El punto de vista generalizado de los politólogos y
opinólogos del
Perú sobre las recientes elecciones congresales es que se ha impuesto un voto
antisistema, un supuesto voto de rechazo contra lo que llaman
el Perú
institucional formal. Sin embargo, esta visión limitada no
considera que en nuestro país coexisten dos subsistemas rechazados por la
ciudadanía: el institucional formal y el institucional informal, claramente
diferenciados por niveles socioeconómicos, pero íntimamente entrelazados
culturalmente.
Estos
subsiste mas conforman el sistema, que se mantiene
atravesado, de arriba hacia abajo y de lado a lado, por el caos, la violencia y
la corrupción social; todo ello como manifestación sistémica del subempleo y la
pobreza (75 por ciento de PEA informal y 60 por ciento del universo de la PEA con
ingresos menores a 1,000 soles). Esta condición socioeconómica estructural del
país no permite ni permitirá su desarrollo, sino más bien su atraso y
subdesarrollo, que se expresan cada vez más como la trilogía que nos espanta:
caos, violencia y corrupción social. En tal sentido, el evento electoral en
cuestión, en el fondo, ha sido un grito de impotencia y desesperación contra el sistema.
Nueve
millones de trabajadores, que tienen ingresos per cápita por debajo del sueldo
mínimo, saben que, sin cambios estructurales profundos, vamos hacia lo peor:
perciben que la clase política, de izquierda y derecha, con la Constitución
Política actual u otra, y sus leyes, no podrán transformar la situación
económica nacional existente ni crear, de abajo hacia arriba y de la periferia
al centro, los nuevos modelos socioeconómicos locales y regionales que el país
necesita.
La grave impotencia de la clase política
peruana
La
falta de creación de liderazgos propios del siglo XXI también tiene un
trasfondo sistémico: la crisis de época de las ciencias sociales y la
persecución contra todo aquello que tenga que ver con la palabra ideología.
Así, en 40 años se ha impuesto el pragmatismo y el tecnicismo, así como su
antípoda: la especulación académica.
Estamos
frente a una crisis de época que solo podremos superar con revoluciones
ideológicas, culturales y organizacionales disruptivas. En tal sentido, nos
hace falta una teoría social que explique nuestra realidad socioeconómica y un
programa de acción que transforme esa realidad socioeconómica, la misma que
padece a diario más del 70 por ciento de la sociedad peruana.
- El subsistema socioeconómico
e institucional formal. Es el
subsistema que se sostiene (1) en el modelo socioeconómico de mercado global,
el llamado Neoliberalismo; (2) el modelo socioeconómico estatal y paraestatal,
el de las empresas estatales y paraestatales constructoras y consultoras,
entre otras; (3) el 25 por ciento de la PEA, que ocupan estos modelos; y
(4) la clase política y las instituciones de sus tres poderes que se
configuran para y dentro del sistema institucional formal. En este
subsistema prima el poder de tramas invisibles de relaciones políticas,
económicas y sociales, no la Constitución y las leyes, que condicionan el
desarrollo de un submundo de impotencia, capitulación ideológica y
corrupción social.
- El subsistema socioeconómico
e institucional informal. Es el subsistema
que se sostiene en el modelo socioeconómico ciudadano,
el del autoempleo y las MYPES familiares, que es aún más caótico,
imprevisible e ineficiente, y también sumergido en la corrupción social
sistémica; con una diferencia: en este subsistema sobreviven, por lo
general en pobreza, el 75 por ciento de la PEA, y peor aún, sin
representación en las teorías sociales y programas de acción de la clase
política mundial. Esta grave situación sociológica ocasiona que los
partidos políticos “carezcan de definición ideológica y esgrimen solo
generalidades como programa de acción” (Luis Pasara); sin idea alguna
sobre el qué hacer y demostrando la grave precariedad de las instituciones
formales.
Sin
embargo, no todo está lleno de malos augurios, porque los liderazgos verdaderos
solo surgen del caos y los impasses históricos. Las próximas dos o tres décadas
constituyen uno de esos momentos. Esa es la gran oportunidad. Surgirán muchos
líderes, los líderes del siglo XXI que crearán soluciones extraordinarias,
desconocidas hasta hoy. Lo que sí sabemos es que estas soluciones irán del
desarrollo sectorial del siglo XX al desarrollo territorial del siglo XXI,
sobre la base de la autogestión social y la autosuficiencia local. ¿Hacia dónde
estamos yendo?
Hemos
entrado a un proceso final de fragmentación y disgregación de subsistemas, y de
aparición de otros a modo de pequeños liderazgos; se rompen las relaciones
precedentes de producción y los lazos sociales de comunidad humana y familiares
más íntimos. La arquitectura social se está reestructurando por sí misma al
llegar a su límite. Frente a esta situación, como dice Richard Webb, “se
necesitan reformas con mayúsculas, sino el pobre se quedará en su sitio”; y si
el pobre se queda en su sitio, la reestructuración social nos llevará a una
transición sistémica con altos niveles de disgregación y violencia.
Frente
a tal situación, nuestra clase política está muy por debajo de lo que el gran
reto de crear reformas socioeconómicas generacionales exige. Esta está
concentrada en la reforma política como si esta
reforma consistiera en reformar la Constitución y crear nuevas leyes (¡más
aún!), y en la lucha contra la corrupción como si esta consistiera en perseguir
individuos. Así, el problema fundamental de nuestro país es precisamente la
situación de impotencia de nuestra clase política, que es incapaz de
autoreformarse ideológica, cultural y organizacionalmente.
Mientras
que nuestra clase política, con su staff de politólogos y opinólogos, no
reinvente sus visiones del desarrollo socioeconómico, por seguimiento de
tendencias y liderazgos del cambio mundial, la aceptación de esta por parte de
la ciudadanía será casi nula. Finalmente, en tal sentido, nos obligamos a
alertar sobre la grave situación que atraviesan nuestras organizaciones
políticas, cuando algunas de estas logran pasar la valla electoral hasta con
menos del 3 por ciento del universo electoral de 25 millones de votantes; y que
el de máxima aceptación solo haya obtenido 5.6 por ciento. ¿Qué hacer?
Todas
las agrupaciones políticas se deben transformar en Escuelas de ideología
política y gestión del desarrollo socioeconómico, con participación de la
ciudadanía activa. Para las elecciones del 2021, todas estas agrupaciones
deberían demostrar obligatoriamente que están en condiciones de liderar
soluciones sistémicas frente al subempleo y la pobreza, acometiendo modelos de
desarrollo neorural y periurbano por autogestión social y autosuficiencia
local. Estas organizaciones políticas, para ser tales, deberían responder a los
siguientes retos el próximo quinquenio 2021 – 2026
- Que la informalidad de la PEA sea reducida en un 50 por ciento, y
- Que el 70 por ciento de la PEA tenga ingresos superiores a los
1,000 soles
Solo
sobre la base de estas capacidades se podrá iniciar la solución de la
impotencia ideológica de la clase política, la violencia, el caos y la
corrupción social.
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