TREINTA AÑOS DE HORAS EXTRA
09/ABR/2024
Hace treinta años le pregunté al
entonces Subcomandante Marcos algo sobre el siguiente paso del movimiento. Me
miró muy serio y me dijo: “No sé si mañana existamos. Desde el primero de enero
estamos viviendo horas extra”.
Han pasado 30 años de horas extra
y las y los zapatistas no dejan de asombrarnos. Son las personas más pobres de
México y las más organizadas; las más aisladas geográficamente y las más
globales; los de menor talla y los de mayor estatura moral.
Saben bien qué quieren y saben
mucho mejor qué no quieren; lo más difícil ha sido el camino para lograrlo. En
un principio pensaron que la lucha armada sería la mejor vía, pero la sociedad
civil no estuvo de acuerdo, aunque apoyó las justas demandas de los rebeldes.
Intentaron por la vía electoral apoyando la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas
a la presidencia de la República, pero, como de costumbre, hubo fraude
electoral.
Echaron mano de consultas,
congresos, marchas, comunicados y todo tipo de estrategias pacíficas. Las
caravanas de los grupos de solidaridad apoyamos con todo lo que pudimos, pero
no bastó.
Las y los rebeldes se encerraron,
se aislaron para consolidar sus propias instituciones, su propio sistema de
justicia, de educación y de salud, así como sus propios proyectos productivos y
cooperativos. Recuperaron tierras que les habían sido arrebatadas en el pasado,
como las de Dolores Hidalgo donde celebramos en diciembre pasado el 30
aniversario del levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
Han pasado tres décadas y las y
los zapatistas siguen dando la batalla por un país con paz, justicia y
libertad; desarrollando estructuras políticas horizontales y transparentes
donde las decisiones se toman en colectivo, donde el consenso es central.
La simulación
Al tiempo que el gobierno
simulaba interés en un diálogo con los rebeldes, en realidad formaba grupos
paramilitares y dejaba que los problemas crecieran, que los conflictos se
acentuaran y que el panorama político se pudriera.
Desde 1994, los asesinatos
selectivos de líderes indígenas y campesinos no solo no cesaron, sino que
aumentaron. La masacre de Acteal (22 de diciembre 1997) fue una cruel e infame
demostración de fuerza de los poderes fácticos en Chiapas. La intención de matar
inocentes que ayunaban y rezaban por la paz, fue la de paralizar a la gente por
medio del horror. Las atrocidades cometidas por los paramilitares con la
complicidad de las policías y en las narices del Ejército, se volverían en
México, el pan de cada día.
La palabra como puente
Junto a las organizaciones
indígenas, las y los zapatistas accedieron a buscar una solución al conflicto
por la vía del diálogo. Tras meses de intenso trabajo, los Acuerdos de San
Andrés fueron guardados en el archivo muerto del gobierno, cajón del olvido. En
el año 2001, cuando fueron llevados al Congreso, las y los diputados
desconocieron y/o borraron los puntos más importantes de los Acuerdos de San
Andrés, los más esenciales para las comunidades indígenas como la autonomía y el
respeto a la cultura, usos y costumbres indígenas. Las campañas contra las
comunidades indígenas fueron infames. Se decía que querían separarse de México,
que eran títeres de intereses oscuros y que si les daban la autonomía volverían
a los sacrificios humanos. Aquel desfile de pendejadas difundidas por la prensa
de alquiler hizo mella en personas que no tenían otra fuente de información o
que por fin veían justificado su ancestral racismo.
La nueva violencia
Para que los militares tuvieran
buena imagen, se crearon grupos paramilitares que hicieron el trabajo sucio de
los guachos, es decir, de las fuerzas armadas. Los soldados, los
paramilitares y los priístas armados, es decir, los miembros del Partido de la
Revolución Institucional, se encargaron de poner en marcha una guerra de baja
intensidad contra los y las zapatistas o sus simpatizantes.
Desde los primeros años del
levantamiento zapatista, la violencia no ha cesado, se ha transformado y se ha
intensificado. En todos estos años, el Estado no ha hecho nada para combatirla.
Desde enero de 1994, Chiapas está militarizado, pero no para proteger a la
población. Su misión era de contrainsurgencia y el supuesto control de los
flujos migratorios que entran por la frontera sur.
Estados Unidos presiona a México
para que éste último impida que las caravanas de personas refugiadas y
migrantes lleguen a Estados Unidos. En 2018, la recién formada Guardia Nacional
fue enviada a la frontera sur para cerrar la puerta; sin embargo, la presencia
de los militares, de la Guardia Nacional y los agentes de migración solo ha
servido para administrar el gran negocio del tráfico de personas, el cual está
en manos del crimen organizado. El cártel de Sinaloa y el Jalisco Nueva
Generación están en guerra por el control del territorio, con todo y
reclutamiento forzado de carne de cañón.
El crimen organizado ya tiene el
control de toda la economía chiapaneca. Las comunidades zapatistas son de los
pocos que han denunciado y han enfrentado a estos grupos; la pregunta es por
cuánto tiempo más podrán resistir esa enorme presión. La Selva Lacandona se
volvió un sitio ideal para descargar armas y cocaína en pistas clandestinas. La
ruta de los traficantes de armas, drogas y personas pasa por comunidades
zapatistas. Por todo el estado aparecieron fosas clandestinas, cadáveres con
signo de violencia como mensajes macabros, y todos esos horrores que son
comunes en el norte de México y nuevos en la muy codiciada frontera sur. El
peligro es tal, que algunas zonas arqueológicas como Yaxilán, o la zona eco
turística Las Nubes, están cerradas al público desde hace meses. La gran
pregunta es por qué las fuerzas armadas y el gobierno no han actuado con
contundencia.
Las y los zapatistas, al igual
que el resto de chiapanecos están a merced de los cárteles armados hasta los
dientes, locos y sádicos. Estas tropas salidas de infierno hacen lo que se les
da la gana ante la complacencia o impotencia del gobierno local o federal.
La resistencia, el único camino
Las y los zapatistas buscan
constantemente nuevas maneras de organizarse, de hacer las cosas. Si algo no
funciona, se intenta otra cosa. Si el camino no lleva lejos, se toma otro.
Mucho se decide sobre la marcha, pero la brújula interna de este movimiento
social tiene un norte muy claro.
Para las comunidades, los
problemas se multiplican año con año. Hay fracturas internas, problemas de
tierras entre quienes fueron zapatistas y decidieron ya no serlo. Hubo quien
decidió recibir el dinero del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, lo que
significó la expulsión inmediata; otros decidieron migrar. Pero la peor
pesadilla llegó hace dos años: el crimen organizado. Actualmente el Cártel de
Sinaloa y el Cártel Jalisco Nueva Generación están en guerra a muerte por el
control de la frontera sur, las rutas de la droga, de las armas, del
contrabando y sobre todo, de las personas migrantes; ellas son una mina de oro
cuyo tráfico, transporte y esclavitud deja más dinero que los estupefacientes.
Toda persona migrante, sin importar su procedencia, es extorsionada, abusada, secuestrada
o robada. El tráfico de personas está en manos del crimen organizado y es un
negocio multimillonario en el que participan políticos de todos colores,
tamaños y sabores, todas las policías, la Guardia Nacional y el Ejército.
Las organizaciones criminales
necesitan carne de cañón y la leva, el reclutamiento forzado de jóvenes que
hicieron en el norte de México, ya se practica en Chiapas. La juventud ha
tenido que huir y tras ella, el resto de la familia. Los narcos llegan a tu
casa y te sacan a rastras sin que se vuelva a saber de ti. Ir a la escuela es
un peligro; salir a la calle, ni pensarlo. En Chiapas hay un impresionante
desplazamiento forzado e interno de poblaciones enteras ante la indiferencia,
complacencia o impotencia de las autoridades. La ruta de los traficantes de
migrantes, de la droga y de todo lo prohibido ya pasa por territorio zapatista.
Los caminos cercanos ya están controlados por los delincuentes. En algunas
regiones, los narcos obligan a la población a que los vitoreen cuando los
sicarios desfilan por sus pueblos.
La semilla
A pesar de los pesares, y
teniendo todo en contra, la semilla zapatista está ahí. Las comunidades no son
las mismas que antes del levantamiento. Tienen una conciencia clara de su papel
en la historia, tienen una dignidad rebelde, un convencimiento absoluto de que
su revolución es el camino a seguir. Los cambios en las comunidades zapatistas
son impresionantes, como en el nuevo rol de las mujeres; ellas y los niños han
sido los más beneficiados con los frutos del zapatismo. Hay pobreza y muchas
carencias, eso es innegable, pero la conciencia, el sentido que le dan a sus
vidas, sus sueños e ilusiones por un mundo mejor, no lo tienen otros pobres,
que simplemente ven pasar la vida día a día.
Las y los zapatistas tienen
metas, sueños, objetivos claros como su lucha contra el neoliberalismo, ese
capitalismo salvaje que devora personas y recursos naturales. También, desde
sus trincheras combaten la corrupción, ese cáncer que pudre todo lo que toca.
En las comunidades no hay alcoholismo, corrupción, drogadicción o feminicidios
como en el resto del país. Tienen un tejido social sano, limpio, intacto, en
contraste con el resto del país, pero están más solos que nunca.
Las y los zapatistas saben que
las soluciones efectivas son colectivas, comunitarias, no individuales. La
derrama de ayudas sociales del gobierno actual está destinada a personas en
concreto. El programa Sembrando Vida, que otorga 5 000 pesos
mensuales a los campesinos y campesinas, produjo fracturas dentro del
movimiento zapatista y deserciones. Esa ayuda no combate la pobreza, ni ataca
el problema de raíz ni mucho menos de manera estructural. Es un paliativo.
Las y los zapatistas no matan, no
secuestran, no ponen bombas, sino que organizan fiestas, partidos de futbol,
marchas y encuentros internacionales con marimba y tamales. Tienen una
motivación y un reconocimiento internacional que les ayuda a seguir adelante.
La vida cotidiana es muy dura, así como su resistencia. Sinceramente no sé qué
van a hacer ante el crimen organizado. Es una cuestión de vida o muerte, no
solo para ellos y ellas, sino para toda la población.
Marta Durán de Huerta es
decana periodista y una de las primeras
personas en entrevistar al subcomandante Marcos en 1994
Fuente: https://vientosur.info/treinta-anos-de-horas-extra/
EZLN: 30 AÑOS EN BREGA POR LA EMANCIPACIÓN
08/ABR/2024
La insólita insurrección indígena
en México, dirigida por desconocidos que se hicieron llamar Ejército Zapatista
de Liberación Nacional (EZLN), en el amanecer de 1994, adelantó de manera
inesperada el cambio de siglo (o milenio), anunciando nuevos aires, ideas y
luchas que de golpe recrearon a una izquierda que se había eclipsado con la
caída del muro de Berlín en 1989, así como por el derrumbe del llamado
socialismo real personalizado en la Unión Soviética y el sistema de democracias
populares que se armó después de la Segunda Guerra Mundial.
Lo que en realidad era el fin de
la usurpación del socialismo y el marxismo que siguió a la desnaturalización
por el estalinismo de la Rusia soviética emergida de la Revolución de 1917,
devino en la deriva de los numerosos núcleos y corrientes de las izquierdas que
–entonces en crisis de identidad– se acomodaron en su mayoría a los nuevos
tiempos, aceptando al capitalismo neoliberal como una fatalidad. Ya sin las
trabas del bloque burocrático pretendidamente socialista que, en
descomposición, arrancará la carrera hacia el capitalismo salvaje, las grandes
empresas mundiales se expandieron por el Planeta todo, alcanzando al fin una
efectiva mundialización del mercado y la producción que pareció
irrefrenable. Por todas partes, la socialdemocracia (que todavía se consideraba
izquierda reformadora) refrendó su papel de mejor administrador de las
economías capitalistas de sus países y cayó en una generalizada crisis de
representación de los llamados regímenes democráticos. En América Latina, los
desarrollistas se miraron en el espejo de Pinochet y devinieron neoliberales.
Las izquierdas de signos radicales prevalecieron, muchas veces se
transfiguraron, pero sin duda se debilitaron significativamente, sobre todo,
las organizaciones de mayor tradición y más persistentes. Y tardarán en
encontrar las vías para rehacerse en el espacio que perdían.
En México, la izquierda inició su
crisis en 1988, antes incluso de la caída del muro de Berlín, con el
resurgimiento del cardenismo (ahora bajo la tutela de Cuauhtémoc Cárdenas, hijo
del expresidente Lázaro Cárdenas). El movimiento estudiantil-popular de 1968
había anunciado el agotamiento del régimen despótico construido como salida
contrarrevolucionaria de la mistificada Revolución de 1910-1920. Siguieron más
de dos decenios de crisis económica y viraje neoliberal, donde brotaron
procesos de recomposición, reagrupamiento y reorganización de los movimientos
sociales y de las distintas izquierdas, en medio de la inestabilidad
político-social devenida crisis estatal y luego descomposición de la hasta
entonces todavía llamada Revolución hecha gobierno, lanzada a un ocaso
interminable. Se abrió un auténtico proceso de transición política de
carácter histórico, un verdadero cambio de época que, contradictoriamente, solo
desembocó en la disolución de la mayoría de las corrientes de izquierda
mexicana en el proyecto nacional-popular en que cristalizaron la candidatura
presidencial cardenista y el movimiento contra el fraude electoral que impuso a
Carlos Salinas de Gortari. El Sol amarillo de Cuauhtémoc se sobrepuso, como en
un eclipse, a las variadas tonalidades de rojo de la izquierda socialista, para
luego simplemente subsumirse ésta en el nacionalismo revolucionario recompuesto
que al inicio se concentra en el Partido de la Revolución Democrática (PRD). La
abjuración de los programas y teorías de un marxismo diverso por parte de los
nuevos perredistas desemboca en la generalización del pragmatismo que va
diluyendo por completo las antiguas identidades de izquierda, con el extravío
de las perspectivas teóricas articuladas por proyectos de emancipación de los de
abajo.
En efecto, en los ciclos de lucha
social y política, fue todo un cambio de quienes habían surgido y se habían
formado bajo los aires tempestuosos del 68 desde una visión crítica al poder
despótico y bajo la exigencia de libertades democráticas entonces inexistentes.
A pesar de que la disidencia de Cuauhtémoc Cárdenas y su ruptura con el
PRI-gobierno en 1987 fueron un avance sin igual en la inconformidad y
disposición de movilización de capas muy amplias y diversas de la sociedad
mexicana, de manera paradójica representó una contrarrevolución
cultural contra la estela crítica y rebelde del 68. Abandono de posiciones
teóricas, pérdida de sensibilidades críticas, recuperación de mitos ideológicos
e históricos de lo que José Revueltas denominó la historia alienada, por
antiguos marxistas reconvertidos al cardenismo de ocasión; generalización
arrasadora del clientelismo, la realpolitik y la deriva hacia los
intereses privados y la voracidad mercantil que impregna todo. En suma, la
fascinación de sentirse, ahora sí, en la palestra, en el ahora de la lucha
del poder y por el dinero, candidatos a administradores de un orden social en
extremo desigual y opresivo, inhumano, sin opciones de fondo. La fatalidad
capitalista y el neoliberalismo ineludible asumidos como único horizonte. Eso
que en el PRD en auge denominaron la izquierda moderna, la izquierda fuera
de las geometrías políticas pretendidamente desfasadas y que luego,
simplemente, se mimetiza con los otros partidos, hasta hacerlos a todos semejantes,
asimilados a la cultura política autoritaria y corrupta del régimen priista.
En México, todo se volvió una
simple mascarada, si bien lastrada por asesinatos, desapariciones forzadas,
represiones y descomposiciones de toda suerte. La pretendida transición democrática
–como se insistió en llamar la recomposición política en ciernes– solo sirvió a
las y los intelectuales y académicos, que de nuevo volvieron a encontrar la
posibilidad de desarrollarse y prosperar bajo la sombra generosa del Estado.
Recomposiciones políticas sin cambios de fondo, privilegios monopólicos a
partidos controlados verticalmente (verdaderas franquicias mercantiles), que
generaron una nueva clase política ampliada y un régimen político con
instituciones estatales que siguieron siendo frágiles por la concentración del
poder presidencial que comenzaba a desdibujarse, sin lograr instaurar un
auténtico Estado de derecho en el país (México formado en la semilegalidad o la
legalidad a modo), pero que dieron forma a una suerte de democracia oligárquica,
en extremo rentable para sus socios exclusivos (con el financiamiento público a
manos llenas) y muy onerosa para una sociedad de por sí en condiciones de
supervivencia.
Los vientos del sur presagian la
tormenta
La revuelta armada de los pueblos
indios acontece en el momento en que se consagraba al presidente Carlos Salinas
de Gortari como el modernizador que logra enganchar a México con el primer
mundo mediante el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN),
firmado con Estados Unidos y Canadá, que ese primero de enero entraba en
funciones. Había asimilado o anulado a las oposiciones, consolidado la
reestructuración neoliberal de la economía y desprovisto al Estado de sus
capacidades productivas y de regulación, con el desmontaje del Estado
interventor devenido asistencialista gracias al remate de los bienes públicos,
y dejaba lista una sucesión presidencial que le garantizaba nuevos horizontes
personales. Pero todo se vino abajo por el influjo de los vientos huracanados
que del suroriental estado de Chiapas se expandieron por todo México y
alcanzaron el mundo.
Todo se trastocó de la noche a la
mañana, la guerra impuso su furia manifestada en la intervención masiva del
Ejército y bombardeos aéreos contra las comunidades indígenas de Chiapas, a
quienes el gobierno vio como responsables, y no solo contra los miles de
milicianos y milicianas zapatistas que evidentemente progresaron en silencio
bajo la complicidad colectiva de aquellas. Pero como durante los sismos de 1985
y las elecciones de 1988, la irrupción de una sociedad muy diversificada que
todavía no lograba ser realmente ciudadana, impuso al gobierno el cese el fuego
y en adelante abrigó y acompañó a las y los rebeldes –si bien en forma
intermitente– en el trance y la trama inacabables que desde entonces se
desencadenan. En forma intensa en los primeros años y luego de manera
recurrente, al ritmo de silencios ensordecedores e iniciativas siempre
ingeniosas de las y los nuevos zapatistas, México vive a la hora del EZLN y de
los pueblos originarios que poco a poco irán imponiendo sus dolores y
necesidades (“¿De qué nos van a perdonar?”), pero igualmente su creatividad y
su pensamiento, sus modos. A pesar de los esfuerzos gubernamentales por
restringir regionalmente el conflicto, las y los zapatistas lograron de
inmediato proyectar e imponer su dimensión nacional e incluso sus alcances
internacionales. Los modos zapatistas interpelan a todas y todos, desde muy
temprano las negociaciones de paz con el gobierno se transforman en diálogos
con cada vez mayores sectores de una sociedad civil que van cobrando forma y
vida. Sus iniciativas interrogan y movilizan, ponen a actuar incluso a sus
adversarios, todavía no repudiados, que en el orden estatal ensayan reformas y
actitudes que pretenden apaciguar al país conmovido, como la reforma política
emergente de Salinas y su acuerdo con los candidatos presidenciales en campaña;
luego, la actitud errática y la reforma electoral definitiva de
Ernesto Zedillo Ponce de León en 1996 y, más tarde, el fiasco de la apertura de
Vicente Fox Quesada y su supuesta disposición a solucionar el conflicto en
Chiapas, retomando los Acuerdos de San Andrés Larráinzar. Los Acuerdos de San
Andrés, firmados el 16 de febrero de 1996 entre el gobierno y el EZLN, fueron
enseguida repudiados por un presidente sin autoridad, siempre a la deriva. Y no
faltaron quienes, arriba, consideraron la violencia que significó la
insurrección zapatista como propiciadora de los ajustes de cuentas (asesinatos
de Luis Donaldo Colosio Murrieta y Francisco Ruiz Massieu, candidato
presidencial y secretario general del PRI) en un poder desquiciado y a la
defensiva.
Aparición del arcoíris
Pero lo que a mí me interesa
destacar ahora es la manera como las iniciativas recurrentes del EZLN estimulan
la sensibilidad crítica y ciertas formas de organización, acción común e
intercambio entre núcleos cada vez más amplios (si bien inestables muchos de
ellos) de la sociedad: desde los cordones de vigilancia durante las pláticas de
la Catedral de San Cristóbal de Las Casas y las negociaciones de San Andrés,
hasta las caravanas nacionales y extranjeras a las tierras rebeldes, la
irrupción masiva en la Selva Lacandona por la Convención Nacional Democrática
en Guadalupe Tepeyac, todas las reuniones en los distintos Aguascalientes y
luego Caracoles y las consultas nacionales que movilizan a toda suerte de
organismos ciudadanos y sociales, así como la construcción y apoyo de los
municipios autónomos y las Juntas de Buen Gobierno. Todavía más: la Marcha del
Color de la Tierra que, luego de hacer un recorrido en forma de caracol por
doce estados de la República, arribó a la Ciudad de México para convencer al
Congreso de la Unión de la necesidad constitucional de aprobar la Ley
sobre derechos y cultura indígenas elaborada por la Comisión de Concordia
y Pacificación (Cocopa), e igualmente la otra campaña, que durante 2006 y 2007
encaminó por todo el país al Subcomandante Insurgente Marcos y a numerosos
comandantes y comandantas, poniendo en movimiento a pueblos indios de todo México
y a numerosos miembros de organizaciones, colectivos, pueblos, ciudades que
fueron articulando un proyecto político anticapitalista claramente alternativo.
En fin, la iniciativa de la candidatura presidencial de María de Jesús
Patricio, Marichuy, como vocera de los pueblos originarios, para que
interviniera en las elecciones nacionales de 2018, alentó participaciones por
todo México que, sin embargo, no pudieron cristalizar por las trabas legales
que resguardan el monopolio de los partidos en los cargos de representación
constitucional.
Muchas de las iniciativas
zapatistas no cristalizan, sobre todo los primeros años, pues implicaban formas
organizativas y de acción en las cuales el EZLN no podía involucrarse
directamente debido al cerco en los territorios rebeldes, pero, sobre todo, por
su carácter de organización político militar sui géneris que hacía
recaer las responsabilidades en otros y otras, que generalmente provenían de
antiguas organizaciones o corrientes de izquierda con los lastres sectarios y
dogmáticos que todavía persistían en muchos casos y circunstancias. La Marcha
del Color de la Tierra y la otra campaña fueron distintas, pues ahí las y los
zapatistas actuaron como responsables directos y articularon las distintas
formas de organización y actividades requeridas. Al final, la otra campaña
quedó un tanto en el aire por las amenazas que obligaron a la comandancia
zapatista a suspender los recorridos y reconcentrarse en su territorio. La
Sexta no reapareció hasta después del 13 Batkun maya (21 de
diciembre de 2012) anunciado con la irrupción de más de 40 000
zapatistas que en silencio, en perfecta disciplina y con el puño en alto, se movilizaron en cinco ciudades
de Chiapas, causando el asombro y la admiración generalizada en un país en el
que se especulaba sobre su ausencia y debilitamiento.
Según los propios zapatistas, la
iniciativa de construir en 1996 el Congreso Nacional Indígena (CNI) ha sido su
más valiosa y duradera contribución, pues se convirtió en el eje articulador de
un movimiento indígena, entonces inexistente, que no ha dejado de reforzarse
involucrando a la mayoría de los pueblos originarios del país y que en 2017
pudo dar vida al Consejo Indígena de Gobierno (CIG), como parte de la
iniciativa dirigida a las elecciones presidenciales de 2018.
Muchas de las iniciativas y
acciones políticas del EZLN fortalecieron su encuentro y la interacción con la
sociedad mexicana e innumerables núcleos militantes o activistas en numerosos
países, especialmente de América y Europa, aunque no solo. Las luchas
altermundistas y las oleadas de personas indignadas que fueron emergiendo por
todos lados, en el Norte como en el Sur, comenzaron, curiosamente, en la Selva
Lacandona. El comportamiento político y la palabra de las y los zapatistas, en
particular del Subcomandante Insurgente Marcos (quien muere y renace como
Galeano en mayo de 2014), fueron modificando los trazos del perfil de una
organización completamente singular que, de inicio, se mostró como un ejército
rebelde, enraizado en comunidades y pueblos originarios que no dejaron de
transformarlo durante sus diez años de construcción, y que ahora estaba abierto
a una sociedad (a las “sociedades civiles”, como gusta decir) que tampoco deja
de influirlo. Un ejército rebelde que trata de cambiar su circunstancia,
asegurar la paz con justicia y dignidad, para poder entregarse a un proyecto
político-social que le permita contribuir a cambiar el mundo, defender la vida
amenazada por un capitalismo que en su ceguera y voracidad tiende a devastar el
planeta todo. Desde su entrada en escena, el EZLN desconcierta al desechar los
esquemas vanguardistas y de lucha por el poder. Mandar
obedeciendo, Para todos todo, nada para nosotros e
incluso Detrás de nosotros, estamos ustedes, se convierten en símbolos de
una concepción innovadora que aterriza y se condensa en la Otra política,
la cual se irá perfilando a través de los diálogos, consultas, festivales,
foros, semilleros (seminarios, reuniones), encuentros artísticos, experiencias
colectivas de organización autogestionarias y de gobierno autónomo que se
construyen e irán madurando entre las comunidades. Aunque, de entrada, todavía
habla de cambio revolucionario, estructura su lucha en torno al eje libertad,
democracia y justicia, planteando la necesidad de una verdadera transición
democrática; sus iniciativas llevan precisamente a convocar y activar, a
organizar a núcleos (o redes) cada vez más extensos de la sociedad para que
participen con las más variadas formas de organización y de lucha en un proceso
que hoy diríamos debe ser plural, extremadamente diversificado, para asegurar
la transformación del país. Sin que el EZLN ni nadie se plantee como
vanguardia, sino como experiencias de lucha muy propias que convergen en
objetivos dentro de un complejo proceso emancipador. La lucha por los derechos
de los pueblos originarios y por el reconocimiento de su cultura, de su
autonomía y autogobierno forma parte de ese proceso de transición a la
democracia urgente en el país. De ahí que las iniciativas y prácticas de las y
los zapatistas se concentran, se sintetizan, en la Marcha del Color de la
Tierra y la brega por la reforma constitucional que incluya la propuesta de la
Cocopa. De ahí también que en todo ese período se dirijan al conjunto de la
sociedad e igualmente a los partidos políticos, negociando obviamente con el
Estado.
Repliegue creador, silencio
fragoroso
Después de la traición de todos
los partidos y de los tres poderes estatales en 2001, con la contrarreforma
indígena aprobada en el Congreso de la Unión en contradicción con los millones
de personas que validaron los Acuerdos de San Andrés en las consultas y durante
el recorrido zapatista de la también Marcha de la Dignidad Indígena hacia la
Ciudad de México de febrero-marzo de ese año, se produce un repliegue creador
de los zapatistas, quienes pondrán en práctica los derechos negados,
construyendo en su territorio los Caracoles y las Juntas de Buen Gobierno. El
asedio del Estado y los partidos estatales, incluyendo al PRD y luego a Morena,
no dejará de persistir y renovarse como una guerra de baja intensidad,
cualesquiera sea el gobierno o los personajes que se sucedan en los gobiernos,
nacional, como estatal. Frente a una clase política que en conjunto entra en
descomposición, el EZLN pasa a la ofensiva con el lanzamiento de la Sexta
Declaración de la Selva Lacandona (junio 2005), donde plantea “construir
desde abajo y abajo una alternativa a la destrucción neoliberal, una
alternativa de izquierda para México”, la que igualmente se va a impulsar por todo
el Planeta. La Sexta Declaración representa un cambio cualitativo donde el EZLN
hace el balance de su trayectoria de lucha, reactualiza su modo de mirar al
mundo y al país, convoca a la sociedad de abajo (trabajadores y trabajadoras
del campo y la ciudad, las personas oprimidas, las otras que son diferentes) a
intervenir directamente en los asuntos que competen a todos, todas, para luchar
contra el orden capitalista conservador y dar curso a otra forma de hacer y
vivir la política. La lucha indígena, así, solamente podía avanzar, dar un
nuevo paso, uniendo sus esfuerzos con la sociedad de abajo. Enseguida se
convoca a todas las organizaciones políticas de izquierda no oficiales (no
legalizadas) y a toda suerte de organizaciones sociales, colectivos de jóvenes
y mujeres, al sinnúmero de diferentes, las y los oprimidos, organizados o no,
para preparar la otra campaña, con la cual arrancan el proceso en busca de
construir una alternativa anticapitalista y claramente de izquierda.
Ese proyecto se va decantando de
diversas formas, superando o dando por canceladas iniciativas
político-organizativas que fueron planteándose e incluso avanzando con diversos
o nulos resultados, tales como Convención Nacional Democrática, Comités Civiles
del Diálogo, Movimiento para la Liberación Nacional propuesto a Cuauhtémoc
Cárdenas a fin de articular la corriente cardenista radical y el zapatismo,
Frente Zapatista de Liberación Nacional, el auto-organizado Movimiento Insumiso
Zapatista, en fin, distintos ensayos dirigidos a agrupar y organizar
políticamente a las nadies de abajo despreciadas y oprimidas por la oligarquía
estatal y la financiera.
El EZLN se densifica de esta
forma, planteándose abiertamente como un proyecto de izquierda radical, de
abajo, haciendo el balance de un proceso que desde su irrupción en la madrugada
del Año Nuevo de 1994 estremeció al país todo, pero primero que nada recuperó
el proyecto de izquierda entendido en tanto asedio de la utopía y persecución
de la emancipación, el cual se había extraviado desde el surgimiento del
PRD.
La pesadilla persistente y el
rescate de la izquierda
La llamada insurrección ciudadana que se gestó durante la campaña electoral de
1988 y de la que emergió el partido de Cárdenas –que por un tiempo fue la
oposición más intransigente al régimen autoritario–, luego la efectiva rebelión
indígena de 1994, así como las masivas irrupciones en las urnas de millones de
mexicanos y mexicanas contra el abuso de poder, la corrupción y la democracia a
medias en la vuelta del siglo y en el 2018 (luego del regreso del
PRI), fueron sin duda momentos relevantes y significativos. Evidenciaron la
recurrencia del hartazgo de muchas capas sociales sobre un orden social y
político que no logra transformarse y que a pesar de los repetidos anuncios de
transformación del régimen (gobierno del cambio, régimen posliberal, 4T), las
cosas y los procesos persisten casi en los mismos términos y el país pasa de la
crisis económica al estancamiento, del autoritarismo y el monopolio del poder
del PRI-gobierno al poder iluminado del presidencialismo revivido encarnado por
un inusitado caudillo, bajo la figura del predicador como en tiempos de Luis
Echeverría, pero con atuendo de pastor religioso. Se mantiene en la zozobra el
México oprimido y en desigualdad extrema (los más bajos salarios y la mayor
concentración de riqueza de todo el Continente, que apenas comienzan a
paliarse), con la precarización generalizada del trabajo y el masivo desempleo
revestido como economía informal (60 por ciento de la PEA), con despojos múltiples
(territorios, bienes nacionales y culturales, etc.) que no cesan de prosperar
bajo el patrocinio o la tolerancia de gobiernos que siguen siendo los mismos,
aunque cambien colores partidarios y personajes. Peor todavía, un país
militarizado como nunca por las ocurrencias anticonstitucionales del
presidente, Andrés López Obrador, que desnaturalizan a las fuerzas armadas con
tareas que les son ajenas y las distraen de sus funciones y donde el Estado
laico se diluye en rezos religiosos pronunciados en Palacio Nacional.
En realidad, el regreso del PRI
en 2012 demostró su subsistencia no obstante el repudio generalizado que lo
echó fuera del gobierno luego de más de 70 años de dominio absoluto, pues la
cultura política nacional (antidemocrática, clientelar, patrimonialista)
arraigada durante su largo dominio se reprodujo por (y determinó a) todos los
actores políticos institucionales. Reveló la descomposición generalizada con la
trama perversa de un Pacto por México que arrancó con el aval de los
principales partidos a fin de imponer en forma drástica las reformas
estructurales, requeridas por la estrategia neoliberal siempre prevaleciente.
Ese pacto de complicidad e impunidad contra la mayoría de la sociedad mexicana
anunció el fin de las oposiciones institucionales y transfiguró, en especial al
PAN y al PRD (que en diversos momentos habían sido importantes oposiciones
efectivas al priismo), en una suerte de partidos paleros, falsa oposición
pragmática, que a partir de entonces se precipitan en la declinación y quiebra.
En especial, el PRD, estremecido por disputas de camarillas irreconciliables
por avidez de los intereses particulares y lealtades a modo, acelera su proceso
de degradación y prácticamente se despuebla por el surgimiento de Morena, que
venía siendo organizado por su líder único, Andrés Manuel López Obrador (AMLO),
en particular desde su segundo fracaso como candidato presidencial en 2012.
Durante su gobierno, iniciado
formalmente en diciembre de 2018, López Obrador se sostiene, por un lado, en
acuerdos inconsistentes con quienes había atacado como mafia del poder (los
principales empresarios del país, que devienen su consejo asesor), a quienes
beneficia preferentemente (salvo excepciones convenientes) y, en general, con
los grandes capitalistas mundializados; y, por otro lado, en políticas
clientelares de carácter asistencialista, que tratan de desmantelar todo lo
socialmente organizado (autónomo o no) a fin de imponer el control absoluto, la
supeditación directa, individualizada, de los de abajo al poder presidencial.
La austeridad republicana, un tanto demagógica, debilita en forma absurda la
capacidad de acción del Estado que, por lo demás, renuncia a una fiscalidad
equitativa, por lo que la proclamada centralidad del Estado queda en el aire.
El Estado enflaquece todavía más, hasta volverse incompetente e inoperante, por
lo que López Obrador reniega del antiguo estatismo nacionalista y potencia la
estrategia neoliberal, que no logra enmascarar con su publicidad abusiva
cargada de mentiras. Tampoco sigue en la óptica del nacionalismo, por más que
se aferre a dos empresas estatales (Pemex y la Comisión Federal de
Electricidad) como opción de desarrollo. Más bien se desliza por la senda
neocolonial, como lo muestran su extractivismo, su visión de un México
maquilador, todos sus megaproyectos prioritarios destinados a beneficiar al
capital mundializado en detrimento de pueblos y comunidades y, en particular,
por su aval indiscriminado al Tratado Comercial entre México, Estados Unidos y
Canadá (T-MEC) que asimila por completo la economía del país y su entrega
escandalosa a los dictados de Estados Unidos, del imperialismo norteamericano
redivivo, con Donald Trump o John Biden. La capitulación del presidente frente
al Ejército, el militarismo y la militarización que no han dejado de prosperar,
sin que realmente se revierta o alivie la grave situación de violencia que
caracteriza a México (desprotegido como nunca), solo ha sido el colofón de una
deriva autoritaria que deja en la indefensión al conjunto de la población, que
queda a la intemperie.
El EZLN recupera el proyecto
emancipador
Se puede hablar entonces de la
izquierda que fue (la socialista de los años que siguieron al M68), la que ya
no es (la que se orientó hacia las elecciones en búsqueda de espacios de poder
sin alternativas y se recicla (básicamente PRD, PT e incluso Morena inicial),
esto es, una izquierda desnaturalizada como opción. Pero también persiste otra
izquierda –que no oculta su perfil rebelde ni reniega de sus tradiciones– que
es precisamente la que ha sido alentada por el EZLN y que trata de articularse.
A contracorriente y en condiciones del todo adversas, ensaya de mil maneras
reafirmarse y potenciarse como una nueva izquierda sostenida en solidaridades y
fraternidades que trascienden lo sectorial, lo local, lo genérico y hasta lo
nacional (islas que se convierten en archipiélagos, bolsas de resistencia que
tejen redes abarcadoras) para devenir mundiales. Es, ya, una izquierda de abajo
(múltiple, diversa) que continúa bregando por resistir, no solamente al
neoliberalismo (que no es sino una estrategia capitalista extrema), combatiendo
la explotación, el despojo, la destrucción del medio ambiente, las
discriminaciones, la criminalidad, toda suerte de opresión y muros varios
levantados contra los desvalidos; procura, igualmente, construir en los hechos
alternativas de fondo al capitalismo y al régimen autoritario de carácter
oligárquico que prevalecen.
Como señalamos, en México esa
nueva izquierda comienza a recomponerse y reorganizarse bajo el influjo de la
rebelión zapatista impulsada por el EZLN en Chiapas. Proceso contradictorio,
desigual y discontinuo que queda sujeto a las iniciativas casi siempre
inesperadas e imaginativas que brotan de la Selva Lacandona, que encuentran eco
no sólo en antiguos colectivos militantes, sino también en amplias capas
sociales agraviadas (jóvenes y viejos, hombres y mujeres, trabajadores, toda
suerte de personas discriminadas y excluidas), cuyas inconformidades la mayoría
de las veces se disuelven o pierden en el aislamiento y la soledad. Muchas
proposiciones zapatistas tratan –y logran en ocasiones– hacer visibles las
resistencias, los enojos, las voluntades de lucha, la hartazón por el estado de
cosas en ausencia de diálogo, de comunicación, pero igualmente van comunicando,
compartiendo, articulando, tejiendo redes solidarias a través de encuentros,
manifestaciones, caravanas, consultas y campañas que van formulando y forjando
en los hechos otra forma de concebir la política, la participación, la
democracia y en general la vida misma.
Lo más significativo es que los y
las zapatistas tratan de redefinir en los hechos el concepto mismo de
izquierda, intentan darle densidad teórica, con una teoría crítica que se
desprende de la práctica, de la experiencia social y socializada, de una
práctica que es de por sí teórica. Por eso, promueven desde la Selva Lacandona
la recuperación y progreso del pensamiento crítico, central para la
organización de las instancias, redes y mecanismos colectivos de resistencia,
pero igualmente para conducir y orientar, para hacer posible la movilización
pensada, la resistencia organizada. Esto es, la búsqueda de nuevas condiciones
de existencia, donde poner en práctica, al fin, relaciones sociales regidas por
la igualdad, formas de organización política y autogobierno no jerárquicas ni
opresivas, sino igualitarias, vigiladas, participativas y realmente
democráticas, con rendición de cuentas y auténtica revocabilidad efectiva, en
el momento y bajo los modos que decida la propia colectividad.
Por ello, la izquierda de abajo,
la izquierda muy otra, para utilizar expresiones consagradas por el zapatismo,
busca luchar por la vida contra la muerte que representa el capitalismo. No
puede ser sino anticapitalista, su accionar comienza agrietando el muro
erigido por los poderosos, pero requiere centrarse en el propósito
de destruir realmente el capitalismo y las condiciones de explotación
y opresión que reproducen un orden jerárquico extremadamente desigual; no trata
de asaltar el poder, sino rehacerlo desde abajo, desde la propia sociedad
ahora excluida y dominada al mismo tiempo, bajo su creatividad e imaginación
por todos lados diversa, pero semejante. El régimen oligárquico simula la
representación ciudadana que, en verdad, en México solo existe desde hace muy
poco y limitadamente, todavía con derechos truncos; así pretende legitimarse,
lograr un consenso social que no obtiene a pesar de su clientelismo y todo su
poder. La otra política no puede más que ser participativa, de abajo
y por debajo, no puede apoyarse sino en la auto-actividad de toda la gente, en
la autoorganización múltiple de la sociedad, en el autogobierno donde sea
posible y en la autogestión para reproducir las condiciones materiales de la
vida. Solamente se puede realizar con justicia, libertad y una democracia
verdadera, sin suplantaciones ni representaciones postizas; tal vez combinando
la democracia directa y la democracia representativa sin simulaciones. No puede
someterse a personajes o poderes de ningún tipo, que siempre imponen
jerarquías, supeditaciones y descansan en la mentira y la reproducción de las
desigualdades. Tiene que sostenerse en las fuerzas sociales propias, ya
sea en la comunidad, el pueblo, el barrio, la calle, el centro de trabajo, la
escuela, donde sea que pueda reproducirse el colectivo, la acción
común en aras de objetivos sociales acordados entre todas y todos, no
tramados desde arriba.
En México y en el mundo, en la
época que todavía puede considerarse de hegemonía del neoliberalismo, de
predominio de los intereses oligárquicos del capitalismo extremista
mundializado, únicamente se pueden construir proyectos alternativos si van al
fondo en defensa del planeta y la humanidad, desde una perspectiva de izquierda
autogestionaria, de abajo. Por eso, la izquierda hoy no es solo nacional, sino
internacional, pues su ámbito de acción y su perspectiva involucra al Planeta
todo. Es la práctica y la visión que ha desarrollado el zapatismo desde los
primeros días del 94 y sus insólitos comunicados, preparando o insinuando un
nuevo internacionalismo de las y los oprimidos: “el territorio de nuestro
accionar –escriben en 2013– está ahora claramente delimitado: el planeta
llamado Tierra, ubicado en el llamado Sistema Solar”. Como nunca, la
izquierda no puede ser más que aquella que combata las condiciones de
explotación, del despojo y del dominio capitalista, es decir, solamente puede
ser izquierda la que bregue en forma real contra la lógica del
capitalismo y sus fundamentos, que devastan y amenazan con la guerra y la
destrucción del mundo, no atacando nada más sus consecuencias perniciosas ni
buscando supuestas reformas que le cambien el rostro inhumano. “La
supervivencia de la humanidad depende de la destrucción del capitalismo”,
advierte el EZLN.
En 2021 el EZLN rompió de nuevo
el cerco –ahora impuesto por AMLO, con fuerzas militares, programas
asistenciales (en particular de carácter caritativo) e incluso con el
patrocinio de grupos paramilitares reconstituidos y la complicidad de cárteles
del narcotráfico, al que añade un muro de mentiras y calumnias–, zarpando desde
Isla Mujeres el 2 de mayo en el viejo navío La Montaña, para realizar una
travesía por el Atlántico que duró cerca de 50 días, dirigida a invadir a la
Europa insumisa en plena pandemia de la covid. Su propósito cumplido durante
intensos días fue reanudar los intercambios de dolores, pero sobre todo de
experiencias, alentar las resistencias y la organización de alternativas de
vida, encontrando en los distintos países una solidaridad fraternal de
innumerables y muy variados colectivos, organizaciones e individuos que
comparten la necesidad de forjar un nuevo internacionalismo de las y los
oprimidos frente la mundialización del capitalismo extremista que expande la
muerte.
La situación en México y en el mundo
es difícil, pues no dejan de prosperar las opciones de derecha y las variantes
disfrazadas del neoliberalismo, como la de López Obrador. La confusión y
fragmentación de las resistencias que tales circunstancias conllevan, sin duda
retrasan las posibilidades de recomposición y fortalecimiento de las luchas
anticapitalistas y por la defensa de la Humanidad. Pero éstas no dejan de
prosperar dondequiera, tejiendo redes de resistencia e incluso construyendo
formas de autogobierno y autonomía que prefiguran actuales caminos de
emancipación en vistas a construir un mundo donde quepan muchos mundos.
Durante 30 años, el Ejército
Zapatista de Liberación Nacional se ha transfigurado y ha transformado en forma
significativa y duradera muchos aspectos de la realidad mexicana y alentado
resistencias donde sea que se sufren la explotación, el despojo, la opresión y
el desprecio. En ese camino queda claro que, en nuestro tiempo, no puede
existir más izquierda que la izquierda que actualice la utopía, recobre el
proyecto de auto-emancipación de las y los oprimidos, precisamente de quienes
tienen que vender su fuerza de trabajo para vivir, de todas las y los
excluidos, discriminados, perseguidos y sometidos por el capitalismo y sus
variadas formas de dominio.
Arturo Anguiano es
profesor-investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana (México). Sus
libros más recientes: Transición bloqueada. México 1970-2018, Rehacer
el mundo. Abajo y a la izquierda y Resistir la pesadilla. La
izquierda en México entre dos siglos 1958-2018. Formó parte del comité
editorial de la revista Rebeldía, México, 2002-2011.
Fuente: https://vientosur.info/ezln-30-anos-en-brega-por-la-emancipacion/
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