UNA ENTREVISTA CON QUINN SLOBODIAN
TRADUCCIÓN:
PEDRO PERUCCA
En los
últimos años del siglo XX se crearon zonas económicas especiales que liberaron
a los capitalistas de las limitaciones habituales de la soberanía popular. Este
fenómeno vino acompañado del auge de ideologías libertarianas radicales que
pretenden acabar completamente con la democracia.
Con frecuencia pensamos en las
últimas décadas como una historia de creciente conectividad y uniformidad de
las economías de todo el mundo, gracias a la globalización, un proceso quizás
retrasado o interrumpido por acontecimientos políticos como el ascenso de
Donald Trump en Estados Unidos y el voto del Brexit en el Reino Unido. Pero el
curso general de la historia global reciente fue el de una creciente
integración económica, guiada por instituciones supranacionales como la Unión
Europea y el Banco Mundial.
En su libro de 2023, Crack-Up
Capitalism: Market Radicals and the Dream of a World Without Democracy, el
historiador Quinn Slobodian
sostiene que los últimos años del siglo XX y los primeros del XXI se
caracterizaron igualmente por el crecimiento de zonas económicas especiales
subnacionales, en las que capitalistas e inversores se ven liberados de las
restricciones normales impuestas por la soberanía popular. La aparición de
estas zonas fue de la mano e inspiró el desarrollo de ideologías
procapitalistas radicalmente libertarianas, que soñaron con eliminar por
completo el régimen democrático en favor de un gobierno por contrato privado.
En una entrevista para el
podcast The
Dig, en Jacobin Radio,
Daniel Denvir entrevistó a Slobodian sobre estas zonas y los anarcocapitalistas
que las aman. Esta transcripción fue editada para mayor extensión y claridad.
Neoliberales vs.
Anarcocapitalistas
DD
Tu libro trata de un conjunto de
capitalistas radicales libertarianos y autoritarios, incluidos muchos de los
autodenominados anarcocapitalistas. También trata de un mundo que se ha
configurado según la visión de esas personas mucho más de lo que podríamos
imaginar, un mundo que está plagado de «zonas» de todo tipo. Hablemos de estas
personas y del mundo que quieren crear. ¿Quiénes son y en qué creen?
QS
Las personas que constituyen el
núcleo del libro son libertarianos o neoliberales más radicales que los que
solemos encontrar. Personas como Friedrich Hayek, Milton Friedman y similares
tuvieron un papel importante en el último libro que escribí.
Esa gente aparece en este libro.
Pero estoy más interesado en el olvidado grupo de los anarcocapitalistas que,
en lugar de creer que la democracia puede ser contenida, controlada y limitada
dentro de ciertos vínculos legislativos, creen que la democracia puede y debe
ser eliminada por completo. Creen en una especie de orden de mercado puro en el
que todo se organiza dentro de contextos privados, actores privados, compañías
de seguros y empresas de arbitraje, con todo desplazando por completo la
función de las urnas o del gobierno representativo.
Ese grupo es relativamente
pequeño, pero ruidoso y cada vez más influyente e importante en las últimas
décadas, especialmente con la rápida aceleración de la financiarización de
nuestra economía, el auge de la industria tecnológica y la aparición de cosas
como las criptomonedas. Creo que la idea de una especie de realidad ordenada de
forma privada se hizo más tangible y atractiva para mucha gente.
DD
¿Cuál es la diferencia, o la
relación, entre los libertarianos radicales y los neoliberales? ¿Son a veces la
misma gente?
QS
Es una pregunta delicada. En mi
último libro dediqué mucha atención a argumentar, como hicieron muchos otros,
que no es útil pensar que los neoliberales quieren acabar con el Estado por
completo. El neoliberalismo se entiende mejor como una especie de conjunto
evolutivo de soluciones al problema de la democracia. El Estado desempeña un
papel importante y proactivo a la hora de proteger al mercado de los desafíos
al orden de mercado y, a menudo, de poner en marcha nuevas políticas que
produzcan resultados y realidades más favorables al mercado que hagan menos
probables unos resultados y realidades más redistributivos o socialistas.
Así que ese libro trataba
realmente de este neoliberalismo más general, que se puede asociar con Hayek y
Friedman. Podemos pensar en la construcción de instituciones supranacionales
como la Organización Mundial del Comercio (OMC) y partes de la Unión Europea
como intentos de codificar esta versión del neoliberalismo en el mundo real.
Así lo veían ellos.
Dentro de esa gran carpa del neoliberalismo,
que en mi trabajo —y siguiendo el trabajo de otros— asocio con esta tradición
de pensamiento en torno a la Sociedad Mont Pelerin, están estos libertarianos
radicales, que se ubican más a menudo en los márgenes y que piensan que el
Estado puede ser abolido por completo. Como son una especie de críticos
inmanentes del neoliberalismo —están dentro del mundo de la religión
neoliberal, pero constituyen una especie de secta radical dentro de ella— es
difícil saber dónde situarlos, del mismo modo en que no se sabría dónde situar
a las sectas disidentes del cristianismo o del islam cuando discrepan de la
versión ideológica dominante.
La gente de mi libro utiliza a
menudo el neoliberalismo como una especie de maldición o calumnia, de forma
parecida a como lo hace la izquierda. Consideran que alguien como Hayek
traicionó la tradición del mercado al admitir que puede haber elecciones
regulares o cierto grado de compensación estatal en caso de dificultades
extremas.
DD
Prefieren a Ludwig von Mises.
QS
Prefieren a Mises y a una lectura
particular de Mises. Esto es algo que descubrí en el transcurso de la escritura
de este libro: esto sólo puede compararse a los debates religiosos o
doctrinales, o supongo que a los debates en torno al trotskismo y el estalinismo
en la izquierda, en el sentido de que la gente se descontrola enormemente según
la traducción que utilices, la frase que traduzcas, el párrafo en el que te
centres. En algunos casos me encontré tropezando con este nido de víboras de
los debates internos de Mises sin saber que lo estaba haciendo.
Creo incluso que Mises leído de
una cierta manera es similar a Hayek, en el sentido de que tampoco quiere
acabar con el Estado. Cree en la utilidad y utilidad en algunos aspectos de la
democracia, de manera que los puristas —aquí probablemente señalaríamos a
Murray Rothbard— creen en la posibilidad de un orden verdaderamente sin Estado.
En la Zona
DD
Quiero resumir la parte de tu
libro que trata de cómo el mundo se parece mucho más a lo que quieren estos
pensadores de lo que podríamos haber imaginado. Escribes: «El mundo de las
naciones está plagado de zonas». ¿Qué es, en términos generales, una zona? ¿Y
cómo desafía la forma en que solemos pensar al Estado-nación y su soberanía?
QS
Desde un punto de vista técnico,
las zonas son jurisdicciones dentro de un territorio nacional, delimitadas en
términos de tamaño, que dentro de sus fronteras tienen un conjunto de leyes y
normativas diferentes de las que existen fuera de ellas. En los últimos
cuarenta años, los países en desarrollo las utilizaron a menudo para incentivar
la entrada de inversores extranjeros que, de otro modo, dudarían en invertir en
Indonesia, India, Sudáfrica o Botsuana. Pero si se les dice «Escuchen, en este
espacio nos aseguraremos de que las licencias se concedan rápidamente y los
impuestos sean reducidos, podrán tener plena propiedad extranjera, etcétera»,
es una forma de hacer que el capital móvil confíe más en el lugar donde está
poniendo su dinero.
La zona tiene una biografía o
historia muy distinta, que muchas otras personas han rastreado en detalle y en
cuyo trabajo me baso en mi propio libro. Tiene varios puntos de génesis
diferentes.
Uno de ellos es la zona de
comercio exterior, que es un invento estadounidense. Dara Orenstein, profesora
de estudios estadounidenses, escribió un gran libro sobre las zonas de comercio
exterior estadounidenses titulado Out
of Stock, que presenta como una historia del almacén en el capitalismo
estadounidense. Se crearon en la década de 1930, durante el New Deal,
básicamente como almacenes, pero en lugares normalmente adyacentes a puertos
que se consideraban fuera del territorio aduanero estadounidense.
La ventaja era que, por ejemplo,
se podían traer cosas por piezas y luego ensamblarlas e introducirlas en
Estados Unidos sin tener que pagar aranceles ni aduanas por cada uno de los
componentes; sólo había que pagar en aduana por el producto acabado. También
eran muy útiles porque, técnicamente hablando, no estaba permitido hacer
ciertos tipos de refinado de petróleo importado en territorio estadounidense,
así que podías hacerlos en cambio en estas zonas de comercio exterior.
Hay cientos y cientos de estas
cosas a lo largo de Estados Unidos, algunas de ellas no más grandes que un
almacén, lugares donde cuando entras estás técnicamente fuera del territorio
fiscal del país. Hoy en día se utilizan mucho para ensamblar coches y cosas
así.
Otra historia interesante es la
del aeropuerto irlandés de Shannon. En los primeros tiempos de los vuelos
transatlánticos, no se podía ir de Nueva York a Londres con un tanque de
combustible, por lo que tenías que repostar una o incluso dos veces, lo que
hizo que la isla canadientese de Terranova tuviera brevemente una especie de
intenso y pequeño destello de ocio cosmopolita, mientras la gente tenía que
bajarse del avión y esperar a que repostara. Luego se dirigían a Irlanda, que
era el siguiente lugar más cercano al otro lado del Atlántico.
El aeropuerto de Shannon era uno
de esos lugares donde siempre había gente esperando a que se repostara
combustible. Había tiendas libres de impuestos, etc. Cuando los vuelos pudieron
llegar más lejos y los tanques de combustible se hicieron más grandes, Shannon
quedó obsoleto.
Pero los empresarios de los años
50 pensaban en la extraterritorialidad que se les había concedido como
aeropuerto. Así que empezaron a hacer cosas como ciertas manufacturas, sin las
mismas regulaciones que el país circundante, y empezaron a almacenar cosas que
así podrían mantenerse fuera del espacio del propio país.
Esa idea de perforar el
territorio para permitir, por lo general, menos impuestos, menos regulaciones y
menos leyes laborales también contó con lugares que surgieron tempranamente en
Puerto Rico en los años 50 y 60 y en Taiwán en los años 60. Pero si nos fijamos
en un gráfico de estas zonas, que con el tiempo se llamaron «zonas económicas
especiales», no despegaron realmente hasta finales de la década de 1970, que es
cuando China adoptó la zona como la forma en que abriría su economía nacional.
La más famosa es Shenzhen, justo
enfrente de Hong Kong. Pero las zonas se multiplicaron muy rápidamente y fueron
laboratorios fascinantes de recommodificación de la tierra y del trabajo
(básicamente, lo opuesto al comunismo en la mayoría de sus aspectos tangibles,
pero en territorios muy pequeños).
Era una manera de no hacer todo
de una vez, con una violenta
terapia de shock. En su lugar, se hizo este tipo de cosa hidráulica, donde
se permitía la inversión extranjera, la entrada de capital extranjero (pero
sólo en lugares muy pequeños), la competencia efectiva entre diferentes zonas
para captar inversiones y así sucesivamente.
Así que China sería el lugar
donde realmente despega la zona. El otro lugar del que hablo en el libro es el
Golfo, concretamente los Emiratos Árabes Unidos y Dubai. Concretamente Dubai,
en parte, porque no tiene ni gas ni petróleo propios; Abu Dhabi tiene el
petróleo y Qatar tiene el gas.
Dubai tuvo que buscarse otra
cosa, y se le ocurrió adoptar la tecnología de la zona. La Zona Franca de Jebel
Ali sigue siendo la más famosa. Dentro de este espacio, las empresas
extranjeras pueden entrar y poseer territorio, con acceso a la mano de obra de
Dubai o trayendo trabajadores de fuera.
Las zonas se convierten entonces
en lugares donde se suspenden muchas de las ideas habituales de lo que es un
Estado-nación. A menudo la propiedad pertenece a personas que no son del país;
a menudo trabajan allí trabajadores que no son necesariamente del país que los
rodea. Las obligaciones fiscales y jurídicas son muy diferentes de las del
entorno.
La tendencia fue considerar esto
como una especie de rareza o anormalidad del funcionamiento del capitalismo
global. Mi juego en el libro pasa por decir dos cosas: una, que en realidad
esto es una especie de esencia de la forma en que se viene organizando el
capitalismo global en los últimos cuarenta años, más o menos. Estos son los
lugares con la mayor intensidad de fabricación, de inversión, de extracción. Si
los miras de otra manera, la actividad financiera también es intensa. Están
sirviendo de inspiración para otros tipos de imaginación política. Los
libertarianos radicales, los anarcocapitalistas con los que empezamos nuestra
conversación, observan estas soluciones de ingeniería banales y cotidianas del
capitalismo y dicen: «¿Y si las tomáramos y las convirtiéramos en un modelo
para la sociedad como tal? ¿Y si hiciéramos de la zona, en lugar de la nación o
el imperio, la forma en que organizamos la vida humana?».
DD
La historia del último medio
siglo se cuenta a menudo como la de la aglomeración de Estados-nación en estos
organismos supranacionales: cosas como la Unión Europea o la OMC, el tipo de
instituciones sobre las que escribiste en Globalists, el tipo
de cosas que protegen de la democracia a los mercados. Pero este libro muestra
que también hemos vivido este desmembramiento de los Estados-nación en zonas y
que los capitalistas radicales están obsesionados no sólo con desregular el
Estado o imponer este control global a la democracia sino con desmembrar los
Estados en entidades políticas cada vez más pequeñas: «microordenamiento».
¿Cómo encajan estas dos historias?
QS
Creo que funcionan juntas. En
lugar de ser opuestas, funcionan en simbiosis.
Una de las versiones más extremas
de la zona económica especial, creada en Honduras, en la isla de Roatán, frente
a su costa norte en el Caribe, se llama Próspera. Fue un intento consciente de
crear una especie de Hong Kong en miniatura en un país que tuvo sus desafíos
vinculados con la delincuencia y las relaciones unilaterales con vecinos
económicos más poderosos, especialmente Estados Unidos y Canadá, hacie el
norte.
La idea era ceder una parte del
territorio y crear un nuevo conjunto de leyes para dar una forma extrema de
estatus extraterritorial a esta pequeña porción de tierra. Por un lado, esto
podría parecer una versión de salida o de escape, como si se optara por salir
de la nación y de la supervisión global y de las instituciones internacionales,
etcétera. Pero, por otro lado, no lo parece en absoluto. ¿Por qué? Porque, en
primer lugar, la gente que asesora en Próspera está absolutamente conectada con
el nivel más alto de la actividad capitalista mundial. Es gente de Ernst &
Young, KPMG, las grandes agencias de contabilidad y auditoría. Es gente que
ayudó a crear el centro financiero internacional de Dubai.
Se trata de personas que tienen
experiencia en navegar por la codificación global de alto nivel del derecho
económico internacional, que también han estado en sintonía con la forma en que
se puede sacar provecho de estos pequeños sitios, como lugares no para optar
realmente por un escape o alejamiento de la integración económica internacional
sino todo lo contrario. Se trata de diseñar lugares que estén aún más
directamente conectados a las redes de integración económica internacional, ya
sea de servicios financieros, de comercio o, en algunos casos, incluso de
migración de personas, en el sentido de ofrecer la ciudadanía por inversiones o
la posibilidad de tener un segundo pasaporte electrónico.
En otras palabras, la historia
que conté en el último libro sobre la aparición de instituciones
supranacionales diseñadas para proteger al capitalismo global estuvo todo el
tiempo ensombrecida por la aparición de una especie de galaxia de
jurisdicciones a pequeña escala en el otro extremo de la brújula, a ras de
suelo, como entidades capaces de absorber, organizar, redirigir, reorientar el
dinero y el comercio al nivel más óptimo. El mundo de los paraísos fiscales,
que también aparece en el libro, el «Segundo Imperio Británico» como a veces se
lo ha llamado —esta galaxia de sitios de baja y nula tributación dispersos por
todo el mundo, a menudo en islas extrañas y en medio de la nada— no está
trabajando en contraposición a lo que llamaríamos globalización de alto nivel.
Son el medio por el que opera esa globalización de alto nivel.
Pero fue intencionado por mi
parte cambiar las escalas en este libro, porque estaba muy insatisfecho con la
forma en que la narrativa estaba circulando alrededor de 2016 y después. La
idea era que, como la Guerra Fría había terminado, era una época de expansión,
todo el mundo estaba cada vez más integrado y los lugares de actividad
económica eran cada vez más grandes. Había una especie de ilusión sobre lo que
eso significaba: que de alguna manera había una uniformidad o una apertura
suave que «todos» estábamos disfrutando. Pero esto de repente se vio
bruscamente interrumpido en 2016 por el voto del Reino Unido a favor de
abandonar la Unión Europea, por la elección de Donald Trump y las guerras
comerciales que siguieron. Existe la idea de que una vez estuvimos unidos y de
que ahora nos hemos fragmentado de nuevo.
Eso es malo empíricamente como
forma de describir lo ocurrido en los últimos años. Pero también es malo
empíricamente para describir el mundo que habitábamos antes de esa supuesta
ruptura inesperada de 2016.
Utilizando el trabajo de
geógrafos especialmente, así como el de antropólogos y ciertos tipos de
historiadores, fue posible tratar de reconstruir este mundo más granular,
subnacional de enclaves que anima el libro, para mostrar cómo, en palabras de
alguien como David Harvey,
la forma en que tenemos que pensar el poder y el dinero en el siglo XXI es una
oscilación constante entre la lógica territorial de los estados y la lógica más
molecular de la acumulación de capital. Estas cosas siempre están trabajando
entre sí en formas nuevas, a menudo sorprendentes y novedosas.
La creación de estos pequeños
lugares que ofrecen un servicio particular —aquí hay un lugar donde puedes ir y
hacer un experimento médico sin regulación, aquí otro donde puedes poner tus
beneficios corporativos sin impuestos, aquí uno donde puedes pagarle céntimos por
hora a alguien para coser etiquetas en la ropa interior— son todos signos del
metabolismo que ocurre entre el mundo del capital y el mundo de los estados.
Anarcocapitalistas contra el
universalismo
DD
Estos libertarianos radicales no
intentan argumentar de ningún modo que una forma pura de capitalismo sería una
democracia real. Son decidida y explícitamente antidemocráticos. En referencia
a algunos de ellos, escribes que «los contratos sustituirían a las
constituciones y las personas dejarían de ser ciudadanos de ningún lugar: sólo
clientes de una serie de proveedores de servicios. Serían antirrepúblicas: la
propiedad privada y el intercambio desplazarían cualquier rastro de soberanía
popular».
¿Cuáles son los problemas de
estos personajes con la democracia? A veces pensamos que la democracia burguesa
es la forma natural de gobierno del capitalismo. Sin embargo, tu libro sugiere
que no siempre es así.
QS
Ahí es donde resulta útil pensar
en el mundo en el que habitaban figuras como Hayek o Milton Friedman frente al
mundo en el que habitan y circulan Peter Thiel y Patri Friedman. Creo que es
cierto que si pensamos en el mundo de mediados del siglo XX, el mundo del
fordismo y las grandes clases trabajadoras industriales del Norte Global y la
necesidad de organizar las cosas a gran escala, de manera que se pueda llevar
el mineral de hierro de las colinas a los altos hornos y luego llevar ese acero
río abajo para construir las carrocerías de los automóviles o los vagones de
tren y tender las vías, hay una especie de cualidad orgánica y gigantesca en el
capitalismo industrial.
Incluso creo que los Hayek y los
Milton Friedman, aunque pensaban que la democracia también era potencialmente
corrosiva para el buen funcionamiento de esa máquina, respetaban el hecho de
que la democracia desempeñaba una función legitimadora necesaria para mantener
en marcha la política colectiva. Que era muy difícil deshacerse de la idea de
la soberanía popular como el tipo de hardware de la política. Se trataba más
bien de encontrar soluciones institucionales para embotellar, separar y regular
en cajas más pequeñas el grado en que la voluntad popular podía ejercerse sobre
el funcionamiento de ese mecanismo de relojería.
Lo que pasa con mis
anarcocapitalistas en este libro es que de alguna manera son simultáneamente
premodernos en la forma en que piensan sobre las cosas y, si puedo usar el
término, postmodernos, en el sentido de que no piensan en el mundo desde el
punto de vista de los Estados Unidos o Gran Bretaña o Alemania de mediados de siglo
XX. No piensan en el mundo fordista o en el mundo industrial como referente
principal.
En su lugar, piensan en dos
mundos muy diferentes: en primer lugar, el del modo de producción medieval, o
incluso anterior, como el modelo bárbaro de Europa Central o el modelo romano o
griego que alguien como Perry
Anderson describe como un «modo de producción esclavista», en el
sentido de que se basaba totalmente en la participación de un gran grupo de
trabajadores no remunerados, que no tenían ningún tipo de derechos políticos. Y
luego, hacia el modo postmoderno o postfordista, piensan en un mundo de lugares
de producción tan densamente hiperconectados que las cosas se pueden hacer a demanda
y pueden proveerse sin necesidad de construir el gran aparato de reproducción
social que implicaba el Estado fordista: bienestar, educación pública,
sindicatos, gobierno local y otro gobierno por encima de todo eso. Aunque sea
falsa —hay que decirlo desde el principio, creo que malinterpretan la
realidad—, creo la forma en que malinterpretan la realidad es interesante
porque es sintomática de la forma en que mucha gente está malinterpretándola.
Es una forma de pensar sobre el
mundo, ya sea como organizado a nivel micro al estilo del mundo feudal o
incluso prefeudal o, también a nivel micro, en la forma de nuestro mundo
futurista, de economía geek y digitalmente mediado. Desde ese punto
de vista, el periodo moderno, desde la Revolución Francesa, en la que se abrió
paso la soberanía popular, radicalizada por la Revolución Haitiana y por la
Guerra Civil y la emancipación de Estados Unidos, radicalizada hasta el siglo
XX por las Revoluciones Rusa y China… Se trata de una serie de acontecimientos
que acompañan, en cierto modo, a una época concreta de la producción humana que
ellos consideran anterior o posterior.
En ese sentido, si vas a
reorganizar el mundo a nivel micro, si ese es tu sueño —y es su sueño—,
entonces la democracia deja de ser el lenguaje legitimador necesario para la
política de masas. Lo que proponen no es política de masas: proponen
micropolítica. Y dentro de la micropolítica pueden funcionar diferentes
acuerdos.
Lo que hace que este grupo sea
interesante y en cierto modo productivo para pensar es que son grandes
creyentes en la diversidad de la posibilidad política. Si piensas que hay que
dividir a Estados Unidos en diez mil unidades en miniatura, das por sentado, y
ellos lo dirán explícitamente, que algunas de esas unidades serán radicalmente
redistributivas, otras tendrán 100% democracia directa, algunas serán
anarquistas o anarcocomunistas en el sentido de la izquierda, algunas serán
fascistas y supremacistas blancas y otras podrían ser supremacistas negras.
Esto es lo que dirán cada vez que
alguien les acuse de intolerancia o de tener un único modelo para el mundo: que
la democracia es sólo una propuesta para organizar a la humanidad que tuvo un
momento en el que la organización de grandes grupos de personas era necesaria
para grandes fines, y que ya no estamos en ese momento.
DD
Esta visión del capitalismo, no
sólo sin democracia sino también sin modernidad, ¿por qué se suma a una
supuesta oposición al Estado-nación? Escribes: «Su objetivo no ha sido golpear
al Estado con una bola de demolición, sino secuestrarlo, desmontarlo y
reconstruirlo bajo su propia propiedad privada».
Entonces, ¿el ataque a la idea
misma de Estado-nación es más bien una cortina de humo, si lo que realmente quieren
es un tipo concreto de Estado-nación? Volviendo brevemente a nuestro debate
sobre Honduras, la zona se basó en un golpe de Estado de derechas a la antigua
usanza, que en 2009 puso a personas afines a su agenda a cargo del
Estado-nación hondureño. El Estado-nación sigue siendo la escala de gobierno
que conecta la microzona con estas redes globales de capital.
QS
Estoy completamente de acuerdo
contigo: si hay Estados-nación dispuestos a renegar de las expectativas
normales de los extranjeros dentro de sus fronteras hasta cierto nivel,
entonces el modelo de Estado-nación per se no es el obstáculo o la
esencia de lo que se cuestiona. La esencia de lo que se cuestiona es más bien
esta idea del Estado-nación moderno, como si tuviera un vínculo genético estrecho
e indisoluble con la idea de la soberanía popular y el principio democrático de
una persona, un voto. Ese es el subtítulo del libro: «El sueño de un mundo sin
democracia» (más que el sueño de un mundo sin Estados-nación).
De hecho, si nos fijamos en los
lugares que han desplegado la zona con mayor eficacia —China, Emiratos Árabes
Unidos y, cada vez más, Arabia Saudí—, se trata de lugares que se han asentado
en una idea completamente premoderna del Estado-nación. El ejemplo de los
Emiratos y Arabia Saudí es muy claro, porque tenemos una especie de etnocracia
teocrática —basada en clanes, en el caso de Arabia Saudí— que obtiene su
legitimidad enteramente del linaje de un pequeño grupo de personas que, sin
embargo, son aprovechados al máximo en las formas más vanguardistas de la
producción tecnológica y que están en la frontera más avanzada de la inversión
global, la arquitectura especulativa y la construcción especulativa, que están
tratando de hacer realidad ahora en esta ciudad de 250 kilómetros de largo llamada
«The Line» y todo lo demás.
Habitan eso realmente bien, esa
especie de combinación de lo arcaico y lo hipermoderno, de una manera que no se
ha visto obligada a deshacerse de la democracia, en primer lugar porque la
democracia nunca se introdujo. Los lugares que los libertarianos envidian de
verdad son los que han tenido la ventaja de no haber tenido nunca democracia.
Ya se trate de Singapur, de la
colonia de la Corona de Hong Kong —la región administrativa especial de Hong
Kong— o de los Estados del Golfo, un conservador británico mira a esos tres
lugares con mucha envidia y añoranza, porque aún no fueron capaces de averiguar
cómo se lograría hacer retroceder siglos de tradiciones de soberanía popular.
Esa es la esencia del problema ahora mismo para la gente que quiere que esto
deje de ser una quimera o un sueño febril y se convierta en realidad. ¿Cómo se
deshacen realmente las expectativas sobre la democracia?
Hasta ahora, su solución es
hacerlo espacialmente. Se designan pequeñas áreas en las que esto es así, ya
sea el área que acabó convirtiéndose en Canary Wharf en Londres o las
muchas zonas empresariales designadas como «puertos francos» en el Reino Unido.
Pero luego llegan las siguientes elecciones y esas mismas políticas son
revocadas.
Así que, para empezar, el sueño
de estos libertarianos radicales es no tener nunca democracia, en lugar de
tener que enfrentarse al reto mucho más difícil de intentar desmantelar lo que
ya existe. De ahí la llamada de Murray Rothbard a derogar el siglo XX. Porque a
principios del siglo XX, no sólo no existía el impuesto sobre la renta ni la
Reserva Federal sino que ni siquiera había una emancipación total del país.
Estaban las leyes de Jim Crow y enormes restricciones sobre la capacidad de
votar. En efecto, a finales de siglo XIX seguía siendo una sociedad machista y
supremacista.
El núcleo de esto no es un
problema con los Estados-nación; en cierto modo, la visión que tienen muchos de
ellos pasa por multiplicar sin fin los Estados-nación. Se podría pensar en
muchos de estos pequeños espacios, a menudo definidos étnicamente y organizados
subnacionalmente, como en un principio wilsoniano desbocado.
DD
Pero aún así, a menudo,
dependiendo de esa política más amplia, ya sea en el caso del golpe de Estado
en Honduras o en el caso de Arabia Saudí, su capacidad para reubicar por la
fuerza a veinte mil beduinos con el fin de crear este megaproyecto, que será
gobernado por accionistas en lugar de por el Estado saudí, depende de la fuerza
represiva de ese Estado saudí.
QS
Sigue estando incrustado dentro
de esa estructura mayor y dependiendo por completo de su aparato represivo.
Pero no es universalista.
La idea no es exactamente que,
como con la Revolución Francesa, aquí hay una nueva plantilla para organizar la
vida social humana: a partir de ahora, habrá algo llamado derechos humanos que
serán universales, todo el mundo será a la vez persona y ciudadano, nos
organizaremos en estas repúblicas en las que podremos expresar nuestra voluntad
común. Si ustedes son los revolucionarios franceses, están literalmente
tratando de llevar esa visión a través de la frontera al imperio vecino y de
ahí al resto del mundo.
Esa es nuestra idea en la medida
en que tenemos una especie de narrativa reflexiva de cómo funciona la ideología
política o la historia de las ideas políticas en la era moderna. Alguien tiene
una idea y otras personas están de acuerdo y luego, con el tiempo, empiezan a
tratar de encontrar la manera de hacer que todo el mundo en la Tierra esté de
acuerdo con ellos.
Incluso para los neoliberales de
mediados de siglo, del tipo Hayek, hay una fuerte tendencia a eso. Puede ser
difícil; aquí es donde aparecen las líneas de falla en el movimiento
neoliberal. ¿Son todos los seres humanos igualmente capaces de ser actores del
mercado? Sobre esto escribo en Globalists: algunos de los miembros más
conservadores del movimiento neoliberal tienen sus dudas de que las personas de
«razas no blancas» puedan realmente ser actores del mercado, o si simplemente
hay que contenerlas y mantenerlas a distancia del mundo «más civilizado». Pero
siguen teniendo ese universalismo.
Lo que me parece desafiante pero
también interesante de la verdadera propuesta anarcocapitalista es que no hace
ninguna reivindicación sobre la organización del mundo como tal. Tampoco ofrece
una receta a la humanidad para su salvación.
De hecho, es todo lo contrario,
en el sentido de que se nutre del abigarramiento y la diversidad. Necesita que
coexistan muchas formas diferentes de producción y organización social, para
que la gente que está en la cúspide de la pirámide pueda beneficiarse de ello.
Los visionarios capitalistas de
riesgo, como Balaji Srinivasan, ¿por qué no se preocupan por cómo organizar un
alto horno y la comunidad que lo rodea y mantener a la gente con vida el tiempo
suficiente para producir otra tonelada de hierro para las acerías? Porque da
por sentado que otra parte del mundo se encargará de ello, con arreglo a
cualquier tipo de acuerdo que les convenga, mientras que él estará en el otro
extremo de la cadena de valor mundial, surfeando con el material de mayor valor
añadido, encargando a gente que redacte los diseños de cualquier nuevo producto
que se cree con ese acero y pensando que probablemente un país autoritario como
China hará el trabajo sucio de la producción de acero y él se limitará a
comprárselo.
Eso no es más que la ideología
capitalista como propuesta política. En el siglo XX, por lo general hemos
estado tratando de descifrar las formas en que el liberalismo y la ideología
burguesa encubren el crudo interés propio de los capitalistas dentro de
lenguajes de derechos, de lo social, de la humanidad como tal y, sobre todo, de
la democracia. El reto de la crítica ha sido a menudo mostrar cómo esos
términos pueden ofrecer una cortina de humo o proporcionar cobertura ideológica
a los intereses materiales que se esconden tras ellos.
Los anarcocapitalistas dicen: «Se
acabó la cortina de humo. No más cobertura ideológica. Sólo decimos cómo
funciona la lógica capitalista en el mundo y lo llamamos política. Cuando se piensa
de esa manera, el desarrollo desigual y combinado no es un problema en
absoluto. Lo necesitamos, consigamos más. Consigámoslo también en el ámbito
político, porque entonces hay más arbitraje disponible, hay más jugadas
disponibles».
Pero eso también es difícil de
entender porque, como dijiste, estamos atados al ideal de la Ilustración.
Todavía estamos encadenados a esta idea por una buena razón (ahora a menudo en
formas que tienen que ver con el clima), que es que todavía estamos de alguna
manera todos en la misma línea de tiempo.
Algunos países y regiones están
quizá más atrasados, si se quiere pensar en el movimiento hacia el crecimiento
o hacia un mercado emergente en lugar de una economía industrializada, pero
todo el mundo sigue más o menos el mismo camino. Hace setenta años, con la
teoría de la modernización en el corazón del imperio, gente como Walt Rostow
decía: «Todos estamos en las etapas del crecimiento económico, ya seas un
comunista chino o un bosquimano de San, todos vamos a llegar allí».
El anarcocapitalista sólo mira
eso y se ríe. Dicen: «No, no hay una sola línea de tiempo. La única tarea que
tenemos es encontrar el mejor camino a través del laberinto con nuestros
asociados y la gente que está dispuesta a pagarnos. No nos movemos en absoluto
en una trayectoria única como humanidad; la humanidad es un concepto
completamente obsoleto. La gente no comparte una comunidad de destino».
Salir del Estado-nación
DD
¿Qué significa «salida» para
estas figuras? ¿Creen realmente que todos los individuos poseen el poder de
salir? ¿O se trata de una libertad sólo para la superélite? ¿De qué tipo de
visión de la libertad se trata?
QS
El nieto de Milton Friedman,
Patri Friedman, es un maestro de las relaciones públicas, muy ayudado por el hecho
de que conoce a gente muy rica en Silicon Valley. Pero a nivel de perfil de
revista, le ayuda enormemente el hecho de ser nieto de Milton Friedman. La idea
que estaba lanzando alrededor de 2009 era que iban a construir ciudades
offshore en plataformas en desuso o barcazas flotantes y utilizarlas como
lugares para lo que fuera: vender nuevas ciudadanías, tener una actividad
financiera con menos o ningún impuesto, juegos de azar offshore…
Hay una mística superficial en
este tipo de ideas. Pero a menudo pueden parecer poco convincentes, como en el
caso de esos proyectos que se van a poner en marcha en Arabia Saudí, incluyendo
a la que supuestamente va a ser la ciudad más sostenible del mundo en el centro
del desierto… Otro lugar al que los superricos podrían ir a salvarse mientras
dejan que todos los demás nos quememos.
No quería escribir un libro sólo
sobre eso sino más bien romper con lo que el economista político Hedley Bull
llamó célebremente «la tiranía de los conceptos existentes». Decía que el Estado-nación
está tan arraigado en nosotros que podemos pensar en algo como lo global porque
está bien captado en esta imagen planetaria, y podemos pensar en ello como la
disolución de todos los Estados-nación en un único Estado-nación, pero que
tenemos problemas para conceptualizar las escalas entre lo nacional y lo
global.
En realidad hablaba de la
Comunidad Europea en los años setenta y ochenta. ¿Qué es esto? ¿Una federación,
una unión, un cuasi imperio? Pero también se puede pensar por debajo del nivel
de la nación, de ahí las zonas. Lo que intento desplegar en el libro son
ejemplos en los que se pensó en hacer de este territorio fragmentado algo que
realmente pudiera llegar a existir y convertirse en una forma dominante.
Probablemente el capítulo del
libro del que me siento más orgulloso es el dedicado a Sudáfrica. Nunca había
oído hablar de ello, ni después de leer muchos libros sobre la historia
sudafricana encontré que nadie hubiera escrito realmente sobre el ejemplo del
que hablo en ese capítulo.
Es extraño, porque resulta que la
persona sobre la que escribí, Leon Louw, había escrito con su mujer, Frances
Kendall, un libro que fue hasta la publicación de las memorias de Nelson
Mandela el mayor éxito de ventas político de la Sudáfrica moderna. Su idea era lo
que llamaban la «solución suiza».
Pensaban que Sudáfrica debía
dividirse en cientos de cantones al estilo suizo. En cada uno de ellos debería
existir un autogobierno interno total —deberían poder elaborar sus propias
leyes sobre quién puede vivir allí, estar allí, viajar por allí— sin
prácticamente ningún gobierno central.
El gobierno federal debería
limitarse básicamente a patrullar las fronteras exteriores y tal vez a acudir a
la ONU. Pero más allá de eso, ninguna redistribución, ningún sistema fiscal central.
Totalmente descentralizado. La razón por la que querían crear una Sudáfrica con
este aspecto es que pensaban, y lo dijeron abiertamente —Louw fue citado en la
revista Time—, que querían «dar la oportunidad de dejar salir al tigre
negro de la jaula sin que los blancos fueran devorados».
DD
No se trataba sólo de su
descabellada imaginación. Consideraban que el sistema existente en el que se
había convertido el apartheid, los homelands, esas cárceles al aire libre
para los sudafricanos negros, era la base para desarrollar el llamado modelo
suizo para superar lo que ellos consideraban un orden opresivamente estatista
del apartheid, en su opinión incluso estatal-socialista.
QS
Este sistema homelands o
bantustanes se creó para despojar a los sudafricanos negros de su ciudadanía y
recodificarlos como ciudadanos de estas patrias negras creadas artificialmente.
Así, cuando uno llegaba a Sudáfrica, a Johannesburgo o Bloemfontein o lo que
fuera para trabajar, como inevitablemente tenía que hacer, estaba entrando en
un país extranjero, porque en realidad era ciudadano de un homeland particular
y no tenía ningún derecho de ciudadanía — no es que los tuviera, de todos
modos, pero ni siquiera se vislumbraban en el horizonte— y en cualquier momento
podía ser deportado al lugar del que supuestamente procedía pero que en muchos
casos ni siquiera había pisado.
Desde fuera, todo esto se
consideraba una maniobra ideológica del Estado sudafricano, pero los propios
sudafricanos hablaban muy en serio. Cada una de estas patrias tenía su propia
bandera, sus propias líneas aéreas en algunos casos y sus propios sellos. Se
les trataba como si fueran naciones independientes.
Este era, según Sudáfrica, su
acto de descolonización: estaban dando a los negros sus propios países. Dejen
de molestarnos por ser un país racista: acabamos de producir naciones negras
dentro de nuestra propia frontera y ahora son independientes.
Este libertariano Louw —que,
entre otras cosas, estuvo en Hong Kong en la reunión de la Mont Pelerin
Society, invitado por Hayek, en 1978, y sigue siendo muy activo con los
libertarianos más de extrema derecha— tuvo la oportunidad en los años ochenta
de ayudar a diseñar la política económica de uno de estos homelands.
El homeland de Ciskei se creó como lo que él esperaba que fuera una
joya de zona que modelaría una manufactura desregulada, favorable al capital
extranjero y basada en mano de obra barata.
Rápidamente se instalaron muchas
fábricas, en su mayoría de inversores taiwaneses e israelíes. Fue un «boom».
Pero la triste contradicción es que estaba en auge básicamente porque esta
nación supuestamente independiente recibía en realidad una enorme cantidad de
subvenciones directamente del gobierno central sudafricano para convertirla en
una especie de aldea Potemkin de la modernización. Así que no era para nada
libertariano, era bienestar corporativo en toda regla.
Y los intentos de los
trabajadores negros de organizarse en ese país, que eran incesantes ante el
peligro que corrían sus vidas, eran sofocados con una violencia asesina. Los
líderes sindicales no sólo eran secuestrados y asesinados sino que sus
familiares eran acosados, atacados y, en algunos casos, también asesinados.
Cualquiera que fuera el tipo de
libertad —y los libertarianos estadounidenses y británicos la celebraban como
un faro de libertad y la portada del Wall Street Journal hablaba de
Ciskei como de una especie de escaparate de la libertad económica—, se hacía a
expensas de los derechos básicos a organizarse y expresarse. E incluso a nivel
de la supuesta libertad económica era una farsa. Era un accesorio para las
relaciones públicas del Estado del apartheid.
Quería que el libro tratara más
de ejemplos de eso y menos de Peter Thiel construyendo una mansión en una isla
y alejándose de todo. Los ricos siempre van a hacer eso. Y cada vez tienen más
oportunidades de hacerlo.
Espero preguntar: Si las
geografías globales están siendo destrozadas y fragmentadas de la manera que se
acaba de describir, ¿qué hacemos como contramedida? ¿Intentamos simplemente
aplastar todas estas zonas y hacer que los Estados-nación vuelvan a ser
legalmente iguales? No lo creo. ¿Intentamos rehumanizar e insertar diferentes
tipos de política en estas zonas? Creo que es una propuesta mejor. Pero tiene
sus limitaciones, porque sugiere que todavía se quiere escapar a la supervisión
democrática y hacer que las cosas sean excepcionales para algunos grupos y no
para otros.
¿Queremos pensar en una política
de zonas más izquierdista y experimental, que no sea excluyente ni
antidemocrática y que tal vez pueda producir posibilidades de emulación en
otros lugares? Esa era mi intención, intentar fertilizar un poco nuestra
imaginación en torno a formas no nacionales y no convencionales de organizar la
producción y la vida, de manera que podamos romper un poco más con esa tiranía
de los conceptos existentes.
DD
Este poder de salida es también
el motor de su teoría del cambio. Hemos hablado de que no se trata de una
visión ilustrada y universalista del mundo. Pero hay algo ahí que, al menos
implícitamente, está afirmando una especie de universalismo capitalista, en
términos del poder de salida.
Escribes: «Una vez que el capital
huye a zonas nuevas, de baja fiscalidad y no reguladas, según la teoría, las
economías no conformistas se verían obligadas a emular estas anomalías.
Empezando por lo pequeño, la zona se propone modelar un nuevo estado final para
todos». ¿Cómo se supone que funciona esta teoría del cambio inducida por la
fuga de capitales? ¿Y cómo se relaciona con la lógica más mundana y general de
la movilidad de capitales que todos conocemos desde hace mucho tiempo, según la
cual tenemos un sistema en el que la fuga de capitales efectúa la disciplina de
capitales?
QS
Esa parte del argumento es
probablemente la más fácil de demostrar. Es el tipo de cosas que gente como
Emmanuel Saez, Gabriel Zucman y Thomas
Piketty, han hecho más tangibles para la gente de una forma útil al volver
a situar la fiscalidad en el centro de nuestras ideas éticas y políticas.
El resultado es a menudo
alucinante. Países como Estados Unidos o el Reino Unido — grandes países con un
número relativamente elevado de habitantes— se comparan con lugares diminutos,
casi sin habitantes, para sugerir que Estados Unidos debería ponerse las pilas
y actuar más como esta micronación. Porque si no lo hace, entonces, en el caso
más obvio, los beneficios empresariales simplemente se van a contabilizar en
ese país en lugar de en el tuyo.
Recuerdo que en la campaña de
2016 la Fundación Heritage había elaborado un gráfico que mostraba los impuesto
a las corporaciones estadounidensea junto a las de Mauricio, creo. Circulaba
esto como un meme en las redes sociales, diciendo: «Mira, Estados Unidos
realmente necesita bajar su tasa de impuestos corporativos, o de lo contrario
todas las empresas se irán a Mauricio».
Sólo para intentar comprender lo
que esto podría significar: las leyes del mundo están organizadas de tal manera
que hacen posible la movilidad total para ciertos tipos de actores, incluso
cuando hacen imposible esa movilidad para otros. Aquí es donde el trabajo de
Katharina Pistor es de gran ayuda. Lo que ella llama el «código
del capital» es tal que se puede redactar un contrato en cualquier parte
del mundo y decir que, en caso de litigio, se resolverá con arreglo a la
legislación de Nueva York o Gran Bretaña, por ejemplo. Puede registrar su
empresa en Wyoming o Dakota del Sur o en cualquier otra jurisdicción que le
convenga y tener allí tribunales para resolver disputas y niveles mínimos de
impuestos corporativos.
Ese tipo de desconexión entre la
materialidad de los productos y el lugar de producción — por no hablar de los
trabajadores que ponen la mano de obra en ello— y la forma en que existe legal
y financieramente ya es lo suficientemente alucinante. Resulta útil pensar en
estas micronaciones y jurisdicciones para registrar los beneficios
empresariales como zonas, porque a menudo son unidades políticas muy poco
convencionales. Pensemos en las Islas Caimán o las Bermudas, que son
territorios británicos offshore que forman parte de Gran Bretaña,
cuyo máximo tribunal de apelación es el Consejo Privado británico. Sin embargo,
el gobierno británico actúa a menudo como si estuviera siendo chantajeado por
su propia microcolonia para mantener bajos los tipos del impuesto corporativos.
Pensar que no hay otra forma de
organizar el capitalismo británico que ésta es o bien falso o ignorante, o
simplemente una forma de tomar al electorado por tonto. El hecho de que ahora
estemos avanzando hacia un impuesto mínimo para las empresas a escala mundial
de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), aunque
dificultará las cosas para los países que sólo prosperan como paraísos
fiscales, no deja de ser positivo, porque es importante dar a los ciudadanos y
a la población la sensación de que el mundo puede organizarse de otra manera
Creo que lo más pernicioso del
neoliberalismo como ideología política dominante, si pensamos en él en un
sentido amplio —especialmente desde la globalización neoliberal de los años 90
y principios de los 2000—, es esta idea de que los seres humanos no tienen
capacidad para influir en el mundo que les rodea. Todo lo que pueden hacer es
rendirse a las fuerzas de la globalización económica, que una y otra vez se
describían en términos naturales como «el cambio de las estaciones» o el «flujo
de las mareas» y «las tormentas» para las que los Estados y los políticos y las
poblaciones sólo pueden aferrarse con fuerza, dejarse llevar por la corriente y
leer las señales meteorológicas, sin que puedan hacer realmente nada para
modificar su situación.
Algo que hay que considerar
positivo en los últimos años es el giro en contra de ese tipo de consenso sobre
la globalización. Creo que las poblaciones y los electorados están cada vez
menos dispuestos a escuchar a los políticos referirse a las fuerzas abstractas
de la globalización como algo que les obliga a actuar.
La codificación en el primer
Índice de Libertad Económica [de la Fundación Heritage] de lugares como Costa
Rica como quinta economía más libre del mundo o la codificación retroactiva de
lugares que eran dictaduras autoritarias como Honduras y El Salvador en los
años 70 como supuestamente uno de los países económicamente más libres del mundo,
no eran más que formas de intentar restar poder a los electores para que no
pudieran tomar decisiones diferentes. La idea de que la zona podría emular a
una especie de estado final para la economía doméstica es una dinámica que
llevamos décadas observando. Para que la gente tenga alguna fe en la política,
es muy importante poder contrarrestar estas ideas y volver a dar la sensación
de que no es necesario estar constantemente compitiendo con lugares con los que
no se tiene ninguna similitud formal
DD
Los Estados hipercapitalistas tan
queridos por estos libertarianos radicales prohíben los sindicatos y los
partidos de la oposición. Pero una forma básica y poderosa de limitar o
eliminar la democracia es simplemente circunscribir radicalmente el demos.
En lugares como Singapur y Dubai, vemos la disociación de las clases
trabajadoras de una nación, normalmente clases trabajadoras inmigrantes, de los
derechos de la ciudadanía nacional.
¿Cómo se compara esta forma de
excluir a las clases trabajadoras inmigrantes de la ciudadanía con períodos
históricos anteriores en el desarrollo del capitalismo, cuando toda la clase
trabajadora estaba simplemente excluida de la ciudadanía?
QS
Puede que estés proponiendo la
solución en la pregunta; yo no lo había pensado así. Una característica de la
versión de la ciudadanía anterior a los siglos XIX y XX era concederla sólo a
una fracción de la población. La única manera de hacerlo ahora es garantizar
que aproximadamente la misma cantidad de la población que antes habría obtenido
el derecho al voto con un sufragio más restringido sea ciudadana y que todos
los demás sean simplemente no ciudadanos.
Sería interesante analizar los
porcentajes de Singapur y Dubai —Dubai se acerca al 90% de no ciudadanos y
Singapur a más del 75%— y encontrar el momento de la historia británica del
siglo XIX en que esa fue también la proporción de adultos del país a los que se
les permitía votar, frente a una mayoría privada del derecho de voto. Pero el
efecto es el mismo, y de forma intencionada.
Es una de las cosas que más me
sorprenden de la envidia constante que los derechistas, en concreto los
conservadores británicos, sienten por Singapur y Dubai. ¿Cómo proponen resolver
el nada insignificante problema de tener en el país una mayoría de residentes completamente
privados de derechos, cuando su propio electorado les dice una y otra vez que
parte de lo que realmente le preocupa son los altos niveles de inmigración?
Irónicamente, en el mismo momento
en que algunos conservadores británicos hablaban del Brexit como una forma de
construir Singapur sobre el Támesis, el propio Singapur vivía uno de los
conflictos políticos más profundos de su historia, precisamente por la misma
cuestión de la inmigración. Esos trabajadores, muchos de ellos del sur o del
sudeste asiático, que habían ido aumentando en número y recibían un trato cada
vez peor y se mantenían cada vez más segregados del resto de la población
singapurense, empezaban a mostrar signos más vocales de descontento. Se había
producido una especie de motín en la zona de Little India tras algunos abusos
policiales y los propios singapurenses empezaban a decir: «Espera, quizá esta
proporción de no ciudadanos respecto a ciudadanos se esté volviendo
inmanejable».
Así que la propia Gran Bretaña se
enfrenta a la cuestión de ciudadanos frente a no ciudadanos mirando con cariño
a un lugar que está teniendo el mismo problema, lo que sugiere que este tipo de
problema de la gente no es uno que se pueda resolver fácilmente.
Libertarianos radicales, raza y
paleoconservadores
DD
Por un lado, los
anarcocapitalistas pueden decir que podemos tener microestados nacionalistas
blancos y nacionalistas negros. Habrá sitio para todo en un mundo de un millón
de microestados, y puedes elegir qué microestado te conviene, y contratar con
ese microestado.
Pero como ya es bastante obvio,
los libertarianos radicales de hecho son partidarios de una política racial y
de civilización profundamente reaccionaria. Murray Rothbard, el fundador
estadounidense del anarcocapitalismo, ofrece quizás la destilación más pura de
eso. ¿Quién era Rothbard y cómo combinó su visión paleolibertaria radical de la
gobernanza a pequeña escala, llevada a cabo a través de los derechos de
propiedad privada, los contratos y los mercados, con una política
paleoconservadora de supremacía blanca abiertamente no reconstruida, una
política de figuras prototrumpianas como Pat Buchanan, Sam Francis y Peter
Brimelow?
QS
Es todo un personaje. Nació y
creció en Nueva York, es judío, estudió en el City College y en la Universidad
de Columbia en los años treinta y cuarenta. Alcanzó la mayoría de edad al mismo
tiempo que los intelectuales neoyorquinos como Irving Howe y la gente que fundó
cosas como la Partisan Review, muchos de los cuales eran estalinistas que
luego se convirtieron en trotskistas. Fue una época de gran fomento intelectual
de la izquierda en Nueva York.
Rothbard era diferente en el
sentido de que se situaba sistemáticamente a la derecha, era antisocialista,
estaba en el círculo de Ayn Rand en los años 50 y principios de los 60, en la
misma época que Allan Greenspan. Se interesa por la cuestión racial en los años
60, cuando la Nueva Izquierda empieza a resonar en los campus universitarios.
Se interesa especialmente por el
papel de los Panteras Negras en el movimiento estudiantil, el movimiento
antibelicista y las nuevas coaliciones que se formaban bajo el nombre de Nueva
Izquierda. Le interesaban porque pensaba que el nacionalismo negro era una gran
idea.
Le gustaba Malcolm X y criticaba
a Martin Luther King; veía a King como alguien que impulsaba la Gran Sociedad
acelerada y un defensor de un gran Estado de bienestar. Mientras que Rothbard
pensaba que los nacionalistas negros —que se mantenían a sí mismos, llevaban
armas, se defendían, alimentaban a sus comunidades— mostraban una voluntad de
ser autosuficientes y contrarios al Estado de la manera en que él mismo lo era.
Defendía abiertamente cosas como
la creación de una «Nueva Afrika», como la llamaban, una especie de Estado
secesionista del Cinturón Negro en el Sur de Estados Unidos. Sólo se desenamoró
del movimiento nacionalista negro a principios de los años setenta cuando, en
su opinión, había demasiada organización interracial, especialmente en las
formaciones de la clase obrera en las que los trabajadores negros y los blancos
trabajaban unos al lado de los otros.
Se hartó y dijo: «Esto no es lo
que esperaba. Se supone que esto es gente blanca organizándose con gente
blanca, gente negra organizándose con gente negra». Esa podría ser la base de
una forma de organización más antiestatal que podría acercarse a lo que para él
era una especie de ideal anarcocapitalista de ordenamiento privado.
Durante los veinte años
siguientes, más o menos, estuvo ocupado haciendo muchas cosas, incluida la
cofundación del Instituto Cato con Charles Koch y otros. Muchos de sus escritos
se remontan más atrás en la historia: escribió una historia en varios volúmenes
de los primeros Estados Unidos. Escribió sobre cosas como el modelo de
autoorganización del clan gaélico irlandés.
Sentía un profundo romanticismo
por la frontera americana y la posibilidad de la agricultura familiar, porque
básicamente se adhería a una especie de idea lockeana del derecho natural de
encontrar un trozo de territorio, mezclar tu trabajo con él y hacerlo tuyo. En
resumen, Rothbard tenía visiones de autosuficiencia al estilo de los colonos
coloniales, de pequeñas comunidades…
DD
El imaginario
colonizador-colonial parece ser la premisa de muchos de tus pensadores.
QS
Absolutamente, en el sentido de
que todo lo que necesitas es tierra y libertad del Estado, y puedes hacer lo
que quieras. Cualquiera que haya leído alguno de los muchos y fascinantes
nuevos libros de historia indígena que se han publicado en la última década
sabrá lo irrisoria que es esa idea.
La «frontera del hombre blanco»
fue enteramente el producto de las intervenciones del Estado estadounidense y
de la ayuda del gobierno para derrotar a los anteriores residentes indígenas de
la tierra. Esto no formaba parte de la forma en que Rothbard veía la historia
estadounidense. Él pensaba que las poblaciones indígenas no tenían ningún
derecho sobre la tierra debido a su forma casi comunista de organizar la vida y
porque no habían codificado legalmente una versión de la propiedad que tuviera
legitimidad.
Está dando vueltas, está pensando
en lo que en el pasado y en el presente podría seguir siendo un modelo hermoso
y viable de organización política. Cuando la Guerra Fría comienza a llegar a su
fin, comienza a entusiasmarse con todos los movimientos neonacionalistas. Le
entusiasma el hecho de que del imperio multinacional de la URSS se esté
volviendo a un modelo de Estado-nación wilsoniano más basado en una sola etnia,
un solo territorio y un solo idioma, ya sea en Estonia, Kazajstán o donde sea.
DD
Eso funcionó especialmente bien
en Yugoslavia.
QS
Yugoslavia le pareció genial. El
capítulo que escribo sobre Rothbard se titula «La maravillosa muerte del
Estado», porque, viendo cómo se disolvía la URSS, dijo: «No hay nada más
hermoso de ver para un libertariano que la muerte del Estado». También se
entusiasmó con estos movimientos nacionalistas como la Liga Norte en Italia, el
Partido de la Libertad austriaco o el Partido Popular Suizo.
Una cosa de la que la gente a
menudo no se da cuenta es que muchos de estos grupos disidentes o
neonacionalistas de aquella época también eran profundamente libertarianos en
su política. A menudo también se oponían a lo que consideraban como un
socialismo impuesto desde arriba en la Unión Europea. El Partido por la
Independencia del Reino Unido nació de esa época, con ese mismo espíritu.
Pensaba que los tories se habían ido demasiado al centro y
necesitaban ser flanqueados de nuevo por la derecha, en un primer esbozo exacto
de lo que ocurriría con Nigel Farage y David Cameron en la década de 2010.
Otros que miraban con admiración
lo que ocurría en Europa eran los conservadores de Estados Unidos, que se
situaban conscientemente a la derecha de los republicanos y conservadores
dominantes. Si pensamos en los primeros años de la década de 1990, Ronald
Reagan acaba de dejar el cargo y ahora teníamos a George H. W. Bush, con un
estado de ánimo predominante en el Partido Republicano que sería llamado
«neoconservador» por la propia gente. Terminó la Guerra Fría y se puede llevar
la democracia y el capitalismo al antiguo mundo comunista, aumentando la
presencia estadounidense, la huella militar estadounidense y la cuota de
mercado estadounidense en este valiente nuevo mundo tras la competencia y el
conflicto de sistemas en el corazón de Europa.
Había conservadores en Estados
Unidos que no estaban de acuerdo con eso en absoluto. Pensaban que había que
aprovechar esta oportunidad para no convertir a Estados Unidos en un imperio
global que intentara llevar la democracia a todas partes más allá de sus
fronteras, «buscando monstruos que matar», según la famosa cita, sino que el país
debía aprovechar para replegarse, volver a la posición aislacionista de la que
consideraban que Estados Unidos se había estado desviando, tomando un camino
equivocado desde la Primera Guerra Mundial prácticamente, pero en realidad
desde la Segunda Guerra Mundial.
DD
Como ejemplifica Pat Buchanan en
su oposición al «nuevo orden mundial» de George H. W. Bush.
QS
Exacto. Bush no se hizo ningún
favor al utilizar realmente las palabras «nuevo orden mundial» en un discurso,
lo que desencadenó un trillón de entradas en blogs y todo lo demás. Esta gente
que estaba en contra del primer Bush y de los neoconservadores se autodefinía
como «paleoconservadora», de forma autoconsciente: no somos neo, somos paleo,
vamos hacia atrás.
Querían unos Estados Unidos más
aislados del mundo, y explícitamente aislados de los inmigrantes procedentes de
países no blancos. Parte de su plataforma consistía en hacer retroceder la Ley
de Inmigración de 1965, que había roto con las anteriores cuotas raciales y
nacionales existentes para permitir la llegada de personas de todas las partes
del mundo. Había que volver a una nación más homogénea, blanca, cristiana y
ligada a las tradiciones.
Debido a que ahora se habían
alienado de la corriente principal de la derecha — completamente en
guerra con la corriente principal del Partido Republicano y con los principales
comentaristas dentro del establishment—, muy deliberadamente están buscando
aliados y encuentran a Murray Rothbard. En ese momento, a principios de los
años 90, había ayudado a crear algo llamado el Instituto Ludwig von Mises, como
parte efectiva de la Universidad de Auburn en Alabama, junto con un bostoniano
llamado Llewelyn H. Rockwell, conocido como Lew Rockwell. Rockwell había sido
libertariano durante mucho tiempo y también un opositor a la integración racial
durante mucho tiempo, desde que estaba en Harlington House Press en
la década de 1970.
Rockwell y Rothbard tenían sus
propios problemas dentro del campo libertariano que reflejaban los problemas
que los paleoconservadores tenían dentro del campo conservador. Rockwell y
Rothbard odiaban el hecho de que ahora el libertarianismo se asociara con el
nudismo, el consumo de drogas, el poliamor y lo que fuera. Si ves en Internet
[vídeos de] los candidatos que se presentaban por el Partido Libertariano, te
haces una idea de lo que rechazaban y de que era lo que consideraban
libertinaje en lugar de libertarianismo.
Así que se rebautizaron como
«paleolibertarianos», se unieron a los paleoconservadores y formaron algo
llamado el Club John Randolph a principios de la década de 1990. Su mayor
intervención política fue asesorar y apoyar la candidatura de Pat Buchanan a la
presidencia en 1992 y de nuevo en 1996. Ron Paul formó parte absolutamente de
eso, lo mismo que Peter Brimelow.
A primera vista puede parecer
extraño: personas que creían en la nación y la tradición estadounidenses
formando equipo con personas interesadas en el gobierno por contrato y a las
que les importaba un bledo las fronteras formales de algo como Estados Unidos.
Pero se dieron cuenta de que ambos creían en la descentralización y en la
tradición, lo que tiene sentido si eres alguien conservador que cree en valores
trascendentes por encima de todos los demás, como un acto de fe.
Pero Rockwell y Rothbard creían
en el cristianismo, en cierto modo por sí mismo, pero también creían en la
homogeneidad racial y en la religión compartida porque puede producir el
pegamento de la sociedad en ausencia de cosas como las instituciones
representativas. Si vas a acabar con la democracia, ¿de qué otra forma vas a
hacer que la gente no se vea como totalmente ajena entre sí?
Lo que vieron es que, en el
lenguaje de los economistas, si hay una raza común o una religión común, puedes
disminuir los costos de transacción. Básicamente, la gente puede confiar más en
los demás. Tendrán más confianza en que esta persona es de fiar; puedo hacer
negocios con ella, puedo negociar con ella. Su creencia en una sociedad sin
Estado siempre supuso que habría una base de religión común, de raza común,
sobre la que se podría construir a medida que desaparecieran las estructuras
existentes más grandes que anteriormente desempeñaban ese papel integrador.
Variedades del conservadurismo
DD
Escribes: «La autoridad no era el
problema; las normas no eran el problema. El problema era no tener suficientes
autoridades y reglas entre las que elegir». En ausencia del Estado, la familia
y la Iglesia cristianas sustituirían a la disciplina normativa que normalmente
impone el Estado.
El argumento me recuerda el
trabajo de Melinda Cooper en Family
Values: Between Neoliberalism and the New Social Conservatism, que muestra
que estas formas de moralidad tradicional y de familia siempre han sido
baluartes clave para el neoliberalismo. Esta particular mezcla de autoridad
tradicional, poder privado y un ethos libertariano que se extiende tanto a la
moralidad personal como a las elecciones y los acuerdos económicos también me
recuerda, y toca una fibra sensible similar, al movimiento conservador moderno
en general: el clásico fusionismo conservador de tres pilares, creado por Frank
Meyer y otros en las páginas de National Review.
En su opinión, ¿qué tienen en
común estas diferentes corrientes? ¿Qué diferencia a los libertarianos
radicales de estos otros conservadores que también reflexionan sobre cómo
funcionan las formas de autoridad social tradicional junto con las leyes que
garantizan la propiedad privada y los contratos?
QS
Definitivamente hay una similitud
con lo que se llamó «fusionismo», es decir, la receta del movimiento
conservador moderno: mezclar el libertarianismo de libre mercado con los
valores tradicionales y las ideas de religión y familia. Lo que a veces he
llamado el «nuevo fusionismo» —que Paul Gottfried, quien acuñó el término de
«derecha alternativa», muy en el centro de esta nueva alianza paleo en el Club
John Randolph, también llamó el «nuevo fusionismo» a finales de 1980— fue una
radicalización de esa tradición existente, a menudo a través de una apelación a
la ciencia en lugar de sólo a la religión.
En concreto, Gottfried se fijaba
en el hecho de que Thomas Fleming, uno de los fundadores de la Liga del Sur, un
movimiento neoconfederado del Sur de Estados Unidos, hablara de E. O. Wilson y
la sociobiología. ¿Por qué tendemos a movernos en grupos que son más parecidos
entre sí? Apelaba a alguien como Wilson, originalmente entomólogo y científico
natural, que decía que hay formas de parentesco que funcionan en el mundo
animal, y que como humanos también somos animales por lo que tiene sentido que
nos formemos en estas pequeñas tropas y nos resulte más fácil realizar
transacciones y cooperar en estos grupos.
Hay un atractivo para ese tipo de
ciencia, pero lo más importante es que a principios de los 90 hay un
resurgimiento del racismo basado en el coeficiente intelectual. El ejemplo más
importante de ello es, por supuesto, The
Bell Curve de Richard J. Herrnstein y Charles Murray, publicado en
1994.
El propio Murray Rothbard dijo
que el texto animó por completo al Club John Randolph. Los paleoliberales y
paleoconservadores estaban completamente magnetizados por este libro,
entusiasmados por el hecho de que había irrumpido completamente en la corriente
principal.
Había llevado el fusionismo
tradicional un paso más allá.
¿Cómo? Había ido tan lejos como
para reintroducir el concepto de ciencia de la raza. Esto era decir que la raza
no era sólo una tradición, no era sólo un grupo de afinidad. En realidad es
algo detectable por las ciencias duras. Y tiene efectos cuantificables y no
despreciables en los niveles de inteligencia. Estas son las afirmaciones no
sólo discutidas, sino refutadas y desacreditadas de The Bell Curve.
Lo que la hacía especial era esta
ciencia de la raza como tal. Sigue siendo la línea divisoria entre lo que
llamamos la «derecha alternativa» y la derecha dura: esta voluntad de hablar de
la raza como una ciencia, algo que está incorporado en el ADN humano,
incorporado en el genoma de una manera identificable y de la que se puede
extraer un conjunto de políticas.
Esa fue la radicalización que se
produjo en la década de 1990. Es lo que hizo que algunas de estas personas
fueran expulsadas de los círculos conservadores respetables, en la mayoría de
los casos de forma permanente. Cuando Sam Francis empezó a hablar de la
necesidad de debatir la identidad blanca y la raza blanca como algo positivo y
sobre lo que había que construir, fue un paso demasiado lejos para la gente que
antes lo hubiera publicado.
Ese es un momento interesante de
los años 90. La balcanización y la fragmentación que la mayoría de los
estadounidenses observaban desde lejos, en Europa o Somalia, y que veían sobre
todo como motivos de preocupación o lugares que podrían requerir una intervención
militar o humanitaria estadounidense… el giro contraintuitivo que dan los
paleoconservadores y los paleoliberales es mirar eso y decir: «¡Qué
emocionante! ¿Cómo podemos traer esa ola de fragmentación de vuelta a Estados
Unidos y dejar que esa secesión en las fronteras raciales y étnicas sea algo
que empiece también a reorganizar el sistema político estadounidense?»
DD
¿Cuál ha sido concretamente el
impacto de pensadores como Rothbard en la derecha actual? En Estados Unidos y
en otros países, Rothbard y su protegido Hans-Herman Hoppe, aún más radical, se
han convertido en memes entre los jóvenes de extrema derecha online. ¿Cuál es
su influencia? ¿Se extiende más allá de una franja online?
Podría hacer la misma pregunta a
los pensadores de Crack-Up Capitalism en general. ¿Hasta qué punto
sus aspiraciones son las aspiraciones de la mayoría de los capitalistas, aunque
se expresen de forma más extrema? ¿Cuál es la relación entre todos estos
extremistas y las corrientes más generales de pensamiento político-económico de
las élites durante el último medio siglo?
QS
La razón por la que empecé a
investigar a Rothbard y Hoppe históricamente fue un intento de tratar de
entender lo que estaba sucediendo con la derecha alternativa, alrededor de
2017, con la protesta de Charlottesville y la muerte de Heather Heyer. Yo, y
creo que mucha otra gente, me encontraba bastante horrorizado y trataba
desesperadamente de averiguar qué era exactamente esa ideología que animaba a
la gente.
Se utilizó el término
«nacionalismo blanco». Nunca me satisfizo del todo, porque no sabía qué se
suponía que era la nación en ese modelo. ¿Era un movimiento secesionista? ¿Era
un deseo de tomar las riendas de los más altos niveles de poder en Estados
Unidos y producir algún tipo de régimen fascista?
Cuanto más miraba a Rothbard y
Hoppe, y luego miraba las cosas que estaban siendo escritas online por la alt-right,
había una relación de uno a uno. En la paleoalianza de la década de 1990, de la
que surgió la publicación American Renaissance, existía la voluntad y el
deseo de dividir los Estados-nación existentes en enclaves racialmente
definidos (en aquella época, la mayoría de las veces definidos por políticas
más bien de libre mercado antes que descomoditizadas o socialistas).
Era sólo una forma de describir
cómo eran las políticas en línea de la alt-right. No fue una coincidencia
que en un perfil tras otro de personas que eran personas influyentes en este
mundo, se repitiera una y otra vez la llamada «tubería de libertariano a alt-right».
Por aquel entonces, en 2017, especialmente con una figura como Richard Spencer
que se había autoidentificado con este paso de libertariano influenciado por la
Escuela Austriaca a ideas más marcadas por el racismo científico, esta era una
forma de describir la versión dominante de la ideología alt-right.
Lo que sucedió después de 2017 es
que el intento de «Unir a la derecha» fue cada vez más un fracaso. Cualquier
coherencia que existiera en torno al movimiento alt-right se perdió
en gran medida desde entonces. Lamentablemente, sigue habiendo fuertes concentraciones
de actividad online, produciendo, entre otras cosas, el filtrador del sur de
Massachusetts que ha demostrado participar en todo tipo de memes racistas alt-right y
actividad online.
Pero ahora hay más gente que se
identificaría como más tradicionalista o socialista, en el sentido de que su
visión de una nación secesionista blanca no sería anarcocapitalista, sino más
redistributiva, reconociendo más explícitamente el papel de la familia como
lugar de reproducción social, a diferencia de los libertarianos, que a menudo
fingen que no existe.
Allí, como en otras partes, las
personas que examino en el libro son útiles no tanto como para ofrecer el guión
oculto de nuestro mundo actual. Desde luego, no estoy proponiendo que las
personas sobre las que escribo en el libro hayan estado operando entre
bastidores para diseñar el mundo en el que vivimos. Lo que creo que me interesa
de este grupo es la forma en que manifiesta algunos de los rasgos más
neuróticos y patológicos del mundo en que vivimos. Los veo del mismo modo que
Frederic Jameson diría: «Ve a leer ciencia ficción, porque es diagnóstica». Te
dice algo sobre el estado del mundo que habitamos.
En ese sentido, las elisiones con
las que son capaces de vivir y las ausencias de conexión realista con otros humanos
me parecen sintomáticas y diagnósticas del hecho de que hemos estado
produciendo colectivamente una realidad en la que eso puede sentirse cada vez
más cierto. Para mí, dar forma a su ideología, producirla y ponerla ante
nuestros ojos pretende ser una especie de provocación, para mostrar la
extraordinaria flexibilidad y labilidad de algunas de sus ideas.
Ni siquiera hemos hablado aún de
algunos de los ejemplos más descabellados del libro. El hecho de que este
libertariano holandés acabara en Somalia cuando el Estado se derrumba y, en
lugar de subirse a un avión y marcharse, de una forma clásica e interesada,
decidiera sumergirse en el espacio sin Estado de Somalia e intentar redactar
una constitución para una sociedad sin Estado, reduciéndola a un conjunto de
contratos que crearían un híbrido entre el derecho tribal consuetudinario y los
contratos comerciales del siglo XXI.
DD
Le entusiasma no sólo el colapso
del Estado sino el sistema tradicional que gobernaría en su lugar —el clan
somalí— y luego intenta formar su propio clan somalí de capitalistas blancos.
QS
Un clan de hombres de negocios.
Lo interesante es que en ese caso hay una voluntad extrema de experimentar y
comprometerse que también se repitió en el maravilloso ejemplo del hijo de
Milton Friedman, David Director Friedman, que es abogado y también un destacado
pensador anarcocapitalista y un destacado participante de recreaciones
medievales. Entre otras cosas, ha estado haciendo cosplaying o LARPing [juego
de rol de acción en vivo] como un poeta bereber de principios del siglo XII
llamado Duke Cariadoc of the Bow, a través de cuya persona maldice el nombre de
los infieles, come sólo con la mano derecha y alaba a Alá.
En el lugar de recreación de la
«Pennsic War» —que él ayudó a crear en el norte de Pensilvania, como un híbrido
de Pensilvania y las Guerras Púnicas— creó esta convención que se llamaba «The
Enchanted Ground», en la que delimitas un espacio una cuerda y dentro de él
tienes que existir como si estuvieras en la Edad Media, sin introducir ninguna
tecnología ni actuar de ninguna otra manera.
Cuando leí esto por primera vez,
me pareció un detalle estrafalario o un inciso trivial. Pero cuanto más pensaba
en ello, más me gustaba, la razón por la que encuentro a estos
anarcocapitalistas convincentes es que tienen esa creencia de que pueden hacer
LARP para traer a la existencia una nueva realidad. Existe esta idea de un
nivel de compromiso individual y la necesidad de buscar la pureza ideológica…
Como fluyen con el zeitgeist de una mercantilización cada vez mayor
de la vida humana, puede parecer que lo manifiestan ellos mismos.
Balaji Srinivasan, capitalista de
riesgo y gran operador de Bitcoin, afirma que él y sus compañeros de Bitcoin
crearon una moneda vía LARP. Cualquiera que analizara objetivamente el fenómeno
de la criptomoneda diría, en primer lugar, que no han creado una moneda con un
LARP, porque no funciona como una moneda en ningún sentido. Lo que han creado
es un Beanie Baby, un objeto trivial definido por su escasez que, en un
momento de máxima especulación y espuma inversora, es capaz de atraer a un
montón de gente que cree que podrá conservar el Beanie Baby hasta el
momento oportuno en que puedan vendérselo a un pringado que pague por él un
poco más de lo que debería.
Como navegan con buena suerte en
la dirección del capitalismo global, tienen la percepción errónea de que, de
alguna manera, lo están produciendo ellos mismos. Así que es más fácil para
ellos ser arrastrados más y más a esta idea de que todo lo que está sucediendo
es de su propia creación, hasta el punto de que su grandiosidad puede ser
crecer hasta que Srinivasan diga: «Ahora voy a hacer LARP para traer un país a
la existencia».
Tuve gente con esta convicción
que me dijo cosas como: «¿No crees que sería bueno crear dos parcelas de
territorio, una en la que organizarías el mundo como a ti te gustaría, más
socialista o descomodificado, y otra que fuera como el nuestro,
anarcocapitalista y totalmente mercantilizado?». Mi respuesta no es
comprometerme con el experimento mental, sino simplemente decir: «¿Dónde están
esas parcelas de territorio?». Lo que pasa con la tierra es que ha sido
dividida. La única forma en que vas a tener esa oportunidad es bajo las
condiciones de un golpe autoritario
El mundo no es una pizarra en
blanco. El paso a un mundo online, pero también simplemente el peso de esa
ideología colonial de colonos es tal que esta idea de la posibilidad de
encontrar un espacio en blanco en un mapa persiste de formas que son realmente
perniciosas.
Especialmente porque fue escrito
en gran parte durante 2020 —durante un año de COVID en el que las ciudades
estadounidenses se llenaron de más personas protestando que en décadas, o que
nunca, y con unas elecciones disputadas al final del año… Yo, como mucha otra
gente, me sentía muy desorientado y sin saber hacia dónde íbamos exactamente.
Leía mucha ciencia ficción, ciberpunk, veía mucho anime japonés de los años 90
y leía a muchos anarcocapitalistas.
Era una especie de mecanismo de
supervivencia o una forma de mantenerme cuerdo; tenía la sensación de que, de
algún modo, esto debía tener un orden. Incluso aunque no sea un orden que yo
apruebe, el esfuerzo por producir un retrato coherente de esta ideología que
acabé llamando «capitalismo en quiebra» fue una especie de esfuerzo terapéutico
por mi parte.
También fue un esfuerzo para
reinyectar nuestras conversaciones políticas con un poco más de sentido del
juego, en cierto modo. Nuestra imaginación política tiene tendencia, incluso en
tiempos de gran creatividad, a volver a entrar en patrones y canales
familiares, y más aún, a que su energía sea drenada y cooptada muy rápidamente
por los poderes corporativos existentes. Por mencionar de nuevo el asunto
de Black Lives Matter, eso ocurrió tan rápidamente con la cooptación
corporativa de las demandas de justicia racial, casi hasta el punto de
interponerse en el camino del éxito continuado de esas demandas políticas
vitales.
Una de las cosas que necesitamos
ahora mismo es seguir evolucionando y seguir mutando. El hecho de que yo
siguiera una de esas mutaciones en una dirección inquietante quizá sólo
pretendía ser una especie de ejemplo negativo de cómo deberíamos estar abiertos
a las mutaciones positivas. Porque los científicos genéticos saben que las
mutaciones no son malas. Puede que en la imaginación popular pensemos en los
mutantes como algo malo, pero las mutaciones son buenas.
Fuente: https://jacobinlat.com/2024/03/10/los-libertarianos-suenan-con-un-mundo-sin-democracia/
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