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29/03/2020
Las autoridades
responsables de
enfrentar la crisis del coronavirus insisten en que tenemos ante nosotros un
parón económico de duración incierta, que puede ser cifrado entre 3 y 6 meses y
que, luego, la economía seguirá el curso que traía antes de la pandemia. Solo
es un paréntesis —afirman alegremente nuestros gobiernos. Pero todo indica que
se trata de únicamente de insuflar ánimos para una improbable y rápida
remontada. Hay que ser conscientes de que en adelante, nada va a ser igual. Lo
que vendrá es una incógnita, no tenemos una bola de cristal con la que poder
adivinar el futuro. Sin embargo, sí que pueden analizarse qué fuerzas se van a
enfrentar en los próximos años para definir el venidero escenario político,
económico y geopolítico mundial; o intentar comprender las tendencias generales
que van a verse alteradas por la brutal capacidad de contagio del COVID-19.
Se están
implementando dos diferentes modelos de superación de la crisis, la de aquellos
países que pretenden salvaguardar la economía pase lo que pase y los de
aquellos que están poniendo a la población por encima de cualquier otra
derivada. Luego, entre medias, hay una amplia gama de situaciones que apuestan
por fórmulas mixtas o más o menos escoradas hacia cada extremo. Lo normal, lo
que incluye a nuestro gobierno, es que se pretenda salvar a la población sin
dañar demasiado a la economía y que solo cuando se demuestra que la situación
humanitaria no mejora, se siguen añadiendo nuevas medidas que, seguramente, se
deberían haber puesto en marcha mucho antes. Esa es la dinámica mas frecuente
en occidente. En el vértice opuesto tenemos a Estados Unidos, cuyos dirigentes
temen la pérdida de influencia mundial si se ocupan de la población como
debieran, e incluso abogan por la inmolación de sus ancianos para que la
máquina económica norteamericana no cese. El propio presidente no para de
gritar a los cuatro vientos que el remedio puede ser peor que la enfermedad y
que su país no puede seguir cerrado más tiempo. Afortunadamente, muchos estados
obviaron las recomendaciones de su presidente y sí decretaron confinamientos y
el cierre de la actividad económica no esencial para evitar contagios al margen
de la errática política federal, aunque, a pesar de todo, Estados Unidos ya es
el epicentro de la pandemia a nivel mundial.
Las pocas veces que
nuestros políticos se han dedicado a lanzar proyecciones del futuro a medio
plazo nos hemos encontrado con dos tipos de discursos. Los que pretenden
preparar al estado para enfrentar luchas similares a la que ahora libramos y
los que pretenden dejar al mercado que dirija nuestro destino a pesar de
catástrofes naturales como esta pandemia. Los primeros apuntan a la mejora de
los sistemas sanitarios, algo que incluso el FMI demanda a España tras años
sucesivos de recortes y privatizaciones realizados a derecha e izquierda y de
norte a sur, aunque con distintas intensidades y modelos. Los especialistas
piden reformas profundas no centradas tanto en el paciente sino en la sociedad
en su conjunto, implicando los sistemas ambulatorios de proximidad e incluso
visitas a domicilio para tratar epidemias, evitando colapsos y contagios por traslados
masivos a hospitales. También se ha mencionado, en el caso de nuestro país,
profundizar en la aplicación de la Ley de la Dependencia para proteger a
nuestros mayores, ya que la ley se aplica cuando hay presupuestos o voluntad
política para hacerlo y eso deja en la estacada a centenares de miles de
personas que jamás recibirán la prestación a la que tienen derecho y sin
remunerarse a la mayoría de los cuidadores y cuidadoras de personas
dependientes. En definitiva, más estado, mas cosa pública. Por contra, lo que
llaman el centro derecha patrio nos advierte que viene la generalización de la
uberización de la economía, la robótica, el teletrabajo, la desaparición del
dinero físico… o sea, la eliminación estructural de centenares de miles o
millones de puestos de trabajo que jamás van a ser reemplazados, simplemente
porque no va a haber cómo.
Veremos qué sucede
finalmente y si avanzamos hacia modelos más estatalistas o a sistemas aún más
liberales y globalizados. Sin embargo, una cosa ha quedado clara. Es
fundamental para un gobierno tener el control de todos los servicios básicos,
ya que el mercado por sí mismo, no puede satisfacer las necesidades de la
ciudadanía en tiempos de crisis, máxime cuando se ha producido un fuerte
proceso de deslocalización de la capacidad productiva fuera de las fronteras de
los estados. Si hoy no disponemos de mascarillas, de medicinas, de
respiradores… porque se producen fuera de España y otros estados los acaparan
para sí, eso es algo que no es admisible como país. Pero podríamos estar
diciendo lo mismo de productos de alimentación para enfrentar una hambruna
local, cuando hemos desmantelado nuestra agricultura en aras de una
reorganización de una Unión Europea que ahora muestra su cara más insolidaria,
individualista e ineficaz. Por otra parte, si el agua o la energía y su
distribución se mantuviesen en manos estatales, sería posible arbitrar medidas
de protección de la ciudadanía en tiempos de crisis, como ha sucedido en otra
países que no han privatizado todo lo privatizable, como hicieron aquí tanto el
PSOE como el PP, principalmente durante los años 80 y 90 del siglo pasado. Que
hoy gobiernos de derecha como los de Alemania, Francia o EEUU hablen de
nacionalizaciones o de compra de acciones de sus empresas más señeras, nos hace
pensar que el virus, más que patógeno, tenga un componente alucinógeno, máxime
cuando las ayudas a la empresa privada eran hace días un verdadero anatema
contra la ortodoxia europea.
Precisamente la UE
se enfrenta a un reto existencia de enorme magnitud. Si, finalmente triunfan
las tesis de Alemania, Holanda y Austria y obligan a los países más afectados a
acudir al fondo de rescate europeo —lo que equivale a más austericidio— en vez
de buscar la manera de enfrentar juntos este desastre natural, como la
mutualización de alguna emisión de deuda especial para esta catástrofe, los coronabonos,
su futuro va a verse seriamente comprometido. Ya tenemos la nefasta experiencia
de 2008 y su inacción completa hasta 2012 y habría que esperar que no
repitiesen el error. Si a ello unimos la negativa a proporcionar asistencia a
Italia y España de países como Alemania o Francia, prohibiendo la venta de
material de protección privado a los países más afectados, se va conformando un
peligroso cóctel que va a provocar un repunte peligroso del euroescepticismo.
No sé de qué se extraña Macron cuando dice que en Italia solo se habla de la
ayuda rusa. Esas cosas calan en lo mas profundo de las personas y dejan un poso
duradero. Nadie olvidará lo que China, Rusia o Cuba han hecho por ellos en el
momento que mas lo necesitaban y cuando sus más cercanos socios y aliados les
dieron la espalda.
Es indudable que
China va a salir especialmente fortalecida de la pandemia. No solo por haberla
vencido en un tiempo relativamente corto, sino por el músculo de estado que ha
exhibido ante el mundo, por la imagen que ha proyectado de un país solidario y,
sobre todo, porque se convirtió en su día, con la complicidad del empresariado
y de los mercados occidentales, en la fábrica del mundo. La inmensa mayoría de
las medicinas que se consumen en EEUU son de China, las mascarillas que, al
fin, nos están llegando a los españoles y españolas vienen de China, también
los respiradores, los Equipos de Protección Individual, los tests de contagio…
nada que no supiéramos ya desde hace mucho, demasiado tiempo. Es más, la
economía planificada y sus estrategias a corto y largo plazo, perfectamente
ejecutadas, van a permitir a Pekín salir del trance relativamente indemne, no
como va a suceder en Europa o en Estados Unidos, que seguramente van a
enfrentar una recesión de enorme y duro alcance, encadenada con otra de la que
apenas conseguimos hemos logrado sobreponernos a día de hoy, tras 12 años de
recortes y austeridad que, entre otras cosas, han degradado enormemente a
nuestro sistema sanitario hasta hacerlo incapaz de enfrentar eficazmente al
coronavirus.
Y eso es lo que más
teme Estados Unidos. Su decadente imperio, solo ya sostenido por el poderío
militar y por la posesión de las imprentas de billetes verdes, va a tener que
ceder el trono planetario si frena la economía durante un trimestre o mas.
Sobre todo mientras China acelera su producción para suplir el vacío occidental
y despega en solitario con toda la maquinaria industrial puesta a punto, cuando
medio mundo parece deseoso de acceder a sus productos, y hasta rivalizan entre
ellos para poder ser servidos con rapidez.
Su punto débil es
la capacidad militar, sin embargo, las armas más poderosas, como los
portaaviones, ya están en construcción y a la espera de entrar en servicio en
los próximos años. El mayor plan de infraestructuras del mundo, la Ruta y
Cinturón de la Seda 2.0, está en marcha y los instrumentos financieros puestos
a su servicio compiten con el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
Mientras China ejerce su poder, desplegando influencia a través del desarrollo
de infraestructuras a cambio la explotación de recursos naturales, EEUU lidera
golpes de estado y guerras coloniales para directamente robarlos con el apoyo
de un ejército imperial desplegado en los cinco continentes en forma de 800
bases militares y bombardeos, portaaviones y submarinos nucleares moviéndose
permanentemente alrededor del mundo.
Pase lo que pase,
el coronavirus va a provocar cambios de magnitud telúrica en el planeta,
acelerando procesos, desatando otros, tejiendo y deshaciendo alianzas… En
nuestro país está en riesgo, ya no solo el modelo económico general, como en el
resto de Europa, sino la existencia de la mismísima Casa Real, la preciada
herencia del franquismo. Una corona por otra. Pero una cosa es bien segura,
mientras Merkel le ha espetado un nein como una casa a todo el
sur de Europa, Xi Jinping, Díaz-Canel y Putin se han mostrado en otro registro
muy diferente. A ojos del mundo, ya ni el eje del mal es tan malo, ni
el eje del bien tan
bueno. ¡Hay que ver el poder que tiene un bichito tan pequeño…!
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