“Löwy propugna una alianza entre ecosocialistas y decrecentistas, y no puedo sino coincidir con esta conclusión. Sin embargo, antes de justificar esta apuesta estratégica, siente la necesidad de argumentar por qué el decrecimiento se queda corto como visión política. Circunscribe su evaluación crítica a tres cuestiones. Primera, Löwy mantiene que el decrecimiento como concepto es insuficiente para expresar claramente un programa alternativo. Segunda, el decrecentismo y sus discursos no son explícitamente anticapitalistas. Finalmente, para él, los y las decrecentistas no son capaces de distinguir entre aquellas cosas que es preciso reducir y aquellas que pueden seguir desarrollándose.”
Cementerio de bicicletas en Wuhan. Foto: Wu Guoyong. Fuente: South China Morning Post
DECRECIMIENTO: SOCIALISMO SIN CRECIMIENTO
Timothée Parrique | Giorgos Kallis
26 febrero 2021 | ecologismo, decrecimiento, Ecosocialismo
Parece que la gente comprende el concepto abstracto de ilimitado, pero resulta más difícil entender que este concepto no debe aplicarse al crecimiento. Incluso los socialistas deben desechar la idea de que la cantidad puede mejorar, cuando solo cuenta la calidad.
Notables (eco)socialistas han criticado recientemente la idea del decrecimiento 1/. Aquí queremos explicar por qué esta crítica está fuera de lugar. El crecimiento es un problema asociado al capitalismo. Un ecosocialismo sostenible debería rechazar toda asociación con la ideología y la terminología del crecimiento. Las y los socialistas del siglo XXI deberían empezar a pensar en cómo podemos proyectar sociedades que prosperen sin crecimiento. Nos guste o no, el crecimiento está condenado a finalizar, la cuestión es cómo y si esto ocurrirá pronto o demasiado tarde para evitar catástrofes planetarias.
Toda forma de crecimiento ilimitado es ecológicamente insostenible
La típica respuesta socialista al decrecimiento es que el problema es el capitalismo, y el crecimiento capitalista, no el crecimiento económico. Pero ahí está el meollo: ningún crecimiento económico puede ser sostenible. Un incremento del nivel de vida material requerirá, claro está, más materiales. Esto es independiente de si la economía en cuestión es capitalista, socialista, anarquista o primitiva. El aumento del nivel de vida material requiere el aumento de la extracción de materiales y de la emisión de contaminación (el aumento del nivel de vida en general, no; explicamos esto más abajo). Resultado: hoy por hoy –y muy probablemente también mañana–, el crecimiento económico está estrechamente asociado al uso de energía y materiales a escala global, que es la única que muestra el cuadro completo de una economía globalizada.
El destacado teórico marxista David Harvey califica la idea del crecimiento compuesto de locura de la razón económica y la más letal de las contradicciones del capitalismo (que hace que nos preguntemos por qué querrían los socialistas dedicar su tiempo a tratar de preservar esta locura). Para calibrar esta sinrazón, hagamos el siguiente cálculo. Un modesto crecimiento del 3 % anual supone doblar la economía cada 24 años, habiéndose multiplicado por diez al final del siglo y creciendo rápidamente hasta una magnitud infinita. Sustituyamos economía por cualquiera otra cosa (energía, agua, bicicletas, masajes). La idea del infinito es pura locura, y punto. Es la generalización de la lógica de los capitalistas individuales que esperan embolsarse su ganancia del 3 o 5 % todos los años, llueva o luzca el sol. Pero no es algo que una sociedad pueda sostener durante mucho tiempo.
Hay socialistas que sueñan con un Comunismo de lujo totalmente automatizado, en que las nuevas tecnologías permitirían desacoplar absolutamente la producción económica del medio ambiente. De momento, esto no ha ocurrido, ni por aproximación, y hay dudas de si el futuro encierra perspectivas mejores. Nos guste o no, las economías también tienen que obedecer a las leyes de la física. Por ejemplo, la termodinámica nos dice que la energía no puede crearse ni destruirse, sino únicamente transformarse, y que su calidad evoluciona inexorablemente hacia un estado menos utilizable o útil. Esto significa que no existe ninguna tecnología milagrosa que permita incrementar de modo inmaterial el nivel de vida material: la economía está incrustada hasta el fondo en la ecología.
Por supuesto, ciertas actividades son menos intensivas en recursos naturales que otras, de manera que estas podrían crecer durante un periodo más largo sin menoscabar la biosfera. Por ejemplo, los combustibles fósiles son más disruptivos que la energía solar, pero esto no significa que la energía solar abra la puerta a un crecimiento ilimitado. Una mejora de la organización de la producción y nuevas tecnologías pueden incrementar la productividad y facilitar un desacoplamiento relativo con menos recursos usados por producto, como por ejemplo paneles solares más eficientes. Sin embargo, si aumenta la cantidad de paneles solares de forma ilimitada a una tasa compuesta, llegará un día en que comenzará a presionar sobre la disponibilidad de recursos o producir daños ecológicos. En otras palabras, nada material puede ser infinito, independientemente de si la economía es capitalista, socialista o ni una cosa ni otra.
Además, una cosa es descarbonizar un sistema energético del tamaño actual a base de energías renovables, o una quinta parte del mismo (hay estudios que demuestran que es viable una reducción del consumo de energía con medidas de suficiencia y eficiencia disponibles), y otra muy distinta descarbonizar un sistema que tendrá un tamaño diez veces superior a finales de siglo (recordemos: un 3 % de crecimiento anual).
Nuestra propuesta: la planificación socialista democrática debería tener en cuenta la necesidad imperiosa de utilizar energía y materiales en el sentido del decrecimiento. Esto no es un gran problema, pues como explicaremos más adelante, muchas de las actividades que hoy consumen mucha energía y muchos materiales no se requerirán en el socialismo. Hay demasiadas actividades superfluas en el capitalismo, que no obedecen a nada más que la necesidad de los capitalistas de extraer plusvalía y generar ganancias. El objetivo debería ser el socialismo sin crecimiento, un socialismo sostenible: un sistema económico dedicado a satisfacer las necesidades de la población sin aferrarse a las ideas capitalistas de constante expansión y, por supuesto, sin exceder los límites del planeta.
El crecimiento requiere acumulación, y esta comporta explotación
Hay un problema añadido. Del mismo modo que el crecimiento económico choca con los límites ecológicos, también lo hace con límites sociales. Los capitalistas extraen beneficios explotando el trabajo asalariado (plusvalía en términos marxistas) y explotando asimismo el trabajo no remunerado de todo un grupo de personas, sobre todo mujeres dedicadas a los cuidados no remunerados y a las labores domésticas, que aseguran la reproducción socionatural de la fuerza de trabajo a título gratuito. El capital también aprovecha los dones gratuitos de la naturaleza (gratuitos tan solo desde su punto de vista), que junto con los cuidados y el trabajo doméstico no remunerados mantienen bajo el precio de los medios de producción y de la mano de obra, permitiendo así al capital exprimir plusvalía. En efecto, el crecimiento económico bajo el capitalismo se produce a menudo a expensas del tejido social, pues se basa en la explotación sistemática y la reducción de costes.
Al no atender a los factores de reproducción, como el descanso, el afecto, el cuidado, la seguridad y el sustento, la producción puede conducir fácilmente a su agotamiento. Por ejemplo, un empleo a jornada completa deja poco tiempo para desempeñar actividades no remuneradas como las que son esenciales para la reproducción social. Al aumentar la producción, se tensará la capacidad de la sociedad de reproducir su sustento. De seguir así, esta acumulación a través del deterioro social acabará erosionando factores de reproducción que son cruciales para todas las formas de producción. Como una serpiente que se muerde la cola, el crecimiento económico está limitado porque se basa inevitablemente en la explotación insostenible del trabajo reproductivo y de los ecosistemas.
Si el socialismo implica el fin de la explotación, también supone el fin de la acumulación infinita. (Una vez más: esto es socialismo sin crecimiento.) Una verdadera economía socialista no explotaría el trabajo o los recursos de otras economías, compartiría equitativamente los trabajos de cuidados, haría rotar las tareas desagradables y compensaría debidamente a las trabajadoras de cuidados por su labor reproductiva. Cuando nadie, sean humanos o no humanos, esté explotado, la economía producirá simplemente los bienes y servicios que necesita la sociedad, utilizando todo aumento de la productividad para ampliar el tiempo libre.
Hay socialistas que tratan en este punto de cuadrar el círculo cuando alegan que el socialismo sería capaz tanto de poner fin a la explotación como de hacer crecer la economía tanto o más que el capitalismo. Lo sentimos, pero esto es pura fantasía. Si la producción socialista remunera el tiempo de trabajo real de productoras y productores y el tiempo real que necesitan los ecosistemas para regenerarse y recuperarse, o si el tiempo de trabajo humano ha de sustituir los dones gratuitos de la naturaleza, que quedarán sin explotar, entonces habrá menos excedentes, y menos excedentes solo puede significar menos crecimiento de la producción. Un socialismo genuino también será democrático, nos gustaría pensar. La verdadera democracia desacelera las cosas (quienes participan en las asambleas de sus cooperativas locales saben de qué hablamos). Una vez más, pensar que toda esta desaceleración comportará una aceleración de la producción es de verdad confundir los deseos con la realidad.
Los valores de uso no crecen
La buena noticia es que podemos tener prosperidad sin crecimiento. De hecho, se ha demostrado empíricamente que los principales indicadores del nivel de vida, inclusive el bienestar, la salud y la educación, dejan de crecer al alcanzar la producción cierto umbral, que algunas personas denominan Punto de inflexión del bienestar. Por ejemplo, Portugal tiene índices sociales significativamente mejores que EE UU con un PIB per cápita un 65 % más bajo. Esto se debe a que el bienestar depende de la satisfacción de los valores de uso reales, que expresa necesidades humanas y no la acumulación infinita de dinero.
Las y los socialistas lo saben muy bien: el PIB no es una medida de valores de uso, sino de valores de cambio. Este indicador no distingue entre actividades deseables e indeseables. Por encima de todo, no tiene en cuenta todo lo que no es monetario (incluida la naturaleza del trabajo no remunerado), desprecia el valor del bienestar intangible y hace abstracción de la desigualdad. Lo que mide el PIB es el bienestar del capitalismo, no de la gente.
Desde luego, en el socialismo tendrán que incrementarse ciertos bienes y servicios útiles, pero no hablemos de crecimiento cuando nos refiramos a cuestiones como la salud, la movilidad o la educación. Estos no son objetivos cuantitativos, sino cualitativos. Puede que niñas y niños precisen una educación politécnica más libre y holística, lo que requiere un número finito de edificios escolares, docentes y lápices. Puede que las y los pacientes necesiten más contacto humano y más cuidados por parte del personal sanitario; lo que necesitan no es un crecimiento infinito de los cuidados, sino justo los suficientes para sentirse mejor. Las personas que no tengan bicicleta necesitarán una, pero no un crecimiento anual del 3 % de la producción de bicicletas año tras año.
La cuestión es que los valores de uso no crecen a una tasa compuesta. Las necesidades humanas fundamentales, como la subsistencia, la protección, la libertad o la identidad, pueden interpretarse como umbrales de suficiencia: suficientes alimentos para gozar de buena salud, suficiente espacio habitacional para sentirse a gusto, suficientes medios de movilidad para sentirse libres, etc. El cuento del consumo interminable para satisfacer necesidades interminables es un discurso capitalista, creado justamente para legitimar la acumulación por parte de la elite. Y este es el argumento central del decrecimiento: los niveles de vida pueden mejorar sin crecimiento, mediante la redistribución y la compartición de la riqueza, la renuncia a deseos artificiales y bienes superfluos y a la apropiación de nuestro tiempo dedicado a la generación de beneficios, y mediante la sustitución de la valoración de bienes materiales por la valoración de relaciones. Ya hay cosas suficientes para que cada persona obtenga su parte digna: si el pastel no puede crecer, es hora de compartirlo más equitativamente.
Conclusiones: el decrecimiento es tan anticapitalista como lo que más
La ideología del crecimiento se ha convertido en el puntal del capitalismo moderno y no entendemos por qué hay socialistas reacios a sumarse al combate contra un fenómeno que es socialmente divisivo y ecológicamente insostenible. Un socialismo sin crecimiento, pero con bienestar. Socialismo y decrecimiento son dos de los conceptos más potentes que tenemos para criticar el capitalismo e iluminar el futuro.
No tengamos miedo de hablar del poscapitalismo. Ciertos comentaristas marxistas han acusado al decrecimiento de no cuestionar nunca explícitamente el capitalismo. Leigh Phillips (2015) califica el decrecimiento de “minicapitalismo estacionario”. El decrecimiento no es capitalismo en miniatura, con empresas diminutas, instrumentos financieros especulativos diminutos y tratados de libre comercio diminutos. No es austeridad dentro del capitalismo. Es un sistema alternativo de abastecimiento: no simplemente más pequeño y más lento, sino diferente.
Cabe preguntarse ¿por qué centrarse en el crecimiento y no simplemente en el capitalismo? Bueno, comparemos la frecuencia con que aparecen las expresiones crecimiento económico y acumulación de capital en las noticias. Como ha explicado muy bien el historiador Gareth Dale, el crecimiento económico es la ideología que ha convertido el interés específico del capital por crecer (por las ganancias y por mantener la paz social) en un objetivo social generalizado, asimilado por la población. No es una ideología que vaya a desaparecer renunciando a combatirla o embelleciéndola con bonitos adjetivos. El hecho de que esta ideología haya sobrevivido incluso al fin del capitalismo (o al menos a cierto tipo de capitalismo) en los antiguos regímenes socialistas debería darnos que pensar. Las y los socialistas que defienden el crecimiento también deberían pensarlo dos veces si están vistiendo de rojo y verde el capital, cambiando el vestido de los sueños que el capitalismo vende como sueños socialistas.
El crecimiento es hijo del capitalismo, pero el crío ha crecido y ahora es el cabeza de familia. El interés del capitalismo en acumular viene facilitado y legitimado por el crecimiento, y en nombre del mismo. La crítica del crecimiento es la crítica más fundamental del capitalismo, que no solo critica los medios que utiliza el capitalismo, sino los mismos fines que vende. De ahí que el decrecimiento y el (eco)socialismo sean aliados naturales, no adversarios.
10/02/2021
https://braveneweurope.com/timothee-parrique-giorgos-kallis-degrowth-socialism-without-growth
Traducción: viento sur
Giorgos Kallis es científico ambiental que investiga sobre economía ecológica, ecología política y política del agua. Enseña ecología política y economía ecológica en la Universidad Autónoma de Barcelona. Timothée Parrique es doctor en economía por el Centre d’Études et de Recherches sur le Développement (Universidad de Clermont Auvernia, Francia) y el Stockholm Resilience Centre (Universidad de Estocolmo, Suecia).
Notas
1/ Últimamente, Ecosocialismo y/o decrecimiento, de Michael Löwy (octubre de 2020), “IMT theses on the climate crisis”, publicado en la página web de In Defence of Marxism (junio de 2020), y la conferencia Degrowth and neo-Malthusianism: A socialist response (octubre de 2020), de Olivia Rickson. Así como “How much stuff is just enough?”, de Leigh Phillips en Le Monde Diplomatique.
Fuente: https://vientosur.info/decrecimiento-socialismo-sin-crecimiento/
ECOSOCIALISMO O DECRECIMIENTO: UN FALSO DILEMA
22 febrero 2021
Ecosocialistas y decrecentistas necesitan inventariar las muchas coincidencias de sus puntos de vista para potenciar la efectividad de su lucha compartida por un mundo ecológicamente sano y socialmente justo, libre del legado patriarcal, racial y colonial.
En un artículo reciente, Michael Löwy plantea si la izquierda ecologista debe enarbolar la bandera ecosocialista o la decrecentista; una discusión que no es totalmente nueva. Löwy es un académico marxista franco-brasileño y destacado ecosocialista. Junto con Joel Kovel, un científico social y psiquiatra estadounidense, escribió en 2001 el Manifiesto ecosocialista, un documento fundacional de varias organizaciones políticas en todo el mundo. Así, emprender un debate con Löwy no es un mero capricho académico, sino una demanda que plantean muchas personas políticamente activas de la izquierda ecologista.
Recientemente, miembros de un grupo ecosocialista que milita en Catalunya en Comù, que forma parte de Unidas Podemos (que a su vez está integrado en la coalición de centro-izquierda que gobierna en España), me invitó a debatir sobre el fin del paradigma del crecimiento económico. Esto indica que en el ecosocialismo hay interés por la visión y las propuestas del decrecimiento. Por otro lado, en las conversaciones, conferencias y debates en que he participado, he visto asimismo que los proyectos ecosocialistas intrigan e inspiran a muchas y muchos decrecentistas. En efecto, personas de ambas corrientes sienten que constituyen movimientos hermanos. La siguiente reflexión es una primera y humilde contribución al acercamiento de los dos.
En el artículo citado, Löwy propugna una alianza entre ecosocialistas y decrecentistas, y no puedo sino coincidir con esta conclusión. Sin embargo, antes de justificar esta apuesta estratégica, siente la necesidad de argumentar por qué el decrecimiento se queda corto como visión política. Circunscribe su evaluación crítica a tres cuestiones. Primera, Löwy mantiene que el decrecimiento como concepto es insuficiente para expresar claramente un programa alternativo. Segunda, el decrecentismo y sus discursos no son explícitamente anticapitalistas. Finalmente, para él, los y las decrecentistas no son capaces de distinguir entre aquellas cosas que es preciso reducir y aquellas que pueden seguir desarrollándose.
En cuanto a la primera crítica, Löwy sostiene que la palabra decrecimiento no es convincente; no transmite el proyecto progresista y emancipatorio de la necesaria transformación social; esta observación recuerda a mucha gente un antiguo debate irresuelto. Una discusión que Löwy debería conocer, al igual que quienes han seguido el debate sobre el decrecimiento de la última década. Una crítica sofisticada ha recurrido al estudio del lingüista cognitivo y filósofo estadounidense George Lakoff sobre el framing. Kate Rowarth, por ejemplo, propuso a quienes defienden el decrecimiento que aprendan de Lakoff que nadie puede ganar una lucha o elección política si se limita a utilizar el marco mental (frame) de su oponente; y el decrecimiento encierra en sí mismo su visión antagónica: el crecimiento. Economistas ecologistas han esgrimido el mismo argumento de una manera más articulada, viniendo a decir que por este motivo el concepto del decrecimiento resulta contraproducente.
Por el contrario, mi compañero intelectual Giorgos Kallis formuló en 2015 nueve razones claras por las que considera que decrecimiento es una palabra persuasiva. Quisiera complementar su argumentación con una más. Observando las tendencias de búsqueda en Google (véase la gráfica inferior), a lo largo de diez años, el decrecimiento se mantiene constantemente en niveles más altos de atención en todo el mundo que el ecosocialismo. Tal vez el ecosocialismo puede resultar más claro a simple vista. Sin embargo, esto no significa que vaya a convencer de inmediato a la gente. En efecto, el concepto ecosocialista también tiene problemas similares, y tal vez peores, de framing, dada la aversión postsoviética al socialismo, pero esto no puede significar que debamos abandonar el término. El reciente aumento de popularidad en EE UU del concepto socialismo democrático sugiere que es posible superar la asociación negativa de un término.
Tendencias de búsqueda en Google de decrecimiento y ecosocialismo. Fuente: elaboración del autor.
El ecosocialismo, al igual que el decrecentismo, deben seguir explicando el contenido efectivo de su aspiración política, la etiqueta no basta para explicarlo todo. Nuestra misión no está cumplida; es cierto que en algunos contextos, el ecosocialismo será un mensaje más directo, pero en otros, el decrecimiento puede resultar más convincente. Para la izquierda ecologista, más marcos mentales podrían ser más efectivos que solo uno; utilizando el más apropiado en según qué contextos y geografías es muy probablemente la mejor estrategia.
Nótese que estos diferentes marcos comparten argumentos básicos y estrategias, así que retomaré ahora la segunda crítica de Löwy, la supuesta discrepancia entre ecosocialistas y decrecentistas en torno al capitalismo. Según Löwy, la corriente decrecentista no es suficiente o explícitamente anticapitalista. No puedo negar que no todos los decrecentistas se autocalifican de anticapitalistas y que para algunos de ellos, declararlo no es una prioridad. Sin embargo, como ya aclaró Kallis, el decrecentismo académico basa cada vez más su investigación y su política en una crítica de las fuerzas y relaciones del capital. Además, Dennis y Schmelzer han demostrado que buena parte de la corriente decrecentista comparte la idea de que la sociedad del decrecimiento es incompatible con el capitalismo. Y Stefania Barca ha explicado cómo la articulación “del decrecimiento y la política sindical a favor de una conciencia de clase ecologista” es la vía para avanzar hacia una sociedad ecosocialista del decrecimiento.
Quisiera añadir a estos argumentos una observación. En su Manifiesto ecosocialista de 2001, Löwy y Kovel afirmaron que para resolver el problema ecológico es preciso fijar límites a la acumulación. Después aclaran que esto no es posible mientras siga reinando el capitalismo en el mundo. En efecto, como afirman ellos y otros ecosocialistas destacados, el capitalismo necesita crecer o de lo contrario muere. Este lema efectivo es probablemente la proclama anticapitalista más explícita que aparece en el Manifiesto ecosocialista, y puedo afirmar que la mayoría de decrecentistas firmarían esta declaración sin pensarlo dos veces, más todavía en tiempos de pandemia, cuando el sistema capitalista existente parece profesar el lema: ¡nosotros (los capitalistas) crecemos y vosotros morís! En efecto, es cada vez más evidente que la desigualdad aumenta vertiginosamente durante este periodo. Si estas observaciones son exactas, entonces decrecentistas y ecosocialistas están más de acuerdo que en desacuerdo y, junto con muchas otras personas de la izquierda ecologista, comparten el mismo sentido común: un sistema ecológico y social sano más allá de la pandemia es incompatible con el capitalismo.
La última crítica de Löwy es que el decrecentismo es incapaz de diferenciar entre las características cuantitativas y cualitativas del crecimiento. A simple vista, esto se asemeja a una reanudación del vivo debate de la década de 1980 sobre la diferencia entre crecimiento y desarrollo. Sin embargo, estoy seguro de que Löwy y otros ecosocialistas son muy conscientes de la evaluación crítica que muchos pensadores latinoamericanos han efectuado del desarrollo y su legado colonial (véase aquí y aquí, por ejemplo). Así que interpretaré esta crítica en términos más generales: es esencial ser selectivos con respecto al crecimiento y aclarar qué sectores necesitan crecer y cuáles tienen que decrecer o incluso desaparecer.
Nada nuevo bajo el sol, podríamos decir. Peter Victor habló en 2012, cuando estaba desarrollando hipótesis de crecimiento cero para hacer frente al cambio climático, de una situación de crecimiento selectivo y mostró sus efectos modestos y a corto plazo en la mitigación del cambio climático. Serge Latouche, en su libro de 2009 Farewell to growth, defendió que la decisión en materia de decrecimiento selectivo no puede dejarse en manos de las fuerzas del mercado. Y Kallis ha explicado que el crecimiento es un proceso complejo e integrado y que por tanto es un error pensar en términos de qué tiene que aumentar y qué tiene que menguar.
Es un error equiparar decrecimiento a mengua o reducción (como ha expuesto Timothée Parrique extensamente) y pensar que las que se consideran cosas buenas (hospitales, energía renovable, bicicletas, etc.) necesitan aumentar sin límites, como manda el imaginario de crecimiento. Quienes perpetúan esta lógica, como parece hacer Löwy, se sitúan en el campo del crecimiento. De este modo, Löwy ha hecho caso omiso de su propia sugerencia de prestar más atención a la transformación cualitativa.
En una sociedad ecosocialista, orientar la producción hacia la creación de más hospitales y el aumento del transporte público, como sugiere Löwy, no supone superar la lógica del crecimiento y sus predicamentos. Una sociedad de decrecimiento, con un estilo de vida más sano y cuidados más ecológicos, probablemente no necesitaría tantos hospitales más. En efecto, como han hallado Luzzati y colaboradores, el aumento del ingreso per cápita se correlaciona significativamente con el incremento de la morbilidad y la mortalidad por cáncer. En una sociedad de decrecimiento, la gente volaría mucho menos, y esto podría contribuir a reducir la velocidad de los contagios pandémicos. Los sistemas agroecológicos invadirán menos hábitats; estos dos cambios cualitativos de la actividad social podrían implicar una menor necesidad de aumentar el número de unidades de cuidados intensivos.
Por otro lado, el aumento continuo de cosas buenas, como bicicletas, en una ciudad no es del todo positivo: como sucede en Amsterdam, donde el público viandante se queja de la falta de espacio debido al enorme número de bicicletas que circulan en la vía pública; o en China (véase fotografía inferior), donde se han vertido miles de bicicletas porque la perspectiva de una proliferación de sistemas para compartir bicicletas en las ciudades resultaba social y ecológicamente problemática y el alcalde ha decidido frenar este aumento y regular dichos sistemas. En suma, la idea de un (de)crecimiento selectivo no ayuda a desaprender la lógica del crecimiento que todavía persiste en buena parte de la izquierda ecologista. Lo que hace falta, en efecto, es un cambio cualitativo de nuestra mentalidad, nuestra lógica y nuestros actos performativos.
La distancia entre ecosocialistas y decrecentistas no es tan grande como parece indicar el artículo de Löwy. Ambas visiones avanzan por el mismo camino, aprendiendo una de otra sobre la marcha. Discutir sobre tesis o políticas que vayan proponiendo unas u otros ayudará a mejorar y clarificar sus visiones y hacer que sean menos cuestionables a los ojos de la gente escéptica o indiferente. Un diálogo serio nos ayudará a que nuestros argumentos y nuestras prácticas se vean como algo de sentido común. La izquierda ecosocialista no tiene que decidir cuál es el discurso mejor y más completo entre el ecosocialismo y el decrecimiento. Estas visiones, en efecto, como he tratado de explicar en este artículo, comparten argumentos básicos, y ambas contribuyen a crear un discurso persuasivo e idear actos performativos.
Por el contrario, crear un falso dilema no es muy útil para nuestras luchas cotidianas. En 2015, junto con colegas, propusimos explorar la coincidencia de seis diferentes marcos (decrecimiento; organizaciones del movimiento de comunidades sostenibles; territorialismo; bienes comunes; resiliencia social y acciones sociales directas) para relanzar iniciativas más robustas y amplias contra la continua expansión del capitalismo y las injusticias ambientales. Concluimos que insistir en la coincidencia más que en la matización debería motivar a la gente que promueve estos enfoques si el propósito general es relanzar efectivamente alternativas al capitalismo más robustas y menos aleatorias. En otras palabras, llamamos a centrarnos en la consolidación de todo lo que tienen en común todos estos enfoques, no en aquello en lo que divergen. Esta sugerencia es igualmente válida para ecosocialistas y decrecentistas.
Sin duda es crucial que tanto ecosocialistas como decrecentistas sigan afinando sus discursos, prácticas y políticas para avanzar hacia un mundo ecológicamente sano y socialmente justo, libre de todo legado patriarcal, racial y colonial. Sin embargo, igual de importante es dilucidar las coincidencias de sus puntos de vista para mejorar la efectividad de su lucha compartida en varios niveles.
09/02/2021
https://undisciplinedenvironments.org/2021/02/09/ecosocialism-versus-degrowth-a-false-dilemma/
Traducción: viento sur
*Giacomo d’Alisa es investigador posdoctoral en el Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra. Es miembro fundador del colectivo Research & Degrowth en Barcelona
Fuente: https://vientosur.info/ecosocialismo-o-decrecimiento-un-falso-dilema/
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