jueves, 11 de marzo de 2021

CHINA Y LA HEGEMONÍA EN LA REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICA

 

Agricultura da primavera em Haikou, sul da China

Foto: Pu Xiaoxu/Xinhua

 

Mao definió con toda claridad que la revolución china era una revolución democrática, cuyos objetivos eran la plena independencia nacional y el establecimiento de una << nueva democracia>>.

10/03/2021

En la revista socialista Jacobin de Nueva York se dio en el año 2019 un debate sobre el papel de las ideas de Karl Kautsky en la revolución rusa en el que intervino Lars T. Lih con un artículo que atribuye a las mismas una extraordinaria importancia. Estoy de acuerdo con esa valoración y sobre todo con valoración de una tesis de Kautsky que contribuyó significativamente a la elaboración del pensamiento de Lenin y del resto de la intelectualidad bolchevique y que tuvo además fecundas secuelas en los movimientos de liberación nacional del siglo XX, cuyos efectos se prolongan hasta hoy. A partir de la experiencia de la revolución rusa de 1905, Kautsky afirmó que el proletariado podía y debía encabezar la revolución democrática burguesa allí donde esta no se había aún consumado y en donde la burguesía entonces existente se mostraba incapaz de dirigirla o de llevarla consecuentemente hasta el final. Una tesis cuya validez la historia se ha encargado ampliamente de demostrar. El comunismo ruso, en nombre y en representación del proletariado, consumó la revolución democrática del mismo modo que el chino lo hizo en su país, en abierta oposición a las burguesías de ambos países. Pero ninguno de los dos se limitó a liquidar la autocracia zarista y a lograr la independencia nacional. Ambos se quisieron forzar la historia y transformar de inmediato a la revolución democrática en una revolución socialista. Y digo << forzar>> porque para Marx y Engels la revolución socialista tenía como prerrequisito unas condiciones económicas, sociales y culturales que solo se daban en los países plenamente capitalistas. O sea en aquellos países como Inglaterra, Francia o los Estados Unidos, en los que sus respectivas revoluciones habían dado paso a un impetuoso desarrollo del capitalismo.

Para ambos pensadores la fortaleza del capitalismo fortalecía inevitablemente al proletariado, que solo podía cumplir su papel de << sepulturero>> gracias precisamente a la fortaleza del capitalismo. Desde la perspectiva marxista, compartida por Kautsky y Lenin, Rusia era un país << atrasado>> desde el punto de vista del desarrollo capitalista y por lo tanto el hecho de que la Revolución de octubre hubiera conseguido derrocar a la autocracia zarista y liberar al campesinado ruso del dominio de los terratenientes no convertía de golpe a Rusia en un país altamente industrializado como ya lo eran Inglaterra o Francia. Estas victorias simplemente abrían las puertas al más amplio y libre desarrollo del capitalismo pero no lo reemplazaban. A falta de un capitalismo maduro ¿cómo entonces transformar la revolución democrática en una socialista? ¿Sobre qué base material?

Esta disyuntiva tenía también una dimensión social y política examinada por Kautsky en su artículo de 1909 <<Las fuerzas motrices y las perspectivas de la revolución rusa>>. El proletariado socialista puede liderar la revolución democrática burguesa si contaba con el apoyo del campesinado – argumentó el líder de la socialdemocracia alemana - pero no podrá contar con el apoyo del campesinado para construir el socialismo, por la simple razón de que entre los intereses del campesinado no se cuenta el socialismo.

Es bien conocida la solución estalinista a esta cuadratura del círculo: la liquidación del campesinado por medio de la industrialización acelerada y del ejercicio de una dictadura implacable que terminó ejerciéndose sobre el propio proletariado. Y que ofreció una inesperada versión de la tesis defendida por Marx y citada por Lenin precisamente en El estado y la revolución, esa apología de los soviets como superación definitiva de la democracia parlamentaria y primer paso hacia la disolución del Estado en la sociedad. <<En Francia, las sucesivas revoluciones – afirmó Marx- no han hecho más que fortalecer y perfeccionar la maquinaria del Estado>>. Cuando en 1959, en su informe al XXI Congreso del PCUS, Nikita Jruschov dio por finalizada la etapa socialista y llamó en consecuencia a la inmediata <<construcción del comunismo>>, de los soviets no quedaba más que el recuerdo. Habían sido sustituidos por una formidable maquinaria estatal.

Hoy, medio siglo después del apresurado llamamiento de Jruschov a construir el comunismo, es evidente que Rusia no es un país socialista y menos aún comunista sino un país en el que se ha consumado la revolución democrática, tal y como esta fue imaginada Kautsky o Lenin. Ahora es un país capitalista plenamente desarrollado donde el régimen de partido único estalinista ha sido sustituido por una democracia parlamentaria en la que dirimen sus diferencias los distintos partidos políticos, incluido el partido comunista. O sea equiparable a Estados Unidos, Francia o Alemania y por lo tanto preparado como ellos- si damos crédito a los pronósticos de Marx y de Engels – para la lucha directa e inmediata del socialismo. Y puede añadirse que lo que se dio entre 1929 y 1989 antes que el socialismo fue la fusión y perpetuación de la versión rusa de las etapas jacobina y napoleónica de la revolución francesa.

En China, la experiencia ha sido distinta. En primer lugar porque Mao se hizo con la dirección del partido comunista chino, cuando a raíz de la sangrienta represión de la huelga general de 1927, propuso el repliegue al campo que otorgaba al campesinado un papel más consistente y duradero en la revolución del que le habían concedido los bolcheviques. En segundo lugar porque él mismo definió con toda claridad que la revolución china era una revolución democrática, cuyos objetivos eran la plena independencia nacional y el establecimiento de una << nueva democracia>>. Mao no renuncio sin embargo a la construcción del socialismo y después de su victoria de 1949 intentó por dos veces forzar la marcha de la historia. La primera vez en 1956, cuando lanzó la política del Gran salto adelante, cuyo propósito era acelerar extraordinariamente la industrialización del país y la colectivización de la economía y la sociedad campesina. El Gran salto fracasó tanto por graves problemas de diseño y gestión como por la inesperada acumulación de desastres naturales. En 1966 Mao lo intentó por segunda vez promoviendo la llamada Gran revolución proletaria, que abrió un período de violentos conflictos políticos y sociales que se cerró en 1976, con la derrota de la efímera comuna de Shanghái y la muerte de Mao. Bajo la dirección ideológica de Deng Xiao Ping los comunistas chinos imprimieron un giro radical a la estrategia de modernización: restauraron el respeto a la propiedad privada en el campo y en la ciudad y promovieron la industrialización acelerada del país mediante la apertura a la inversión extranjera y el estímulo a las exportaciones. Fue su propia versión de la política formulada por Nicolai Bujarin en Unión Soviética de estimular el desarrollo del capitalismo con el fin de construir las bases materiales del socialismo, asegurando la hegemonía proletaria mediante el control estatal de las industrias básicas, la banca, el comercio exterior, la educación y la cultura y desde luego del Ejercito. Los logros de esta estrategia son impresionantes: China está a punto de superar a los Estados Unidos como primera economía del mundo y su desarrollo científico técnico es tal que le ha permitido ostentar el virtual monopolio del 5G y enviar una sonda espacial a Marte.

La hegemonía del proletariado en la revolución democrática, propuesta por Kautsky y realizada en primer lugar por Lenin, se está consumando con éxito en China. Queda por saber si finalmente conducirá a la sociedad comunista o simplemente dará paso a una sociedad capitalista plenamente desarrollada, en la que el campesinado como agente social de primer orden habrá desaparecido.

 

https://www.alainet.org/es/articulo/211324

 

 

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