25-01-2018
Qiao Liang y
Wang Xiangsui, oficiales de la Fuerza Aérea del Ejército Popular de Liberación
de China, han definido en su libro “La Guerra Irrestricta” (Unrestricted War),
publicado en 1999, los nuevos ámbitos en que se desarrolla la guerra en el
mundo contemporáneo como fenómeno social, reduciendo significativamente, como
elemento central, la utilización rigurosa de instrumentos militares
convencionales, lo cual termina por rebasar el marco de las leyes vigentes y el
axioma de la guerra perpetuado por Carl Von Clausewitz.
Ellos
explican que «mientras que estamos viendo una reducción relativa de la
violencia militar, al mismo tiempo, definitivamente estamos viendo un aumento
de la violencia en los ámbitos político, económico y tecnológico». Según este
diagnóstico, la violencia dejó de referirse estrictamente al odio, el uso de la
fuerza física y las muertes provocadas por armas de cualquier tipo. Ahora, como
sucede en diversas latitudes, ésta se evidencia a través de la desinformación
inducida (también conocida como postverdad), la militarización de la vida civil
y política, el dominio (directo e indirecto) de algunos espacios estratégicos
de un determinado país, como la economía y los recursos básicos (mediante la
alteración de su valor en el mercado), la aplicación de las leyes
estadounidenses y, por consiguiente, la negación de la soberanía nacional para
el resto del planeta. Tempranamente, al darse a conocer públicamente la obra en
que asentaron sus ideas, Qiao Liang afirmó que «la primera regla de la guerra
irrestricta es que no hay reglas, nada está prohibido». Ya la guerra, en este
sentido, adquiere -como teoría- novedosos e inesperados matices, sobre todo,
luego de producirse la demolición de las Torres Gemelas de Nueva York que,
sirviéndole de excusa al gobierno de George W. Bush, precipitó una escalada
guerrerista por parte de Estados Unidos visible, primordialmente en la región
del Medio Oriente.
En el
contexto de la geopolítica mundial actual, con poderes fácticos supranacionales
que comprometen gravemente la estabilidad política, social y económica de las
naciones, además de su soberanía territorial, se ponen en juego todos los
medios disponibles y utilizables, militares y no militares, lo que complica la
tipificación de las agresiones contra una nación o un gobierno, dando por
descartada cualquier consideración de índole moral y ética. Como lo revelara
hace siglos el general y estratega militar chino Sun Tzu en su obra “El Arte de
la Guerra”, «no existen en la guerra condiciones permanentes… en el arte de la
guerra no existen reglas fijas. Las reglas se establecen conforme con las
circunstancias»”.
En estas
circunstancias, en la guerra sin restricciones se amalgaman lo político y lo
militar con lo económico, lo tecno-científico y lo cultural, sin que exista,
prácticamente, ninguna separación entre estos elementos. La guerra, así, se
convierte en algo polimorfo, abarcando -de manera aislada y/o sincrónica- una
serie de estratagemas psicológicas, informáticas, políticas, diplomáticas y
militares, a fin de obtener los efectos apetecidos, es decir, el desequilibrio
y la eventual derrota del enemigo. Para ello será un asunto fundamental un
acoplamiento multidimensional y una sincronización fundada en la gestión de la
información. Esto, obviamente, altera todo dogma conocido de la guerra. El
campo de batalla no es, como antes, el escenario donde dos ejércitos contienden
entre sí en procura de una victoria total de uno sobre el otro. Éste se ha
extendido hacia múltiples dimensiones, incluida la mente humana. Como lo
sentencian Qiao Liang y Wang Xiangsui, «todos los conceptos prevalecientes
sobre la amplitud, profundidad y altura del espacio operativo ya parecen estar
pasadas de moda y obsoletas. A raíz de la expansión del poder de la imaginación
de la humanidad y su habilidad para dominar la tecnología, la batalla se está
estirando hasta el límite».
Cuando
Estados Unidos (junto a sus socios de la Organización del Tratado del Atlántico
Norte) busca salvaguardar de Rusia y China la hegemonía global que alcanzara
tras la Segunda Guerra Mundial y el colapso de la Unión Soviética, representa
un imperativo descubrir, estudiar y combatir la clase de beligerancia soterrada
que éste lleva a cabo contra algunas naciones y gobiernos, en beneficio
exclusivos de sus intereses geopolíticos. A la vista de todos y sin que nadie
se perturbe mucho por ello.
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