En sus manifestaciones, los “chalecos amarillos” hacen ondear la bandera de Francia, símbolo siempre ausente en las reuniones organizadas por los ecologistas.
por Thierry Meyssan
Desde hace
3 años, un profundo descontento se ha hecho patente a lo largo y
ancho de Francia y ha adoptado formas hasta ahora desconocidas. Reclamando
el ideal republicano, ese movimiento de protesta cuestiona la manera
como el personal político dice servir a las
instituciones. Frente a esa protesta, el presidente Emmanuel Macron finge favorecer una concertación que él mismo manipula constantemente. El autor de este artículo señala que los peores enemigos del país no son aquellos que quieren dividirlo en comunidades sino quienes,
después de ser electos, han olvidado
el sentido del mandato que les fue otorgado.
RED VOLTAIRE | DAMASCO (SIRIA) | 7 DE
JULIO DE 2020
La primera ola
En octubre de 2018, una sorda protesta
se hacía sentir desde las pequeñas localidades y los campos
de Francia. Los dirigentes del país y los medios de difusión
descubrían, estupefactos, la existencia de una clase social que no conocían
hasta entonces y a la que nunca antes se habían visto
confrontados: una pequeña burguesía excluida de las grandes ciudades y relegada
al llamado «desierto francés», donde los servicios públicos son
muy limitados y el transporte público inexistente.
Esa
protesta, que en algunos lugares llegó a tomar visos de revuelta, tuvo como
factor desencadenante un impuesto sobre el combustible diésel –impuesto que
oficialmente tenía como objetivo alcanzar las metas planteadas en el Acuerdo
de París sobre el medioambiente. Los ciudadanos que protestaban estaban
muchos más afectados que los demás porque vivían lejos de todo y su única
posibilidad de transporte era el uso de sus vehículos personales.
A raíz de la disolución de la Unión
Soviética, se produjo una reorganización de la economía mundial.
Las empresas occidentales cerraron cientos de millones de puestos de
trabajo en sus países y los trasladaron a China. En Occidente,
la mayoría de los trabajadores que perdieron sus empleos tuvieron que aceptar trabajos
menos remunerados, se vieron obligados a abandonar las grandes ciudades
–ya demasiado onerosas para ellos– para irse a vivir en las zonas
periféricas [1].
Miembros de esa población relegada, los
“chalecos amarillos” aparecieron en 2018 para recordarle al resto de
la sociedad que, aun viviendo en las localidades desfavorecidas, seguían
siendo parte de Francia y que no podían contribuir a la lucha contra
«el fin del mundo» si antes no les ayudaban a
sobrevivir hasta «el fin de mes». Los “chalecos amarillos”
denunciaban la inconciencia de los dirigentes políticos que –desde sus
cómodas oficinas en París– eran incapaces de ver las dificultades que
enfrentan otras categorías poblacionales [2].
Los
primeros debates políticos entre ciertas personalidades políticas y algunas de
las principales voces de los “chalecos amarillos” fueron todavía más
increíbles: cuando los políticos proponían medidas sectoriales,
los miembros de los “chalecos amarillos” respondían describiendo
serenamente los desastres provocados por la globalización financiera.
Los políticos se veían totalmente desorientados mientras que
los miembros de los “chalecos amarillos” exponían una visión panorámica
de la situación. Los políticos no mostraban la capacidad de
análisis necesaria, que sí estaba presente entre los electores.
Por
suerte para la clase dirigente, los medios de difusión se dieron a
la tarea de ocultar a los “chalecos amarillos” mostrando a otros
manifestantes que expresaban su cólera con gran energía, pero de manera
mucho menos inteligente. La agravación del conflicto, con la
participación de una parte importante de la población, hizo que llegara a
temerse una eventual revolución. Presa del pánico, el presidente francés
Emmanuel Macron se encerró durante 10 días en su bunker subterráneo,
bajo el Palacio del Elíseo, anulando todas sus salidas y encuentros fuera
del edificio. Pensó en la posibilidad de dimitir y llegó a convocar al
presidente del Senado para que este asumiera la presidencia interina
de la República. Sólo cuando el presidente del Senado lo mandó
a paseo, Macron apareció en televisión anunciando unas cuantas medidas de
carácter social, de las cuales ninguna respondía a los reclamos de los
“chalecos amarillos”… porque el presidente Macron simplemente
no sabía todavía de dónde habían salido esos franceses.
Todos los estudios de opinión tienden a
mostrar que este movimiento de protesta no expresa un rechazo de la
política per se sino, al contrario, una voluntad
política de restaurar la noción del interés general, o sea de la
República, en el sentido inicial de la palabra [3].
La
ciudadanía está relativamente satisfecha de la Constitución, pero
no de cómo se utiliza o se aplica ese texto.
La ciudadanía rechaza, en primer lugar, el comportamiento de la clase
política en su conjunto, pero no rechaza las instituciones.
Tratando entonces de recuperar la
iniciativa, el presidente Emmanuel Macron decidió organizar un «Gran Debate
Nacional» en cada comunidad, algo así como los «Estados Generales»
de 1789, anunciando que cada ciudadano tendría derecho a expresarse en
esos encuentros y que las proposiciones serían recogidas y tenidas
en cuenta.
Pero, desde los primeros días,
el presidente se dedicó a controlar la expresión popular,
¡no hay que permitir que “el populacho” diga todo lo que
le pase por la mente! Resultó entonces que temas como la inmigración, el aborto
voluntario, la pena de muerte y el matrimonio entre personas del
mismo sexo quedaban excluidos del «debate». El presidente
Emmanuel Macron dice ser un «demócrata»… pero desconfía
del pueblo.
Por supuesto, todo grupo de personas está
expuesto a dejarse llevar por el apasionamiento. Durante la Revolución
Francesa, los sans culottes [4] llegaron a crear desorden en los debates
parlamentarios insultando a los diputados desde los espacios reservados
al público. Pero en 2019 nada permitía prever que los alcaldes
fuesen objeto de la cólera de sus conciudadanos.
La organización del «Gran Debate
Nacional» estaba en manos de la «Comisión Nacional del Debate
Público». Pero esta pretendía garantizar la libre expresión de cada
ciudadano mientras que el presidente Emmanuel Macron quería,
al contrario, limitarla a 4 temas: «transición ecológica», «régimen
fiscal», «democracia y ciudadanía» y, por último, «organización
del Estado y de los servicios públicos».
¿Resultado? La Comisión fue disuelta y
reemplazada por… 2 ministros. El desempleo, las relaciones sociales,
la situación de dependencia de los «adultos mayores», la inmigración y
la seguridad quedaron fuera del «debate».
El presidente Macron acaparó entonces el
escenario. Participó en varias reuniones, convenientemente transmitidas por
televisión, donde respondió a todas las preguntas de los participantes, como
si él fuese un experto conocedor de todos los temas, ofreciendo un
ejercicio de evidente autosatisfacción. Del proyecto inicial –oír las
preocupaciones de la ciudadanía–, el «Gran Debate Nacional» pasó a un
objetivo muy diferente: explicar a los franceses que están siendo bien
gobernados.
Al cabo de 3 meses,
10 000 reuniones y de 2 millones de contribuciones,
se elaboró un informe que está cuidadosamente guardado en alguna gaveta.
Aunque la síntesis elaborada dice otra cosa, las intervenciones de
los participantes en el «Gran Debate Nacional» aludían a las
prerrogativas de los políticos que ejercen cargos electivos, los impuestos, la
caída del poder adquisitivo, las limitaciones de velocidad en las carreteras,
el abandono de las regiones rurales y la inmigración. El «debate»
no pasó de ser un simple ejercicio de estilo, que además demostró a los
“chalecos amarillos” que el presidente Macron está dispuesto a hablarles…
pero no tiene intenciones de oírlos.
A través de toda Francia, los “chalecos amarillos”
organizaron firmas de peticiones a favor de la institucionalización de un
Referéndum de Iniciativa Ciudadana (RIC).
¡Pero nosotros somos demócratas!
En sus manifestaciones, numerosos
“chalecos amarillos” mencionaron la propuesta de Etienne Chouard, propuesta de
la que finalmente nunca se habló en el «Gran Debate Nacional».
Hace unos 10 años que Etienne Chouard [5]
recorre Francia explicando a los franceses que una Constitución sólo es
legítima cuando la redacta la ciudadanía que va a regirse
por ella. Por consiguiente, Etienne Chouard estima que debe
conformarse una Asamblea Constituyente, cuyos miembros serían designados por
sorteo, para redactar una Constitución que se sometería a un referéndum.
El presidente Emmanuel Macron respondió
con la creación, mediante un sorteo, de una asamblea que llamó «Convención
Ciudadana». Pero, como hizo con el «Gran Debate Nacional», desde el
primer día, Macron adulteró la idea inicial. Ya
no se trataba de redactar una nueva Constitución sino sólo de
abundar sobre uno de los 4 temas que el propio Macron ya había
impuesto.
El presidente Emmanuel Macron no vio
en el uso del sorteo una manera de liberar el debate de los privilegios
adquiridos por ciertas clases sociales o de escapar al predominio de los
partidos políticos. Abordó el sorteo simplemente como un medio de conocer
mejor la voluntad popular, al estilo de los institutos que realizan
sondeos de opinión. Así que ordenó dividir la población por regiones y
categorías socio-profesionales y, sólo después de realizada esa categorización,
los miembros de la «Convención Ciudadana» fueron designados
por sorteo dentro de cada uno de esos grupos, como se escoge a
un grupo de encuestados para participar en un sondeo de opinión. Cómo
se materializó la conformación de cada grupo es algo que nunca se dio
a conocer. Además, Emmanuel Macron puso la organización de los debates
en manos de una firma especializada en la animación de paneles,
de manera que el resultado es el mismo que habría arrojado la
organización de un sondeo de opinión. Esta «Convención Ciudadana»
no formuló ninguna proposición propia sino que se limitó a
priorizar las proposiciones que le fueron presentadas.
Claro,
ese proceso es mucho más formal que un sondeo de opinión… pero no tiene
nada de democrático ya que sus participantes nunca pudieron
presentar iniciativas. Las propuestas más acordes con el consenso
comúnmente admitido serán presentadas al parlamento o sometidas al pueblo
mediante un referéndum. Por cierto, no está de más recordar que el
último referéndum realizado en Francia, hace 15 años, dejó un pésimo
recuerdo: los franceses se pronunciaron contra la política
del gobierno, que a pesar de ello impuso su propio objetivo
por otras vías, ignorando olímpicamente la voluntad que la ciudadanía había
expresado.
La
verdadera naturaleza de esta “asamblea de ciudadanos” quedó al descubierto
cuando sus miembros hicieron saber que no querían someter a
referéndum una propuesta que ellos mismos habían aprobado. ¿Por qué
no querían someterla a referéndum? Porque estimaban que el pueblo,
la ciudadanía que ellos supuestamente representaban, seguramente la
rechazaría. De esta manera reconocían implícitamente que, sobre la base de los
argumentos que les habían presentado, ellos habían aceptado una propuesta
a sabiendas de que el Pueblo razonaría de otra manera.
¡No soy yo, son los científicos!
Cuando apareció la epidemia de Covid-19,
el presidente Emmanuel Macron se dejó convencer por el especialista
británico en estadística Neil Ferguson [6] de que se trataba de una
situación de extremo peligro. Cuando decidió imponer a los franceses el
confinamiento obligatorio generalizado, lo hizo siguiendo las
recomendaciones del antiguo equipo de Donald Rumsfeld [7]. Y, finalmente, optó por protegerse de
las críticas creando un «Consejo Científico», cuya presidencia puso
en manos de una personalidad cuyo criterio creía incuestionable [8].
Hubo una sola voz plenamente autorizada
que criticó ese dispositivo, uno de los más eminentes epidemiólogos de todo
el mundo: el profesor Didier Raoult [9]. Al final de la crisis,
el profesor Raoult fue llamado a prestar testimonio ante una comisión de
la Asamblea Nacional y declaró que Neil Ferguson es un charlatán; que el «Consejo
Científico» –del cual él mismo había sido miembro hasta que
acabó dimitiendo– está viciado por una serie de conflictos de intereses que
lo vinculan a Gilead Science –transnacional estadounidense que tuvo como
presidente al ya mencionado Donald Rumsfeld–; que ante una situación como esta
epidemia el papel de los médicos es dedicarse a salvar vidas,
en vez de experimentar con los pacientes; que los resultados de
los médicos dependen de la visión que ellos mismos tienen sobre su profesión y
que es por esas razones que los enfermos de Covid-19 internados en
los hospitales de París tenían 3 veces más probabilidades de morir
que los ingresados en los hospitales de Marsella.
Los
medios de difusión no se molestaron en analizar el testimonio del
profesor Didier Raoult sino que se dedicaron a resaltar las reacciones
hostiles de la nomenklatura administrativa y médica. Optaron por dar máxima
cobertura a las críticas contra el profesor Raoult, cuando este eminente
miembro de la élite científica mundial acaba de cuestionar la eficacia de las
acciones del presidente de la República, Emmanuel Macron, del gobierno
francés y de la clase médica francesa en el enfrentamiento de la
epidemia.
La segunda ola
La
primera ronda de las elecciones municipales francesas había tenido lugar el 15
de marzo de 2020, justo al inicio de la epidemia de Covid-19 en suelo
francés. En las localidades periféricas y en las zonas rurales –territorios de
los “chalecos amarillos”–, esa primera ronda permitió la elección inmediata de
alcaldes y consejos municipales. Pero, como siempre, en las grandes
ciudades las cosas son más complicadas y se hacía necesaria una segunda
vuelta, que tuvo que esperar hasta el pasado 28 de junio.
Resultado: 6 electores de cada 10, ya
decepcionados por el «Gran Debate Nacional» e indiferentes ante la «Convención
Ciudadana», no acudieron a votar.
Ignorando esa protesta silenciosa, los
medios de difusión interpretan el voto de la minoría como un «triunfo de
los ecologistas». Sería más correcto decir que la abstención de 6 de
cada 10 electores ilustra el divorcio definitivo entre
los partidarios de la lucha contra «el fin del mundo» y
la población que lucha por sobrevivir hasta «el fin de mes».
Los
estudios de opinión nos aseguran que el voto ecologista está enraizado
principalmente entre los funcionarios. Eso es una constante en todos los
procesos prerrevolucionarios: los individuos que se creen más
inteligentes, si se sienten vinculados al poder, se ciegan
y no entienden lo que están viendo.
La
Constitución francesa no prevé esta situación de profunda división en el
seno de la población y no establece un mínimo de participación en las
elecciones. Así que los resultados de esa segunda ronda electoral en
las grandes ciudades francesas, a pesar de no ser democráticos,
son válidos. Ninguno de los alcaldes electos en esta segunda vuelta –con
la participación de sólo una quinta parta de los electores, o incluso menos–
ha solicitado la anulación de ese escrutinio.
Ningún
régimen puede perpetuarse sin apoyo de la población. Si esta “huelga”
de los electores llegara a extenderse a la próxima elección presidencial
francesa, en mayo de 2022, el sistema acabará derrumbándose.
Pero ninguno de los dirigentes políticos parece consciente de ello.
[1] «Occidente devora
a sus hijos», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 4 de
diciembre de 2018.
[2] «“Chalecos
amarillos”, una cólera altamente política», por Alain
Benajam, Red Voltaire, 24 de noviembre de 2018.
[3] El término “República”
surge de la expresión latina Res Publica, literalmente
“cosa pública”, pero en el sentido más amplio de la expresión y
sin limitarla –como generalmente se hace– a lo que
se conoce como “propiedad pública” o “propiedad del Estado”. Nota de
la Red Voltaire.
[4] Los sans culottes eran
los miembros de las clases sociales más desfavorecidas y, por ende, más
revolucionarias. Nota de la Red Voltaire.
[6] «Covid-19: Neil
Ferguson, el Lysenko del liberalismo», por Thierry Meyssan, Red Voltaire,
19 de abril de 2020.
[7] «Covid-19 y
“Amanecer Rojo”», por Thierry Meyssan, Red Voltaire,
28 de abril de 2020.
[8] «¡Basta ya de
“consenso”!», por Thierry Meyssan, Red Voltaire,
2 de junio de 2020.
[9] Sitio web oficial
(en francés) del profesor Didier Raoult y su equipo: Méditerranée
infection.
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