miércoles, 1 de noviembre de 2023

DEBATE: SOCIALISMO y COMUNISMO

 


Pero el socialismo es más que una mera “fase intermedia”. Es un nuevo orden social que entraña un también nuevo y especial modo de producción. Un orden que no llegó a consolidarse en ningún proceso de ruptura con el capitalismo, hasta hoy, si bien las experiencias de transición al socialismo habidas mantuvieron a raya al capital como “sujeto automático” de la sociedad y lograron durante un lapsus histórico arrinconar al valor. En la pugna contra él se levantaron tipos de sociedades y seres humanos diferentes, a partir de ciertas consideraciones básicas:

  • Eliminación de la propiedad privada de los medios de producción
  • Eliminación de la compra-venta de la fuerza de trabajo
  • Pérdida de buena parte de la calidad de mercancías de los productos del trabajo humano, en favor de sus valores de uso (distribuidos o subsidiados)
  • Relegación del valor en la producción; la tasa de ganancia dejó de regir la economía (la dictadura de la tasa de ganancia capitalista fue superada) y una gran parte de la plusvalía social iba destinada a la redistribución, no a la acumulación (ni privada ni estatal).

Y es que el socialismo requiere, en sí mismo, de una larga transición (“transición al socialismo”) para llegar al punto de “de cada cual según sus posibilidades, a cada quien según su trabajo”, por sucesivas etapas, para:

  • Ir eliminando del todo la ley del valor y su imperativo mercantil. Si el mercado pudiera seguir existiendo en la transición al socialismo, sería siempre que no cumpliera (o volviera a cumplir) funciones capitalistas: 
    • Transformar el dinero en capital y éste en (más) dinero
    • Convertir el sobreproducto en plusvalía y ésta en beneficio privado
    • Hacer que los excedentes devengan acumulación privada
  • Ir entretejiendo e instaurando una Política orientada a liberar de las necesidades al conjunto de la población (dignidad) y procurar las bases materiales de su autonomía
  • Posibilitar la participación en pie de igualdad en la vida pública
  • Establecer un derecho desigual (tal como lo formulara Marx sobre todo en la Crítica del Programa de Gotha), corrector-equilibrante, que abandone la abstracción burguesa del “sujeto jurídico igual”, para concretar los ámbitos, claves y proporciones de su regulación redistributiva según las condiciones de cada quien, bajo el principio “de cada cual según sus posibilidades, a cada quien según su trabajo”. El derecho desigual (ensayado muy tímidamente en el Estado Social capitalista) contiene un principio alternativo al mercado que incorpora un reparto político del producto social. Esto es, reconoce la desigualdad de partida para tratar de distinta forma a unas y otras capas de la población bajo el principio de “extraer más de quien más tiene y proporcionar más a quien más lo necesita”. Una “desigualdad productora de igualdad” y una igualdad que convive con la diferencia[1]. Una Política que parte de la desigualdad de cara a conseguir la igualdad social pretende ir dejando de necesitar ese derecho desigual, y por tanto el inevitable componente de coacción que le acompaña.
  • Ir consiguiendo la propiedad social o socialización de los medios de producción (una vez eliminada la privatización de los mismos, y habiéndose pasado ya a su estatalización)
  • Desarrollar paulatinamente la devolución de las funciones del Estado a la sociedad (solamente podrá establecerse una comunidad humana no-ilusoria en algún grado, cuando el Estado se vaya extinguiendo). ——————————————El socialismo requerirá durante un tiempo largo del Derecho y del Estado, como elementos de nivelación de las desigualdades y posibilidades u opciones de vida de la sociedad, pero, una vez va siendo liberada ésta en su conjunto de la necesidad, se va basando cada vez menos en aquellas coerciones y más en la construcción de incentivos no materiales para la cooperación social (solidaridad). Por tanto, se asienta en la construcción de nuevas subjetividades con el denominador común de una alta conciencia social (“mi bien está unido al del conjunto, así que lo que es bueno para la sociedad es bueno para mí”).

Pero, como venimos diciendo, resultaría muy difícil que el socialismo fuera una mera “etapa”. Puede muy bien ser un modo de producción autónomo y distinto, con su propia lógica política-social-económica, que aún necesita resolver ciertas cuestiones centrales: ¿quién y cómo regula el orden social, quién decide o cómo se decide, quién, qué, cuándo, dónde y cuánto se va a producir?, ¿cómo se va a distribuir lo producido?; ¿cómo se establecen los bienes (materiales e inmateriales) que deben estar asegurados para todo el mundo y a toda costa, y los que entran en reparto diferencial? ¿qué se puede exigir a cada cual de manera realista y razonable?

Porque la socialización de los medios de producción y la transformación de las relaciones sociales de producción no llevan per se, ni necesariamente, a una revolución moral radical, que haga inútiles Derecho y (alguna forma de) Estado.

La sociedad comunista, por contra, sí es aquella en la que se extinguen el Derecho y el Estado y donde rige el principio de “de cada cual según sus capacidades, a cada quien según sus necesidades”. Es en realidad otra sociedad, una sociedad postpolítica (al haber eliminado no sólo el antagonismo social sino, según algunos, el mismo conflicto[2] -el polemos– y por tanto la polis con su nomos -léase el Derecho-; como dijo Marx, si todos los humanos fueran fraternos entre sí –“amigos”- no harían falta leyes), que encuentra su posibilidad de ser bien en: 

a) el desarrollo de las fuerzas productivas (la tecnología) capaz de volver ilimitados los recursos y los “valores de uso” (que ya no necesitarán de tal denominación al haber sido eliminado el valor), de manera que haga superfluo, o casi, el trabajo humano

b) una “revolución del espíritu” completa y universal que haga desaparecer el sentido de lo privativo y el deseo de las cosas, sustituidos por una “generosidad” y al tiempo una “moderación” (regulación de las propias necesidades y satisfactores en función del colectivo social) ilimitadas de los seres humanos. Es decir, hablamos de una mutación antropológica culminada, que va de la mano y al tiempo levanta una sociedad ignota, cuyo desarrollo concreto no podemos hoy imaginar, pero que sería básicamente solidaria.  

El homo solidarius y la sociedad comunista que con tal se corresponda, supondría el salto evolutivo más grande jamás dado por la Vida en este planeta.

[Lo dicho aquí no quita para que del socialismo al comunismo no pueda haber una vía de continuidad progresiva, con el permanente desarrollo de la solidaridad humana, para terminar por concebir al colectivo, a la comunidad, por encima de uno/a mismo/a].

Sin embargo, la Dialéctica impide ver ningún estadio en este mundo como definitivo, completo y acabado [de hecho, es muy difícil que nuestra especie sobreviva indefinidamente en el curso de vida del planeta y del propio sistema solar, pero el tándem socialismo-comunismo proporciona el recurso básico para su supervivencia por más tiempo y con mejor calidad de vida]. Constituye por tanto un ideal regulativo, un horizonte social por el que quienes nos decimos comunistas nos regimos (o deberíamos hacerlo) en nuestros actos, en nuestras relaciones, en nuestro modo de ser social, en nuestra intervención en la Política[3].

Es en la praxis continuamente actualizada de esa condición comunista que se construye el nuevo homo, siendo las y los comunistas sus precursores, los elementos con mayor conciencia social y por tanto más evolucionados de la humanidad en el presente.

Como dijeran Marx y Engels en más de una ocasión:

“El comunismo no tiene por qué ser ni un estadio ni una meta, ni siquiera un ‘modo de producción’, sino el propio y constante movimiento emancipador, autoconsciente de la humanidad”.


En ese movimiento comunista de la humanidad radica el miedo, y la debilidad, de todo Poder, de toda explotación e indignidad.

«Todo lo que sucede en el mundo entero lo hace con la vista hacia nosotros. Somos una potencia, temida, de la que depende más que de ninguna otra de las grandes potencias. ¡Ese es mi orgullo! No hemos vivido en vano, y podemos mirar atrás con orgullo y satisfacción por nuestro trabajo». (Discurso de Engels ante una asamblea de obreros socialdemócratas que le rendía homenaje en Viena, el 14 septiembre de 1893)[4].

    Andrés Piqueras


[1] En el capitalismo ese principio siempre y en todo lugar estuvo sometido al imperativo del valor y a la acumulación de capital, lo que exigía que la recaudación necesaria para dotar de recursos al “gasto social”, se ajustase a las condiciones de reproducción del capital. Tampoco tuvo nunca la fiscalidad progresiva suficiente como para poner en acción el principio complementario “de cada quien según sus posibilidades”. Ese derecho desigual es el que emana de la Política ejerciendo el control de la economía y por tanto, atajando a la ley del valor y estableciendo el diferente trato en función de las condiciones sociales estructurales, no desde el principio liberal de “reconocimiento” ni de tratamientos jurídicos individualizados, que multiplican ad infinitum las particularidades y divisiones entre la población. Esas particularidades son tratadas desde la Política de igualdad social a través del tratamiento desigual. 

Todo esto puede encontrarse bien desarrollado en Mario Barcellona, Entre pueblo e imperio. Estado agonizante e izquierda en ruinas. 2021. Trotta. Madrid.  

[2] Un conflicto es el posible resultado de todo proceso de desacuerdo entre seres humanos, pero el mismo no implica incompatibilidad de beneficio y por tanto puede ser resuelto mediante el diálogo (así por ejemplo, si dos personas que compartan un piso, una quiere fumar dentro de él y la otra prefiere no tener humo entre cuatro paredes, se puede llegar a soluciones dialogadas –abrir todas las ventanas cuando se fuma; fumar en el balcón si fuera posible; sólo fumar a ciertas horas; o no fumar en casa en absoluto si eso hace daño a la otra persona, por ejemplo-). En cambio un antagonismo radica en el hecho de que el beneficio de una persona se logra a costa de otra. La relación Capital/Trabajo es antagónica porque el beneficio del Capital depende indefectiblemente de la explotación de la otra parte. El antagonismo es erradicable mediante el socialismo, pero suprimir totalmente el conflicto no es algo que parezca muy compatible con la Dialéctica, que interpela siempre conflictivamente a la realidad. Por tanto, difícilmente se podrá dejar de tener algún tipo de normatividad. La tendencia evolutiva que traza el socialismo-comunismo es a que esa normatividad quede circunscrita al ámbito de lo implícito, es decir, del consenso, sancionado moralmente como en el comunismo primitivo, pero en adelante con sanciones morales no discriminatorias o vejatorias, sino edificantes.

La Dialéctica impide concebir la eliminación de los conflictos sociales, aún menos de los personales, pero a veces pensamos que el comunismo será realmente el fin de la historia, en lugar solamente del colofón del fin de la “pre-historia”. Lo importante es cómo se resuelvan esos conflictos. Uno u otro tipo de normatividad social parece que siempre será necesario. 

[3] Uno de los referentes más elevados de ello viene dado por la relación de fraternidad. Sin embargo hoy el movimiento comunista de la humanidad está a menudo lejos de ponerla en práctica con todas sus consecuencias. Antes bien, las organizaciones que de él se reclaman suelen atacarse entre sí y mantener poca fraternidad incluso dentro de sí mismas. El recelo, la suspicacia, la falta de cercanía y la inflexibilidad ante los errores o equivocaciones ajenas, engrosan más frecuentemente de lo que sería congruente el comportamiento cotidiano de sus membrecías. Es imprescindible, en este sentido, realizar un análisis histórico riguroso sobre las continuas escisiones del movimiento comunista y de su relación con el debilitamiento general del mismo, así como desmenuzar las causas de la pérdida de rigor relacionada con el materialismo histórico-dialéctico que ha venido afectando a amplias porciones del mismo.

[4] Acabo con esta nota de Friedrich Engels, al igual que empecé este texto con otra nota suya, no sólo para rendir homenaje a tan descomunal figura, sino para que pueda calibrarse lo que fue el balance de su vida, junto a la de Marx. La enormidad de lo que lograron. [Ambas notas pueden encontrarse en el buen artículo de Manuel Monleón, “Federico Engels (1820-1895)”. Nuestra Bandera, nº 429]. ————–En el apartado V de esta segunda parte del texto me he servido especialmente del trabajo de Rafael Agacino, “Hegemonía y contra hegemonía en una contrarrevolución neoliberal madura. La izquierda desconfiada en el Chile post-Pinochet”, en CEME. Archivo Chile, 2006. Disponible en http://www.archivochile.com/Chile_actual/08_p_ich/chact_piz0004.pdf Para la centralización del capital y la nivelación de los atributos productivos de la clase trabajadora, hay guiños de interés al texto de Jesús Rodríguez Rojo, Cuestión de clase. De la crítica de la sociología a la acción política revolucionaria. Bellaterra. Manresa, 2023. Sobre el enkratés, remito al excelente trabajo de prólogo y notas de Joaquín Miras al texto de Arthur Rosenberg, Democracia y lucha de clases en la antigüedad. El Viejo Topo. Barcelona, 2006. Ma he venido bien, también, repasar las reflexiones de Adolfo Sánchez Vázquez sobre El valor del Socialismo (El Viejo Topo, 2003). Obviamente, se puede encontrar profundización y más bibliografía sobre los temas aquí tratados en casi todos mis últimos trabajos.

Fuente: https://andrespiqueras.com/2023/10/22/el-movimiento-comunista-de-la-humanidad/

Nota: Esta es la parte final de la segunda parte del documento: El movimiento comunista de la humanidad de Andrés Piqueras

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