Partido Comunista de España (marxista-leninista), 1986
domingo, 18 de julio de 2021
El presente texto se puede decir que tiene su base en otra la obra del Partido Comunista de España (marxista-leninista): «La guerra revolucionaria del pueblo español contra el fascismo» (1975). La parte que hoy traemos corresponde a uno de los dos fragmentos publicados en el órgano de expresión «Vanguardia Obrera» durante el año 1986; uno de ellos analizaba los condiciones internos y el otro los externos de esta guerra civil iniciada el 18 de julio de 1936.
El documento:
«Con la guerra civil y todo lo que la misma representó, es también necesario hacer un análisis crítico desde el punto de vista de la clase obrera y el pueblo, que nos permita estudiar y sintetizar sus aciertos y sus fracasos, sus victorias y sus errores y que nos permita componer las causas fundamentales por las que fueron derrotadas las fuerzas populares. Algunos de esos errores han sido mencionados en los anteriores capítulos. De lo que ahora se trata es de hacer una panorámica general de las causas de la derrota.
Los errores fueron tanto políticos como militares, si bien aparecen ligados. Aunque por razones de espacio y claridad, podemos sintetizar los fundamentales.
Principales causas políticas generales
–La guerra y el Frente Popular estuvieron dirigidos, en lo fundamental, por la media y la pequeña burguesía, y no por la clase obrera y su partido. Las diversas capas de la burguesía y sus correspondientes partidos se caracterizaron por su ambigüedad, sus vacilaciones y su gran temor a la clase obrera. Esto condicionó todo lo demás. No bastó en efecto, con desarrollar con elevada combatividad y entusiasmo la lucha, sino que para poder llevar ésta a buen puerto era necesario también que la clase obrera y su partido asumieran la dirección de la misma, más cuando la guerra civil al ocurrir en la época de las revoluciones proletarias iniciada con la Revolución de Octubre de 1917 se inscribía y formaba parte de la revolución socialista mundial.
–Las propias contradicciones y la división en el seno de las fuerzas populares y republicanas que no se pudieron, o no se supieron resolver correctamente, lo cual llevó a continuos enfrentamientos políticos entre las organizaciones del Frente Popular, e incluso provocaron enfrentamientos armados entre ellas.
–El pesimismo y el espíritu de claudicación que se manifestaron sobre todo durante la etapa final de la guerra y desde la pérdida de Cataluña entre diversos factores burgueses derrotistas del lado republicano, comenzando por el propio Manuel Azaña, Indalecio Prieto, Julián Besteiro, el General José Miaja, etc., lo cual llevó a minar progresivamente el espíritu de resistencia de la población y del mismo ejército republicano y facilitó el golpe traicionero de Segismundo Casado en 1939 [1].
–Las ilusiones que el Gobierno, las organizaciones del Frente Popular, incluso el mismo Partido Comunista de España (PCE) hicieron concebir a las masas de conseguir la victoria y la paz rápidamente. Al no llegar ésta, los sectores menos politizados y más vacilantes, se desilusionaron, perdieron firmeza y se cansaron de la lucha, posibilitando las condiciones para la derrota.
Principales causas militares
Son numerosos los errores estratégicos y tácticos que condujeron a la derrota de las fuerzas populares. Fueron también numerosos los problemas que no se supieron enfocar y no se resolvieron correctamente, tales como la cuestión de los cuadros de mando, no construir cuerpos de reserva para el Ejército, solucionar los problemas de logística –armamento, industria de guerra, transporte, etc.–, despreciar los problemas de información fidedigna sobre el campo enemigo –mientras los fascistas sí que la tuvieron del campo republicano–, no tomar medidas para continuar la guerra en otras formas, etc. La lista seria demasiado larga. Por ello vamos a centrarnos en tres cuestiones:
–Una guerra con las características que tuvo la nuestra no podía, no debía, al menos en sus planteamientos generales iniciales, ser un tipo de guerra clásico para las fuerzas del pueblo. El tipo de guerra de posiciones, de trincheras, daba superioridad al Ejército enemigo, al estar éste mejor armado, entrenado y organizado para ello, tal como se demostró. El hecho de que en Madrid se pudo resistir no significaba que eso se debiera hacer en todo momento, pues en Madrid se daba una situación particular y era la excepción que confirmaba la regla. La guerra que debían llevar a cabo las fuerzas populares era, ante todo, una guerra de movimientos combinada con la acción en la retaguardia del enemigo [2]. Sin embargo, el Ejército republicano, dirigido por militares profesionales de formación tradicional, utilizó en lo esencial la guerra de posiciones, la guerra de desgaste, que ya sabemos qué resultados nos dio.
–Un Ejército sin iniciativa y a la defensiva,
pierde la guerra forzosamente. Incluso la iniciativa se debe tener no sólo en
el ataque, sino también en la retirada. Ante todo, lo que no se debe hacer es
ir a la batalla dónde y cuándo le interesa al enemigo, sino dónde y cuándo
conviene a las propias fuerzas. Ahora bien, en general, a lo largo de la
guerra, salvo en algunas ocasiones –Teruel, Guadalajara, etc.–, el Ejército
republicano estuvo siempre a la defensiva, y cuando intentó tomar la
iniciativa, lo hizo en malas condiciones, ya que incluso las ofensivas que
montó el Estado Mayor fueron concebidas ante la presión del enemigo. Ahora
bien, como se ha señalado, el Ejército republicano fue utilizado sobre todo en
guerra de posiciones. Para tener la iniciativa en este tipo de guerra, era
necesario tener superioridad absoluta, militar y logística, sobre el enemigo, y
el Ejército republicano no la tenía. Por ello es evidente que se debió actuar
con flexibilidad para convertir la inferioridad militar y logística que tenía
el Ejército republicano en general, en superioridad relativa aplastante en un
punto y un momento dado.
–No se logró movilizar a fondo para la lucha armada a sectores amplios de la
población de la ciudad y del campo. Así, en vez de potenciar la movilización
masiva al incorporar voluntarios al Ejército republicano, se recurrió
exclusivamente al servicio militar obligatorio, lo cual repercutiría en un
descenso del compromiso político de los soldados y en su combatividad. Esa
misma actitud se reflejó en que no se organizaron destacamentos guerrilleros
que actuaran en la retirada del enemigo, pese a existir condiciones favorables,
tanto por la naturaleza del terreno como por existir masas dispuestas a hacerlo
–como se demostró posteriormente– en la zona ocupada por los fascistas.
Los errores del partido comunista
–Pese a lo que han dicho Santiago Carrillo, Dolores Ibárruri y demás
revisionistas, si el PCE fue el alma, el propulsor de la resistencia contra el
fascismo, y llegó a ser el partido más fuerte dentro del Frente Popular durante
la guerra, es indiscutible que, por ello, tuvo una gran parte de
responsabilidad en su pérdida. Los revisionistas de todo tipo han intentado
negar esto, ocultar o minimizar su responsabilidad, pero eso sólo demuestra su
cobardía, que su objetivo es engañar al pueblo y su incapacidad para
enfrentarse con sus responsabilidades.
El PCE fue el más decidido defensor de la lucha y la resistencia contra el
fascismo, el más abnegado y heroico, el que más caro pagó por ello. La política
del PCE durante la guerra tuvo muchos aciertos, pero también muchos errores.
–Uno de los principales errores del PCE fue el legalismo, ya que en una
situación de lucha armada y de guerra civil dirigida por un Gobierno burgués,
no transformó aquella en una guerra revolucionaria, de otro tipo, y se plegó,
en definitiva, a las tendencias derechistas existentes en el propio partido [3]
y al capitulacionismo de otras fuerzas gubernamentales.
El PCE no supo solucionar la contradicción que se planteó entre la necesidad de
un gobierno único, de un poder ejecutivo mínimamente fuerte para hacer frente a
la lucha contra el fascismo, y los intereses de la clase obrera como tal y del
partido del proletariado.
Como resultado de ello, el PCE se aferró a las instituciones republicanas,
sobrepasadas por los acontecimientos, y no promovió las nuevas formas de poder
que surgieron de las masas, para canalizar a través de ellas el entusiasmo y el
potencial revolucionario.
–En su política de alianzas, el PCE se subordinó a sus aliados la burguesía
republicana en los problemas de fondo que se plantearon, y tuvo una concepción
estática y no dialéctica de esa política de alianzas, ya que cuando a lo largo
de la guerra cambiaron las circunstancias que habían dado lugar al Frente
Popular y sus primeros gobiernos, y el PCE se había transformado en la fuerza
principal y determinante dentro del Frente Popular, no tomó la dirección del
mismo, no se lo planteó, cuando existían condiciones para ello.
El PCE concebía el Frente Popular como el único y máximo órgano de unidad
durante la guerra, pero perdió de vista que el mismo era una amalgama de
tendencias donde predominaba la pequeña burguesía, donde la clase obrera no
jugó un papel determinante, y que por lo tanto, era erróneo para el PCE hacerlo
todo a través del Frente Popular o lo que era su consecuencia, hacerlo todo a
través del Gobierno.
–El PCE perdió de vista, o no sacó las conclusiones que se imponían, de que, en
toda revolución, en toda lucha revolucionaria, como fue el caso de la
guerra civil en España, el problema fundamental es el del poder; en manos de
qué clase se encuentra el poder. Pese a lo que han dicho algunos revisionistas,
el poder en la España republicana y con los gobiernos del Frente Popular
durante la guerra, estuvo siempre en manos de la burguesía media o pequeña, más
o menos radical, pero burguesía. Plegarse a su dirección, aceptar la situación
existente, adoptar una posición de legalismo a ultranza, era ni más ni menos
que colocarse a remolque de la burguesía.
–El PCE descuidó movilizar a la masa contra las tendencias derroristas y
capituladoras que se manifestaron con mayor fuerza y abiertamente a medida que
avanzaba la guerra. Todo ello por no romper el Frente Popular y el equilibrio
existente. Por ese camino, tampoco aplastó la rebelión traicionera encabezada
por Casado, aunque tenía las fuerzas necesarias.
–En resumidas cuentas, el PCE no comprendió el doble carácter de la guerra
civil, ya que si ésta era contra el fascismo y por la independencia nacional,
también fue una guerra con carácter de clase y revolucionaria. Ello llevó, en
definitiva, al PCE a practicar una política de colaboración de clases de tipo
revisionista.
También el PCE cometió errores en el aspecto militar de la guerra y su política
respecto a las fuerzas armadas.
–El PCE tuvo una línea general justa al mantener que la principal tarea era la
de ganar la guerra y que sin conseguir esto, las demás carecían de
sentido. Por eso se volcó en los frentes de batalla y una buena parte del
Ejército republicano estuvo compuesto por comunistas o simpatizantes del PCE.
Sin embargo, el Ejército no estuvo dirigido por los comunistas, por la clase
obrera, sino por militares burgueses, de carrera.
El planteamiento de crear el Ejército Popular, era correcto, y el PCE lo apoyó.
Pero a la hora de llevarlo a la práctica, el PCE hizo graves concesiones en
múltiples direcciones. Para la creación de ese Ejército, el PCE entregó al
Gobierno el Quinto Regimiento. Con ello perdió su dirección y no ganó la de
todo el Ejército. Con ello perdió la independencia como partido en materia
militar.
Es un hecho innegable que la dirección de la guerra y del Ejército estuvo
siempre en manos de la burguesía republicana titubeante y claudicadora, la
mayoría de los altos mandos eran anticomunistas y los puestos clave de
dirección del Estado Mayor general estuvieron vetados siempre al PCE. Ahora
bien, fueron éstos quienes dirigieron en la práctica la política militar, causa
principal de que se adoptara una estrategia y una táctica inadecuadas al
carácter general de nuestra guerra. De ahí que no sólo las fuerzas comunistas
no desempeñaron el papel que les correspondía, sino que por el contrario fueron
utilizadas por la burguesía republicana para sus propios fines.
El PCE se dejó arrastrar por los mandos militares profesionales burgueses a una
estrategia militar contraria a los intereses de la guerra y no comprendió nunca
cuál era el tipo de estrategia que nuestra guerra, una guerra
revolucionaria, exigía.
Como conclusión cabe decir, que fueron los errores que cometió el PCE y el
sabotaje de la resistencia popular que llevaron a cabo algunos dirigentes
republicanos, socialdemócratas y anarquistas –que acabaron traicionando a
la República–, los elementos determinantes, por encima de los avatares
militares, que provocaron el final de la guerra con la victoria de los
fascistas, aunque también influyó la situación internacional y la intervención
extranjera, que merece la pena analizar aparte». (Partido
Comunista de España (marxista-leninista); 50 aniversario del comienzo de la
guerra civil, 1986)
Anotaciones de Bitácora (M-L):
[1] Véase en la obra del PCE (m-l): «La guerra revolucionaria del
pueblo español contra el fascismo» de 1975, el capítulo: «Política en
relación con las fuerzas armadas», págs. 57-58.
[2] Véase en la obra del PCE (m-l) «La guerra revolucionaria del
pueblo español contra el fascismo» de 1975, el capítulo: «Perdida de
la independencia de la independencia en el seno del frente popular y querer
hacerlo todo a través del mismo» págs. 29-31.
[3] Véase en la obra del PCE (m-l): «La guerra revolucionaria del
pueblo español contra el fascismo» de 1975, el capítulo: «La unidad
de la clase obrera. Una concepción oportunista de la lucha por el partido único
del proletariado» págs. 31-33.
Anexo:
Si se realiza una rápida comparativa entre el artículo de 1986 y el libro de 1975 sobre la Guerra Civil (1936-39), la argumentación y las conclusiones son similares. ¿Cuáles son las diferencias más notables? Podríamos anotar que en 1986 ya observamos que se reduce parte de la antigua altanería hacia las labores del PCE, al cual se le reclamaba en 1975 un mejor cumplimiento en temas como en la cuestión de las alianzas o la cuestión militar durante los años 30. A decir verdad, para aquel entonces no es que el PCE (m-l) pudiera dar muestras de haber aprendido la lección ofreciendo un desempeño cualitativamente superior –e incluso muchas veces podría decirse que estuvo a años luz de ser más eficaz que su predecesor–. Resalta, pues, lo fácil que era y es siempre exigir lo que uno mismo no cumple –huelga decir que este pecado solo sucede cuando el sujeto tiene capacidades para acometerlo, sino es así hablamos de un voluntarismo que es tan nocivo como la omisión del deber–. Véase la obra: «Ensayo sobre el auge y caída del Partido Comunista de España (marxista-leninista)» de 2020.
No se puede olvidar tampoco, cómo no, la nefasta influencia del maoísmo sesentero en las filas de un PCE (m-l) fundado en 1964. Esta ideología hizo mella en la metodología y percepción de los acontecimientos históricos durante los primeros años, ¿de qué forma? Pues al igual que otras agrupaciones europeas, los ideólogos trataban de reevaluar la historia nacional en clave chinesca para concluir que, al no haber conocido o adaptado completamente las estrategias político-militares del «Pensamiento Mao Zedong» a X país, los revolucionarios autóctonos habrían sufrido de «primitivismo», «debilidad» o «equivocación» manifiesta. Esto, visto, hoy, es todavía más ridículo si tenemos en cuenta que en la toma de poder de los comunistas chinos tuvo suma transcendencia el factor soviético como para que esto fuese posible –proveyéndole permanentemente de un territorio seguro, víveres, ropa, munición, armamento, sin contar ya con producir la derrota del ocupante japonés en 1945, un contexto favorable con el que nunca contaron los hispanos. Los diversos acontecimientos de la geopolítica china conducirían a que en 1978 el PCE (m-l) no solo se replantease todo lo relacionado con este mito, sino a condenarlo como un producto más del revisionismo moderno. Véase el capítulo: «El PCE (m-l) y su tardía desmaoización» de 2020.
Sea como fuere, estas reflexiones críticas del PCE
(m-l) sobre los eventos de la Guerra Civil Española (1936-39), tanto en 1975
como en 1986, fueron de gran valor y no un simple ejercicio simbólico, puesto
que en lo fundamental se acercaron de veras a la dura tarea de superar el
sentimentalismo de sus predecesores, subrayando sin tapujos varias de las
equivocaciones objetivas más significativas de los revolucionarios que tenían
como referentes.
«La lógica dialéctica exige que vayamos más lejos. Para conocer de verdad el
objeto hay que abarcar y estudiar todos sus aspectos, todos sus vínculos
y «mediaciones». Jamás lo conseguiremos por completo, pero
la exigencia de la multilateralidad nos prevendrá contra los errores y el
anquilosamiento». (Vladimir Ilich Uliánov,
Lenin; Una vez más acerca de los sindicatos, 1920)
FECHA domingo, julio 18, 2021
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