2. 03. 2022
Por: Atilio
A. Boron
A medida que se extiende la ocupación rusa en
Ucrania –y digo “ocupación” para usar el término aplicado a las invasiones que
cuentan con la bendición de los poderes establecidos: ocupación de Irak, de
Libia, de Siria, de los territorios palestinos, etcétera- se multiplican los
interrogantes sobre la naturaleza y significado de esta operación. De partida
se impone desechar por completo las supuestas “verdades” y “evidencias”
aportadas por la prensa occidental desde sus naves insignias en Estados Unidos
y Europa porque lo que difunden esos medios es una descarada propaganda. Claro,
desde un punto de vista estrictamente militar es cierto que Rusia “invadió” a
Ucrania. Pero como “la guerra es la continuación
de la política por otros medios”, recordaba von Clausewitz, ese
despliegue militar debe ser calificado e interpretado en función de las
premisas políticas que le otorgan su sentido. Esto es lo que trataremos de
hacer a continuación.
Y esas premisas son muy claras: Rusia
adoptó esta medida excepcional, y que en abstracto merece una condena, como
respuesta a treinta años de ataques iniciados tras el derrumbe de la Unión
Soviética. Hace ya un tiempo que Vladimir Putin con su habitual contundencia
les dijo a los líderes occidentales: “ustedes no se contentaron con derrotar a
Rusia en la Guerra Fría. Ustedes la humillaron”. La lucha política (y militar)
no es un ejercicio abstracto o un concurso de gestos o frases retóricas. Por
eso lo que en un cómodo plano de la intelección las cosas se presentan con una
claridad absoluta y sin fisuras en la fragorosa lucha en el barro y sangre de
la historia la “invasión” de marras aparece con un significado completamente
distinto: como la reacción defensiva ante un hostigamiento interminable e
injustificado.
Una vez desintegrada la URSS Rusia
disolvió el Pacto de Varsovia, estableció un régimen político al estilo de las
democracias europeas, restauró con métodos mafiosos un capitalismo
profundamente oligárquico, abrió su economía a los capitales extranjeros e
incluso jugó con la idea de incorporarse a la OTAN. Sin embargo, pese a todo
ese esfuerzo de adaptación al consenso ideológico-político occidental Rusia
igual siguió siendo considerada como un actor aberrante en el sistema
internacional, al igual que en los tiempos soviéticos, como una enemiga de la
cual hay que protegerse y, al mismo tiempo, evitar que se proteja porque si la
seguridad internacional es algo no negociable para Estados Unidos y sus aliados
europeos tal privilegio no se le reconoce a Rusia.
La operación militar lanzada contra Ucrania es la
consecuencia lógica de una injusta situación política, o el punto final ante lo que Boaventura de Sousa
Santos diagnosticara como “la absoluta ineptitud de los líderes occidentales” para
darse cuenta que no hay ni habrá seguridad europea si ésta no se garantiza
también para Rusia. Ineptitud de un liderazgo europeo merecedor también de
otros calificativos: miopes, corruptos, ignorantes y sumisos hasta la ignominia frente al hegemonismo
estadounidense que no dudará en librar nuevas guerras en Europa o en su
antejardín del Oriente Medio cuantas veces convenga a sus
intereses.
Esta falencia a nivel de liderazgo
los ha llevado primero a despreciar o subestimar a Rusia (expresando una difusa
rusofobia que no pasa desapercibida para muchos rusos) y después a demonizar a
Putin, proceso en el cual Joe Biden llegó a excesos inimaginables en el campo
de la diplomacia. En efecto, en plena campaña electoral y para demostrar su
actitud dialoguista lo caracterizó como el jefe de una “cleptocracia
autoritaria”. En una nota publicada poco después del golpe de estado del 2014
Henry Kissinger, criminal de guerra, pero a diferencia de Biden profundo
conocedor de las realidades internacionales, escribió en cambio que “Putin es
un estratega serio, en línea con las premisas de la historia rusa” pese a lo
cual en Occidente ha sido objeto de una sistemática subestimación. Y remata su
razonamiento diciendo que “para Occidente, la demonización de Vladimir Putin no
es una política; es una coartada para cubrir la ausencia de una política.” En
ese mismo artículo, altamente recomendable para la izquierda posmoderna cada
día más confundida, tanto en Latinoamérica como en Europa, el ex secretario de
Estado de Nixon aporta una reflexión necesaria para comprender la
excepcionalidad de la crisis ucraniana.
Es que para los rusos “Ucrania nunca
podrá ser un país extranjero. La historia de Rusia comienza en lo que se conoce
como Kievan-Rus”. Y es por esto que aún tan agrios disidentes del sistema
soviético como Alexander Solzhenitsyn y Josep Brodsky “insistían en señalar que
Ucrania era una parte integral de la historia rusa, y por lo tanto de Rusia.”
Ninguno de los líderes de Occidente parece tener la menor idea de este legado
histórico, decisivo para comprender que Putin haya trazado la “línea roja” de
la OTAN precisamente en Ucrania.
Estas referencias, que parecen
alentar una actitud escapista o negacionista ante el horror del momento actual
son imprescindibles para comprender el conflicto y, eventualmente, resolverlo.
Por eso conviene leer lo que en 2014 escribiera un internacionalista estadounidense,
John Mearsheimer, cuando Washington montó en conjunción con las bandas nazis el
golpe de estado que derrocó al legítimo gobierno de Víktor Yanukóvich. En ese
artículo el profesor de la universidad de Chicago dijo que la crisis ucraniana
y la recuperación de Crimea realizada por Putin es “culpa de Occidente”, de su
torpe manejo de las relaciones con Moscú.
Añadía también que cualquier presidente de Estados
Unidos habría reaccionado con violencia si una potencia como Rusia hubiera
precipitado un golpe de estado en un país fronterizo, digamos México, depuesto
a un gobierno amigo de Washington e instalado en su lugar a un régimen
profundamente anti-americano. (Why the Ukraine crisis is the
West fault”, en Foreign Affairs, Vol. 93, Nº 5, septiembre-octubre 2014).
En suma: las apariencias no siempre
revelan la esencia de las cosas, y lo que a primera vista parece ser una cosa
–una invasión- mirada desde otra perspectiva y teniendo en cuenta los datos del
contexto puede ser algo completamente distinto.
Fuente: http://www.otramirada.pe/conflicto-rusia-ucrania-una-segunda-mirada
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