El dictador y hegemón global, Enemigo No. 1 del Derecho Internacional y de los pueblos del mundo, carece de autoridad moral o ética para dar lecciones a la comunidad internacional.
13/04/2021
A la memoria de un gran amigo de Panamá, que acaba de fallecer a los 93 años: el Dr. William Ramsey Clark, ex Fiscal General de Estados Unidos, quien presidió la Comisión Independiente sobre la Invasión a Panamá, y en noviembre de 1996 participó en el Tribunal Internacional por Crímenes Contra la Humanidad Cometidos por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en Iraq, celebrado en Madrid. En marzo de 1990, durante su misión en Panamá, el Dr. Clark me sugirió publicar la demanda que yo había redactado contra Estados Unidos por la invasión de 1989 ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya.
En la segunda mitad del mes de marzo, se reunieron el canciller de China Wang Yi con el Secretario de Estado Antony Blinken en Anchorage, Alaska. En lo que debió ser un primer round de estudios antes de soltar puñetazos, Blinken --que no le hizo honor a su apellido (blink, parpadear)-- le soltó una andanada de golpes nada diplomática al estupefacto, atónito y circunspecto canciller de China, al punto de que Wang Yi se quejó de que el tinglado “olía a pólvora desde el principio”.
Blinken, que jamás estudió Relaciones Internacionales pero sí tomó lecciones de la “Diplomacia del Garrote” en las aulas del Consejo de Seguridad Nacional (con John Bolton), ya antes había noqueado al presidente de Rusia, Vladimir Putin, cuando ni siquiera se iniciaba el encuentro, llamándolo “asesino”, mal asesorado por el expresidente Bill Clinton.
El aparato mediático de Occidente, por supuesto, no se percató de la falta (foul) cometida contra Putin, pero éste no se dejó intimidar y solo sonrió, invitando a Blinken a “mirarse en el espejo” y a debatir personal y públicamente. Pero Blinken esta vez sí parpadeó y, rehuyendo un encuentro de Judo, en lo que Putin es un Maestro, se excusó diciendo, “no tengo tiempo”.
Blinken, anterior subsecretario de Estado bajo Donald Trump, saltó estrepitosamente y quiso, autodesignándose árbitro, dictar las reglas en el cuadrilátero, declarando que las relaciones con China serán “competitivas, cooperativas y conflictivas”. Wang Yi, algo repuesto del apabullante e intempestivo primer ataque, negó que Washington tuviera la autoridad suficiente para dictarle normas al mundo, mucho menos a China, que está en mejor posición para contribuir a un mejor futuro.
El resultado inmediato fue una entrevista entre el canciller ruso, Sergei Labrov, y su homólogo, Wang Yi, que acordaron las coordenadas de una defensa conjunta a partir de ahora.
El dictador y hegemón global, Enemigo No. 1 del Derecho Internacional y de los pueblos del mundo, carece de autoridad moral o ética para dar lecciones a la comunidad internacional.
Para empezar, Estados Unidos --tenido como ejemplo de Democracia -- no es ni remotamente tal, porque la democracia descansa sobre el principio de que el pueblo es el soberano. Pero, en aquella dictadura mundial, el pueblo de Estados Unidos no tiene derecho a la autodeterminación nacional, base fundamental de la soberanía, tal como se reconoce universalmente.
Son los Estados de la Unión los que ostentan ese derecho desde los inicios de la república. Soberano es el gobierno, no el pueblo. Ese cisma dentro de la sociedad estadounidense se originó en la necesidad de darle derechos políticos a una parte de ella y negárselos al resto, la primera de la cual subordina a la segunda. El resto se refiere obviamente a los esclavos de las plantaciones y sus descendientes.
Los Estados son el brazo ejecutor de la soberanía. Eso quedó en evidencia con el golpe de Estado que aquéllos le dieron a Donald Trump, al cual se le impidió su derecho a la investigación y la defensa e incluso no se le permitió la libre expresión, que es la primera bandera en la Constitución de Estados Unidos.
Al expresidente Trump le cerraron sus cuentas de Twitter, su medio de expresión favorito. Los Colegios Electorales de los Estados de la Unión son los compromisarios y verdaderos electores en cualquier torneo. Basta con subrayar la estafa electoral de que fue objeto el candidato Al Gore en 2000, el cual, pese a haber ganado voto a voto, perdió en la Florida ante George Bush, o bien la más sorprendente derrota de Hillary Clinton, que le ganó a Donald Trump por millones de votos populares y no obstante perdió las elecciones.
¿Es posible la Democracia sin soberanía popular en una superpotencia que depende de la imposición de un Pensamiento Único y del estado de excepcionalismo que el resto del mundo está obligado a seguir y respetar como si nuestros pueblos fuesen rebaños (repúblicas bananeras) despreciables de Washington? El Pensamiento Único mantiene secuestrada la libertad de los estadounidenses y del conjunto de la región, presos de una casi total ignorancia, especialmente en lo que se refiere a asuntos internacionales.
Estas fallas estructurales desde los inicios abonan a favor del expresidente Jimmy Carter cuando declaró que “Venezuela tiene el mejor sistema electoral del mundo.”
Pero Estados Unidos no es solo un mito como Democracia sino que es indiscutiblemente el principal violador de derechos humanos a escala mundial. Estados Unidos no acepta ni ratifica convenios sobre el Derecho de Tratados, Derechos Diplomáticos y Consulares y Derechos Humanos. Además, Estados Unidos ha abandonado los principales acuerdos sobre fabricación y limitación de armas nucleares y se ha convertido en delincuente internacional.
En sus sueños de opio de construir un mundo de minorías caucásicas mediante la destrucción y despoblación mundial, Estados Unidos ha intervenido, atacado e invadido a muchas naciones originarias, autóctonas y soberanas de Oriente y Occidente, desde territorios norteamericanos (incluido México), hasta verdaderas cunas de la civilización (Irak, Irán, Yugoslavia y Afganistán), países modelos de desarrollo (Libia y Siria) y Estados del Tercer Mundo (Corea, Vietnam, Cuba, Chile, Grenada y Panamá).
El hecho importante y aún no descubierto por los medios occidentales es que, desde el 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos armó la trama de su futura guerra contra el “nuevo enemigo” --el terrorismo-- y que desde entonces, con la ayuda de Israel, Washington inició su deriva irresistible hacia un totalitarismo mundial, apoyado por organizaciones terroristas, fabricantes de armas, narcotraficantes y mercenarios de toda laya.
Dicha deriva hacia el totalitarismo se inició con los atentados del 11-S, cuando el gobierno de George W. Bush decidió secretamente anular el Habeas Corpus, una de las principales protecciones constitucionales, mediante la ley conocida como el Acta Patriótica.
En este sentido, los escritores estadounidenses, Martin Gilens, y Banjamin Page, colaboradores de la Universidad de Princeton y de la Universidad Northwestern, acotaron en una de sus publicaciones conjuntas que: “Si la democracia significa la respuesta del gobierno a lo que quieren las mayorías de ciudadanos, presentamos pruebas contundentes de que en los últimos años, Estados Unidos no ha sido muy democrático en absoluto. Esta nación se jacta de su fortaleza democrática pero violenta los estatutos más elementales de una democracia real y legal”.
Mientras tanto, Washington no ha recogido el guante y nada dice sobre el reto del canciller Wang Yi de investigar el laboratorio de Guerra Biológica de Fort Detrick, principal sospechoso de originar el COVID19. Todo está al revés pues, al parecer, los pájaros les tiran a las escopetas.
Julio Yao
Analista Internacional y Presidente Honorario y Presidente Encargado del Centro de Estudios Estratégicos Asiáticos de Panamá (CEEAP).
https://www.alainet.org/es/articulo/211799
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