viernes, 3 de abril de 2020

POPEYE, BIN LADEN Y DOS CORONELES CHINOS



Antonio Maira

Cádiz Rebelde/ El Viejo Topo


A partir del 11 de septiembre la preocupación fundamental de los políticos estadounidenses no fue capturar o matar a Bin Laden y destruir Al Qaeda, ni tampoco la de lograr la caída de los talibanes y el establecimiento de un régimen manejable, o francamente títere, en Kabul, siendo estas dos cosas extremadamente importantes. Porque, otra cosa, además de las Torres Gemelas, se ha desmoronado el 11 de septiembre.

Una flecha en el tendón de Aquiles

Con toda la importancia de esos dos logros -uno, el de la venganza, declarado públicamente, y el otro, el de la implantación de las cohortes imperiales en suelo afgano, que más que sospechado es conocido, compartido o lamentado, aunque en discreto silencio, por todos los gobiernos del mundo-, lo realmente significativo para los estrategas del Pentágono y para las propias relaciones de poder internacionales que sostienen la supremacía de los EEUU o el poder del Imperio, es que los atentados han puesto de manifiesto, también para todos sus enemigos, la existencia de una enorme grieta en la seguridad del país más poderoso del mundo, una vulnerabilidad totalmente insospechada. Esto es extraordinariamente dramático para el proyecto de poder de los Estados Unidos porque no puede ser remediado con éxito militar, inmediato, alguno.

De repente, el territorio norteamericano -zona liberada de la guerra- es alcanzable para sus enemigos, sus bienes pueden ser destruidos y sus ciudadanos masacrados. Y esto no es una sospecha paranoica o una alarma artificial elaborada para facilitar el crecimiento del presupuesto de defensa o para justificar una operación de castigo, sino una tremenda constatación avalada por cinco o seis mil muertos, por el ataque al Pentágono y por la destrucción total e irremediable del World Trade Center, los edificios más simbólicos de la actitud de los Estados Unidos ante el nuevo milenio. Y también por varias horas de desconcierto total, de temor y de impotencia dramática, del país más armado del mundo. Sin aviso alguno, en una hora corriente de un día cualquiera, los hechos afirmaron algo totalmente inaudito: que la guerra había entrado y podía volver a entrar, con niveles muy altos de destrucción y gran número de víctimas civiles, arrasando los mayores símbolos de poder, en el mismísimo territorio de los Estados Unidos.

Sobre la absoluta imposibilidad de que esto ocurriera estaba diseñada una estrategia de dominación extremadamente agresiva y toda una política internacional que desde hace años rompía negociaciones, acuerdos, tratados y conciertos.


Ganar un enemigo, perder la impunidad

En el número de octubre de Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet dice que a "los veteranos de la guerra fría" del gabinete Bush la situación puede resultarles favorable, porque "los atentados les restituyen un factor estratégico del máximo nivel, del que se habían visto privados durante diez años, desde el hundimiento de la Unión Soviética: un adversario". Sin embargo, y aunque la demanda de establecer un enemigo como prioridad de la política exterior aparecía en el documento Santa Fe IV que supone la posición de la derecha dura norteamericana y, como tal, orienta la política exterior de los presidentes republicanos, lo que parece vital en estos momentos es que los Estados Unidos han perdido el factor estratégico fundamental: la impunidad. Este factor determinaba la posibilidad de recurrir a la guerra sin pensarlo dos veces, como instrumento cotidiano y sin correr riesgo alguno. Los ataques del 11 de septiembre han hecho tambalearse el diseño estratégico que para la dominación del mundo habían establecido los sucesivos Consejos de Seguridad Nacional -la institución que determina la continuidad, más allá de las contingencias presidenciales, en el diseño del Imperio-, la política de armamentos de Washington y la estructura fundamental de su política exterior. Lo han hecho al destruir la herramienta fundamental del sistema de poder: el modelo de guerra elaborado minuciosamente en los últimos quince años.


El no de dos coroneles chinos

El primer aviso de que en la guerra las cosas podrían no ir tan bien como los Estados Unidos esperaban fue escrito, en chino, por los coroneles Qiao Liang y Wang Xianghui nada menos que en 1999, poco antes de la "guerra modélica" contra Yugoslavia. La idea de que algo como lo sugerido pudiera ocurrir era tan descabellada que el libro La guerra más allá de las reglas: evaluación de la guerra y de los métodos de guerra en la Era de la globalización pasó totalmente desapercibido. En realidad, el desinterés parecía justificado: los coroneles iniciaban el análisis en la experiencia de la guerra del Golfo y de las sucesivas operaciones contra Iraq, y admitían, en una primera conclusión, que los EEUU eran invencibles.

Efectivamente, los militares chinos partían, de acuerdo en esto con sus satisfechos colegas estadounidenses, de la constatación de la absoluta superioridad militar y tecnológica de los EEUU. Ese punto de partida, cuya consecuencia era la impotencia de los demás países para defenderse de las agresiones y chantajes armados de la superpotencia, se completaba con la convicción, en relación con China, de la enorme posibilidad de sufrir a corto o medio plazo una ataque demoledor o una amenaza irresistible.

Sin embargo, lejos de mantenerse en esa conclusión desasosegante nuestros coroneles se habían implicado a fondo en el análisis de las posibilidades de salir de un dilema dramático: obedecer a los EEUU o ser arrasados. En esa minuciosa tarea definieron una revolución militar que iba más allá de la ya realizada por el Pentágono; se basaba en la recomendación de un pensamiento y una actuación "fuera de las reglas", es decir, del conjunto de normas y métodos sobre la guerra definidos por Occidente para asegurar su victoria.

Desde esa revolución basada en lo "militarmente incorrecto", que arranca desde una posición deliberadamente marginal, lanzaron un verdadero reto a los EEUU. En la guerra cuyas normas, reglas y métodos de combate han sido definidas por Occidente, su país, China, no tendría posibilidad alguna. En consecuencia, Qiao Liang y Wang Xianghui, recomiendan resolver el problema "pensando fuera del marco", "al margen de las reglas", de esas reglas, normas y métodos de guerra que han sido impuestas por los estrategas y militares del Pentágono.


Popeye se va a la guerra

Los Estados Unidos, en opinión de los coroneles chinos, parten de una convicción y asumen una exigencia primaria en su relación con la guerra. La convicción es la de que las disputas internacionales pueden ser resueltas, definitivamente, en el campo de batalla. Como veremos más tarde esta convicción es una manifestación y una consecuencia del modelo de guerra que han estado desarrollando los estrategas del Pentágono: una guerra instrumental, sin riesgos, fácil, sin costes humanos, con éxito asegurado y con una fácil relación con la opinión pública.

La exigencia es la de "cero bajas propias" como norma suprema en el modelo de "combate". Desde la invasión de Panamá y la guerra del Golfo, y como antídoto al síndrome de Vietnam, Washington ha desarrollado una tecnología de guerra aérea y misilística, orientada a destruir desde lejos, con los atacantes fuera del alcance de sus víctimas. El ataque a Yugoslavia, a pesar de algunas perplejidades cuando parecía necesaria la intervención por tierra, constituyó la definición plena del modelo.

Los dos principios -a los que podemos llamar: "guerra para todo" y "guerra sin honras fúnebres"-, en opinión de los coroneles, constituyen también dos errores mayúsculos. La guerra no resuelve definitivamente los problemas, la eliminación del coste humano propio no es siempre posible. Además, el Pentágono rinde un culto excesivo a la tecnología.

La guerra contemporánea está enmarcada por normas. leyes y acuerdos desarrollados durante décadas por Occidente. La desvinculación de estas normas es una exigencia para la defensa de los países más débiles, es decir, de cualquier país que pueda ser agredido por los estadounidenses; una apreciación, como veremos, en la que se quedan cortos nuestros analistas chinos. Los EEUU no sólo forjaban normas y técnicas para la guerra sino que estaban consolidando la norma suprema de que ellos no se vinculaban a norma alguna.

En relación con los métodos de guerra, Qiao Liang y Wang Xianghui critican, desde el punto de vista de la eficacia militar, el enorme desarrollo y despliegue de armas de distinto tipo que realiza el ejército norteamericano. El exceso reduce la eficacia de cada una de ellas. La conclusión de este análisis profesional es realmente preocupante: "ningún arma puede ser realmente decisiva excepto las armas nucleares". La preocupación se ve reforzada por el proyecto de desarrollo y fabricación de "pequeñas armas nucleares", diseñadas para explotar a gran profundidad bajo el suelo, que fue anunciado hace meses en Estados Unidos. También por la reclamación de guerra nuclear en Afganistán que hicieron algunos congresistas.

Otro aspecto de los conflictos militares, convertido en regla universal por EEUU, es la concepción de que los enfrentamientos armados están vinculados a un "campo de batalla" específico. La guerra no puede irse de las manos ni del lugar asignado para ella. El escenario del combate tiene que ser definido y concreto.


Pensar fuera de las reglas

El instrumento primario, pues, de una revolución militar capaz de resistir a la enorme superioridad de la superpotencia es la falta de respeto a las reglas y los métodos de la guerra que pretende imponer Estados Unidos. Esto, que pareció irrelevante durante más de dos años, está causando ahora pavor entre los funcionarios del Pentágono. No hay más que observar los acontecimientos del 11 de septiembre a través del prisma de la guerra sin reglas de Qiao Liang y Wang Xianghui.

La guerra "más allá de todas las fronteras y limitaciones" cuestiona, en primer lugar, la definición y la limitación del escenario del combate. En el Pentágono están muy interesados en mantener los conflictos armados dentro de campos de batalla determinados. Pero eso, que puede ser muy conveniente para los EEUU, es extremadamente indeseable para sus enemigos. La conclusión es que ese enfrentamiento militar localizado y de altísima tecnología no tiene porqué ser el del siglo XXI. La conflagración romperá, por decisión del más débil, el escenario limitado. Es posible concebir una guerra sin fronteras y sin métodos codificados para enfrentarse al enorme poderío de EEUU. Si China tiene necesidad de defenderse deberá hacerlo más allá de las fronteras y limitaciones que imponen, para su propio provecho, los EEUU. China debe evitar la trampa de la guerra diseñada para hacer segura la victoria de Occidente.

EEUU, reconocen los coroneles chinos, tiene el liderazgo en la capacidad para concebir tipos de guerra distintos. Ha desarrollado, como parte de la que llaman su "revolución militar", el concepto de "acción militar no bélica". El control de la información mediática por los estados mayores podría ser un ejemplo de estas acciones a las que se refieren Qiao Liang y Wang Xianghui, pero también las operaciones de vigilancia global y de control permanente de los posibles enemigos, las operaciones encubiertas, y, desde hace poco, los "asesinatos selectivos". Sin embargo, el modelo norteamericano no ha desarrollado otro concepto revolucionario, el de "acción bélica no militar". En ese campo, enormemente amplio, tiene que trabajar China. Es ahí donde pueden hacer la guerra aquellos países incapaces de enfrentarse con Estados Unidos. Estructuras informales de combatientes civiles, guerra informática, guerra en todos los campos posibles. La acción militar es sólo una dimensión de la guerra. Ante una amenaza vital China tiene que sentirse libre para combatir de cualquier manera, con cualquier arma, en cualquier lugar.

Los militares chinos vuelven a colocar la guerra en el lugar de las grandes tragedias, se niegan a aceptar la posibilidad de ser atacados sin costes y vencidos sin remedio. El principio que debe seguir China, dicen, es el de acumulación. Hacer la guerra en todos los sitios posibles, "golpear objetivos vulnerables con procedimientos inesperados".


En Yugoslavia la ley se ajusta al delincuente

Pocos meses después de la publicación del libro, la OTAN realizó su enorme ataque aéreo contra Yugoslavia. Durante este bombardeo el modelo militar para las guerras del Imperio fue llevado hasta las últimas consecuencias.

En primer lugar, EEUU "perfila" las reglas de la guerra según su propios intereses. La intervención de la OTAN rompe con el derecho internacional -se hace sin autorización del Consejo de Seguridad- y con el propio tratado de la Organización Atlántica. Las normas, no obstante, sufrirían un cambio radical antes de finalizados los bombardeos para que se ajustasen a la guerra que las había violado. El ajuste de la ley para legitimar al delincuente se realizó durante la Cumbre de la Alianza Atlántica en Washington. Los países de la OTAN, que ya se habían autodefinido como "comunidad internacional", proclaman su derecho a señalar enemigos, delitos y delincuentes internacionales, y a hacerles la guerra sin intervención de las Naciones Unidas. "Sin autorización pero bajo el espíritu de las NNUU" dirían, cínicamente, para acallar alguna mala conciencia. Es todo un atentado contra la legalidad internacional realizado con procedimientos de golpe de Estado.


Destrucción planificada y matanza escalonada

Pero son los elementos técnicos de la guerra y sus enormes consecuencias lo que nos ocupa en estos momentos. El primero de ellos es que las diferencias tecnológicas entre los EEUU y sus aliados, y sus posibles enemigos, son tan inmensas que la guerra deja de ser un combate, una contienda, para convertirse en una destrucción planificada y en una matanza con escalada unilateral. Realizada siempre en territorio enemigo es éste el que soporta la destrucción material y el que "pone los muertos". El único ejemplo posible es el precedente de las guerras coloniales. En contra de lo que demandaría una conciencia humanitaria, en nombre de la cual se emprenden muchas batallas, esta guerra, que por lo desigual debe llamarse "carnicería" o "castigo", mantiene excelentes relaciones con la opinión pública de los pueblos "más civilizados".

Pero la guerra tiene dos caras. De un lado fácil, del otro intolerable. La impunidad con la que EEUU y sus aliados pueden hacerla aumenta enormemente su probabilidad y la aceptación pública en Occidente, incluso cuando se trata de conflictos de extrema violencia. Lo que se piense al otro lado carece de importancia. La facilidad de la contienda conduce, inevitablemente, al "gatillo fácil". La guerra pierde para los Estados Unidos y sus aliados el carácter de tragedia y se convierte en un instrumento político cotidiano. La trivialización de este horror ha sido tan escandalosa, en estos últimos años, que se ha bombardeado Iraq para distraer a la opinión pública de Estados Unidos de asuntos domésticos como los devaneos sexuales de Clinton, o para reforzar la legitimidad de una presidencia de origen tramposo, como la de Bush.

El enfrentamiento militar se ha convertido en una contienda entre destrucción y matanza, frente a resistencia. Si la resistencia se empecina, la masacre de civiles puede utilizarse como un instrumento irresistible de presión. Son los llamados "daños colaterales". En Yugoslavia aumentaron a medida que la firmeza de la población hacía temer que se impusiese la necesidad del combate en tierra. La "batalla terrestre" alteraría el principio fundamental -"no bajas propias"-, del modelo de guerra de EEUU. Otro tanto hemos observado en Afganistán.


La irresistible tentación de hacer la guerra

En esta guerra que permite no sólo mantener a las poblaciones propias al margen de la destrucción, de la violencia y de la muerte, sino también a los propios "combatientes", la brutalidad es necesariamente monopolio de Occidente. Pero esa brutalidad es encubierta e incluso trasladada al enemigo. Este es el papel fundamental de los medios de comunicación.

Ya que la guerra de "cero bajas" y en territorio enemigo, como tal, no plantea ningún riesgo, se convierte en un instrumento casi alternativo de la diplomacia, incluso sustitutivo de la misma, porque alcanza los objetivos con más rapidez y eficacia. Desaparece la autocontención que había definido a la contienda armada como el recurso más extremo. Ahora adquiere un carácter cotidiano. La guerra de victoria garantizada y sin riesgos se convierte en un proceso sin características disuasivas. Ya no es una tragedia sino una realidad estimulante.

La "guerra según el Pentágono" tiene también determinadas funciones económicas: la "guerra negocio". Estamos ante conflictos armados de corta duración, escenario limitado, momento elegido y altísimo consumo. El equipo militar necesario puede escogerse y fraccionarse para adaptar el castigo a los objetivos deseados, ya que el riesgo de ser derrotado y destruido ha desaparecido. El conflicto militar es además un mecanismo de experimentación que culmina los procesos de investigación y desarrollo militares. Es, por lo tanto, una pieza fundamental de la economía de armamento y de las relaciones de la gran industria con el Pentágono -el casi olvidado complejo militar-industrial que maneja el gigantesco presupuesto militar de EEUU.

La última característica de la "guerra modelo" es su carácter ejemplarizante. La guerra, enormemente desigual, violenta, victoriosa, llevada hasta el límite de resistencia del enemigo, es observada por todos y, en cierto sentido, se dirige contra todos. Es una advertencia universal de poder, un acto de imperio.


Dos años después

El libro de los militares chinos no recibió demasiada atención. Ninguna en lo relativo a su análisis de la "revolución militar" de la que alardeaban los estrategas norteamericanos. Mucho menos en relación con la revolución antagonista que se iniciaba con la consigna "pensar y actual fuera de las reglas".

La poca atención se centró en el escándalo. Se acusaba a sus autores, con enorme hipocresía por cierto, de hacer una apología del terrorismo, de la propuesta de utilización de armas prohibidas y de la guerra sin límites humanitarios. La acusación desde los sectores oficialistas se hacía ocultando el poderoso sistema de terror y de impunidad que habían establecido y que estaban desarrollando, hasta las últimas consecuencias, los EEUU.


Los EEUU rompen también algunas reglas

Los militares chinos no podían apreciar, en aquél momento, hasta qué punto EEUU iba a desarrollar su propio modelo fuera del marco de los tratados y reglas internacionales.

Su estrategia global ha sido la de conservar y ampliar todas las capacidades armamentísticas posibles, negándoselas al mismo tiempo al enemigo. El problema era que la guerra de Yugoslavia, casi modélica, había dejado en realidad algunas cuestiones por resolver. Una de ellas estaba relacionada con el carácter no determinante de la guerra aérea en determinadas condiciones. La característica fundamental del modelo, la exigencia casi absoluta de "cero bajas propias" podía desaparecer en escenarios más complicados que el de los Balcanes. Ya en la reforma del Tratado del Atlántico Norte, cuando todavía las bombas caían sobre Belgrado, se definía como delito internacional perseguible la fabricación de armas de destrucción masiva: nucleares, químicas y bacteriológicas. La norma era establecida por un conjunto de países, capitaneados por los EEUU, que son y han sido los máximos fabricantes, utilizadores y vendedores de esas armas de destrucción masiva. Lo que pretenden, evidentemente, es el monopolio.

Con la excusa de evitar esa proliferación, Iraq había sido bombardeado y bloqueado hasta el genocidio.

No obstante esa "faceta justiciera", los EEUU se han negado a aprobar el desarrollo del Tratado contra las Armas Químicas y Biológicas, se han visto descubiertos desarrollando un enorme programa de investigación y desarrollo de armas bacteriológicas, han aprobado presupuestos para desarrollar un proyecto de fabricación de pequeñas armas nucleares diseñadas para explotar a gran profundidad -un refuerzo para su guerra modelo-, han anunciado su negativa a firmar ningún acuerdo contra la realización de pruebas nucleares, se disponen a terminar con la moratoria nuclear y se han negado a ratificar el Tratado contra Minas.

Así pues, los Estados Unidos no están dispuestos a respetar norma ni tratado alguno. De hecho, la propia declaración de Bush ante un Congreso que autorizaba la "guerra contra el terrorismo", estuvo marcada por declaraciones muy significativas: "utilizaremos -decía el presidente- todas las armas que sean necesarias". La declaración causa una alarma inmediata cuando recordamos el juicio de los coroneles chinos: "las únicas armas realmente resolutivas son las nucleares", y completamos ese juicio con la indiscutible exigencia norteamericana de victoria y con la ausencia total de escrúpulos que ha demostrado este país en los últimos cincuenta y seis años.


El ataque del 11 de septiembre

Con el desplome de las Torres Gemelas y de uno de los vértices del Pentágono, todos los elementos fundamentales del modelo de guerra elaborado y ensayado por los EEUU han saltado hechos pedazos.

En primer lugar, las condiciones impuestas al escenario de la guerra. La guerra no sólo se inicia en los EEUU sino que lo hace en su espacio aéreo y en los edificios más emblemáticos del país: el cuartel general y el corazón empresarial, comercial y financiero. En segundo lugar, la guerra comienza con un tremendo número de víctimas civiles norteamericanas y otro número muy considerable de víctimas militares en el Estado Mayor de los ejércitos imperiales.

Para más escarnio de los diseñadores de la guerra del nuevo siglo, Estados Unidos es situado en el lugar que no le corresponde en un esquema de guerra similar al que han desarrollado los estrategas pentagonales: atacado desde el aire, por un enemigo inalcanzable que también bombardea ciudades. Los EEUU no pueden repeler ni contestar al ataque, colocados en una impotencia similar a la que, frente a ellos, sintieron iraquíes y yugoslavos. Porque no sólo ha desaparecido el habitual campo de batalla sino que también lo han hecho, pulverizados, los combatientes. La impunidad ha cambiado de bando.

La guerra de dos caras les ha enseñado la faceta amarga, el perfil intolerable. Las armas y el método han sido totalmente inauditos. Un simple factor humano: la disponibilidad a la inmolación de los enemigos, ha alterado toda la batalla, ha sorprendido todas las previsiones, se ha burlado de las costosísimas estructuras de defensa, de los fabulosos gastos militares.


...tal vez, Bin Laden

Tal vez fue Bin Laden, pero también, tal vez, fueron otros.

Es posible, aunque muy improbable, que los que planificaron el ataque a los Estados Unidos se hayan inspirado en la lectura directa del libro de los dos coroneles. Es mucho más seguro que, más que recoger su inspiración teórica, compartiesen con ellos la misma necesidad estratégica. Los autores de los atentados actuaron, desde luego, totalmente al margen de las reglas. Las armas, los combatientes, el escenario y el método fueron inconcebibles. Su actuación resultó absolutamente imprevisible e inimaginable para los miles de creadores de modelos y "jugadores de la guerra" que trabajan en el Pentágono.


De la seguridad al desconcierto

Las fuerzas armadas de los Estados Unidos eran superiores a las de cualquier grupo de países del mundo. Sus gastos militares ampliaban esa superioridad. No había antagonista militar alguno en el horizonte previsible.

Los Estados Unidos controlaban todos los aspectos de la guerra empezando por el escenario de la batalla, siempre muy lejos de su propio territorio. Controlaban el comienzo y el final de la guerra, la intensidad de las operaciones militares, el ritmo de los combates y los niveles de destrucción y de matanza. Dominaban también su impacto en la opinión pública.

Los políticos de Washington y los generales del Pentágono habían establecido las reglas de su guerra y habían prescindido de todas las normas internacionales.

En estas condiciones, el reto que se habían puesto a sí mismos los coroneles chinos parecía una reflexión marginal de quienes se resistían a una derrota ya programada en los libros secretos del Pentágono.

Todo fue así hasta un día de septiembre. El día en que la Guerra más allá de las reglas, convertida en "la guerra imposible", se abatió contra los Estados Unidos.



Antonio Maira Rodríguez

Cádiz Rebelde, octubre 2001
El Viejo Topo nº 160, Enero 2002


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