En 1912 los bolcheviques con Lenin a la cabeza denunciaron que se aproximaba una gran guerra imperialista. Frente a ella, afirmaban, la labor de los comunistas sería, primero, la de oponerse a dicha conflagración, pues sería el pueblo trabajador quien finalmente empeñaría su sangre por intereses completamente ajenos a él; segundo, en caso estallara, la guerra imperialista debía tornarse guerra revolucionaria, es decir, los pueblos debían voltear sus bayonetas contra sus propios gobiernos y luchar por el poder. Tan solo dos años después estalló la primera guerra mundial y en Rusia se logró convertir la guerra imperialista en verdadera guerra revolucionaria. Esto demuestra la enorme clarividencia de Lenin, lo acertado de su línea, la grandeza y poderío de su teoría revolucionaria.
En el Perú, ya cerca de 10 años que un sector maoísta viene sosteniendo que vivimos la “antesala” de la Tercera Guerra Mundial, sin embargo, una vez más estos pomposos diagnósticos terminan golpeándose contra la realidad, pues queda claro que ni siquiera con la intervención directa de Rusia en Ucrania esa tan mentada guerra mundial va a estallar. Esto es una muestra más de lo infructífero que es hoy el pensamiento gonzalo, carece desde hace muchos años de la coherencia suficiente para ser una potente arma de interpretación de la realidad, el que haya maoístas que se aferren a él no es más que dogmatismo, no a la letra del marxismo (¡Bueno fuera!), sino a la autoridad. El prestigio de la autoridad, cuando una línea es correcta, se debe al prestigio de las ideas, todo lo contrario sucede –advierte Lenin- cuando una dirección se desvía, en este caso se busca darle prestigio a las ideas apoyándose en el prestigio de la autoridad. El maoísmo debe engendrar una nueva lumbrera, pero esta, definitivamente, no llegará como continuación o “desarrollo” del pensamiento gonzalo. En fin, yendo al punto…
Lo cierto es que aún no vivimos ninguna “antesala” a la Tercera Guerra Mundial, y hay razones suficientes para considerarlo así. Si la guerra no estalla en estos momentos, no es porque EE.UU. no lo quiera, sino porque el bloque europeo sabe muy bien la catástrofe económica, social, política, etc. que eso significaría y optará siempre, frente a Rusia, por sanciones económicas. Una guerra con Rusia sería devastadora, al margen de una posible victoria euro-norteamericana, la cual, bien se sabe, para nada está garantizada. El bloque europeo solo apoya aquellas guerras donde, en apariencia, pueden vencer sin afectar sus intereses, donde tienen todo para ganar, por más que dicho balance pueda resultar erróneo (como lo demostró el caso de Afganistán), pero igual su desgaste o derrota no acarrea mayor problema, lo mismo no sucedería en una guerra contra la Federación Rusa.
La Tercera
Guerra Mundial, una guerra europea en donde intervengan las principales
potencias, quizá podría estallar en dos panoramas: 1) que el poderío de la OTAN
llegara a ser abrumadoramente superior al poderío de las potencias contrarias,
como el caso de Rusia y China, o viceversa, y 2) en caso la OTAN se
desintegrara y cada potencia imperialista buscase un “rumbo propio”. El caso
menos probable es el primero, donde las diferencias pueden marcarse, pero es
muy difícil que un bloque se sienta lo suficientemente seguro de vencer como
para mandarse con una empresa militar expansionista. En el segundo caso, la
desintegración de la OTAN significaría que las contradicciones entre las
potencias imperialistas han llegado a ser tan fuertes que se tornarían
insalvables y que cada una ellas, con sus respectivas alianzas, estaría en
condiciones de buscar su propio “espacio vital”, este es el caso que realmente
generaría condiciones para una conflagración mundial. Es decir, la
desintegración de la OTAN promovida por los mismos países imperialistas
(obviamente, no por repúblicas socialistas) sería realmente la antesala de la
Tercera Guerra Mundial, hasta que eso no suceda, no hay ninguna “antesala”.
Juan Pablo
Ballhorn
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