión, esa fuerza vital, esa energía, está siempre presente. ¿Cómo entender,
si no, la profusión interminable de guerras? Hoy día hay más de 20 frentes de
guerra abiertos en el mundo. ¡Increíble! Millones y millones de dólares
gastados en armamento. Muertos, heridos, mutilados y gente sufriente por todos
lados. Sin caer en tontos y vacíos pacifismos, hay algo que llama la atención
en lo humano. ¿Por qué tanta, tanta, pero tanta violencia? Armas nucleares
listas para hacer volar en pedazos el planeta. ¿Qué pasa con la especie humana?
Enrique: Tenés razón. Lo mismo pienso. ¿Solo la defensa a
muerte de la propiedad privada produce guerras, violencia, conflicto? Con
aquello de “sos la cosita más linda del mundo”, con que una madre inaugura la
entrada al mundo de cada bebé -esa es la historia de los neuróticos, es decir
de los llamados “normales”-, con esa entrada ya queda asegurada la tensión de
base.
Juan: Coincidimos. De nuevo la misma pregunta: ¿por qué
la historia se construyó así? ¿Por qué, cuando hubo abundancia con el sapiens
sapiens y su descubrimiento de la agricultura, no se formó una sociedad
comunista? O, para decirlo en clave marxista, ¿por qué se abandonó el comunismo
primitivo? ¿Qué hizo que alguien se erigiera en superior y nacieran las clases
sociales? ¿Por qué no se siguió viviendo en la presunta armonía que era la
comunidad primitiva, una comunidad de iguales sin diferencias sociales?
Enrique: Difícil hablar de eso, muy complicado. Es
especulación, porque nos perdemos en las tinieblas de los tiempos. Lo que sí se
puede ver es que no nos sobra la bondad. La agresión está siempre a flor de
piel. Por la menor tontera podemos reaccionar mal. Por una pequeñez, dadas las
circunstancias, cualquiera puede ser violento. Yo he visto gente que por un
pequeño accidente de tránsito, intrascendente en definitiva, saca una pistola y
mata a otro.
Juan: Es cierto. Y esto lo tenemos que plantear con
altura. Por supuesto, no estamos entronizando la violencia, ni un presunto
darwinismo social que premia al más fuerte. ¡Jamás! Pero si observamos con
objetividad el fenómeno humano, vemos que hay cosas aterradoras…, pero no solo
por la propiedad privada. ¡Somos terribles a veces! ¡Unos monstruos!
Enrique: Por ejemplo, ¿cómo explicar eso que ahora llaman “bullying”?
O sea, el acoso que se hace de uno más débil.
Juan: O la violencia que se puede ver en un estadio de
fútbol entre porras enfrentadas. ¡Parece mentira que alguien insulte a otro
simplemente porque le va al equipo contrario!
Enrique: Parece mentira… ¡pero es una cruda realidad! ¿Y qué
me decís de la gente que observa una pelea de box! ¡Qué criminales!
Juan: O una corrida de toros. O la riña de gallos, o de
perros, como se ha comenzado a dar ahora.
Enrique: ¿Y qué me decís del kick boxing, el boxeo
tailandés, que se ha popularizado tanto recientemente en nuestros países? La
gente quiere ver sangre. Al menos, eso grita el público en esos combates.
Bueno…, pero así somos, un poco -¿bastante?- crueles, despiadados. También
puede pasar en la izquierda.
Juan: Con el comunismo eso no debería suceder más. Allí,
así se dijo siempre, estaríamos en el primado de la solidaridad. Pero… ¿nos lo
podemos creer así de simplemente?
Enrique: Creo que toda el agua corrida bajo el puente, y con
lo que nos viene del psicoanálisis en muy buena medida, si somos verdaderamente
autocríticos tendríamos que abrir una pregunta.
Juan: En eso estamos totalmente de acuerdo, compañero.
Hay que ir más allá del egoísmo, de esa ética simplista, ramplona,
tremendamente pobre de ser más que el otro porque uno tiene más dinero, un
vehículo de lujo, o muchos vehículos de lujo. Eso es tremendamente pobre.
Enrique: Por supuesto. La cuestión estriba en la dificultad
de construir esa creatura nueva. El “hombre nuevo” como la llamó el Che.
Juan: Exacto. Pero… ¡uy!, qué complicación esa. ¿Hombre
nuevo?
Enrique: Sí, bien complicado. Al menos, siendo
consecuentemente guevarista, siendo comunistas en el más cabal sentido de la
palabra, podemos tener la esperanza de ir construyendo ese nuevo engendro.
Juan: El mismo Che lo decía: “El comunismo es un
fenómeno de conciencia y hay que desarrollar esa conciencia en el hombre, de
donde la educación individual y colectiva para el comunismo es una parte
consustancial a él”. Dicho así, aunque sepamos de las tremendas
dificultades en juego, podemos albergar esperanzas.
Enrique: ¡Por supuesto! Aunque las cosas son algo más
complicadas que como las pensó Guevara, su intuición es correcta: hay que
educar para algo nuevo. Pero… ¡complicado!, ¿no?
Juan: ¡Tremendamente complicado! Freud, a su modo,
también dijo algo parecido. Aunque parezca mentira, Freud no veía con malos
ojos la Revolución Bolchevique de 1917. Muchos lo toman por un viejo
pequeño-burgués conservador, pero su posición era realmente de avanzada. Era
subversivo, ayudó a construir una ética subversiva, totalmente novedosa.
Enrique: Es cierto. Por allí hay una carta suya, o una
conferencia, no recuerdo bien, donde dice que una revolución de tamaña magnitud
como la socialista puede empezar a educar-formar a la gente de una nueva
manera, con otros principios, con otra ética, y eso puede dar como resultado un
nuevo sujeto, no tan lleno de conflictos como el actual.
Juan: O sea que todo depende de cómo nos construimos,
cómo entramos a la civilización, para no decir simplemente “cómo nos educamos”.
Enrique: ¡Cabal! ¡Exactamente! Pero para eso se necesita
toda una sociedad nueva. Es decir: ¿qué es primero: el huevo o la gallina? ¿Una
sociedad nueva o un hombre nuevo? Seguramente una sociedad, una matriz que nos
vaya haciendo distintos. Una sociedad que nos prepare para algo distinto del
egoísmo consustancial que tenemos.
Juan: Es difícil la apuesta, ¿verdad?
Enrique: Dificilísima. Pero la puerta está abierta. Por
supuesto que una sociedad nueva debe tener una nueva ética. Por eso creo que el
psicoanálisis, además del marxismo más riguroso, nos puede ir preparando para
esa nueva escala de valores.
Juan: Te voy a decir algo que no me atrevo a decir en
público, porque para los marxistas es casi sacrílego, blasfemo.
Enrique: Intuyo por dónde vas, porque más de alguna vez lo
hablamos, sin profundizarlo demasiado. Y creo que compartimos. Dale, atrevete
sin vergüenza, que no soy el Comité de Censura. Aquí no hay hogueras del Santo
Oficio de la Inquisición ni Torquemadas.
Juan: Con tu chiste lo dijiste todo. En las primeras
experiencias socialistas: la rusa, la china, la cubana, siguió habiendo Comités
de Censura -¿hogueras inquisitorias?-. Quizá no hay otro modo, es un momento
imprescindible. De ahí que Marx hablara de una dictadura del proletariado. Se
entiende el concepto, ¿no? No es una dictadura: es un momento donde los hasta
ayer desposeídos, explotados y reprimidos, ahora son clase dominante, son
poder. Y se imponen. Se imponen a sangre y fuego, como no hay otra manera de
imponerse. El poder no puede ser horizontal: es impositivo. El que manda,
¡manda!
Enrique: Y si se equivoca…
Juan: ¡Vuelve a mandar!, como reza el dicho popular.
Complicado esto, ¿verdad? ¿Y qué hay de esto del poder popular, de un poder
compartido horizontalmente? Creo que da para una larga discusión. Pero no solo
por el gusto intelectualoide de teorizar en abstracto.
Enrique: ¡No, por supuesto! Estamos ante uno de los grandes
desafíos que nos plantea el socialismo, ese nuevo mundo que queremos construir,
para llegar al comunismo, esa fase superior donde no habría diferencias
sociales.
Juan: ¿Habrá juegos de poder ahí? ¿Será cierto que ya no
necesitaremos un Estado? Es decir: normas, coacciones, leyes que organicen la
vida.
Enrique: ¡Uy… qué complicado! Lo que ahora vemos nos abre
preguntas. No digamos desesperanzas, pero sí dudas.
Juan: No, claro: no seamos pesimistas. En todo caso,
digamos dudas. Porque la experiencia de los primeros experimentos socialistas
nos confronta con estos problemas de la construcción del poder popular, de una
nueva ética, de un mundo absolutamente novedoso.
Enrique: Por supuesto, te entiendo. Y comparto esas dudas.
Pero, ¿cómo ves eso de la creación del hombre nuevo?
Juan: Ahí está el problema. ¡Tremendo problema! Hay que
forjar una sociedad nueva, pero la materia prima con que se hace es esto que
somos nosotros, eso que Voltaire describía casi con mofa. O con resignación.
Con ese material hay que construir algo nuevo. Ahí estriba la dificultad.
Enrique: Bueno… es así. Lo digo yo por vos, no te preocupes:
crear ese hombre nuevo no es un puro acto de voluntad. “Cesen los egoísmos,
cesen los hegemonismos, cesen la insensibilidad, la irresponsabilidad y el
engaño”, pedía Fidel Castro. Está muy bien, pero…. ¿cómo lograrlo?
Juan: No hay dudas que hablamos el mismo lenguaje. Estás
diciendo lo que pienso: un puro acto de voluntad no alcanza. La mismísima
mística guevarista tiene algo de engañoso. Sin dudas esa fuerza moral que tenía
este argentino, asmático para más dato, era fabulosa. Con asma, o a pesar del
asma, se fue a pelear a la montaña. ¡Espectacular, digno de admiración!...,
pero la gente común, la gente de a pie, que es la gente que un día sale a la
calle, se organiza y poniendo el pecho hace la revolución, la gente no puede
ser como ese ícono idealizado que fue el Che.
Enrique: Tenés razón: lamentablemente la gente no es así. Yo
no soy así, ni lo pretendo. En mis mocedades, como todos los de mi generación
en aquel entonces, nos sentíamos guiados por esa mística militante. El ejemplo
de Guevara era fabuloso: “Si no hay café para todos, no hay café para nadie”,
como dicen que dijo.
Juan: Seamos sinceros, con una crítica eminentemente
constructiva, realmente comunista, pretendiendo ver cómo son las cosas, y no
como uno querría que fueran: la gente real no es así, ni puede ser así.
Enrique: Ahí está la clave: ¡no puede ser así! Aunque se
desee, aunque se ponga como máxima, aunque aparezca una persona con la fuerza
moral de Guevara, o de Castro, o de Chávez, que trabajaba 20 horas por día y
hacía reuniones con sus ministros a las dos de la mañana, la gente común, ¿la
gente “normal” podríamos decir?, no es así.
Juan: Ni puede serlo. ¿Por qué vamos a trabajar a las dos
de la mañana? ¿No es para dormir esa hora? Yo soy un vulgar normal que duerme
de noche.
Enrique: Alguna vez dicen que apareció una pintada callejera
durante la Guerra Civil Española que expresaba: “Los pueblos no son revolucionarios,
pero a veces se ponen revolucionarios”.
Juan: Es así, mi amigo. ¡Es así! La gente, la gente común
que habita el planeta y sobrevive como va pudiendo, no vive haciendo la
revolución. A veces, eso sí, puede explotar, salir a la calle, ponerle el pecho
a las balas. Y ahí se dan esos momentos fabulosos, luminosos, fuera de la común
cotidianeidad, a lo que llamamos revolución.
Enrique: Exacto. Son momentos especiales, únicos, que se dan
muy pocas veces en la historia, que rompen la rutina. Son fenómenos masivos,
cuando la conciencia social madura, y cuando hay una vanguardia que orienta la
lucha.
Juan: ¿Es necesaria la vanguardia?
Enrique: Parece que sí, ¿verdad? Si no, la masa se exaspera,
rompe todo, incendia el país, pero no hay un proyecto político claro que marque
el camino. Si no hay conducción, la furia no pasa de un estallido inconducente.
¡Por supuesto que es necesaria la vanguardia! Miremos lo que pasó en estos
meses del 2019 en tantos partes: una bronca visceral de las poblaciones -porque
sin dudas ya no se aguantan más las políticas neoliberales-, pero de la masiva
protesta espontánea no se pasa. ¡Claro que es necesaria una dirección para la
lucha!
Juan: Lo comparto. Y podríamos agregar: también se
necesitan algunas personas, seguramente como estos grandes conductores: Lenin,
Mao, Ho Chi Ming, Castro, Guevara, que pueden vivir para la revolución, todo el
tiempo, con una voluntad de acero, sin descansar un minuto. Pero esa no es la
experiencia del sujeto común. Yo duermo a las dos de la madrugada, tengo
miedos, no me sale eso de irme de país en país trabajando para la revolución.
Enrique: De ahí la dificultad, o… no sabría que palabra
usar… la ¿inconveniencia?, lo ¿no pertinente?, o quizá, más exactamente: la
imposibilidad, más allá de buenas intenciones, de pedir que la gente común sea
como esas figuras ejemplares.
Juan: ¿Cómo construir la sociedad nueva entonces?
Tremenda dificultad, ¿verdad?
Enrique: Se necesitarían infinitos Guevaras, infinitos
Lenines, infinitos Maos para forjar algo nuevo. Pero es imposible. Hay que
partir de lo que se tiene. ¿Y qué se tiene? Gente común, es decir:
conservadora, asustada, con una cuota, fuerte cuota a veces, de oportunismo.
Gente que no es revolucionaria, sino que, a veces, puede ponerse así. Gente que
un día, tal vez como reacción visceral y no por ideología, puede salir a
protestar, como hemos visto recientemente.
Juan: Quizá cuando las condiciones materiales se ponen
insostenibles, cuando el hambre arrecia demasiado, cuando todo oprime en forma
insoportable. Cuando lo único que se tiene por perder son sus cadenas, como
decía el Manifiesto hacia el final.
Enrique: Sí, así parece. La experiencia muestra que los
estallidos revolucionarios se dieron siempre en lugares pobres, donde las
poblaciones pasaban penurias indecibles, sojuzgados, explotados de forma
inmisericorde. Los países más desarrollados industrialmente, contrariamente a
lo que podían pensar Marx y Engels en el siglo XIX, tienen las clases
trabajadoras más conservadoras.
Juan: Incluso, hay que reconocerlo, aprovechándose de su
situación de centros imperiales, usufructuando indirectamente la explotación
que su clase dominante realiza en el resto del mundo.
Enrique: Sí, claro. Es así. Por eso mismo, hay que
preguntarse sobre cómo desarrollar, cómo fomentar la solidaridad. Solidaridad
de clase, para ser más precisos.
Juan: Parece que solita no sale. Hay que fomentarla,
trabajarla. ¿Para eso la necesidad de una vanguardia? Hoy día asusta esa
palabra, por los excesos vanguardistas que hemos conocido; pero no caben dudas
que se necesita alguien que oriente la lucha, el descontento. Si no, nos
quedamos en el espontaneísmo, y punto.
Enrique: La cuestión que me inquieta, creo que a vos
también, es eso que decía el Comandante Fidel: “Cesen los egoísmos, cesen
los hegemonismos, cesen la insensibilidad, la irresponsabilidad y el engaño”.
Está muy bien pedirlo, exigirlo si se quiere. Pero vemos lo difícil,
tremendamente difícil de lograrlo apelando a la buena voluntad.
Juan: Si incluso en la izquierda, en los más connotados
militantes de izquierda, muchas veces se ven esas cosas: egoísmos,
protagonismos, mentiras. ¿No es lo más humano que hay todo eso acaso?
Enrique: ¡Por supuesto! El ser humano es el único animal que
miente. Eso nos caracteriza… entre otras cosas. Si hay animales que pueden
tener conductas que, antropomórficamente, podemos llamar “engañosas”, eso
responde a puros mecanismos instintivos de sobrevivencia: el camaleón que se
mimetiza, por ejemplo.
Juan: ¿Cuándo un macho de una especie se “disfrazaría” de
hembra?, por ejemplo.
Enrique: Exacto: el travestismo. ¿Te imaginás un elefante
macho travestido de elefanta? ¿Un toro travestido de vaca? ¡Imposible! Esas son
opciones humanas solamente. Somos los únicos bichos que mentimos, que hacemos
chistes, que engañamos. Es más: los únicos que desplegamos estos juegos de
poder, de diferencias sociales. ¿A qué animal se le ocurriría que es “más”, que
es “superior” que otro de su misma especie porque tiene un Lamborghini, o un
Rolex de oro?
Juan: Por tanto, pedir que ¿por decreto? cesen los
egoísmos y protagonismos es pedir un imposible. Que cese la mentira… ¿cómo
hacerlo? En todo caso, sabiendo que esas características son las distintivas
del fenómeno humano, sabiendo que ese es el material del que estamos hechos, la
cuestión es cómo construir un edificio nuevo con ese material.
Enrique: El microcosmos revela el macrocosmos, decía no sé
quién. Es decir: el todo es una suma de las pequeñas células que lo componen;
si la célula tiene tales características, la sumatoria de todas ellas dará algo
similar, en todo caso, más grande.
Juan: Bueno…, pero también se dice que el todo es algo
más que la suma de las partes. La gente de esta corriente psicológica que se
llama Gestalttheorie lo decía, ¿no? O sea que se puede construir algo
nuevo que supere cualitativamente a sus partes elementales, a sus átomos. Dicho
de otro modo: pese a que somos eso: unos mentirosos, conservadores, egoístas e
irresponsables, podemos edificar una sociedad nueva. ¿Cómo? Educando, entre
otras cosas.
Enrique: Sí, educando, sin dudas. Y poniendo leyes, nuevas
normativas. Creo que así hay que entender eso de la dictadura del proletariado:
no es una “dictadura” como la de Franco, o la de Pinochet o Idi Amín. Es una
estructura nueva que fuerza a encausarse en nuevos moldes. Y es dictadura
porque impone, no tengamos miedo a decirlo así: ¡impone! un nuevo orden.
Juan: Es la única manera de forjar algo nuevo. La
apelación a la buena voluntad, lamentablemente, queda corta. “¡Tenemos que ser
unos revolucionarios inquebrantables!”, se podría parafrasear lo que diría
cualquiera de estos dirigentes inquebrantables.
Enrique: ¿Inquebrantables? Pero… ¿es eso posible? Porque
todo el mundo hace agua por algún lado. En todo caso, ahí debe ponerse el
acento. No hay “inquebrantables”. Ni podemos esperar inquebrantables, porque
eso encierra una mentira. Ahí, justamente, está el engaño, el egoísmo. Por
ejemplo: el Che Guevara es una figura icónica, intocable. Es el ejemplo mismo
de revolucionario. Como vez pasada dijo alguien: “el revolucionario más grande
de la historia”. ¿Puede haber un revolucionario “más grande de la historia”?
Eso suena a “sos la cosita más linda del mundo”.
Juan: Claro: una madre se lo puede creer para sí misma.
Mejor dicho: se lo cree, definitivamente, y lo transmite a su vástago. Y ese
bebé crece creído de esa mentira…. Porque no hay “la cosita más linda del
mundo”. ¿Quién podría decidir eso? Del mismo modo: no hay el “revolucionario
más grande del mundo, o de la historia”.
Enrique: Si nos ponemos realmente críticos en esto, críticos
en el sentido más originario y correcto de la palabra “crítica”, como en
“Crítica de la economía política”, que así se llama “El Capital”; si nos
ponemos realmente críticos, es decir: haciendo un minucioso, exhaustivo,
sistemático análisis de las cosas, si queremos alejarnos verdaderamente del
engaño, deberíamos decir que en todo podemos encontrar la falla, la fisura por
donde se hace agua.
Juan: “Crítica radical de todo lo existente”,
pedía Marx.
Enrique: Si lo tomamos al pie de la letra, deberíamos
desconfiar de todo, y más aún en estas cuestiones morales. Pedir ser un
“revolucionario inquebrantable” tiene algo de engaño. El Che, con todo respeto
lo digo, era un “revolucionario inquebrantable”, pero al mismo tiempo un padre
abandonito, un padre ausente. La gente común, conservadora y miedosa como somos
todos, no se va a otro continente, no se va de país en país a “hacer la
revolución”.
Juan: “Sos la cosita más linda del mundo”… Sí,
efectivamente: parece que ahí resuena esa fantasía. La revolución es algo
distinto a una buena voluntad. No hay “cositas más lindas del mundo”, ni
“revolucionarios más grandes del mundo”.
Enrique: Esa mística, religiosa en alguna medida, es
fascinante. Seduce, hipnotiza.
Juan: ¿Y a quién no le gusta, no le atrae algo que te
hechiza, que te fascina?
Enrique: Por supuesto… Pero la realidad muestra, brutalmente
en general, que pedir, mucho menos exigir, un “revolucionario inquebrantable”
no lleva a ningún lado. Es lindo creérselo, pero hay que darle alguna vuelta
más al asunto.
Juan: ¿Y cómo se hace un “revolucionario inquebrantable”?
Es más: ¿hay garantías para fabricarlo?
Enrique: Parece que no… Cierta vez escuché a unas feministas
hacer una crítica de la idea de “Hombre nuevo”. ¿Sabés qué decían?
Juan: ¿Qué decían?
Enrique: Que hablar de “Hombre nuevo” es una repetición del
machismo, porque se pone al “hombre” como sinónimo de “humanidad”. Y eso es una
arrogancia patriarcal.
Juan: Puede ser, quizá, una exageración. Puede ser
discutible, y con esto no estoy diciendo que en la izquierda no seamos a veces
más machistas que el peor machista, aunque entiendo por dónde querés ir: todos
hacemos agua, todos y todas podemos tener, sin saberlo, sin haber tomado
conciencia, conductas tremendamente machistas, o racistas, o autoritarias;
todos somos pasibles de ser escudriñados críticamente. No hay “cositas más
lindas del mundo”. De todos modos, mi compa, hay que hacer la revolución, porque
esto así, ya no se aguanta más.
Enrique: Ahí está la tremenda dificultad: ¡por supuesto que
hay que hacerla! Pero… ¿cómo? O mejor dicho: una vez tomado el poder, lo cual
ya es dificilísimo, ¿cómo se construye eso nuevo, esa materia humana nueva, esa
ética nueva?
Juan: Tenemos dos dificultades: por un lado, cambiar las
correlaciones de fuerza, lograr vencer a la clase dominante. Eso es una tarea
titánica, sin dudas.
Enrique: Así es: cada vez se hace más difícil, porque el
poder de la clase dominante hoy día es apabullante. Pareciera controlar todos
los rincones del mundo, del quehacer humano, de nuestras conciencias incluso.
Ya no sólo es el control policíaco-militar sino el poder ideológico, el manejo
cultural. Tiene un poder de control verdaderamente descomunal. De eso estamos
claros. Pero supuesto el caso que se lograra vencerla -lo cual abre la
interrogante si es posible una revolución socialista en un solo país hoy día-,
ahí viene la otra dificultad, tal vez más monumental: ¿cómo cambiarnos nosotros
mismos? ¿Cómo ir generando una nueva ideología, una nueva ética, nueva cultura?
Juan: Creo que aquí hay que citar a Antonio Machado, ¿no?
Enrique: Es cierto: “Caminante no hay camino, se hace
camino al andar”. Habrá que ir haciendo sobre la marcha, corrigiendo,
siendo autocríticos y construyendo lo mejor que nos vaya saliendo. Así se
edificará lo nuevo, no hay otra manera.
Juan: Comparto, compañero. Probando, metiendo la pata
quizá, corrigiendo… Una ética donde nadie sienta que vale más que otro. Porque
eso, de momento, está muy en pañales. Un Estado revolucionario, el día que se
alcance, deberá velar “dictatorialmente” para generar ese “ser humano nuevo”.
Enrique: Me gusta esa denominación: “ser humano nuevo”. No
“hombre” sino “ser humano”. Es obvio que todos, absolutamente todas y todos,
tenemos cargas machistas, racistas, clasistas, sexistas y todos los “istas” que
se te ocurra.
Juan: No puede ser de otro modo, ¿no?
Enrique: No, claro. Por eso es tan difícil lograr que
triunfe una revolución socialista, porque es ir contra el peso de la historia.
Enrique: Y cada vez más el desarrollo portentoso de las
fuerzas productivas acerca a la revolución, en tanto choca con las relaciones
sociales de producción, como dirían los clásicos, pero al mismo tiempo cada vez
más ese desarrollo científico-técnico sirve para hacer más lejana la
transformación. Marx veía, se podría decir, “inevitable” el fin del
capitalismo. Pero como van las cosas, parece que el sistema sabe alejar cada
vez más ese final.
Juan: Si no te entiendo mal: el fabuloso desarrollo
tecnológico ¿dirías que es un freno para la revolución?
Enrique: Por lo que vamos viendo: sí. Ese desarrollo de las
fuerzas productivas, como llamaba Marx, abre la posibilidad de una profunda
transformación social. Ese es el principio del materialismo histórico, de ahí
que se esperaba que las primeras revoluciones socialistas se dieran en los
países más industrializados, los europeos para el caso. “Al llegar a una
determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la
sociedad chocan con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más
que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de
las cuales se han desenvuelto hasta allí”, decía Marx en el Prólogo a la
Contribución a la Crítica de la economía política, en 1859. “De
formas de desarrollo de las fuerzas productivas estas relaciones se convierten
en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social”.
Juan: Está clarísimo. Ahora bien, es cierto las primeras
revoluciones socialistas se dieron en los países menos industrializados, más
pobres, rurales, semi-feudales. ¿Qué nos puede hacer pensar eso: que estaba
equivocado Marx? No, de ninguna manera.
Enrique: ¡Claro que no estaba equivocado! Si hubiera error
en esa formulación, la derecha no estaría tan enconada contra el marxismo, no
se perseguiría a militantes comunistas, no le tendría terror a la organización
de los trabajadores.
Juan: ¡¡Y lo tienen!! ¡Vaya si lo tienen! La lucha de
clases tiene lugar continuamente, día a día, minuto a minuto. Una lucha
encarnizada.
Enrique: Yo no sé cómo se puede haber formulado la suprema
tontería esa de “fin de la historia y de las ideologías”.
Juan: Bueno, eso es justamente una expresión de esa
lucha, que está siempre al rojo vivo.
Enrique: Como dijo el argentino Néstor Kohan: “Curioso
cadáver el del marxismo, que hay que estar enterrándolo continuamente.” A
los muertos se les entierra solo una vez, ¿no?
Juan: Exacto. El materialismo histórico desnuda verdades
inobjetables. Digámoslo sintéticamente: la riqueza social la producen los
trabajadores, y la clase dominante, dueña de los medios de producción
(industria, tierra, dinero) explota a quien trabaja. De ahí viene su riqueza.
¡Punto! Eso no tiene apelación. Pero hay cosas dentro de la formulación de
Marx, genial y profundísima formulación, por cierto, que deberían ser revisadas
a la luz de lo acontecido.
Enrique: Pensamos igual, compañero. Creo lo mismo, y eso no
es una crítica destructiva, malintencionada, con odio de clase, con
aborrecimiento ideológico.
Juan: Pero… ¿a qué te referías con eso del desarrollo de
las fuerzas productivas como freno a la revolución?
Enrique: Es que el capitalismo como sistema, con muchos años
que tiene ya de desenvolvimiento, digamos desde el siglo XIII, allá en el norte
de Europa con la Liga Hanseática, con siete centurias de crecimiento, ha
acumulado muchísimo. Acumuló riqueza, experiencia, saber, y mañas, muchas
mañas. Se resiste a caer.
Juan: Es cierto que no da para más. Pero no cae. Al
contrario: con las políticas neoliberales que vienen dándose en estos últimos
cincuenta años, parece haber tomado un nuevo auge. Estas iniciativas,
teóricamente formuladas por economistas de ultra derecha como Milton Friedman,
inspirado en gente como von Hayek o von Mises, en realidad son la arquitectura
global para el mundo que impulsan los grandes capitales.
Enrique: Los grandes banqueros: Rockefeller, Rotschild,
Morgan, Lehman, Merryll Lynch. O mejor dicho: los grandes bancos, que son
sociedades anónimas sin dueños claramente identificables, donde ya no hay
personajes visibles como evocaba aquella caricatura de Disney de “El Tío
Patilludo”, donde hay un entrecruzamiento fabuloso de capitales sin patria, que
lo único que buscan es el lucro seguro y rápido… Sí, exacto. Esos megacapitales
son los que fijan la marcha del mundo.
Juan: Muchos de ellos son de origen judío. Pero creo que
hay romper de una buena vez eso de que los judíos manejan el mundo. Son esos
grandes, monumentalmente grandes, monstruosos megacapitales los verdaderos
dueños, y, como decía Marx: “el capital no tiene patria”. Estados Unidos
detenta la mayor cantidad de archimillonarios, pero esos capitales están en
movimiento todo el tiempo, no tienen sentimientos patrióticos. Si conviene
cerrar las fábricas de automóviles en Detroit y producir en cualquier punto del
Sur donde la mano de obra es más barata, Detroit se convierte en una ciudad
fantasma y punto. Y ningún capitalista llora por eso. Lo que sí es cierto es que
esos capitales parece que han logrado postrar como nunca a la gran masa
trabajadora mundial. Fijate que en estos años hemos perdido derechos básicos
conseguidos con grandes luchas. Hoy día mantener un trabajo fijo te lo hacen
sentir ya como una gran ganancia, un lujo que se debe mantener. Nos dicen
“colaboradores” y no “trabajadores”.
Enrique: ¡Qué retroceso! Pero… bueno: de eso se trata el
neoliberalismo. Es un capitalismo sin anestesia que nos hizo retroceder décadas
y décadas.
Juan: Años atrás se quemaban banderas yanquis. Hoy se
esperan sus inversiones, porque “crean fuentes de trabajo”. ¡Nos han golpeado
duro, camarada!
Enrique: Se lo piensan bien, sin dudas. Y es ahí donde se ve
el tema del desarrollo científico-técnico. El avance portentoso, monumental de
la capacidad tecnológica humana se usa, cada vez más, para mantener el sistema,
para hacer más difícil su cambio.
Juan: Es cierto: hoy los niveles de control son
increíblemente enormes. Desde los satélites geoestacionarios nos observan, nos
tienen controladitos, saben por dónde vamos. Cada vez se hace más difícil
organizarse. El poder de estos gigantes es monumental: poder económico,
político, científico, ideológico. Antes que pensemos, ya saben lo que vamos a
pensar. ¡Es terrible!
Enrique: Por eso han logrado domesticarnos de tal modo. Hoy
día un trabajador -porque somos eso, y no “colaboradores”-, un trabajador debe
cuidar su puesto de trabajo como joya. Está prohibido organizarse, prohibido
pensar, prohibido disentir. Lo curioso es que no necesitan una dictadura
sangrienta para imponerse. ¡Lo hacen con tecnología! ¿Queda claro lo que decía
del desarrollo de las fuerzas productivas? La investigación científica y su
aplicación práctica: la tecnología, en vez de servir para liberarnos, sirve a
los grandes capitales para oprimirnos cada vez más.
Juan: ¡Cabal! Y hasta gozosos nos hacen sentir. Tenemos
teléfonos celulares inteligentes, por ejemplo, que sirven básicamente para
alejarnos en vez de unirnos. Sin dudas, Enrique: el poder de dominación parece
absoluto. “Parece”, dije. Porque no lo es.
Enrique: Es cierto: nada hay absoluto. Pero, hoy por hoy,
falta claridad en las alternativas. Décadas atrás parecía que nos íbamos a
comer el mundo. La revolución estaba a la vuelta de la equina. Todos los
creíamos. ¡Y no éramos unos tontos por creerlo! La realidad mostraba avances en
el proceso de emancipación humana.
Juan: Por supuesto. Para la década de los sesenta del
siglo pasado teníamos movimientos sociales de avanzada por todos lados, sindicatos
que todavía defendían realmente a la clase trabajadora, guerrillas bien
organizadas, una mística guevarista que nos marcaba el camino, liberación
femenina en auge, liberación sexual, el Mayo Francés como una bandera. ¡Hasta
la Iglesia católica tenía su vena transformadora, con la Teología de la
Liberación! Es cierto: la revolución parecía cercana. “No un Vietnam sino
varios Vietnam”, podíamos decir evocando al Che.
Enrique: Pero lo supieron parar. Los actuales planes
neoliberales, que no son solo un proyecto económico sino una acabada estrategia
política, lo lograron. Nos postraron, nos desarmaron.
Juan: Bueno, pero no está dicha la última palabra.
Ganaron este round de la pelea, pero la pelea no terminó. Digamos que nos han
detenido, nos han contenido, pero la historia sigue.
Enrique: Claro, es cierto: como marxistas sabemos que las
luchas de clase dinamizan la historia. Eso fue así, es así, y sin dudas seguirá
siéndolo. Pero es ahí donde me agarran las dudas. ¡No para dejar de ser un
marxista consumado! Creo que ni a vos ni a mí nos pasa eso ya a esta altura de
la vida. Me agarran dudas, sin embargo, de cómo va a seguir esto.
Juan: Yo también tengo esas dudas, mi hermano. Por
supuesto, sigo apoyando totalmente la revolución socialista, sigo trabajando
para eso, dando el granito de arena que pueda. Pero igual que vos, tengo dudas.
Dudas razonables, claro, pero a veces me entra la desesperación viendo cómo
están las cosas.
Enrique: Están difíciles, por supuesto. Mucho más de lo que
hubiéramos imaginado en nuestra juventud.
Juan: De todos modos, ninguno de los dos se rinde ni se
quiebra. Y como nosotros, lo sabemos, hay infinidad de militantes que dan su
vida por la causa. Pero… ¡es cierto! Hoy no se puede asegurar con la confianza
que lo hacíamos antes, que la revolución ya llega.
Enrique: Lamentablemente no. Era hermoso, heroico, fabuloso
sentir que ya ganábamos. Eran los tiempos que corrían años atrás. Pero estos
cabrones con sus planes neoliberales…
Juan: Mal llamados neoliberales. ¡Capitalismo puro y
duro! Capitalismo sin anestesia. ¡¡Dejémosle de decir “neoliberalismo”!!
Enrique: Tenés toda la razón: es un eufemismo llamarlo así.
Es un capitalismo atroz, igual que el de la Revolución Industrial, despiadado,
que manda a pasear los planes de capitalismo suave de John Keynes. Ahora es
mercado o mercado, empresa privada ¡o empresa privada!
Juan: Cabal. “No hay alternativa”, llegó a decir
Margaret Thatcher, la Dama de Hierro. O se alinean, o se alinean. ¡Y lo
lograron estos malditos! Esta cabrona, en una demostración de fuerza, le logró
quebrar el brazo a los mineros en una huelga histórica que duró casi un año. El
capitalismo actual está más desaforado que nunca, porque vio que en la primera
mitad del siglo XX había perdido mucho terreno.
Enrique: Por eso entran las dudas, ante esta avanzada
fabulosa del capital, de su ideología, del manejo descomunal que puede hacer de
nuestras conciencias. ¿Qué sigue ahora? Como van las cosas, parece que los
grandes, los monstruos enormes que manejan el mundo -me refiero a los
megacapitales de los bancos capitalistas, excluyamos aquí a los bancos chinos,
que actualmente comienzan a ser los más grandes-, bancos como el JPMorgan Chase
& Co., el Bank of America, o el Wells Fargo & Co., o el Citigroup Inc.,
o el francés Crédit Agricole, el británico HSBC Holdings PLC, o el japonés
Mitsubishi UFJ Financial Group o el germano Deutsche Bank, esa gente que lo
tiene todo, que puede todo-, esos monstruos tienen claro para dónde van.
Juan: Lo tienen claro, porque ellos son los que trazan la
marcha del mundo. ¡Así de simple! Esos bancos, esos capitales, mejor dicho, que
duplican sus ganancias de un día para otro con algún manejo financiero, manejan
todo: son los dueños del paquete accionario de muchas empresas productivas
(¿quién es hoy el dueño de la Mitsubishi, de la Coca-Cola, de la Shell, de la
Texaco o de la Fiat?), propietarios de los medios de comunicación, de los
servidores que alimentan el internet, de los satélites geoestacionarios que
permiten que estemos conectados todos el tiempo… En fin, el entramado
capitalista es una urdimbre cada vez más compleja de descubrir, y con un poder
impresionante.
Enrique: Por supuesto. Y estos planes que implementaron, con
el achicamiento de los Estados y el retroceso bestial de nuestros derechos
adquiridos como trabajadores, con todo eso nos dejaron medio knock out.
Juan: ¿Medio? Yo diría que más bien entero. Entero… ¡y
hasta más!
Enrique: Sí, claro… Es una forma de decir. Nos mandaron a la
lona. Y de momento no se ve bien cómo y cuándo nos vamos a recuperar. Perdimos
la iniciativa.
Juan: Y el que pega primero, pega dos veces, para seguir
con la metáfora boxística. Estamos aturdidos todavía, mi amigo.
Enrique: Podemos apelar a la esperanza -que es lo último que
se pierde, dicen…, ¿no?- y pensar que ya nos levantaremos, que la clase
trabajadora mundial irá reaccionando.
Juan: Claro, por supuesto. De ningún modo hay que ser
agoreros, fatalistas. Y sí: la teoría nos indica que la lucha de clases ahí
sigue, moviendo la historia. ¿Para qué se defendería tanto la clase dominante
si no fuera porque tiene terror que un día el pobrerío abra los ojos? Se
defiende a muerte, cada vez más. Como escuché por ahí: el amo tiembla
aterrorizado delante del esclavo porque sabe que, irremediablemente, tiene sus
días contados. Es lindo pensarlo así, pero la realidad nos muestra que el amo,
hoy por hoy, se siente demasiado seguro. En realidad: nos lleva la delantera.
Si tiembla porque puede llegar a perder sus privilegios, sabe defenderse muy
bien y ponérnosla muy, pero muy difícil.
Enrique: Hasta incluso -creo que una vez lo comentamos- esa
clase dirigente global puede tener planes ya hechos para abandonar el planeta e
irse a vivir en algún paraíso artificial.
Juan: Claro. ¿Por qué no? Eso es absolutamente lógico. Y
dejarían que aquí nos matemos los que quedamos, con contaminación insoportable,
guerras fabulosas, energía nuclear, sequías, falta de recursos para sobrevivir.
En fin… un apocalipsis. Y los que “se salvan”, estarían viviendo en un
asteroide en un paraíso artificial.
Enrique: Exacto. ¿Por qué no? La predicción marxista de que
vamos inexorablemente hacia una futura sociedad sin clases…, no sé. Se abren
las dudas, ¿verdad?
Juan: Sí, es así… El sistema tiene mucho, muchísimo que
perder. Por eso lo cuidan tanto. Bueno, en realidad: los dueños del sistema lo
cuidan. Y pueden hacer cualquier cosa para no perder sus privilegios. Eso de
instalarse en un supuesto paraíso fuera del planeta Tierra, aunque suene a
desopilante ciencia-ficción, creo que no es para tomarlo a la ligera.
Enrique: No, de ninguna manera. Queda la duda de qué sería
eso: ¿un paraíso bucólico sin conflictos? ¿Una isla de bienestar? ¿Una
superación del capitalismo? Claro que sí: suena raro, porque… ¿quién produciría?
¿Quién trabajaría entonces? ¿Todo automatizado, puros robots? Pero, ¿quién los
construiría, quién los programaría?
Juan: Por supuesto que no pasa de la pura especulación,
cercana a la ciencia-ficción. Pero creo que debemos pensar en la marcha de los acontecimientos
y ver cómo la clase dirigente, la actual oligarquía financiero-industrial
global, piensa seguir administrando su riqueza.
Enrique: Comparto tu duda, y sin dudas hay que pensar esas
cosas. ¿Para dónde va el mundo? ¿Es inevitable el paso al socialismo? Lo que
también creo que nos faltan en este momento son referentes. No digo que el
materialismo histórico como método de análisis de la realidad no sirva. Sucede
que ante estos cambios que se han venido dando con el llamado neoliberalismo en
estos últimos tiempos, han cambiado mucho el panorama. Lo que parecía una
revolución inminente, se esfumó. Y hoy día la gente está cada vez más
enfrascada en su supervivencia, en ver si tiene trabajo, en cuidar a muerte el
puesto de trabajo que consigue. Los sindicatos, por ejemplo, quedaron en la
historia…
Juan: Es cierto: toda la protesta social se silenció.
Aunque… bueno: no toda. Siempre hay resistencia.
Enrique: Sí, es cierto. Sigue habiendo resistencia. Y eso es
lo que entusiasma. Pero veo que el control que los poderosos ejercen en el
mundo -me refiero a esos megacapitales que recién mencionábamos-, el poder
titánico que tienen, está difícil de arrebatárselos. Estados Unidos, no sé si
lo sabías, es el único país del globo que puede vetar una medida del Fondo
Monetario Internacional o del Banco Mundial. Dicho claramente: controlan el
mundo.
Juan: Ahora ya no tanto, porque Rusia y China le hacen
sombra.
Enrique: Pero… ¿pasaremos de un imperio a otro? La pregunta
está abierta.
Juan: Aunque, para ser estrictos, China, con su
portentoso desarrollo “capitalista”, no se comporta como imperialismo. Al
menos, no actúa como los imperialismos capitalistas que conocemos: antes las
potencias europeas, ahora Estados Unidos.
Enrique: ¡Definitivamente! China, como se dice, “se está
comiendo el mundo”, pero no ha disparado un solo tiro, no invadió ningún país,
no tiene bases militares en ningún punto fuera de sus fronteras.
Juan: Sin dudas, es incierto aún su papel. ¿Qué
significará esa famosa Nueva Ruta de la Seda? ¿Es ese el actual camino al
comunismo?
Enrique: No está claro aún. Lo que sí sabemos, lo que sí es
evidente, es que las cosas no fueron exactamente por el camino que pensaron los
clásicos. Aunque Marx, ya en su senectud, veía en Rusia, la atrasada y feudal
Rusia zarista, un foco importante, una posible futura sublevación. De hecho, ya
de grande se puso a estudiar ruso para darle seguimiento a los acontecimientos
de ese país.
Juan: Es cierto: las cosas son muy complejas. No hay
profecías a la vista. No es cierto que un proletariado industrial urbano,
consciente de su papel histórico, toma el poder, desplaza a la burguesía,
propietaria hasta ese momento, y empieza a construir un mundo nuevo,
socialista. Todo con una nueva ética, siendo solidarios, abandonando de una
buena vez prácticas antiquísimas como el patriarcado, el racismo, el desprecio
ante los que vienen del campo, la homofobia, los diversos egoísmos y
hegemonismos como pedía Fidel.
Enrique: Hoy, en realidad como van las cosas, parece más
posible que un grupito privilegiado salga hacia otro planeta que llegar a la
revolución socialista a nivel global.
Juan: Además… Revolución en un solo país. ¿Qué decís de
eso? ¿Será posible?
Enrique: Como marcha el mundo, salvo China y Rusia, ningún país
tiene real soberanía. Los europeos, los que fueron potencias coloniales en otro
tiempo, o Japón con su portentoso desarrollo económico, no son realmente
autónomos. Aunque no se diga exactamente así: son socios menores, o colonias, o
rehenes nucleares de Washington. El poder de Estados Unidos es enorme y
controla todo. ¿Podrá sobrevivir una revolución en un pequeño país en solitario
hoy, sin Unión Soviética que apoye como en otra época? No parece posible.
Juan: China, por lo que se va viendo, no apoya abiertamente
revoluciones socialistas o movimientos revolucionarios. En todo caso su
proyecto es otra cosa: su objetivo es su propio desarrollo. En realidad, viendo
cómo está la situación mundial, todo parece complotar contra el pobrerío,
contra las clases explotadas, contra los pueblos. No parecieran encontrarse las
salidas.
Enrique: Pero….no caigamos en la desesperación. ¡No, no! Eso
nunca. Está todo complicado aunque, como dijo Neruda: “podrán cortar todas
las flores pero no detendrán la primavera”.
Juan: ¡Por supuesto, camarada! Seguimos pensando igual.
Sigo apostando por el ser humano, por su dignidad. Estamos mal, pero ya vendrán
tiempos mejores.
Enrique: Bueno… para ser realistas, no se sabe a ciencia
cierta por qué tendrían que venir tiempos mejores. Es una expresión de deseos,
y lucho por ella, pero… ¿será cierto? ¿Y si viene el holocausto termonuclear
antes?
Juan: Lo que queda claro, lo que debe quedarnos
absolutamente claro es que el conflicto estará siempre presente. Lo humano no
es un paraíso. El único paraíso es el paraíso perdido, por tanto, la lucha, el
conflicto, el choque, eso estará siempre.
Enrique: Sí, así es. No hay jardines floridos como punto de
llegada. En todo caso, lo que hay son plantas con espinas. La Marcha
Internacional Comunista aspira a un paraíso: “El día que el triunfo
alcancemos ni esclavos ni siervos habrá. La Tierra será un paraíso, la patria
de la humanidad”. Bueno… en realidad es nuestro ideario. Pero sin dudas,
hay que repensarlo. ¿Paraíso? ¿Dónde?
Juan: El gran vate español Federico García Lorca creo
que fue el que dijo “El mundo no es noble ni bello”. Pesimista, podría
decirse. ¡O realista! Creo que es misión de los comunistas tener muy bien
puestos los pies sobre la tierra. Tenemos que cambiar el mundo, porque esto es
terrible… pero paraíso no parece posible. ¿Reino del amor?
Enrique: Nadie está obligado a amar al otro. Pero sí a
respetarlo.
Juan: ¡Uy! Contradiciendo al Che. ¡Iconoclasta y
blasfemo!, te dirían.
Enrique: Pero, en verdad, con honestidad, ¿después de lo que
nos enseña el psicoanálisis, que el amor es siempre un engaño, que el amor es
narcisista, en definitiva, que en el acto de amar lo que deseamos es ser
amados, después de todo eso podemos creernos seriamente que amamos
incondicionalmente? ¿Somos la Madre Teresa acaso?
Juan: No, claro que no. Y más aún: ¿qué le pasaba a esta
mujer que no pudo tener un varón en su vida -¿habrá muerto virgen?- pero amaba
tanto a los otros? ¿No hay un engaño en todo eso? ¿Qué encierra ese
“fundamentalismo” de sacarse el pan de la boca para dárselo a los menesterosos?
La gente común no es así, ¡ni puede serlo! Hay que desconfiar de esas
“pasiones” tan abrasadoras como la de esta monja.
Enrique: El otro no necesariamente es mi objeto de amor. Lo
puede ser, a veces, pero puede ser mi enemigo también. Creo que puede ser
pertinente aquí aquello que decía Freud: “En la vida anímica individual
aparece integrado siempre, efectivamente, “el otro”, como modelo, objeto,
auxiliar o adversario, y de este modo, la psicología individual es al mismo
tiempo y desde un principio, psicología social”.
Juan: Muy pertinente. Eso está en “Psicología de las
masas y análisis del yo”, ¿verdad? El otro puede ser cualquier cosa, una
combinación de cosas: objeto amado, mi modelo a seguir, mi enemigo más odiado…
En fin: el amor “puro” e incondicional tiene mucho de quimera.
Enrique: A veces pienso que tenemos miedo a entender cómo
somos. Que un revolucionario debe moverse por el amor… Mmmm, ¿pero no hay odio
acaso? El odio es humano, ¿verdad? ¿Se vale sentir odio a veces? Y con todo el
odio del mundo, con bronca, con ira, para qué ocultarlo, pienso que es tan
injusto que un minúsculo grupito tenga todo, disponga de tanto poder, decida
tanto sobre nuestras vidas, que sería mejor que venga la guerra termonuclear y
termine todo. Así, quizá, empezamos todo de nuevo y lo hacemos mejor.
Juan: Te entiendo perfectamente, Enrique, porque yo… ¡a
veces pienso lo mismo! ¿Por qué estos cabrones tienen que salirse siempre con
la suya? ¿Por qué no pierden alguna vez? “No sé si habrá Tercera Guerra
Mundial”, dijo Einstein un día. “Pero si la hay, la Cuarta será a
garrotazos”. De verdad, mi hermano: ¿por qué yo tendría que querer a estos
sátrapas que nos explotan?
Enrique: Si algo tengo claro a esta altura de mi vida es
que, como recién decíamos, hay más espinas que flores. Esa es la vida de esta
especie tan rara y complicada como somos los seres humanos. Como dijo Freud:
hay algo más allá del placer. ¿El retorno a lo inanimado? Todo indica que algo
de eso hay. Pulsión de muerte… Concepto difícil, duro, aterrador. Pero parece
que no está lejos de entender nuestra esencia.
Juan: Y sí… El hedonismo no lo explica todo. La búsqueda
de placer lleva a algo más. La posibilidad de la autodestrucción con un holocausto
atómico está siempre abierta. O con el modelo consumista alocado que se ha
creado, que está poniendo realmente en peligro la existencia de la vida en el
planeta. ¿Será habitable la Tierra dentro de algunas décadas si se sigue con
este alocado modelo de producción y consumo?
Enrique: Honestamente creo que hay que tomar muy en serio
estas cosas que vienen del Psicoanálisis. La observación de la realidad humana,
no solo de lo que llamamos “la derecha”; la observación acuciosa de lo que
somos, de cómo nos movemos, ¡también en “la izquierda”!, nos muestra que los
seres humanos tenemos unos rollos impresionantes. El tema del poder -no solo lo
que dice Foucault, que es un marxista converso- hay que tomarlo muy en serio a
partir de esas ideas de la incompletud que pudo abrir el Psicoanálisis.
Juan: Parece que es así, ¿verdad? Como seres
irremediablemente incompletos que somos, limitados (nos vamos a morir, tenemos
diferencias sexuales anatómicas que nos aterran, reveladoras de la incompletud
en juego: o machitos o hembritas, pero no todo), a partir de esa patencia de
los límites, todo indicaría que el poder es lo que fantasiosamente nos
liberaría de eso.
Enrique: Y sí: sentirse poderoso -en cualquier nivel: el
basurero viejo que ejerce poder sobre el basurero joven, el presidente de
Estados Unidos que tiene acceso al botón nuclear, o los millonarios que le dan
las órdenes al presidente de Estados Unidos- siempre, en cualquier
circunstancia, el poder da la ilusión de completud, de totalidad donde nada falta.
Juan: ¡Sos dios! Es decir: lo podés todo. No hay
flaquezas, vulnerabilidades, fallas, quiebres. Sos absoluto.
Enrique: En el Río de la Plata, creo que tanto en Uruguay
como en Argentina, hay una expresión muy simpática, muy elocuente, para graficar
esto. Ahí dicen, para significar que lo tenés todo: “¡sos Gardel!”.
Juan: Vivimos de falacias, ¿no? De engaños, como decíamos
hace un instante. Carlitos Gardel, el símbolo de la perfección, el dios
todopoderoso, el “macho” por excelencia…. Y parece que era homosexual.
Enrique: Como Rodolfo Valentino, el ícono masculino del cine
mudo cuando comenzaba el reinado de Hollywood….
Juan: Ícono masculino, primer gran sex-symbol del
cine, el latin lover por excelencia… y también era homosexual. Vivimos
de engaños, de máscaras, llenos de artificios.
Enrique: Vivimos engañándonos, por supuesto. Dios no hizo a
los seres humanos a su semejanza, sino que nosotros, los humanos hicimos a dios
(o a los dioses… hay más de 3,000 registrados en la historia) a semejanza de
nuestro deseo. ¡Querríamos ser inmortales, perfectos, cero vulnerabilidad, pura
potencia… como los dioses! O mejor dicho: como ese esperpento que fabricamos.
Lindo creerse esto de la completud, ¿verdad?
Juan: Al respecto, recuerdo haber leído la vez pasada,
creo que de un tal Gerber, un psicoanalista que vive en México -creo que es
argentino justamente- algo así como (cito de memoria, por lo que espero no
equivocarme): “El Psicoanálisis no promete ni puede prometer armonía alguna
entre y para los hombres. Solo le cabe alertar acerca de la inevitabilidad de
una discordia eterna, de un malestar insalvable que, por una parte, es
inherente a la cultura y lo atormenta, pero que, por otra, es motor fundamental
de ella, de su posibilidad de vivir y sobrevivir, riesgosamente, siempre más o
menos próxima al límite de su autodestrucción. De ahí que el calificativo más
común para el Psicoanálisis sea el de obra pesimista. Pero la reacción es
comprensible: la cultura no puede sobrevivir sin ilusiones, los hombres necesitan
creer imperiosamente en un futuro venturoso, que los libere de las privaciones
del presente”.
Enrique: Muy elocuente. Necesitamos ilusiones que nos
completen. Necesitamos creer en los Reyes Magos, por supuesto. De una u otra
forma, esa mentira que nos mantiene ilusionados “nos libera de las privaciones
del presente”.
Juan: Por eso, en toda cultura, siempre hay evasivos que
nos ilusionan, que nos ayudan a borrar la dureza de la vida: hay alcohol
etílico o alguna sustancia psicoactiva.
Enrique: Hasta ahora, al menos, eso es lo más común, lo más
normal. De la forma que sea, intentamos zafar de los límites.
Juan: Se ve que eso es así, sin dudas: saber de los
límites nos aterroriza. Resulta simpático cuando alguien te dice: “yo no le
tengo miedo a la muerte”, como si eso fuera una decisión racional,
voluntaria. La lucha eterna contra eso que sentimos como límite, ¡que funciona
como límite!, es perenne.
Enrique: Así es, mi hermano. ¿Para qué nos pintaríamos las
canas, si no es para mostrar que seguimos siendo jóvenes? …, ilusoriamente,
claro. Que la muerte, que el límite se vaya lejos, muy lejos. Aterra sentirse
que ya se nos viene encima el final.
Juan: Y por eso mismo, por esa necesidad de no querer
saber nada de los límites, de la incompletud, tapamos siempre, en cualquier
cultura, los órganos genitales externos. Los cubrimos porque ellos nos dejan
ver la incompletud: no podemos ser todo al mismo tiempo. Mejor no ver nada de
eso. Se les cubre, y se hacen “zonas pudendas”, vergonzantes. ¿Por qué darían
vergüenza? ¿Qué tienen de distinto a otras zonas del cuerpo? ¡Pues que nos
patentizan los límites, la incompletud!
Enrique: ¡Qué rollo!, ¿no? Por eso es tan lindo creer en
paraísos. El comunismo también lo piensa así, por lo visto.
Juan: Bueno, pero en pensamiento de Marx, dialéctico como
era, eso no está así de claro. Más bien, como buen hegeliano, sigue viendo en
el conflicto el motor eterno. En todo caso habló de una sociedad futura de “productores
libres asociados”, sin necesidad de la coacción de un Estado. Pero nunca
pensó en un paraíso terrenal. Las contradicciones son inherentes a lo humano.
Enrique: ¿Te fijaste? Marx y Freud dicen lo mismo en
esencia. Son categóricamente dialécticos.
Juan: Definitivamente: son los pensamientos más subversivos
que ha dado la modernidad. Por eso creo que hay que conocerlos bien en
profundidad: son dos referentes impostergables si pensamos en cambiar algo, en
un mundo nuevo.
Enrique: Eso del conflicto como motor, como esencia, es algo
que asusta. Toda la tradición aristotélico-tomista que tenemos en esto que
llamamos Occidente se encarga muy bien de excluirlo. El conflicto aparece
siempre como cuerpo extraño, como problema, como algo a excluir. Pero todo
indica que es la única, la verdadera sustancia de las cosas.
Juan: Recuerdo una cita del pensador colombiano
Estanislao Zuleta, muy elocuente por cierto, y que no rehusaba del marxismo: “El
conflicto y la hostilidad son fenómenos tan constitutivos del vínculo social,
como la interdependencia misma, y la noción de una sociedad armónica es una
contradicción en los términos. La erradicación de los conflictos y su
disolución en una cálida convivencia no es una meta alcanzable, ni deseable; ni
en la vida personal -en el amor y la amistad-, ni en la vida colectiva. Es
preciso, por el contrario, construir un espacio social y legal en el cual los
conflictos puedan manifestarse y desarrollarse, sin que la oposición al otro
conduzca a la supresión del otro, matándolo, reduciéndolo a la impotencia o
silenciándolo”.
Enrique: Es que asusta esto del conflicto. La ilusión, el
punto de llegada que anhelaríamos, por el contrario, es en un mundo paradisíaco
falto de conflictos. Un paraíso bucólico.
Juan: Esto me hace pensar en el Salmo 126, del Libro de
los Salmos: “Todo saldrá bien de ahora en adelante... Tú serás victorioso y
alcanzarás todos tus objetivos. Hoy Jesucristo visitó tu hogar. Al salir, se
llevó todos tus problemas con él.” La ilusión de poder vivir sin problemas,
sin conflictos, sin contradicciones es la gran esperanza. ¡Qué lindo si fuera
posible!
Enrique: ¿¡Vos hablando de la Biblia!? ¿Desde cuándo?
Juan: ¿Nunca te conté de mi época de monaguillo?
Enrique: ¿Ahí fue cuando te violó el cura?
Juan: No, ¡mentira! No fui monaguillo, por tanto, me salvé
que me violara un cura -son todos unos degenerados sexuales estos sacerdotes-
pero sí encontré alguna vez ese pasaje bíblico que me llamó la atención.
Enrique: Interesante, sin dudas. Es notorio cómo entra tan
fácil la idea de paraíso, de ser supremo que lo arregla todo, de un lugar donde
no hay contradicciones ni conflictos.
Juan: Bueno…, reconozcamos que alguna vez, como ortodoxos
militantes comunistas, creíamos a pie y juntillas en la “redención de la
Humanidad” que llevaría a cabo el proletariado triunfante en su revolución
socialista.
Enrique: Y hoy ni proletariado hay. Con la marcha del
capitalismo del siglo XX, con la hiper-tecnologización, la robotización, la
instalación de industrias en el Sur del mundo donde los salarios son de hambre
y no existen los sindicatos, con todo ese retroceso, en un mundo que produce
más servicios que bienes materiales, un mundo manejado por las finanzas, hay
que hacerse la pregunta de si el proletariado es ese “redentor”, cómo y en qué
forma.
Juan: Fidel se lo preguntaba. “¿Puede sostenerse, hoy
por hoy, la existencia de una clase obrera en ascenso, sobre la que caería la
hermosa tarea de hacer parir una nueva sociedad? ¿No alcanzan los datos
económicos para comprender que esta clase obrera -en el sentido marxista del
término- tiende a desaparecer, para ceder su sitio a otro sector social? ¿No
será ese innumerable conjunto de marginados y desempleados cada vez más lejos
del circuito económico, hundiéndose cada día más en la miseria, el llamado a
convertirse en la nueva clase revolucionaria?”
Enrique: Ejército industrial de reserva y lumpenproletariado
lo llamó Marx. Era un fenómeno marginal; hacía parte de la arquitectura
económico-social del capitalismo decimonónico, pero no representaba un
“problema social”, como se lo considera hoy día. “Pobretariado” lo llamó Frei
Betto.
Juan: Y sí, efectivamente, esa masa enorme, dilatadísima
de población en condiciones de pobre sobrevivencia ya no es un fenómeno
marginal. Es la situación de millones y millones de personas.
Enrique: Parece mentira, pero es una cruda realidad. El
capitalismo desarrollado del siglo XXI, en vez de repartir riqueza reparte
marginalidad, reparte exclusión y pobreza. El “Lumpen” del siglo XIX era
una cosa marginal: el andrajoso, el vagabundo. “Lumpen” significa
justamente “andrajoso”, “en trapos”. Hoy esa parece ser una característica de
cada vez más población en el mundo.
Juan: Por eso surge esa idea de “pobretariado”: esa masa
de sub-proletarios, precarizados, sub-ocupados, o abiertamente desocupados, sin
ingresos, población que no sabe cómo sobrevivir.
Enrique: Y que en masas cada vez más grandes huyen de sus
países del Sur hacia la supuesta prosperidad del Norte (Estados Unidos o
Canadá, Europa Occidental, Japón)
Juan: Huyen en condiciones de absoluta precariedad, como
migrantes irregulares, arriesgando sus vidas, exponiéndose a los peores
peligros, cruzando el desierto o el mar sin la menor protección. Así, sin
dudas, llegamos aquí al punto más importante, y creo que ambos coincidimos: en
modo alguno, ¡en modo alguno, camarada!, renunciamos a la idea de
transformación revolucionaria de la sociedad. No renunciamos, pero creo que hoy
hay que plantearse cómo hacerla.
Enrique: Exacto. Y es ahí donde vienen las decepciones. O,
mejor dicho, las preocupaciones. ¿Por qué las primeras experiencias socialistas
siguieron el camino que siguieron? Tomemos la Unión Soviética: ¿por qué se
llegó a esa burocracia parásita? La guerra de agresión, terrible, monumental
(20 millones de muertos), es un factor importante. Pero no parece explicarlo
todo.
Juan: Creo que con esto no estamos hablando de un
“fracaso” del socialismo. Eso es lo que quiere escuchar la derecha, el sistema,
la ideología del libre mercado. No hubo “fracaso”, porque los logros que obtuvieron
todos los países que empezaron a caminar por la senda socialista, son
espectaculares.
Enrique: ¡Por supuesto! Y eso no hay que olvidarlo nunca. Hasta un país tan
pobre como Afganistán, que tuvo su momento socialista en 1978 (la Revolución de
Abril, o Revolución de Saur, como se la conoce), mejoró sustancialmente la
situación de la población.
Juan: ¡¡Y de las mujeres en especial!! Lo de la burka y
esta represión patriarcal-medieval a de los talibanes que conocemos actualmente
vino desbarrancar todo lo avanzado con la experiencia socialista.
Enrique: Eso está fuera de discusión: la experiencia socialista es
infinitamente más humana, más justa, más equitativa que la porquería del
capitalismo. Eso ni se discute. Lo que me parece urgente de revisar es el
tránsito de esa sociedad que hace su revolución, su insurrección popular
obrero-campesina, y la lentificación-burocratización que se ve luego.
Juan: Pero debe quedar claro una cosa: no es cierto, como
quiere cierto discurso malintencionado de la derecha, que se reemplaza una
clase social (la burguesía) por una nueva clase, por una nueva burguesía, que
sería la Nomenklatura, la burocracia.
Enrique: Justamente eso es lo que hay que discutir: ¿cómo se
construye un poder popular, una nueva forma de producir, una nueva forma de
distribuir lo producido, una nueva ética y una nueva cultura? Porque hay
experiencias donde sí, claramente, no se cambió nada de base y se llegó a una
nueva burguesía advenediza.
Juan: El caso de Nicaragua luego de la piñata de 1990,
cuando el sandinismo pierde las elecciones. Allí pasó a ser una nueva
burguesía, “nuevos ricos” que mantienen un pretendido discurso marxista, o
pseudo-socialista, antiimperialista, pero que funciona como una clase
explotadora.
Enrique: O lo que se dio en llamar la “boliburguesía” en la
Revolución Bolivariana de Venezuela. Esos son estamentos que ocupan el lugar de
nuevos explotadores.
Juan: ¡Exacto! Porque allí, en realidad, no hubo un
verdadero proceso revolucionario donde la clase trabajadora desalojó del poder
real a los explotadores. En todo caso, se cambió el estamento explotador,
aunque ahora se hable un lenguaje popular, o populista, mejor dicho.
Enrique: Todos esos elementos son los que debemos ver,
estudiar, analizar en detalle. En la Unión Soviética se estableció una suerte
de capitalismo de Estado. La NEP (la Nueva Política Económica de los tiempos de
Lenin) fue un mecanismo de mercado capitalista.
Juan: Como son las reformas y apertura que se vienen
dando en China desde la muerte de Mao Tse Tung. ¿Cómo se superan las clases
sociales? ¿Cómo se profundiza en la construcción del socialismo?
Enrique: ¿Por qué se recae siempre en una burocracia? ¿Es
ese estamento una nueva clase social? Quedarse con la idea -para mi gusto muy
simple, muy precaria- de “traición”, no explica la profundad del fenómeno. Si
se repite siempre esa conducta, si siempre aparece una burocracia, una
Nomenklatura, hay que revisar el proceso. ¿Qué es lo que “falla” en las
experiencias socialistas?
Juan: Creo que en Cuba se plantearon más seriamente esos
déficits. Algo más hicieron, al menos comparándola con la experiencia
soviética. Avanzaron más en la democracia de base. Aunque sigue estando siempre
la pregunta de por qué la planificación socialista no da los resultados
esperados. Porque es una realidad que los camaradas cubanos tienen escasez. Lo
cual abre todo otro problema, importantísimo también: además de salud y
educación aseguradas, del más alto nivel por supuesto, ¿por qué ansían tanto un
jabón o una desodorante cuando salen de Cuba? Creo que eso invita -obliga- a
pensar en profundidad muchas cosas del socialismo.
Enrique: La República Popular China debió implementar
mecanismos de mercado, abiertamente capitalistas, para producir ese fabuloso
salto que dio en términos económicos.
Juan: Y sí… Es por eso que vienen las dudas: ¿la
planificación económica socialista no logra el desarrollo que sí logra el
capitalismo? ¿Tan importante es tener ese jabón y ese desodorante?
Enrique: Hay que reconocer que, con todas las críticas que
se puedan hacer, los países que abrazaron el socialismo lograron importantes,
muy importantes cambios sociales. Hoy Cuba, por ejemplo, pese al infame embargo
y todas las agresiones, es el único país -¡único país!- de Latinoamérica que no
tiene desnutrición infantil ni analfabetismo. ¿Sabés cuál es el país de
Latinoamérica con mayor porcentaje de niñez con obesidad?
Juan: No. Me imagino que puede ser Cuba.
Enrique: Exacto. Ahí todos comen, y hasta comen de más.
Juan: Por supuesto. Pero cabe la pregunta si el
socialismo es eso, o debe dar para más. ¿Es el control obrero de la producción?
Hay gente de izquierda que dice que ninguna de estas experiencias que podemos
analizar ahora: Rusia, China, Cuba, son ejemplos de socialismo.
Enrique: ¿Qué será el socialismo entonces, la antesala del
comunismo? ¿Dónde hay experiencias socialistas entonces, mi hermano?
Juan: Lenin decía, un tanto románticamente, que “socialismo
es un sistema donde un primer ministro puede ser cocinero y un cocinero puede
ser primer ministro”.
Enrique: Lo que vemos, es cierto, es que los cambios son
terriblemente lentos. Rusia cambió con su Revolución de Octubre. Y también
China, y Cuba.
Juan: ¡Y Afganistán! Ese país, en el momento de su
revolución, tenía alrededor del 90% de su población analfabeta. Era el índice
de analfabetismo más alto del mundo. Y eso cambió. Las mujeres comenzaron a
llegar a la universidad, y cada una podía elegir la carrera que deseaba…,
además del esposo que quería (ya no se negociaban los matrimonioos). ¡Hubo
cambios!
Enrique: ¿Qué será entonces el socialismo? Si hay quien dice
que ni Rusia, ni China, ni Cuba fueron socialistas, porque siguió habiendo
burocracia, explotación de clase, ejercicio de poder de la Nomenklatura, ¿qué
esperar de una revolución socialista entonces?
Juan: Eso es lo que hay que cuestionarse: ¿cuáles son las
posibilidades reales de cambio? ¿Cómo, cuándo, de qué manera, con qué
profundidad esperar los cambios? Todos los que nombramos ahora, incluyamos
Afganistán, de países atrasados en comparación con los capitalistas avanzados,
de países quasi feudales, lleno de supersticiones, hambrunas y terrible
represión a sus pueblos por parte de las clases dirigentes, dictaduras en
muchos casos, mejoraron sustancialmente sus condiciones. Y el poder popular,
con todas las limitaciones del caso, empezó al menos a pensarse como una
posibilidad, una opción, un tema a debatir.
Enrique: En las llamadas “democracias de mercado” la gente
no elige absolutamente nada. En las potencias capitalistas, un puñado
pequeñísimo de países en el mundo, su clase trabajadora vive decorosamente
(porque también reparte la renta de su expolio del Tercer Mundo, usemos ese
término, aunque ahora esté pasado de moda). En la inmensa mayoría de países capitalistas
pobres, la gente se muere de hambre. Huye como migrante irregular hacia las
“metrópolis”, no sabe cómo sobrevivir. En Cuba, que para mi punto de vista sí
es socialista, eso no sucede.
Juan: Y por eso sigo siendo comunista, pro Cuba, pro
revolución. No me hice socialdemócrata, no entré en toda esta lógica oenegeísta
que nos invadió, tapándonos la boca, domesticándonos, imponiéndonos agendas
“políticamente correctas”. Por eso mismo, camarada, es que me preocupa, me
aflige ver cómo seguimos en esta lucha. Porque, sin la más mínima sombra de
duda, el mundo actual es tremendamente injusto y necesita cambios urgentes.
Enrique: ¡Claro que necesita cambios! Un perrito de un hogar
clase media del Norte come en promedio anual más carne roja que un habitante
del Sur. Hay comida de sobra para alimentar a toda la Humanidad, como un 40%
más de la necesaria, pero el hambre sigue siendo el principal flagelo. Es todo
muy loco. Se gasta más en armamentos que en bienestar para la gente. Bueno, eso
es el capitalismo: no sé si decir “loco”, porque tiene mucha racionalidad como
sistema. Aunque en un sentido, te entiendo, es anti-humano. Es disparatado. Se
prioriza la propiedad privada sobre el bienestar humano. La clase dominante, la
burguesía, prefiere botar comida para evitar que bajen los precios y no
“perder”, en vez de repartir solidariamente.
Juan: ¡Es loco! ¡¡Loquísimo!! No existe la solidaridad,
la preocupación por el otro. Es un sistema basado solo en la ganancia, en la
acumulación de capital. Se va en contra de la propia especie humana y de la
casa común que nos alberga, el planeta Tierra. Se busca agua en el planeta
Marte -gastando cifras astronómicas en esas búsquedas, con una parafernalia
tecnológica que deja estupefacto- mientras aquí mucha gente se muere de sed. A
propósito: ¿sabías cuántos litros de agua en promedio consume diariamente un
ciudadano estadounidense?
Enrique: ¿Cuánto?
Juan: Más de 100 litros diarios, pudiendo llegar a 200. Y
un habitante del África subsahariana, del África negra, como también se le
llama, ¿cuánto consume?
Enrique: ¿Cuánto?
Juan: ¡Un litro diario!
Enrique: Increíble. ¡Qué mundo disparatado! ¡Tremendamente
loco, desigual, inequitativo! ¡Qué locura, mi hermano!
Juan: Pero creo que tenemos claro que no es por ningún
personaje enloquecido en particular. No se trata de las locuras o
extravagancias de algún presidente, o de algún multimillonario, o de un
dictador determinado: es una cuestión sistémica, estructural.
Enrique: Claro, ¡por supuesto! Lo tenemos claro. Pero ¿cómo
hacemos para cambiar esto? Hoy parece tan inconmensurablemente poderoso el
capitalismo que asusta. No se sabe bien por dónde ir.
Juan: Podemos decir, a un nivel teórico, que la
dialéctica, que el materialismo histórico, son correctos. El choque del
desarrollo de las fuerzas productivas con las relaciones sociales de producción
abre la posibilidad de un cambio revolucionario. De acuerdo, lo sabemos, pero…
¿cómo lo hacemos?
Enrique: Esa es la dichosa cuestión, ¿no? Después de las
experiencias que conocimos en el siglo XX, o de las que perduran hoy, porque
sin dudas son experiencias socialistas: Cuba, China, Corea del Norte, después
de toda el agua corrida bajo el puente, creo que quedan dudas.
Juan: Sí, pero no para decir que el socialismo no funcionó.
Porque sin dudas, definitivamente funcionó. O sea: resolvió problemas enormes
de la humanidad en mucho mayor medida que el capitalismo.
Enrique: Eso ni se discute. Aunque toda la propaganda
oficial del capitalismo se empeñe en decir lo contrario.
Juan: Bueno, creo que eso lo tenemos claro: en cualquier
país socialista, más allá de las críticas, la gente come satisfactoriamente,
está educada, tiene vivienda, seguridad social. Y eso es para toda la
población. Algo similar pasa en algunos, muy pocos, países capitales, allí
donde hay una socialdemocracia, un capitalismo keynesiano. Allí también la
gente tiene acceso a todos esos satisfactores, pero está presupuesta la
explotación no solo de su clase trabajadora -la cual, dado el grado de
desarrollo tecnológico, no la asume como explotación- sino la del resto del
mundo.
Enrique: Esos capitalismos con rostro humano funcionan en
países muy pequeños, los escandinavos por ejemplo. Me parece que no es
comparable eso con lo que sucede en las experiencias socialistas.
Juan: Hay camaradas que piensan que todas estas primeras
experiencias socialistas no fueron sino capitalismos de Estado keynesianos.
Enrique: Insistamos con esa idea: ¿qué esperar del
socialismo entonces? Y esas primeras experiencias… ¡no son dictaduras!
Juan: ¡Absolutamente de acuerdo! ¡Que no vengan con esa
tontera de que eran dictaduras! Porque mucha mayor dictadura es la dictadura
del mercado.
Enrique: ¡Segurísimo! Ahí tenés todos los productos habidos
y por haber, que te hacen agua la boca, los supermercados o los centros
comerciales abarrotados de mercancías… ¡pero no tenés para comprar nada!
Juan: Lo que sucede, hay que admitirlo, es que el sistema
capitalista sabe hacer mucho mejor que nosotros su propaganda. Claro que a base
de mentiras. Pero está tan bien hecha, tan sofisticada, hecha a la más alta
escuela, tanto… que logra convencer.
Enrique: Eso es la ideología. Como decíamos hace un
instante: el esclavo piensa con la cabeza del amo.
Juan: Por eso es tan, pero tan difícil cambiar las cosas.
Las armas -cada vez más poderosas y sofisticadas- asustan y sirven para
mantener todo sin cambio. Las armas de fuego, quiero decir… Pero más efectiva
aún resulta la ideología, la batalla ideológico-cultural. Los medios de
comunicación dominan la escena. Son armas que no matan físicamente, pero son
más letales. Te matan el pensamiento crítico, la conciencia.
Enrique: Y aunque no asustan, son más efectivas. Por eso
mismo, para pensar en un cambio posible, hoy día tenemos que revisar varias
cosas.
Juan: Sí, sin dudas. Por lo pronto, tener en cuenta que
las luchas de poder están entre los seres humanos, no son patrimonio de la
derecha. También en la izquierda tenemos similares mezquindades, corruptelas,
disputas. La idea de un revolucionario intachable como el Che es un imposible.
Porque nadie es así, ni Guevara tampoco. Eso era una versión casi religiosa,
mística, sobrenatural de lo que somos los seres humanos. El tal INRI era así; y
él no era humano.
Enrique: ¿INRI? ¿Quién es INRI?
Juan: Jesús. ¿No decía INRI arriba de su cruz? Iesus
Nazarenus Rex Iudaeorum, en latín: Jesús de Nazaret Rey de los Judíos. Por
eso yo lo llamo así. Bueno… ni este señor que andaba predicando por el
desierto, supuestamente hijo de dios -pobre, un psicótico alucinado debe haber
sido este carpintero, si es que existió- ni un personaje mítico como el Che
Guevara, nada de eso podemos ser la gente real, la gente fallada y que se tira
pedos como somos nosotros.
Enrique: ¿El Che no se tiraría pedos acaso? Claro… decir eso
puede ser sacrílego, blasfemo, una falta de respeto a la gloria
revolucionaria…. ¡Pero ahí debe comenzar justamente la revisión de la que
hablamos! ¿Quiénes somos los que queremos el cambio revolucionario? Gente de
carne y hueso que nos tiramos pedos, y no dioses. Gente que tiene miedo y
duerme a las dos de la madrugada, no que a esa hora está decidiendo los
destinos de la revolución. No somos dioses. Los dioses no existen. O, al menos,
no pueden convivir con los humanos. Están en el cielo, en el Monte Olimpo o no
sé dónde.
Juan: ¿Estás diciendo que una primera crítica sería ver
quiénes somos, en tanto sujetos lleno de trabes, todas y todos, con relaciones
problemáticas con el poder, y tener claro eso para pensar en un cambio real?
Enrique: Sí, es lo que estábamos diciendo hace un momento.
El Psicoanálisis diría: sujetos de la castración. Es decir: sujetos que sabemos
que siempre, inexorablemente, nos faltará algo, pero de lo que no queremos
saber nada. Dicho de otro modo: no queremos saber nada de nuestra incompletud.
Pero eso es lo que nos hace mover como seres humanos. Cono siempre nos falta
algo, estamos buscando ese algo, estamos deseando. Y ese algo, mi amigo, es
inalcanzable.
Juan: Saber que somos incompletos asusta, ¿no? Siempre
estamos buscando ese objeto ideal que nos colme, pero que nunca encontramos.
Enrique: Por eso nuestras eternas cuitas. Si Rockefeller, o
Bill Gates, o alguno de estos tipejos que aparecen en la lista de la Revista
Forbes, llenos de fortunas inconmensurables, tienen tanto pero tanto dinero
acumulado, ¿para qué quiere seguir buscando más?
Juan: Castración, que le dicen, ¿no?
Enrique: Del mismo modo, si tenemos una pareja estable,
¿para qué buscar una aventurita? Pero esa es la dinámica humana… y los moteles
están siempre llenos… De aventuritas, claro. Nunca estamos del todo
satisfechos, siempre estamos buscando algo que no encontraremos, hombres y
mujeres por igual. Pero saber que somos sujetos castrados, castrados en ese
sentido psicoanalítico, se hace pesado. Y esa angustia aparece siempre,
jodiendo todo, siendo el aguafiestas eterno.
Juan: Sí, efectivamente. Saber que somos bastante
limitados, y con ese material tenemos que hacer el cambio, muestra una primera
gran dificultad que hay que pensar en serio, con estas nuevas categorías que no
se conocían en tiempos de Marx y Engels, todo eso que tiene que ver con qué
somos, con esas ¿mezquindades podríamos llamarle? Por eso cuesta tanto el
cambio social, porque casi que hay que remar contra la corriente. O sea: desandar
lo andado, desaprender lo aprendido, ser duros en la autocrítica. Y eso,
sabemos, es increíblemente difícil. Preferimos mentirnos en vez de ver las
mezquindades. Además de la fuerza conservadora terrible que tenemos en nosotros
mismos, hay que considerar la que tiene la clase dominante, que no quiere
perder un milímetro de sus privilegios.
Enrique: Leí o escuché por ahí alguna vez, no me acuerdo
quién lo formuló, que la investigación de Marx, su genial elucubración, de una
fuerza arrolladora sin dudas, conceptualizó la dimensión histórico-social de lo
humano. Pero faltó la categoría de lo subjetivo, de ver quién es ese humano,
cómo somos en lo más hondo. Lo que está claro es que quien tiene privilegios,
quien detenta una mayor cuota de poder, no quiere soltar eso por nada del
mundo.
Juan: Sí, seguramente. Que la historia se mueve por la
lucha de clases, por luchas en torno a la apropiación del producto del trabajo,
es una realidad incontrastable. Pero también hay que considerar esas dinámicas
que tienen que ver con los juegos de poder.
Enrique: Cuando decimos que hay que revisar lo andado por el
socialismo en estos sus primeros pasos, parece que hay muchas más cosas que
revisar, de cómo se hicieron los cambios revolucionarios, y por qué hoy cayó el
bloque soviético europeo, y por qué China tuvo que apelar a mecanismos de
mercado. Quedarnos con la idea de que eso no era socialismo nos deja un poco
cojos. ¿Qué será el socialismo entonces? Y mucho más aún: ¿cómo pensar en esa
sociedad ideal del comunismo científico, esa entrada en la Historia superando
la actual Prehistoria? Esa sociedad de “productores libres asociados”,
donde “de cada quien según sus capacidades, a cada quien según sus
necesidades”.
Juan: ¡Por supuesto! Hay bastante que repensar, no como
mero ejercicio de divertimento intelectual, sino como una imperiosa necesidad
de acción práctica, de política revolucionaria. Como decíamos, al menos
deberíamos revisar críticamente cinco o seis puntos.
Enrique: Yo empezaría por una pregunta que me tiene cada vez
más intrigado. Hoy, viendo la forma que fue tomando el mundo, ¿es posible
pensar la revolución socialista en un solo país?
Juan: Mmmm… difícil, ¿verdad? Quizá podría ser factible
tomar el poder a nivel nacional, desplazar al gobierno de turno en forma
revolucionaria y establecerse como nuevo grupo gobernante con un planteo de
izquierda, pero eso no significa necesariamente una transformación en términos
de relaciones de fuerza como clase de los trabajadores y oprimidos. Sabemos que
tomar la casa de gobierno no es tomar el poder. Además, dado el grado de
complejidad en el proceso de globalización y la interdependencia de todo el
planeta, es imposible construir una isla de socialismo con posibilidades reales
de sostenimiento a largo plazo. Sin embargo, vivimos en un país determinado, y
esa es nuestra pertenencia por lo pronto.
Enrique: China, que es un monstruo, gigantesco, con la
población más grande del mundo, con una cantidad impresionante de recursos
naturales, y hoy día con un portentoso desarrollo
económico-científico-tecnológico, ¿puede erigirse en solitario como una
potencia socialista?
Juan: Buena pregunta, mi querido camarada. Ahí hay un
Partido Comunista que dirige los destinos de la nación, pero con un
importantísimo sector de economía privada, capitalista. ¿Es eso un modelo
socialista?
Enrique: Socialismo con características chinas, dicen los
camaradas de allá.
Juan: Bueno, el experimento es difícil de entender.
Parece que a la población china le está dando resultado, porque en estos
últimos años se terminó con la pobreza crónica de vastos sectores rurales. Allí
nadie pasa hambre hoy día, y según estudios de organizaciones especializadas en
el tema, la República Popular China tiene la educación de mayor excelencia
mundial en este momento. Hay un pragmatismo a prueba de bombas: “No importa
si el gato es blanco o negro. Lo importante es que cace ratones”, decía
Deng Xia Ping, el artífice de las reformas.
Enrique: Ese modelo de socialismo -socialismo de mercado, le
llaman- parece que solo en China puede funcionar. En ese sentido cabe la
respuesta a la pregunta: sí, puede haber “socialismo” en un solo país, si
hablamos de China.
Juan: Pero si quitamos al gigante asiático, ¿puede un
pequeño país, en solitario -digamos Somalia, o Myanmar, o El Salvador-
construir una sociedad socialista hoy?
Enrique: En ese sentido los planteos revolucionarios deben
apuntar a pensar en bloques, espacios regionales. ¿Podría sostenerse un país
pequeñito, dependiente, con una economía precaria, resistiendo los embates del
imperialismo de Estados Unidos o de todo el mundo capitalista? Miremos cómo han
puesto contra la espada y la pared a Venezuela ahora. Un país petrolero que
vivía con comodidad, hoy pasa penurias. El capitalismo global sabe lo que hace,
y tiene mucho, demasiado poder. Y, lo más importante: tiene mucho que perder.
¡Sus enormes privilegios!
Juan: Es cierto. La idea de Estado-nación de la
modernidad entró en crisis y hay que revisarla críticamente desde las
propuestas de izquierda. El ejemplo de los distintos socialismos que se
intentaron construir en el transcurso del siglo XX nos debe hacer sacar
lecciones. Años atrás, con una Unión Soviética victoriosa, Cuba pudo
mantenerse. Y pudieron mantenerse también distintas luchas en distintas partes
del mundo, porque ahí estaba “el oro de Moscú” apoyando -como decía la
derecha-; pero la Unión Soviética ya no existe. Y la República Popular China,
con su peculiar socialismo de mercado, tiene otro proyecto. No apoya
directamente las luchas revolucionarias como anteriormente hizo la Unión
Soviética, o las luchas anti-sistémicas que se dan en diferentes partes del
mundo. En todo caso, tiene un proyecto autónomo, pensado para décadas futuras.
La Nueva Ruta de la Seda, ¿es un camino al socialismo?
Enrique: Definitivamente hoy los únicos que pueden
enfrentarse en un plano de igualdad a Estados Unidos son China y Rusia. Los
demás países capitalistas, si hicieran su revolución socialista, ¿podrían
mantenerse?
Juan: Quizá los países más desarrollados, los de Europa
Occidental, o Canadá, o Japón tal vez. Y habría que pensarlo. Porque todos los
países, interdependientes como son por la fusión de capitales, y regidos
todavía por Washington, no tolerarían, por ejemplo, una Alemania socialista, o
una Francia que se les vaya del mundo capitalista. Está difícil. Pero en un
país chiquito y periférico, como alguno de Latinoamérica o del África, se ve
infinitamente más difícil. Cuba está haciendo milagros para sobrevivir, y lo
logra porque ya tiene más de medio siglo de construcción socialista, y una
Unión Soviética que le permitió respirar en el peor momento de la Guerra Fría.
¿Te imaginás una revolución triunfante en, digamos, Honduras, o Senegal, o
quizá Bután?
Enrique: Duraría un rato. Miremos, como ejemplo, lo que pasó
con alguien como Manuel Zelaya en Honduras hace algunos años, que no es un
comunista revolucionario precisamente. Un intento por construir un capitalismo
menos cruento, un tibio acercamiento al petróleo venezolano, y vino el golpe de
Estado. El grado de control de los capitales globales, liderados por Estados
Unidos por lo que parece, al menos en lo político-militar, es tan grande, tan
pero tan grande, que se hace difícil pensar en sobrevivir en solitario.
Juan: Veamos lo que le pasó a Nicaragua en la década de
los 80 del siglo pasado. Al final, la derrotaron, y le dejaron daños por 17,000
millones de dólares, peor que el peor terremoto o huracán que pudiera haberla
asolado. Y hoy, con un sandinismo que abandonó sus banderas históricas, que pasó
a ser más bien orteguista, la revolución es un lejano recuerdo, está
absolutamente domesticada. Creo que ahí, al menos el Frente Sandinista liderado
por Daniel Ortega, ya ni piensa en revolución socialista, aunque hacia afuera
mantenga un discurso pretendidamente anti-imperialista.
Enrique: Así es, mi compa. Tenemos que ser honestos en la
autocrítica y dejarnos de mentir. En Nicaragua no hay revolución socialista.
Recuerdo un extracto de una carta que le enviaron a Ortega vez pasada, que
decía más o menos así: “Comandante Ortega: No olvidamos que los dirigentes
soviéticos, usando el lenguaje del marxismo, construyeron una sociedad
vertical, con poder autoritario, y ellos fueron de los primeros que se pasaron
de campo cuando la caída del Muro era inevitable.”
Juan: La recuerdo. Esa es una Carta de Internacionalistas
Comunistas dirigida a Daniel Ortega haciéndole ver que ahora, como empresario,
abandonó los principios del socialismo. Es que, camarada, definitivamente no se
puede ser empresario capitalista y revolucionario comunista al mismo tiempo. El
capitalismo es siempre explotador. Punto.
Enrique: Lo comparto plenamente, Juan. Y los países
latinoamericanos que intentaron un capitalismo más “decoroso”, vamos a decir,
como Brasil con el PT o Argentina con los Kirchner, o Venezuela con su engendro
de socialismo del Siglo XXI, son derrotados o, al menos, los dejan contra las
sogas. En todo caso cierta bonanza que hubo allí a inicios del siglo XXI se
debió al auge del precio de las materias primas, compradas fundamentalmente por
China. Pero de ese capitalismo “serio”, como se dijo, con preocupación social,
ya no quedó nada años después.
Juan: Claro, por supuesto. Los cambios revolucionarios
deben ser eso: cambios revolucionarios, ir en serio a la raíz. No existen
cambios a medias, capitalismos con rostro humano. La socialdemocracia, si
mucho, puede funcionar en algunos pocos países europeos. En Escandinavia, donde
son poquita gente y, nunca hay que olvidarlo, se aprovechan también del
plusvalor extraído del Sur. No olvidar que estos países nórdicos, por ejemplo,
son grandes accionistas del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial.
Enrique: Y en Costa Rica también se da una cierta
socialdemocracia, en Centroamérica. La Suiza centroamericana, como se le llama.
¿Por qué no decir de Suiza: la Costa Rica europea? ¡Seguimos con el
eurocentrismo hasta la médula!
Juan: Sí, Costa Rica es una excepción, en medio de la
pobreza y las dictaduras latinoamericanas. Aunque ahora en la región ya no hay
ejércitos gobernando, porque ya no son funcionales. Nos controlan con otros
medios más sutiles. Pero tenemos que ir más allá de la socialdemocracia y
seguir proponiendo salidas socialistas.
Enrique: Porque las socialdemocracias son, en definitiva,
capitalismos con “rostro humano”, como se les llama, capitalismos con
“preocupación social”. Pero eso, por lo que se ve, no puede aplicarse en todos
los países pobres del Tercer Mundo. El socialismo es la salida.
Juan: No hay otro camino. De todos modos, todas estas dificultades
que visualizamos no deben inmovilizarnos y hacernos pensar en que hay que
abandonar las luchas nacionales. De momento nuestra unidad de acción son
espacios nacionales, y ahí debemos trabajar, planteándonos todos estos
problemas como los nuevos retos.
Enrique: Esto nos lleva a la otra duda: ¿cómo dar luchas
globales desde lo micro? Si los poderes del capital global son tan grandes -y
nos controlan desde el aire con sus satélites, y con la monumental parafernalia
ideológico-cultural- ¿cómo enfrentarlos desde mi comunidad, mi aldea, mi
barrio, mi empresa donde trabajo, desde lo chiquitito donde nos movemos?
Juan: No hay más alternativa que esa, camarada: las
luchas son siempre en el espacio local, pequeño: en la comunidad, en el
sindicato, en las reivindicaciones sectoriales. Pero toda lucha debe tener como
perspectiva final un nivel más amplio, entendiendo que lo local se articula, en
definitiva, con lo planetario.
Enrique: Eso pienso yo también. Hoy día hay que buscar sumar
descontentos, acumular fuerzas de los numerosísimos golpeados, explotados,
excluidos del sistema, que son la inmensa mayoría de la población mundial.
¿Sabías que a nivel planetario solo un 15% se puede considerar clase media? O
sea que excluyendo a un minúsculo grupito de privilegiados que lo tiene todo,
el 85% de la población, la inmensa mayoría de gente, vive mal, con poca
esperanza, sojuzgada. Y trabajando para hacer más ricos a los ya muy ricos.
Juan: Bueno… hay que ponerse a juntar a la gente, a
organizarla. Hoy, que no son tiempos de avanzada popular, mucho menos
revolucionaria, hay que contribuir con la organización y concientización de las
masas. Ese es un trabajo a largo plazo. Es sembrar semillitas para verlas
florecer en algún tiempo.
Enrique: Definitivamente, mi amigo Juan. Ese trabajo de
hormiga de juntar descontentos se hace en el nivel micro. Aprovechando la
globalización que impera, el desafío es sumar esos descontentos puntuales y
locales en esfuerzos globales, macros. El Foro Social Mundial es un intento en
ese sentido. Quizá no prosperó como herramienta real de lucha, pero a partir de
ello hay que estudiar el fenómeno y ver cómo impulsar alternativas realmente
viables que consideren el estado actual del mundo como aldea global.
Juan: ¿No habrá prosperado como alternativa por esto que
decíamos, por las luchas de poder, por protagonismos, por egos inflados?
Enrique: Es probable. Ya ves, como dijimos: sobran las
dificultades. Por todos lados problemas, bloqueos al cambio, conflictos de toda
naturaleza.
https://www.alainet.org/es/articulo/204595
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