Ayrton A. Trelles Castro
Ustedes podrán ver que delante de las circunstancias queda pequeña la interpretación. Nuestro tiempo muestra claramente la idea mencionada y Perú hace gala de lo nombrado. Actualmente vamos rumbo hacia algo diferente, que no puede ser encajado en un esquema que sólo sea libresco. Más bien, necesitamos reconfigurar los conceptos, adecuando nuestra forma de ver las cosas a los acontecimientos que van torciendo el rumbo por el que transitaba la historia del país.
Acostumbrados a una política de apariencia, el último choque entre candidatos ha dejado como enseñanza que el sentido común no estaba preparado para sentir en común. Sólo los que guardaban las esperanzas continuaron con la idea que para tener una patria debe de haber el sentido de trasformación. La herencia criolla muestra el lado oscuro del Perú, en tanto que considera como Nación sólo a una porción de la población y no al conjunto heterogéneo que va de norte a sur y de este a oeste.
Por eso, cuando vieron en la figura del nuevo presidente a una persona que ni siquiera vestía a la criolla, con saco y corbata, creyeron que estaba disfrazo de indígena. Y se burlaron de su proceder, sosteniendo que su acción era parte del show mediático, como cuando un político de la capital tiene que visitar el pueblito del que recién se enteró. Tampoco creyeron posible que los viejos rostros de la política iban a quedar desplazados por todos lo que se ciñeron bien al sueño de llegar al gobierno, aun así, no hayan estado en él anteriormente. Con sus impertinencias, a costa de todo, ahora, son nombrados congresistas. Y decimos impertinencias porque aquí nos han vetado el derecho a cambiar, virar el timón y encaminar la dirección de nuestro andar hacia un rumbo que no esté comandado por las élites centralistas.
El cambio ya había empezado y se ha vestido de cholo-de-verdad para demostrar ante el mundo que el Perú no tiene los ojos del cielo, sino los de la tierra.
Bajo las circunstancias que arrecian, sólo cabe una pregunta, ¿por qué no sucedió antes? Quizá hacía falta la crisis. Aunque si le preguntásemos a las masas que bregan día tras día por el alimento que llevarán a casa, nos podrían contestar que la crisis era la forma en la que desarrollaban su vida cotidiana. Y, ahora, cuando vemos que están ahí, en el gobierno los que en cuerpo y alma se parecen a nosotros, es decir, hablan como lo haríamos, piden lo que pedimos y discursean con las mismas cosas que decimos, ¿ya estamos representados? Posiblemente no. ¿Qué nos falta entonces? Falta extirpar del imaginario peruano la visión criolla del País, aquella que piensa que el pueblo no puede proponer ni gobernar. Aquella que dice: “esto no se puede hacer”. Si por ellos fuera, nada que beneficie al pueblo podría hacerse.
La lección de los que han arribado al gobierno es la siguiente: no les crean nada. “Segui il tuo corso, e lascia dir le genti” (Sigue tu camino y deja que la gente hable), así como rezaba el verso del famoso florentino, Dante Alighieri. Creo que, a estas alturas, no podemos decir que comienza el cambio. El cambio ya había empezado y se ha vestido de cholo-de-verdad para demostrar ante el mundo que el Perú no tiene los ojos del cielo, sino los de la tierra. Ahora muestra lo que estaba guardado para el final, para los 200 años de vida patriótica aparentemente anestesiada, porque hubo un corazón cuyo fogón no amainaba. Era la esperanza de millones de compatriotas que no se dejaron engañar por el sentido común, que en realidad es la idea dominante de las élites.
El cuerpo del Estado, las instituciones, deben encontrar su alma, esto quiere decir, su ethos (costumbre, tradición, lo propio), que alimente las ansias de transformación que urgen a la vida política, económica y social. ¿Cómo podían pensar los expertos politólogos que iba a transformarse el Perú sin contar con quienes deben transformarlo? Espero, algún día, contesten. Mientras tanto, así, con el sentimiento a flor de piel, vi inmiscuirse en las elecciones más pretendidas de las últimas décadas, a decenas de personas que pocos pensarían podrían lograr algo. Sólo tenían un poco de esperanzas guardadas en los bolsillos, seguramente la acariciaban en las noches antes de acostarse, con las mismas manos que lustraban los zapatos llenos de polvo de barriada, como son las arenosas calles que inundan la vida de la ciudad, y de dónde salen los hijos del país que pueden, en unidad, hacer de su esfuerzo el legado del futuro. ¿Los podrían detener mercenarios periodistas? Lo han intentado y lo seguirán haciendo. No les hagan caso. Ya sabemos que cuando las élites dicen que algo no se puede hacer, significa que eso es lo que debe hacerse.
Lo impresionante es que muchas personas que esperaban con ansias este resultado, no sabían que soñaban lo mismo sin conocerse. ¿Eso es un milagro o es algo natural? Como fuere, resultó naturalmente milagroso que sucedan así las cosas. A los ronderos que llegaron a la capital, sospechamos, jamás se les olvidará que fueron extranjeros en sus propias tierras, que les lazaron piedras peligrosas desde los noticieros, queriendo que se retiraran allá, a donde les pertenecía estar, fuera de la urbe que les pide tributo para protegerlos de ser autónomos, de ser protagonistas de la historia del País; de que alguna vez aparezca en los libros escolares, en una página a colores. Para que no quede escrito cómo es que después de mucho tiempo ocurrió, en el país, algo a lo que pocos estaban acostumbrados. Por ejemplo, que la primera dama del Perú ya no tenga que avergonzarse de hablar como los peruanos o, mejor dicho, que los peruanos no se avergüencen al hablar como la primera dama, de retorcer el español para que suene a estas tierras, mostrar el acento montañoso y picudo de los “sirranos” que hoy más que nunca pueden decir a las élites “métanse su Harvard a la mochila”, “traemos la universidad de la calle y del dolor”. Y aunque no pase nada durante los años que gobernarán los impertinentes congresistas y el presidente-rondero, sabemos que ya pasó algo que jamás las injurias de los doctos podrán borrar. Esa idea que va a perdurar es que el Perú por fin tuvo en el gobierno a los peruanos.
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