viernes, 11 de diciembre de 2020

¿EL FUTURO SERÁ NUESTRO?

 


¿El futuro será nuestro?

Ayrton A. Trelles Castro

 

La política peruana no ha hecho más que reproducir de diversos modos la realidad, pero de lo que se trata es de transformarla, criticando sus fundamentos. Los fundamentos de esta realidad enajenan al ser humano y destruyen la naturaleza. Además, individualizan a la persona, convirtiéndola en un sujeto que solo se relaciona con el otro jurídicamente, porque el vínculo social es una fictio iuris (ficción jurídica). En cambio, el ser humano solo puede ser individuo en comunidad (Rafael Bautista, 2014, p. 196).

 

Por esa razón, nos damos cuenta que gestionar este tipo de realidad para su reproducción, está en relación con un determinado tipo de saber que normaliza las relaciones desiguales entre los miembros de la sociedad y, además, es funcional a esta pretensión. Así tenemos, por ejemplo, muchas concepciones de política en práctica, pero ninguna de ellas como una actividad para poder asegurar la vida y los medios de vida, sobre todo de las víctimas de un sistema deshumanizado.

A tal punto llega el problema, que no es capaz de movilizar a los afectados contra lo que les afecta. Si bien, nuestro país ha tenido una actividad vivificadora de protestas contra los actos políticos corruptos, no pudo avanzar más. Porque, sospechamos, los manifestantes no estaban listos para asumir el reto, que consistía en elevar la protesta hacia la alternativa de un mundo mejor. Suponemos que uno de los límites fue no contar con un saber diferente del que estaban disintiendo, nos referimos a aquel que identifica la política como una praxis negativa, que solo sirve para el beneficio de algunos.

Desde inicios del siglo, para utilizar una metáfora, los hijos de este tiempo tuvieron como destino la boca del Moloch, el dios fenicio al que los padres sacrificaban a sus primogénitos. Dice la historia que cuando alguien no quería hacerlo, si tenía dinero, podía comprar al hijo del pobre, con eso salvaba la vida del suyo. De una forma semejante, el futuro de muchos jóvenes se fue perdiendo porque su fuerza laboral, su corporalidad y sus sueños, le sirvieron de ofrendas al dios mercado (el Moloch moderno). Y la política peruana, gestionada desde las instituciones del Estado, lo único que hizo fue organizar el ritual de sacrificio.

Eso quiere decir que el milenial (las generaciones de este milenio) ha sido carne de ritual. Lo intuimos desde el momento en que sucesivas gestiones en el gobierno, pudieron reproducir una lógica de explotación, dando prioridad a las instituciones saqueadoras. Como los grupos corporativos que dedican parte de su conglomerado comercial al servicio educativo, como por ejemplo, las universidades. Estudiar en ciertas universidades privadas, resulta una pesadilla, entre otras cosas, las pensiones suben al antojo de los dueños. Porque ellos saben que es una necesidad poder ser profesional, debido a la precariedad laboral, tener un título profesional garantiza, de alguna manera, poder tener un mejor empleo. Sin embargo, convierten el dorado sueño juvenil en el banquete de su festín.

La crítica que vamos vertiendo, está en relación con la inspiración pasajera de aquellos que salieron a protestar masivamente y que sin embargo, hasta ahora solo demostraron infecundidad en su forma de proceder, es decir, su conciencia está llena de ideas que al ponerlas en práctica, ponen más apretados los grilletes de su opresión. Pues están amarrados a una concepción de vida, la actual, y evitaron ser realistas e imaginar lo imposible. Por más que la situación lo ameritaba, no se dieron cuenta que la víctima por sí misma también reproduce su sometimiento cuando asume el proyecto de vida del sistema victimizador.

Pudo haber sido pertinente buscar alternativas a este estilo de vida tan deteriorado. Pudo haber sido saludable plantearse una meta consistente, pero las circunstancias no lo permitieron. Para poder hacerlo, era necesario más que organizarse creer que era posible.

En medio de un mundo deteriorado por el saqueo a la naturaleza y la poca empatía con el otro (el prójimo), en otras palabras, en medio de la destrucción del planeta; no es normal conformarse con ser recicladores de bolsas y botellas y pensar que se es ecologista, ni tampoco conformarse con ser los “profesionales del futuro”. Debería ser extraño aspirar a una meta que no involucre nuestra actividad personal con el mundo en el que vivimos, para tratar de mejorarlo.

Porque aquí se puede luchar políticamente, pero mientras no se intente asaltar los cielos de la teoría, no podrá bajarse el fuego (el saber) de los dioses hacia el terreno sin luz del desierto de lo real. En ese sentido, sin imaginación no habrá mañana.

Cuando decimos asaltar la teoría del reino de los cielos, queremos decir, comenzar a ver que los fundamentos de la realidad son teóricos, pero esa teoría está alejada de lo cotidiano, porque se ha divorciado del servicio al pueblo. Mas bien, es ajena a la vida. Así, no es de extrañarnos que el sueldo de los representantes políticos, tanto del parlamento como de la presidencia, sea superior al del trabajador abnegado. Porque tal proceder puede ser justificado y argumentado racionalmente, pero pierde sentido cuando en lo cotidiano vemos este tipo de incoherencias. Esa incoherencia es pensar que la institución es la sede del poder, cuando la sede es el pueblo.

Una persona existe cuando insiste en ideales, una generación sin ideales, está perdida. Y antes de buscar pretensiosamente nombrarse representante de todo un país, debe saber a qué se enfrenta. No nos enfrentamos a un modelo económico, nos enfrentamos a una paradigma (modelo a seguir) civilizatorio que tiene como ideal supremo el lucro (las ganancias) a costa de millones de seres humanos, sobre todo de seres humanos pobres, porque de ellos es el reino de los cielos (la teoría liberadora) y si encuentran la forma de asaltarlo o insinúan hacerlo, esto se convierte en el temor de aquellos que fundamentan su estilo de vida a costa de la explotación.

No por gusto Leonardo Boff plantea que la agenda pendiente, lo que tenemos por realizar, es el principio vida (2020, párr. 15). Un sistema negativo, porque sus mecanismos internos niegan sistemáticamente la vida, al entrar en contradicción con las posibilidades del mundo, debe descartarse. Aquí nos planteamos si el futuro será nuestro, entonces, no es suficiente. Podemos tener un futuro a imagen y semejanza de lo que estamos viviendo, y eso es posible, pero sería acelerar el fin de nuestra existencia porque el estilo de vida actual, pone en peligro la vida toda. El futuro no será nuestro en tanto el principio vida no se interiorice en el quehacer diario. Y la vida no le pertenece a nadie, es el principio del que parten los principios. El futuro no existe, el presente es la síntesis del pasado. No puede ser nuestro lo que no es, entonces, pensamos qué podemos hacer, porque el tiempo pasa y las ideas quedan.

Lo que deseamos identificar, en esta reflexión, es el carácter político de los saberes que están en función con prolongar esta realidad negativa. Por eso, percibimos que el conocimiento deviene en un arma de dominio, como es el caso de la razón política vigente, que se intenta denunciar aquí. Actuando automáticamente, sin ser críticos con lo aprendido, es pretender dar soluciones a partir de los conocimientos que producen los problemas que queremos remediar, con lo cual lo único que hacemos es prolongar y reproducir nuestro dominio. En este caso, extendemos el sometimiento a un conocimiento del sometimiento, por lo tanto, por más que el presente sea de lucha, el futuro no puede ser nuestro en tanto no pongamos en cuestión los fundamentos que lo amparan.

 

Referencia bibliográfica

 

Baustista, R. (2014). La descolonización de la política. Una introducción a una política comunitaria. La Paz: Plural editores.

Boff, L. (2020). “La vida como centro: la biocivilización en la postpandemia”, en Ameriendia. Recuperado de: https://amerindiaenlared.org/contenido/18499/la-vida-como-centro-la-biocivilizacion-en-la-postpandemia/

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