01/07/2020
Rafael
Bautista S.
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https://www.resumenlatinoamericano.org/
Rafael Bautista S. es un pensador y escritor
boliviano, dirige el Taller de la Descolonización. Autor de más de 20 libros,
su última publicación es El tablero del siglo XXI. Geopolítica
des-colonial de un nuevo orden post-occidental. Para pensar el mundo
actual, América Latina y el Caribe, y la coyuntura boliviana, Correo
del Alba le entrevistó. A continuación, publicamos la primera parte de
este diálogo.
¿Cómo piensa actualmente el mundo desde Bolivia,
bajo el dominio del Covid-19?
No creo que se pueda hablar de un “dominio” del
Covid-19. Si hacemos una ligera rememoración histórica, podemos ver que esta
inflamada pandemia forma parte de una frecuente planificación cuasi militar que
ha venido antecediendo reconfiguraciones estratégicas del poder imperial. El
9-11 es la muestra más reciente y clara de ello. Después del autoatentado de
las Torres Gemelas, Estados Unidos sufre un rapto siniestro, todavía no
analizado en toda su complejidad y que nos daría claves para interpretar lo que
significa. A propósito del Covid, una cuarentena global que no es sino un
Estado de excepción no declarado, de alcances mundiales y de consecuencias
imprevisibles; no solo en el ámbito de la economía, sino, sobre todo, en lo que
significaría la sobrevivencia o no del Estado de derecho en el contexto del
colapso civilizatorio que estamos viviendo.
En ese sentido, el golpe blando geopolítico que
sucedió en Bolivia no es ajeno a lo que iba a desplegarse a nivel global. Pues
uno de los propósitos que se va descubriendo es la implosión nacional vía
implantación dictatorial del Estado de no-derecho, lo cual nos conduciría,
trágicamente, a la figura de la “anomia estatal”, que podría ser la fisonomía
post-covid de, especialmente, los Estados periféricos.
Un tiempo en nuestra revista usted analizaba que el
poder imperial se enfrenta a un nuevo orden geopolítico con visiones distintas
a las de la Guerra Fría, en tanto Rusia, China e Irán no miran como paradigma a
Occidente, ¿está en decadencia la hegemonía impuesta durante siglos?
Está en decadencia vertical y la muestra de ello es
que todas las potencias que usted menciona, ninguna es occidental, ni siquiera
Rusia que, en palabras de su propio canciller Lavrov, ya venía sugiriendo (por
ejemplo, en las Conferencias de Seguridad de Múnich) la necesidad de un “nuevo
orden post-occidental”. Aunque una declaración no produce automáticamente esa
necesidad, la inminencia de un nuevo orden lo configura el desmoronamiento del
diseño geopolítico que había hecho posible al sistema-mundo moderno, es decir,
el diseño centro-periferia.
Lo que se tiene actualmente es un des-orden
tripolar, es decir, un supuesto orden sin fisonomía definida, porque todo se
halla en disputa, desde las narrativas hegemónicas moderno-occidentales hasta
las propias áreas de influencia anteriormente de “propiedad” anglosajona y
francesa, por ejemplo. La presencia de las nuevas potencias emergentes, sobre
todo de China y Rusia, pone en crisis completamente el diseño geopolítico
centro-periferia. Sin la continuidad de ese diseño, se desploma definitivamente
la influencia imperial y, en consecuencia, se acaba la estabilidad del primer
mundo.
Han llegado a Venezuela barcos con combustible
iraní; Estados Unidos lanzó amenazas de no dejar pasar los cargueros, Irán
respondió, pero finalmente las intimidaciones no se cumplieron. ¿El Imperio
teme la reacción persa en el escenario geopolítico?
Más que la reacción iraní, lo que teme Washington
es que el poder militar disuasivo que posee ahora Venezuela ponga al
descubierto la vulnerabilidad imperial. Si un país periférico, que forma parte
de su “patio trasero”, es capaz de representar un nuevo Vietnam, incluso con
capacidad ofensiva, entonces se cae el mito del poder omnímodo imperial. Rusia
es ahora la primera potencia militar y ya ha demostrado en Siria que, en una
guerra convencional, podría desbaratar el poder militar conjunto de Estados
Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), y Venezuela
posee un envidiable abastecimiento militar ruso.
Por su parte, Irán ya ha demostrado que no solo
posee la capacidad militar para enfrentar la soberbia imperial, sino que hasta
podría poner en jaque a la economía mundial, cerrando el Estrecho de Ormuz, por
donde se distribuye el 40% del petróleo mundial.
En cuanto a Bolivia, ¿en qué punto dejó al pueblo y
el país el Proceso de Cambio, para enfrentar la arremetida de Estados Unidos e
Israel que se ha visto están manejando al gobierno de facto?
El objetivo del golpe no era simplemente bajar al
Gobierno, sino destruir el carácter plurinacional del Estado boliviano, es
decir, minar definitivamente nuestra soberanía. El “proceso de cambio” era el
motor que debía impulsar ese carácter; por eso el objetivo no era acabar con el
Evo, sino con lo que él representaba. El ensañamiento simbólico de la
insurrección fascista demostró eso; no fueron episódicas la quema de la wiphala o
el actual impedimento, vía “confinamiento”, de celebrar el año nuevo aymara.
Por eso no es aventurero señalar que se trata, como también lo delataron los
propios golpistas, de una “guerra espiritual”.
La premeditada demolición estructural del Estado
que promueven los golpistas busca, en definitiva, el cercenamiento definitivo
del espíritu nacional-popular, es decir, acabar con el sujeto plurinacional, lo
indígena. Hacer imposible una restauración plurinacional del Estado, significa
lo que ya se escucha en boca de los propios golpistas: restituir su fisonomía
republicana. En el caso boliviano, en esa fisonomía constitucional se
naturalizó el carácter antinacional y antipopular del Estado
oligárquico-señorial. En ese sentido, ahora, más que hablar del “proceso de
cambio”, sería más adecuado referirse al sujeto plurinacional como el necesario
activante histórico-político de una posible restauración nacional-popular que
instaure un segundo proceso constituyente de alcances mucho más revolucionarios
que el que tuvimos en el periodo 2006-2010.
¿En qué avanzó el gobierno del Movimiento Al
Socialismo (MAS), en cuanto a concebir a una nueva Bolivia frente al mundo, y
cuáles fueron sus errores?
El MAS fue la determinación política circunstancial
que adquirió el “proceso de cambio”, pero, como toda apuesta partidaria, además
heredera del nacionalismo movimientista, desató las contradicciones inherentes
de la política nacional para su propio infortunio. Esto se vio cuando, desde el
interior del Gobierno, se gestaron también las condiciones para la continua
transferencia de legitimidad que recibió la derecha para empoderar sus
opciones.
Esta transferencia fue producto del vaciamiento
simbólico y espiritual del propio proceso, que mermó seriamente las capacidades
estratégicas de resistencia popular ante el golpe. Cuando se desplazó al sujeto
plurinacional y, en su lugar, se apropió del poder de decisión estatal un
sujeto sustitutivo que generó una ortodoxia centralista (que confió demasiado
en la lógica instrumental y prebendas de la política tradicional), se creó el
escenario preciso para la derechización del panorama urbano-social.
Se fueron abandonando los cambios estructurales
necesarios y se fue optando peligrosamente por los pactos interesados con los
grupos de poder. La propia complicidad policial y militar en el golpe se puede
explicar, en parte, por la ausencia de una política de Estado descolonizadora y
antiimperialista de ambos ámbitos estatales.
¿Cómo se explica que surgieran algunos movimientos
de corte fascista paramilitar en octubre pasado?
Es algo transversal en el propio horizonte de
prejuicios de la clase media urbana, que por reiteración pedagógica y cultural
absorbe y naturaliza la ideología señorial y, de ese modo, se constituye en
base de reclutamiento derechista que aprovecha la oligarquía para reponer su
influencia en la vida política y social. El fascismo se explica porque es un
dispositivo ideológico pensado para ámbitos subalternizados que apuestan por el
ascenso social a toda costa, como única opción de vida. Por ello se constituyen
en los custodios de una clasificación social como exteriorización de una previa
clasificación racial.
El orden racializado es la base de la desigualdad
como principio rector de una sociedad autocomprendida como “moderna”. Por ello
era necesario insistir en el contenido propositivo del “proceso de cambio” como
“revolución democrático-cultural”. Ese contenido es el que se fue postergando,
con la amarga consecuencia de la reposición señorialista en el imaginario
social, que se activó mediáticamente para legitimar un golpe con cara
“democrática”.
En 2005-2006 el MAS accedió al poder con un
horizonte anticapitalista y un fuerte aporte de una mirada indígena, el Vivir
Bien y el comunitarismo campesino como nueva forma de entender la producción,
¿cree que se abortó eso? Y ¿cómo se recupera ese horizonte, si es que aún
existe?
Bolivia es la muestra fehaciente de la
incompatibilidad entre un genuino proyecto nacional-popular y la imposición de
apuestas “universalistas”. El componente de izquierda en el gobierno del MAS,
asumiendo la dirección del proceso, nunca estuvo a la altura de una verdadera
transformación en el propio horizonte propositivo que significaba el “vivir
bien”, el “Estado plurinacional” y la “descolonización” como política de
Estado. Ello es también producto de la ortodoxia marxista, que no es capaz, ni
teórica ni existencialmente, de trascender el horizonte cultural y
civilizatorio que ha hecho posible al capitalismo, es decir, la modernidad.
Por eso promueven, a nombre de socialismo, una
economía del crecimiento, que es precisamente lo que define al capitalismo como
economía suicida. Lo que debiera ponerse en cuestión, los mitos modernos, y
subsumido bajo nuevos criterios económicos postcapitalistas, son asumidos como
“banderas emancipatorias”; siendo más bien estas las que generan la reposición
de las condiciones que hacen posible al propio capitalismo; estas banderas son
los mitos que hacen posible al capitalismo y su continua reposición: el
desarrollo y el progreso.
¿Cómo se explica el derrumbe tan vertiginoso del
Proceso de Cambio, entendiendo que se proyectaba como uno de los procesos de
base más profundos y sólidos del continente?
La transferencia de legitimidad ya mencionada
produjo que, mientras el gobierno abandonaba las banderas del cambio y reducía
la política estatal a la simple mantención del poder político, dejaba libre el
campo para que la derecha se viera ungida de legitimidad creciente; mientras el
pueblo, simultáneamente, iba siendo vaciado del espíritu democrático y
revolucionario. La dirección gubernamental nunca comprendió que ese abandono
iba dejando huérfano al pueblo, sin horizonte político, y sin la unción
democrática de su constitución como sujeto histórico (reducido a simple
obediente, se lo excluía de toda decisión y, de ese modo, se reducía hasta su
capacidad protagónica).
Mientras el Gobierno iba cediendo hasta
discursivamente lo propositivo del proceso, la derecha acopiaba diligentemente
esa legitimidad transferida, empoderando a la base de reclutamiento
oligárquico, sumando sectores amplios de clase media, sobre todo; que fueron
funcionalizados para brindarle al golpe la cara supuestamente democrática,
apareciendo como los “extras” de la escenografía fílmica local de una
“revolución de colores”.
El pueblo se vio no solo desorganizado, sino
arrebatado del espíritu que había promovido el “proceso de cambio”; por ello la
resistencia fue esporádica, espontánea e improvisada. El pueblo se vio huérfano
del espíritu democrático y revolucionario que el propio Gobierno se encargó de
ir diluyendo, una vez que el sujeto sustitutivo fue reduciendo todas las
apuestas históricas al puro cálculo político y al culto a la personalidad.
Eso hizo que calara muy bien, en el racismo urbano,
la narrativa derechista del “fraude”, la “corrupción”, la “tiranía”, la
“eternización del poder”, entre otros, dando los mejores argumentos para
configurar toda una plataforma política de supuesta “resistencia democrática”.
De ese modo, la violencia fascista podía asumirse como legítima. Frente a ese
panorama, el pueblo se encontraba desprovisto de respuesta democrática que le
permitiera hacerle frente a la propaganda fascista que, mediáticamente, supo
horadar muy bien hasta la propia confianza revolucionaria del campo popular,
haciendo aparecer a la derecha como la democrática y al pueblo como
antidemocrático.
La cosa estaba resuelta y el Gobierno pecó de
ingenuo y de ceguera analítica, al no saber cómo eludir el callejón sin salida
al cual iba siendo arrastrado. La supuesta y arrogante “infalibilidad” del
llamado “círculo blancoide”, coadyuvó al desmoronamiento interno del propio
gobierno, que fue decisivo para que la derecha, en connivencia con la
negligencia de los aparatos coercitivos, supiera inflamar muy bien un ambiente
beligerante cargado de terrorismo, discriminación y racismo, que se vendió al
mundo como una “auténtica revolución”, siendo, nada más ni nada menos, que la
versión autóctona de una “revolución de colores”.
https://www.alainet.org/es/articulo/207604
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